El mismo Boon Hogganbeck que mató al Oso (tal como se cuenta en el relato incluido en Desciende, Moisés) protagoniza The reivers:
(El Oso, traducción de J. Coy)
Para matar a un oso mítico (Old Ben) fueron necesarios un perro y un hombre que debían, en correspondencia, tener una dimensión heroica. Lion fue el perro y Boon Hogganbeck el hombre. El héroe de The Bear lo es también de The Reivers (traducida en España primero como Los rateros, luego como La escapada)
Que un hombre, el símbolo del cazador forestal, incapaz de usar un arma de fuego a causa de su pésima puntería, que debe enfrentarse al oso armado únicamente con un cuchillo, sea el escogido por Faulkner para protagonizar The Reivers (cometiendo una incongruencia cronológica, ya que en Desciende Moisés tiene 40 años y en The Reivers, cuyos acontecimientos suceden 22 años, después, tiene 41) debe corresponder a una intención determinada y concreta, casi me atrevería a decir simbólica, ya que esta última novela de Faulkner es, sobre todo, una alegoría sobre el cambio, sobre la lenta degeneración que implica la propiedad de la tierra, sobre la sutil degradación del orden social imperante que abre nuevas perspectivas de igualdad. Como se ve, The Reivers incide en los temas recurrentes de su autor, que emplea en esta ocasión ( como ya lo había hecho en Sartoris) como emblema de este cambio al automóvil.
Puede que el Winton Flyer de los Priest no sea estrictamente el primer automóvil de Jefferson, pero sí es el precursor de los cambios que están por llegar.
Y a bordo de él, un hombre que es como un niño, un niño y un negro, respectivamente Boon Hogganbeck, Lucius Priest, emparentado con los Edmons, y Ned Mc Caslin, nieto del mítico Lucius Quintus Carothers McCaslin a través de una de sus esclavas (pero no emparentado con los Beauchamp). Es decir, un descendiente de los indios, un hijo de comerciante emparentado con los grandes propietarios, un fruto de la inmoralidad de los propietarios, descendientes de éstos y de sus esclavos... ¿el futuro de Yoknapatawpha?
Porque es posible que los ricos burgueses dispongan del suficiente dinero para adquirir un coche, pero sólo ellos saben arreglarlo, conducirlo, cuidarlo. Y la libertad de movimiento que proporciona sólo la gozarán quienes sepan apreciarlo.
De todas formas no se debe pensar que The reivers es una alabanza del coche. En palabras del narrador (que explica la historia desde 1962):
Los rateros, traducción de Jorge Ferrer- Vidal para Plaza y Janés, 1963
Pero para avanzar en el futuro montados en su automóvil nuestros héroes deberán demostrar que son dignos de su época, deberán demostrar que dominan la naturaleza. Boon ya lo había demostrado, de ahí su elección, Ned es prácticamente hijo de la tierra, así que no debe demostrar nada: Lucius es quien debe demostrar la aptitud de toda una generación para hacerse cargo del futuro, la misma generación a la que pertenece William Faulkner. La novela funciona como novela de iniciación, al estilo de algunos relatos de Desciende Moisés, y emplea algunas de los temas frecuentes en la obra del escritor.
