Según se puede leer en su novela, Bartleby y compañía, el personaje de El arte de desaparecer, Anatol, simboliza un tipo opuesto al del “Bartleby” literario que propone Vila-Matas:
"Hace ya tiempo –escribe Marcelo- que rastreo el amplio espectro del síndrome de Bartleby en la literatura. Hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha una obra, queden, un día, literalmente paralizados"
Anatol no renuncia a la escritura, renuncia a la autoría de su obra, a todo aquello que implica ser creador... al menos en lo que respecta al campo literario, porque en realidad Anatol es autor de una ficción que se vive como “realidad”. Su verdadera obra, la vive como una representación “bigger than life”... una impostura en el fondo.
(aquí, la vocecilla que no se cansa, nos recordará que esa “realidad” vivida por Anatol es una ficción urdida por Vila-Matas)
(y aquí, apotillará, quizás esté la respuesta a la pregunta formulada por Yhma, la mujer de Anatol, sobre cuál es “la historia que subyace debajo de todas las historias que has contado en tus novelas”, la de aquel que vive en su propio país como un forastero)
Anatol elige ser extranjero, un modesto profesor de instituto de exagerado acento que desarrolla a escondidas una obra literaria que jamás debe ser publicada, ya que, según su criterio, la figura del autor se antepone a la obra literaria, y no debería ser así. En esta ficción que Anatol ha creado para sí mismo, Anatol es el personaje del verdadero Anatol y apenas conocemos de él algo más que su invención, una “discreta y feliz existencia” a la que se añade su vocación de “escritor secreto” y “la mirada hacia atrás que percibía la nada”
(en este sentido, dice la voz, El arte de desaparecer es un suicidio inverso, de la nada a la existencia impostada, y no al revés)
Los acontecimientos son narrativamente coherentes (según Chejov, claro) y las cosas cambian: Anatol es finalmente reconocido por el valor literario de su obra y esta nueva situación como “escritor reconocido” le fascina y le halaga, colma su vanidad y confirma a su ficción como realidad... lo cual supone una traición.
(dice la voz que la ficción privada al convertirse en pública debe mantenerse como otro tipo de ficción, es decir precisa justificaciones ficticias para consolidarse como realidad para los otros... o algo así)
Anatol desaparece y entonces...
Vila-Matas hablaba este domingo en El País de otro escritor invisible (aunque no por voluntad propia, creo): Enrique Prochazka y este recurso tan vilamatiano de la literatura sobre escritores, me lleva a preguntarme si existe en el imaginario de Vila-Matas un arquetipo de escritor “invisible”, inédito pero de un enorme valor literario, cuyo modelo original sería Kafka, la sombra del cual, más que su obra, ha ejercido una influencia aplastante en toda la literatura del siglo XX.
(¿positiva o negativa?, dice la voz, ¿acabó la influencia o seguimos siendo traumáticamente kafkianos?)
Bolaño también nos hablaba sobre ese arquetipo a través de Cesárea Tinajero en 2666 o de José Ramírez en Dentista, relato contenido en Putas asesinas. La realidad también se alimenta de este mito, lo cual explicaría el éxito en la década de los ochenta del difunto John Kennedy Toole y su obra póstuma La conjura de los necios.
(tras la figura de Toole algunos quieren ver la sombra de Salinger, alimentando la teoría conspiratoria)
De existir este arquetipo ( o de creer en él, que de eso se trata) nos vendría a decir, y creo que de alguna manera el relato de Vila-Matas así lo indica con la final desaparición de Anatol, que la literatura “ideal”, aquella modélica y genial, sólo es posible en potencia, encerrada en la mente de su autor o, como mucho, en un cajón bajo llave esperando las llamas purificadoras. Toda obra literaria publicada deja ver sus imperfecciones, es insatisfactoria y decepcionante.
Todos las reseñas dejadas en este blog intentan explicar el fenómeno especular de la lectura, en la que el reflejo se produce a través de la obra y los reflejados son el autor y el lector, aunque siempre explicado desde este lado, en el que la intención del autor es una incógnita que no será desvelada jamás. La obra literaria Ideal, según la aventurada opinión generada por El arte de desaparecer, sería aquella que excluyese para siempre al lector.
Claro que seguramente el relato de Vila-Matas no habla sobre la exclusión del lector... sino sobre la desaparición del autor
(¿no es lo mismo?, dice la voz)
No, no... en realidad El arte de desaparecer habla sobre mí.
No, no... en realidad El arte de desaparecer habla sobre su autor... ¿no hay cierta analogía entre las circunstancias de Anatol y las de Vila-Matas?
En fin... no es que los caminos se entrecrucen, es que hay un único camino (por eso algunos pensamos que la historia que subyace es la del propio Plan)
Añadido el 19 de junio:
A través de Settembrini (¿dónde estás, Sett?) he recordado este artículo de Vila-Matas en el que quizás se desvele (o se añadan nuevas dudas) cierto hilo recurrente en la narrativa de su autor:
El despreciativo e impasible joven rubicundo de Benet y el escribiente Bartleby me siguen pareciendo hoy (por decirlo con palabras de Agamben) "figuras extremas de la nada", esas figuras de las que procede toda creación y que son, al mismo tiempo, las más implacables reivindicaciones de esta nada: una Nada que algunos imaginan de una excepcional blancura, y otros -entre los que me encuentro- como una potencia autónoma, pura y absoluta.
