Antes de dejar el blog bajo mínimos durante unas cuantas semanas quería finalizar los comentarios de los relatos de Suicidios ejemplares de E. Vila-Matas que quedan por reseñar, concretamente Me dicen que diga quién soy, Los amores que duran toda una vida y El coleccionista de tempestades.
En la cita final se nos pide que terminemos con la literatura como si ésta fuera igual que la vida:
Pero no hagamos ya más literatura. Por este mismo correo (o mañana) te envío, certificado, mi cuaderno de versos, que guardarás, y del que podrás disponer para cualquier fin como si fueras yo mismo. (...) Adiós. Si mañana no consigo la estricnina en dosis suficientes, me arrojaré al metro... No te enfades conmigo.
Mario de Sá-Carneiro (en carta a Pessoa, 31 de marzo de 1916)
No consumó su muerte ese día. Pero apenas un mes más tarde, Sá-Carneiro se suicidó. Con esa decisión, Sá-Carneiro se diluye como autor y junta su nombre al de Pessoa, convirtiéndose en algo así como un heterónimo independiente del autor del Libro del desasosiego. Eso sería literatura: “No hagamos más literatura”, busquemos deliberadamente la muerte y construyamos una existencia literaria.
La realidad y la ficción como siempre en conflicto.
Este conflicto, esta paradoja es el motivo recurrente que recorre los relatos de Vila-Matas. Pero para hacerlo aún más paradójico en ocasiones centra sus historias en autores literarios, de forma que la narrativa previa se convierte en objeto de la narración, exacerbando la dicotomía entre la ficción y “eso que convenimos en llamar realidad”. Ya sé que hay muchos lectores a los que dicha recurrencia les parece inconveniente o pesada, pero yo la encuentro perfectamente válida. Es más, no encontraría destacable a Vila-Matas sin esa reflexión sobre la propia escritura dentro de los límites del relato.
La asesina ilustrada, una de sus novelas que algún día me gustaría comentar, es un ejemplo claro. Pero también podemos encontrarlos dentro de sus relatos.
En Me dicen que diga quién soy asistimos a un relato en el que el narrador es cuestionable: Por una parte parece mentir debido a su naturaleza demoníaca, por otra, en una lectura “inversa”, es el propio Vila-Matas quien nos conduce, quien nos dice “quién es”, quién se esconde tras su (ya celebre) bifronte "Satam Alive". Ya sabemos que el relato lo escribe Vila-Matas, pero ¿quién es su narrador? La identificación narrador-autor, que parece un reflejo automático del lector sin ningún fundamento lógico, viaja en dos sentidos: De la naturaleza perversa (capitalmente pecaminosa, quizás) del narrador llegamos a la identificación de éste con el autor del relato y, al mismo tiempo, esa “maldad” nos impide creerle.
En Los amores que duran toda una vida el relato se articula en torno al diálogo entre una mujer, Ana-María, que ejerce la función de narradora, y su abuela. La historia objeto del relato nos es ofrecida fragmentariamente a través de lo que nos cuenta en primera persona Ana-María y lo que la abuela cree o la narradora piensa que cree, sobre lo que ella le está contando. En torno a un argumento en el que se expone un suicidio por motivos sentimentales, Vila-Matas hace crecer una red de réplicas y contraréplicas, que no cae en la monotonía habitual de los relatos dialogados, a través de las cuales la historia se magnifica. Pero, al mismo tiempo, a pesar de su artificiosidad narrativa, Vila-Matas sabe desaparecer dentro del relato. Y quiero destacar este detalle porque me parece que es de los pocos autores que no solo se atreve a invocar narradoras para sus obras, sino que consigue que esas voces femeninas sean tan creíbles como todas las demás de su producción. En el último relato del libro, El coleccionista de tempestades, Vila-Matas vuelve a emplear a una narradora. Pero quizás lo más interesante es que esa elección no viene determinada por las consecuencias narrativas del mismo relato, sino que es una opción personal del autor sin que ello condicione el texto. Es un subterfugio que forma parte del arte de desparecer.
Desapareciendo dentro de sus historias Vila-Matas logra algo que muchos narradores debería analizar seriamente si quieren lograr que sus textos fluyan con naturalidad. Porque a pesar de la constante recurrencia a la paradoja metaliteraria los textos de Vila-Matas son plausibles; los narradores y personajes tienen vida y voz propia; los recursos estilísticos se insertan con naturalidad dentro de relato mostrando al lector un atisbo de “realidad” para que su oposición a la ficción que sostiene entre sus manos sea aún más evidente.
En mi caso literatura y vida están fusionadas. Creo que no hay nada más cervantino que la unión entre vida y literatura. Nada me obliga a tener que elegir entre una y otra. Pero en el caso de que tuviera que elegir puede que eligiera a la literatura, pues en algunas ocasiones como lector he encontrado más intensidad en la lectura que en la vida. Es una cuestión de intensidad.
