2/3/06

Un Faulkner a la semana (XV): La Ciudad

La Ciudad, escrita diecisiete años después, es la continuación de El Villorrio.
Pero también es muchas otras cosas.

Requiem for a nun, novela inencontrable traducida, supone por parte de Faulkner un intento en poner orden a la multitud de sagas y genealogías creadas para sus anteriores novelas y en la medida de lo posible subsanar las posibles incongruencias que surgen al comparar los distintos textos del autor. Requiem for a nun coincide con La ciudad en este aspecto, son novelas sucesivas en el tiempo, y también en su carácter de continuación, de novelas anteriores suyas: Santuario y El Villorrio, respectivamente.
Tal intento de cohesionar el conjunto de su obra, de conferir a las historias de Yoknapatawpha de una correlación temporal inequívoca salvando las incongruencias en que había caído a causa de la redacción independiente de cada una de sus novelas y relatos, causa cierta extrañeza al inicio de
La Ciudad. Narrativamente parecen superfluas ciertas cuestiones en las que Faulkner insiste repetidamente al inicio de la novela. Especialmente la confusión entre la relación entre Gowan Stevens, Gavin Stevens y Charles “Chick” Mallison, causadas principalmente por la existencia del personaje de Gowan tal y como aparece en Santuario y su nunca aclarada relación con los Stevens, que como ya hemos visto han aparecido, además de un buen número de relatos, en Sartoris, Desciende, Moisés, Intruso en el polvo y El Villorrio. Y también, como no, en aclarar, si eso fuera posible, el origen y la procedencia de cada uno de los Snopes que aparecen en las tres novelas de la trilogía.

Tenemos pues que por una parte, los diecisiete años entre la primera y la segunda parte de la trilogía bien merecen una puesta en antecedentes, un pequeño recordatorio. Y por otra parte la necesidad de relacionar con cierta lógica interna y temporal todos los relatos de Yoknapatawpha. La cuestión es que a aquel lector que desconozca los entresijos del universo literario de Faulkner, que aborde por primera vez la narrativa del escritor,
La Ciudad, le parecerá cuando menos desconcertante. No puede ser abordada, como muchas veces se pretende en este tipo de libros, como lectura independiente; como pocas novelas, La Ciudad depende, no tan sólo de su predecesora en la trilogía, depende de casi todas las novelas anteriores de Faulkner.

El foco narrativo de
La Ciudad es Flem Snopes. Faulkner prescinde hábilmente del narrador omnisciente en esta ocasión y nos presenta la historia a través de tres puntos de vista; los de V. K. Ratliff, Gavin Stevens y Chick Mallison. Pero, al mismo tiempo, y no sólo por la uniformidad y la indistinción de los narradores de Faulkner, parece existir un único narrador en La Ciudad, un “nosotros” que incluye a los tres narradores principales pero parece tener también un ámbito universal. En palabras de Charles Mallison en la primera página de la novela:

Y cuando hablo de “nosotros” y digo “creímos”me refiero en realidad a Jefferson y a lo que Jefferson pensaba.


Así pues, las bases de la narración están sentadas desde el mismo inicio de la novela: Un narrador colectivo personalizado en tres personajes y un avance de la narración a base de “creencias” y suposiciones. Como se decía en
Luz de agosto: “esto es lo que Byron (en este caso Ratliff, Stevens y Mallison) creía saber”.

¿Qué hay de cierto entonces en lo que se nos cuenta en
La Ciudad? El imparable ascenso social de Flem Snopes.
Hemos dejado atrás el entorno rural. Flem se encuentra en un ambiente extraño y comete algún error, pero pronto se hace dueño de la situación. Los motivos personales de V. K. Ratliff son traspasados, como una herencia, como una obligación ineludible, a Gavin Stevens, quien a su vez pronto tendrá motivos personales para desear la caída de Flem (aunque no es exactamente eso... la trama es verdaderamente algo más compleja a nivel emocional y psicológica) Pero de Flem Snopes los narradores y los lectores, que de esta forma pasan a ser parte del ese “nosotros”, no conocemos más que los hechos, no lo que los motiva:

Es como un conejo, o tal vez una alimaña más grande, una con más veneno o por lo menos con más dientes, en un bancal o entre unas malezas: se ve el movimiento de las matas pero no se sabe qué es ni en qué dirección avanza hasta que aparece.