(Aviones, coches, caballos. Los protagonistas de sus novelas morían estrellados en aviones o en absurdos accidentes de tráfico. Faulkner se cayó de un caballo. The Reivers fue su última novela)
Los motivos por los que The Reivers no es especialmente apreciada por los seguidores de Faulkner (a pesar de que la novela ganase el premio Pulitzer a título póstumo el año 1963) pueden ser atribuidos a que formalmente no parece una novela de Faulkner: El narrador, el mismo Lucius Priest contándole la historia a su nieto en 1962, lo hace en primera persona, lo cual es verdaderamente excepcional en el autor; la historia es prácticamente lineal (exceptuando el inicial “El abuelo dijo:” que nos sienta ante una historia contada, como se puede comprobar en el fragmento anterior en el que aparece un inusual “no temas” en boca del narrador)
Lo que se podía esperar, lo que se debía esperar, ya que tanto la historia como los personajes así parecen reclamarlo, es una exposición similar a la de Desciende Moisés, novela con la que parece tener algún referente (aunque ya dijimos que al estar compuesta por distintos relatos se le podían añadir otros; Intruso en el polvo sería uno, The Reivers otro), es decir, un narrador omnisciente, un “él”, Lucius Priest, el habitual niño de doce años que focaliza la narración, que no actúa como narrador pero que sin él la narración es imposible. Sin embargo en esta ocasión Faulkner no lo hizo así: Se puede acusar a The Reivers de ser una novela fácil y a su autor de conformista, pero no se puede decir que The Reivers sea una novela mala.
Previos:
Bibliografía
Una fábula
Mosquitos
Santuario
El ruido y la furia
¡Absalón, Absalón!
La paga del soldado
Desciende, Moisés
Intruso en el polvo
Sartoris
Pilón
(Boon) afirmaba (...) que su padre era de pura sangre Chickashaw e incluso un jefe(...) Medía un metro noventa y tres centímetros; tenía la mente de un niño, el corazón de un caballo y unos ojillos duros, como botones, sin profundidad, ni malicia, ni generosidad, ni perversidad, ni amabilidad, ni ninguna otra cosa, puestos en la cara más fea que el chico había visto nunca. Era como si alguien hubiera encontrado una nuez un poco más grande que un balón y con el martillo de un mecánico hubiera dibujado rasgos en ella y luego la hubiese pintado, mayormente de rojo; no de un rojo como los indios, sino un fino color brillante y rubicundo, con en el whisky podía tener algo que ver, pero que se debía más que nada a la intemperie feliz y violenta, las arrugas que había en ella no el residuo de los cuarenta años que había sobrevivido sino el resultado de guiñar bajo el sol o en la penumbra de los cañaverales por donde corría, cocidas en su rostro por fuegos de campamento frente a los había intentado dormir en el frío suelo de noviembre o diciembre mientras esperaba que llegase el día para poder levantarse y cazar de nuevo, como si el tiempo fuera meramente algo a través de lo que caminara como lo hacía a través del aire, sin envejecerle más de lo que el aire le envejecía. Era valiente, leal, no era previsor ni digno de confianza; no tenía profesión, ni trabajo, ni oficio y poseía un vicio y una virtud: el whisky y esa fidelidad absoluta e incondicional hacia el Mayor de Spain y McCaslin (...)
(El Oso, traducción de J. Coy)
Para matar a un oso mítico (Old Ben) fueron necesarios un perro y un hombre que debían, en correspondencia, tener una dimensión heroica. Lion fue el perro y Boon Hogganbeck el hombre. El héroe de The Bear lo es también de The Reivers (traducida en España primero como Los rateros, luego como La escapada)
Que un hombre, el símbolo del cazador forestal, incapaz de usar un arma de fuego a causa de su pésima puntería, que debe enfrentarse al oso armado únicamente con un cuchillo, sea el escogido por Faulkner para protagonizar The Reivers (cometiendo una incongruencia cronológica, ya que en Desciende Moisés tiene 40 años y en The Reivers, cuyos acontecimientos suceden 22 años, después, tiene 41) debe corresponder a una intención determinada y concreta, casi me atrevería a decir simbólica, ya que esta última novela de Faulkner es, sobre todo, una alegoría sobre el cambio, sobre la lenta degeneración que implica la propiedad de la tierra, sobre la sutil degradación del orden social imperante que abre nuevas perspectivas de igualdad. Como se ve, The Reivers incide en los temas recurrentes de su autor, que emplea en esta ocasión ( como ya lo había hecho en Sartoris) como emblema de este cambio al automóvil.
Puede que el Winton Flyer de los Priest no sea estrictamente el primer automóvil de Jefferson, pero sí es el precursor de los cambios que están por llegar.