E. Vila-Matas, entrevista a La movida literaria
Suicidios ejemplares
Muerte por saudade
En busca de la pareja eléctrica
Rosa Schwarzer vuelve a la vida
Rosa Schwarzer, apostillas
El arte de desaparecer
Las noches del Iris Negro
La hora de los cansados
Un invento muy práctico
En la cita final se nos pide que terminemos con la literatura como si ésta fuera igual que la vida:
Pero no hagamos ya más literatura. Por este mismo correo (o mañana) te envío, certificado, mi cuaderno de versos, que guardarás, y del que podrás disponer para cualquier fin como si fueras yo mismo. (...) Adiós. Si mañana no consigo la estricnina en dosis suficientes, me arrojaré al metro... No te enfades conmigo.
Mario de Sá-Carneiro (en carta a Pessoa, 31 de marzo de 1916)
No consumó su muerte ese día. Pero apenas un mes más tarde, Sá-Carneiro se suicidó. Con esa decisión, Sá-Carneiro se diluye como autor y junta su nombre al de Pessoa, convirtiéndose en algo así como un heterónimo independiente del autor del Libro del desasosiego. Eso sería literatura: “No hagamos más literatura”, busquemos deliberadamente la muerte y construyamos una existencia literaria.
La realidad y la ficción como siempre en conflicto.
Este conflicto, esta paradoja es el motivo recurrente que recorre los relatos de Vila-Matas. Pero para hacerlo aún más paradójico en ocasiones centra sus historias en autores literarios, de forma que la narrativa previa se convierte en objeto de la narración, exacerbando la dicotomía entre la ficción y “eso que convenimos en llamar realidad”. Ya sé que hay muchos lectores a los que dicha recurrencia les parece inconveniente o pesada, pero yo la encuentro perfectamente válida. Es más, no encontraría destacable a Vila-Matas sin esa reflexión sobre la propia escritura dentro de los límites del relato.
La asesina ilustrada, una de sus novelas que algún día me gustaría comentar, es un ejemplo claro. Pero también podemos encontrarlos dentro de sus relatos.
En Me dicen que diga quién soy asistimos a un relato en el que el narrador es cuestionable: Por una parte parece mentir debido a su naturaleza demoníaca, por otra, en una lectura “inversa”, es el propio Vila-Matas quien nos conduce, quien nos dice “quién es”, quién se esconde tras su (ya celebre) bifronte "Satam Alive". Ya sabemos que el relato lo escribe Vila-Matas, pero ¿quién es su narrador? La identificación narrador-autor, que parece un reflejo automático del lector sin ningún fundamento lógico, viaja en dos sentidos: De la naturaleza perversa (capitalmente pecaminosa, quizás) del narrador llegamos a la identificación de éste con el autor del relato y, al mismo tiempo, esa “maldad” nos impide creerle.
En Los amores que duran toda una vida el relato se articula en torno al diálogo entre una mujer, Ana-María, que ejerce la función de narradora, y su abuela. La historia objeto del relato nos es ofrecida fragmentariamente a través de lo que nos cuenta en primera persona Ana-María y lo que la abuela cree o la narradora piensa que cree, sobre lo que ella le está contando. En torno a un argumento en el que se expone un suicidio por motivos sentimentales, Vila-Matas hace crecer una red de réplicas y contraréplicas, que no cae en la monotonía habitual de los relatos dialogados, a través de las cuales la historia se magnifica. Pero, al mismo tiempo, a pesar de su artificiosidad narrativa, Vila-Matas sabe desaparecer dentro del relato. Y quiero destacar este detalle porque me parece que es de los pocos autores que no solo se atreve a invocar narradoras para sus obras, sino que consigue que esas voces femeninas sean tan creíbles como todas las demás de su producción. En el último relato del libro, El coleccionista de tempestades, Vila-Matas vuelve a emplear a una narradora. Pero quizás lo más interesante es que esa elección no viene determinada por las consecuencias narrativas del mismo relato, sino que es una opción personal del autor sin que ello condicione el texto. Es un subterfugio que forma parte del arte de desparecer.
Desapareciendo dentro de sus historias Vila-Matas logra algo que muchos narradores debería analizar seriamente si quieren lograr que sus textos fluyan con naturalidad. Porque a pesar de la constante recurrencia a la paradoja metaliteraria los textos de Vila-Matas son plausibles; los narradores y personajes tienen vida y voz propia; los recursos estilísticos se insertan con naturalidad dentro de relato mostrando al lector un atisbo de “realidad” para que su oposición a la ficción que sostiene entre sus manos sea aún más evidente.
En mi caso literatura y vida están fusionadas. Creo que no hay nada más cervantino que la unión entre vida y literatura. Nada me obliga a tener que elegir entre una y otra. Pero en el caso de que tuviera que elegir puede que eligiera a la literatura, pues en algunas ocasiones como lector he encontrado más intensidad en la lectura que en la vida. Es una cuestión de intensidad.
E. Vila-Matas, entrevista a La movida literaria
Suicidios ejemplares
Muerte por saudade
En busca de la pareja eléctrica
Rosa Schwarzer vuelve a la vida
Rosa Schwarzer, apostillas
El arte de desaparecer
Las noches del Iris Negro
La hora de los cansados
Un invento muy práctico
2 comentarios:
Antonioni ha seguido a Bergman, desde la otra cara del espejo.
Interesante el primer comentario .
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