Flem llega a Jefferson con su mujer y se hace cargo de un hotel. Luego de la central eléctrica y poco a poco extiende sus dominios hasta hacerse con la presidencia del banco de los Sartoris. Esta ascensión sin motivación conocida, amoral, deshumanizada es la que convierte a Flem en una especie de arquetipo del Poder, de un Poder desconocido hasta entonces en Yoknapatawpha, acostumbrado a cierto paternalismo que emana de las ricas familias propietarias. Flem simboliza un Poder ciego sin más sentido que el propio Poder, inútil y estéril, vacío y destructivo contra el que “nosotros” nos estrellamos sin posibilidad de salvación una y otra vez.

Nuestro problema es que siempre nos hemos equivocado al juzgar a Flem snopes. Al principio cometimos el error de no valorarlo en absoluto. Luego nos equivocamos sobrevalorándolo. Ahora nos disponemos a cometer el error de subestimarlo. Cuando alguien no quiere más que dinero, todo lo que tiene que hacer para sentirse satisfecho es contarlo, ponerlo donde nadie pueda quitárselo y olvidarse de él. Pero esta cosa nueva tan agradable que ha descubierto funciona de otra manera. Es como estar caliente en invierno y fresco en verano, o disfrutar de paz o de libertad o sentirse satisfecho. Es una cosa que no puedes contar ni guardar en un sitio seguro ni olvidarte de ella hasta que tengas ganas de volver a mirarla. Hay que trabajar todo el tiempo y tenerla siempre presente. Ha de estar al aire libre, donde la gente la vea, porque de lo contrario no existe.


(Todos los fragmentos de la traducción de J.L. López Muñoz para Alfaguara)

La novela pues intenta explicar las sucesivas, por erróneas, creencias de los tres narradores sobre los objetivos de un personaje hermético, críptico, con los ojos del color del agua encharcada.

En realidad la novela habla sobre Gavin Stevens.

Previos:
Bibliografía
Una fábula
Mosquitos
Santuario
El ruido y la furia
¡Absalón, Absalón!
La paga del soldado
Desciende, Moisés
Intruso en el polvo
Sartoris
Pilón
Mientras agonizo
The reivers
Luz de agosto
El villorrio

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenos días

Estoy leyendo La Ciudad y no tengo con quien hablar de esto, así que siempre vengo a leer su blog después de acabar el libro. Digamos que me estructura las ideas pero esta vez no pude agunatar y vine antes de acabar.

Ha tardado en cuajarme porque al principio creía que todo orbitaría alrededor del agujero negro que es Flem, al menos el Flem de El Villorrio pero hasta que no se puso de manifiesto Gavin andaba un poco liada.

el caso es que tengo una duda que me está matando. ¿Está tratndo Faulkner de dibujar un personaje homosexual en Gavin Stevens? Al principio lo leía como de broma, con ese enamoramiento cuasi adolescente y puro de Eula y su apoyo perpetuo en su hermana. Pero está avanzando la novela y parece más claro por una parte pero por otra... dudo.

REalmente no sé qué tratamiento podía tener un tema, si es que es un tema, como la homosexualidad en la época en que se escribió esta novela pero por otra me extraña tanto "ocultamiento" para un escritor como Faulkner que puso lo que puso en Santuario o en Las Palmeras Salvajes.

No conozco su mentalidad, claro pero me resulta tan chocante.

En fin, si me pudiera decir que voy totalmente desencaminada, trataré de seguir la lectura con otra clave pero me reconcome y es molesto que una idea propia se meta cuando estoy leydndo. Es como un mosquito paseándose por el proyector de cine que se pone delante de todas las esecenas.


Perdone por se anónima pero si consigo publicar esto ya va a ser mucho.

B

Portnoy dijo...

Nunca lo había visto de esa manera, de hecho si alguna vez me había planteado la sexualidad de Gavin Stevens seguramente lo habré rechazado como irrelevante, ya que el personaje actúa como opuesto moral a Flem Snopes. Stevens representa la lógica de la justicia y por ello, al contrario que Flem, que simula tener pasiones, Stevens refrena sus impulsos amorosos por un sentimiento de equidad que sobrepasa lo humano.
Más allá de esa idea que te sobrevuela como un mosquito molesto, me imaginaría a Gavin como un asceta, casi monacal, un caballero del Sur dispuesto a anteponer un código moral de nobleza y justicia a todos sus actos y a los de quien les rodea.
Un saludo