16/3/06

Un Faulkner a la semana (y XVII): Las palmeras salvajes

Las palmeras salvajes nos enfrenta a uno de los grandes problemas de la narrativa de Faulkner: Aclarar en que medida y por qué motivo sus personajes femeninos aparecen tan desdibujados.
Resulta curioso que en sus primeras novelas, Soldiers’ Pay (1926) y Mosquitoes (1927) el autor prestase mayor interés a este aspecto, presentándonos mujeres en papeles muy variados y narrativamente muy interesantes (Margaret Powers de La paga del soldado, por ejemplo) Sin embargo, a partir de El ruido y la furia, y aunque los personajes femeninos siguen siendo muy importantes (Rosa Coldfield en Absalón, Absalón, Lena Grove y la señorita Burden en Luz de agosto, Eula Varner-Snopes en la trilogía, Caddy Compson en El ruido y la furia, Addie Bundren en Mientras agonizo, etc...) siempre están tratados a distancia y casi siempre a través de los ojos de un personaje varón: Rosa Coldfield es explicada por Quentin Compson y Shreve desde sus habitaciones de la Universidad, Caddy es la única de los hermanos Compson en quien no se centra la narración en los sucesivos stream of consciousness de El ruido y la furia, Addie Bundren sólo tiene un monólogo de los casi cien que componen la novela, etc...

Este radical cambio apunta a la imposibilidad por parte del autor de aprehender y plasmar el espíritu femenino. En Las palmeras salvajes esta imposibilidad se convierte en una especie de declaración de principios. La frase final de la novela es significativa:

El penado gordo siguió parpadeando, fuerte y rápidamente.
-Sí, señor- dijo. Son esos diez años más los que duelen. Diez años más sin una mujer, sin la mujer que un hombre necesita.(...)
El otro no se movió, incrustado entre las dos cuchetas, grave y limpio, con el cigarro ardiendo lisa y ricamente en su limpia mano firme, con el humo anillado ante la cara saturnina, grave, serena.
Diez años más.
-¡Mujeres!... –dijo el penado alto.


Y de nuevo se aprecia ese mínimo esbozo en las dos partes de la novela. En Las palmeras salvajes Charlotte Rittenmeyer a pesar de ser descrita y de que su carácter es determinante, es de alguna manera dejada de lado psicológicamente y la narración se centra en el personaje masculino; en El Viejo, la mujer que el preso salva de la inundación ni siquiera tiene nombre, es una tarea más que se impone el hombre y prácticamente de la misma cualidad que el bote que arrastra.

Pero decir que esa actitud denota una intencionalidad despectiva supone un juicio muy arriesgado, proveniente de una lectura entre líneas, por tanto está injustificado y posiblemente sería una conclusión errónea.
Es bastante más posible que Faulkner dejase de intentar adivinar, equivocándose continuamente, que tipo de razonamiento condiciona el comportamiento femenino. En varias ocasiones en sus novelas aparece el tema de forma que se tiene la sensación de que dentro de la sociedad de la ficticia Yoknapatawpha la mujer ocupa un pedestal que si en cierta manera la deifica, también la mantiene alejada de la cotidianeidad masculina. Es ciertamente un actitud que amparándose en un respeto sobrehumano oculta posiblemente un carácter misógino, ¿de Faulkner o de la sociedad que nos describe?

Vayamos con la novela. Declara Faulkner en la famosa entrevista:

Pregunta:
¿Fueron reunidos en un solo volumen los dos temas no relacionados de Las palmeras salvajes con algún propósito simbólico? ¿Se trata, como sugieren algunos críticos, de una especie de contrapunto estético o de una simple casualidad?

Respuesta:
No, no. Aquello era una historia: la historia de Charlotte Rittenmeyer y Harry Wilbourne, que lo sacrificaron todo por el amor y después perdieron eso. Yo no sabía que iban a ser dos historias separadas sino después de haber empezado el libro. Cuando llegué al final de lo que ahora es la primera sección de Las palmeras salvajes, comprendí súbitamente que faltaba algo, que la historia necesitaba énfasis, algo que la levantara como el contrapunto en la música. Así que me puse a escribir El viejo hasta que Las palmeras salvajes volvió a ganar intensidad. Entonces interrumpí El viejo en lo que ahora es su primera parte y reanudé la composición de Las palmeras salvajes hasta que empezó a decaer nuevamente. Entonces volví a darle intensidad con otra parte de su antítesis, que es la historia de un hombre que conquistó su amor y pasó el resto del libro huyendo de él, hasta el grado de volver voluntariamente a la cárcel en que estaría a salvo. Son dos historias sólo por casualidad, tal vez por necesidad. La historia es la de Charlotte y Wilbourne.


Las palmeras salvajes y El viejo son los dos relatos que a modo de tesis y antítesis conforman la novela. No hay entre ellas aparente relación de ningún tipo, más que, según confiesa su autor, el proceso de escritura alternativo y sucesivo de ambas obras. No son dos textos intercalados ni, como hemos visto en otras obras de Faulkner, una adición de relatos que conforman un todo. En Las palmeras salvajes el conjunto lo forman el entramado de los dos relatos, siendo imposible desligarlos, siendo imposible presentarlos después como dos relatos independientes. Forman una entidad que comparten y surgen de la misma realidad creadora de su autor, simultaneas en el tiempo y relacionadas por una idea narrativa común.