Y a bordo de él, un hombre que es como un niño, un niño y un negro, respectivamente Boon Hogganbeck, Lucius Priest, emparentado con los Edmons, y Ned Mc Caslin, nieto del mítico Lucius Quintus Carothers McCaslin a través de una de sus esclavas (pero no emparentado con los Beauchamp). Es decir, un descendiente de los indios, un hijo de comerciante emparentado con los grandes propietarios, un fruto de la inmoralidad de los propietarios, descendientes de éstos y de sus esclavos... ¿el futuro de Yoknapatawpha?
Porque es posible que los ricos burgueses dispongan del suficiente dinero para adquirir un coche, pero sólo ellos saben arreglarlo, conducirlo, cuidarlo. Y la libertad de movimiento que proporciona sólo la gozarán quienes sepan apreciarlo.
De todas formas no se debe pensar que The reivers es una alabanza del coche. En palabras del narrador (que explica la historia desde 1962):
(...) en esos automóviles que, si ayer constituyeron una necesidad de tipo económico, hoy son, por el contrario, una exigencia social, de modo que si de repente su movimiento se detuviese, la tierra y los hombres quedarían momificados, solidificados. Había ya demasiadas cosas en el mundo y sólo faltaban los coches para acabar de complicarlo todo: la Humanidad es excesivamente numerosa, pero no se destruirá por fisión, no temas, sino por su desusado afán de reproducirse.
Los rateros, traducción de Jorge Ferrer- Vidal para Plaza y Janés, 1963
Pero para avanzar en el futuro montados en su automóvil nuestros héroes deberán demostrar que son dignos de su época, deberán demostrar que dominan la naturaleza. Boon ya lo había demostrado, de ahí su elección, Ned es prácticamente hijo de la tierra, así que no debe demostrar nada: Lucius es quien debe demostrar la aptitud de toda una generación para hacerse cargo del futuro, la misma generación a la que pertenece William Faulkner. La novela funciona como novela de iniciación, al estilo de algunos relatos de Desciende Moisés, y emplea algunas de los temas frecuentes en la obra del escritor.
(Aviones, coches, caballos. Los protagonistas de sus novelas morían estrellados en aviones o en absurdos accidentes de tráfico. Faulkner se cayó de un caballo. The Reivers fue su última novela)
Los motivos por los que The Reivers no es especialmente apreciada por los seguidores de Faulkner (a pesar de que la novela ganase el premio Pulitzer a título póstumo el año 1963) pueden ser atribuidos a que formalmente no parece una novela de Faulkner: El narrador, el mismo Lucius Priest contándole la historia a su nieto en 1962, lo hace en primera persona, lo cual es verdaderamente excepcional en el autor; la historia es prácticamente lineal (exceptuando el inicial “El abuelo dijo:” que nos sienta ante una historia contada, como se puede comprobar en el fragmento anterior en el que aparece un inusual “no temas” en boca del narrador)
Lo que se podía esperar, lo que se debía esperar, ya que tanto la historia como los personajes así parecen reclamarlo, es una exposición similar a la de Desciende Moisés, novela con la que parece tener algún referente (aunque ya dijimos que al estar compuesta por distintos relatos se le podían añadir otros; Intruso en el polvo sería uno, The Reivers otro), es decir, un narrador omnisciente, un “él”, Lucius Priest, el habitual niño de doce años que focaliza la narración, que no actúa como narrador pero que sin él la narración es imposible. Sin embargo en esta ocasión Faulkner no lo hizo así: Se puede acusar a The Reivers de ser una novela fácil y a su autor de conformista, pero no se puede decir que The Reivers sea una novela mala.
Previos:
Bibliografía
Una fábula
Mosquitos
Santuario
El ruido y la furia
¡Absalón, Absalón!
La paga del soldado
Desciende, Moisés
Intruso en el polvo
Sartoris
Pilón
No hay comentarios:
Publicar un comentario