Y es este tema común lo que hace de Las palmeras salvajes una novela distinta del resto de las obras de Faulkner, ya que aquí, después de haber explorado la decadencia del Sur y la despiadada condición humana, el autor nos habla del Amor y de la Libertad.
No es una novela de amor ni una apología de la libertad. En Faulkner sería impensable: Es una novela de amor que habla sobre la imposibilidad del amor, y no trata sobre la libertad, trata sobre la voluntaria renuncia a la libertad. Pero eso sí, siempre desde la perspectiva de los protagonistas masculinos, Harry Wilbourne y el preso innominado. De esta manera uno llega a pensar que la tesis fundamental de Las palmeras salvajes es la exclusión de la mujer y por consiguiente del amor en la idea masculina de libertad, de forma que en cierta manera parece que Amor y Libertad se contraponen.
Harry Wilbourne y Charlotte Rittenmeyer vivirán su particular y salvaje historia de amor huyendo de la sociedad, dejando atrás todo lo que son y todo lo que pueden ser. La libertad que constituye el paradigma de su adúltero amor conducirá a la pareja a la constatación de su dependencia con la sociedad: Deben renunciar a una de las dos cosas, amor o libertad, para continuar unidos. El desenlace es de dimensiones bíblicas, no muy alejado del tono trágico de las novelas del autor.
El personaje del preso está en el otro extremo: Carente de libertad es alcanzado por el amor, o una forma un tanto primitiva de ese sentimiento, y para huir de él renuncia a su libertad. Al contrario que Charlotte y Harry que lo descubren dolorosamente, el preso tiene un conocimiento ancestral, una sabiduría innata, como muchos de los personajes habituales en los campos de Yoknapatawpha, que sin precisar experiencia previa le indica que Amor y Libertad son incompatibles, que el Amor supone renunciar de tal manera a la libertad individual que es preferible estar encarcelado. Aquí de nuevo la tragedia típica de Faulkner aflora, pero esta vez es la tragedia propia de los rednecks de sus obras, los Bundren, los Snopes. Es pues tragicomedia.

He aquí al fin la conclusión. Como lejos de sus temas, lejos de Yoknapatawpha, Faulkner aúna en una sola obra las dos tendencias que aparecen en el conjunto de sus novelas: La tragedia de las grandes familias terratenientes y la tragicomedia de los campesinos. De forma que consigue sintetizar toda su obra igualando a todos los seres humanos, no su comportamiento, cuando se trata de sentimientos y no de posesión.

No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de que se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la ceremonia dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.


Todos los fragmentos de la traducción de J. L. Borges, Edhasa.



Previos:

Bibliografía
Una fábula
Mosquitos
Santuario
El ruido y la furia
¡Absalón, Absalón!
La paga del soldado
Desciende, Moisés
Intruso en el polvo
Sartoris
Pilón
Mientras agonizo
The reivers
Luz de agosto
El villorrio
La Ciudad
La Mansión

7 comentarios:

Rodrigo Hidalgo dijo...

al respecto vale considerar la lectura de Palmeras Salvajes en inglés, donde se observa el aún más categórico final
"- fukin' women!"
(en todo caso no he leído en inglés el libro, me valgo de un artíoculo leído en suplemento Ñ, de Clarín Bs As. 2005)
mis respetos Sr. Portnoy, un gusto haber dado con sus blogs
visite www.lanzallamas.com

atte.
el hombre de la solapa

Portnoy dijo...

La verdad es que habría bastante que hablar de la traducción de Borges... en fin, gracias por tu comentario... e interesante página la tuya
;-)

Anónimo dijo...

women shit, borges,
women shit.

Anónimo dijo...

En un articulo de Juan José Saer (si no me equivoco de su libro "El concepto de ficción", o "La narración-objeto"), el autor trata sobre la traducción que hace Borges sobre "Palmeras salvajes", y ahi aparece el pacato Borges que no quiso traducir "Women shit". Recomiendo estos libros, y aun todo lo escrito por Juan Jose Saer.
Saludos desde la patagonia argentina.

Anónimo dijo...

"[...]cuando ella dejó de ser, la mitad de la CEREMONIA dejó de ser...".

Vale que la traducción de Borges es bastante mala (J. Marías lo ha dicho varias veces), pero si ya encima lo copiamos mal...

Extraordinarias sus críticas, por cierto. Rigurosas y acertadas. Me ha costado como tres años hacerme con toda la obra de Faulkner, y voy poquito a poco, pensando qué será de mí cuando las acabe...

¿Conoce el volumen de Seix Barral con la correspondencia? En una carta a su tía cuenta cómo escribió el final de Santuario; y en otra le explica que El Ruido y La Furia "es la novela más maldita que jamás leí", y que "probablemente nadie se atreva a publicar jamás"... Muy recomendable para curiosos de la obra. ¡Saludos!

lautaro dijo...

quiero echar luz -en este viejo post, para la posteridad virtual y para Google- sobre un gran malentendido sobre la traducción de Borges y su supuesta pacatería al traducir "women shit" como "mujeres -".

como me parecía inconcebible que Borges hubiera resuelto de esa manera una traducción, me puse a investigar y descubrí varias cosas: primero, que la traducción no es de Borges sino de su madre. era muy frecuente que el hijo firmara las traducciones de la madre. segundo, que la traducción está fechada un año después de la edición original. tercero, que esta edición original venía con algunas pequeñas censuras por parte de los editores, entre ellas la de la última línea, donde pusieron "women -". de ahí la traducción de (la madre de) Borges "mujeres -". estas pequeñas censuras fueron correjifas años más tarde.

queda así salvado el buen nombre de Borges y el de su madre, por lo menos en esta humilde entrada.

gracias.

Portnoy dijo...

Gracias, Lautaro. Había leído esa explicación pero había olvidado añadirla al post.