De Un héroe de nuestro tiempo, publicado originalmente en El País.
Anatol es una "figura extrema de la nada"
Otros:
Rosa Schwarzer vuelve a la vida, II
Rosa Schwarzer vuelve a la vida
Muerte por saudade
En busca de la pareja eléctrica
"Hace ya tiempo –escribe Marcelo- que rastreo el amplio espectro del síndrome de Bartleby en la literatura. Hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha una obra, queden, un día, literalmente paralizados"
Anatol no renuncia a la escritura, renuncia a la autoría de su obra, a todo aquello que implica ser creador... al menos en lo que respecta al campo literario, porque en realidad Anatol es autor de una ficción que se vive como “realidad”. Su verdadera obra, la vive como una representación “bigger than life”... una impostura en el fondo.
(aquí, la vocecilla que no se cansa, nos recordará que esa “realidad” vivida por Anatol es una ficción urdida por Vila-Matas)
(y aquí, apotillará, quizás esté la respuesta a la pregunta formulada por Yhma, la mujer de Anatol, sobre cuál es “la historia que subyace debajo de todas las historias que has contado en tus novelas”, la de aquel que vive en su propio país como un forastero)
Anatol elige ser extranjero, un modesto profesor de instituto de exagerado acento que desarrolla a escondidas una obra literaria que jamás debe ser publicada, ya que, según su criterio, la figura del autor se antepone a la obra literaria, y no debería ser así. En esta ficción que Anatol ha creado para sí mismo, Anatol es el personaje del verdadero Anatol y apenas conocemos de él algo más que su invención, una “discreta y feliz existencia” a la que se añade su vocación de “escritor secreto” y “la mirada hacia atrás que percibía la nada”
(en este sentido, dice la voz, El arte de desaparecer es un suicidio inverso, de la nada a la existencia impostada, y no al revés)
Los acontecimientos son narrativamente coherentes (según Chejov, claro) y las cosas cambian: Anatol es finalmente reconocido por el valor literario de su obra y esta nueva situación como “escritor reconocido” le fascina y le halaga, colma su vanidad y confirma a su ficción como realidad... lo cual supone una traición.
(dice la voz que la ficción privada al convertirse en pública debe mantenerse como otro tipo de ficción, es decir precisa justificaciones ficticias para consolidarse como realidad para los otros... o algo así)
Anatol desaparece y entonces...
Vila-Matas hablaba este domingo en El País de otro escritor invisible (aunque no por voluntad propia, creo): Enrique Prochazka y este recurso tan vilamatiano de la literatura sobre escritores, me lleva a preguntarme si existe en el imaginario de Vila-Matas un arquetipo de escritor “invisible”, inédito pero de un enorme valor literario, cuyo modelo original sería Kafka, la sombra del cual, más que su obra, ha ejercido una influencia aplastante en toda la literatura del siglo XX.
(¿positiva o negativa?, dice la voz, ¿acabó la influencia o seguimos siendo traumáticamente kafkianos?)
Bolaño también nos hablaba sobre ese arquetipo a través de Cesárea Tinajero en 2666 o de José Ramírez en Dentista, relato contenido en Putas asesinas. La realidad también se alimenta de este mito, lo cual explicaría el éxito en la década de los ochenta del difunto John Kennedy Toole y su obra póstuma La conjura de los necios.
(tras la figura de Toole algunos quieren ver la sombra de Salinger, alimentando la teoría conspiratoria)
De existir este arquetipo ( o de creer en él, que de eso se trata) nos vendría a decir, y creo que de alguna manera el relato de Vila-Matas así lo indica con la final desaparición de Anatol, que la literatura “ideal”, aquella modélica y genial, sólo es posible en potencia, encerrada en la mente de su autor o, como mucho, en un cajón bajo llave esperando las llamas purificadoras. Toda obra literaria publicada deja ver sus imperfecciones, es insatisfactoria y decepcionante.
Todos las reseñas dejadas en este blog intentan explicar el fenómeno especular de la lectura, en la que el reflejo se produce a través de la obra y los reflejados son el autor y el lector, aunque siempre explicado desde este lado, en el que la intención del autor es una incógnita que no será desvelada jamás. La obra literaria Ideal, según la aventurada opinión generada por El arte de desaparecer, sería aquella que excluyese para siempre al lector.
Claro que seguramente el relato de Vila-Matas no habla sobre la exclusión del lector... sino sobre la desaparición del autor
(¿no es lo mismo?, dice la voz)
No, no... en realidad El arte de desaparecer habla sobre mí.
No, no... en realidad El arte de desaparecer habla sobre su autor... ¿no hay cierta analogía entre las circunstancias de Anatol y las de Vila-Matas?
En fin... no es que los caminos se entrecrucen, es que hay un único camino (por eso algunos pensamos que la historia que subyace es la del propio Plan)
Añadido el 19 de junio:
A través de Settembrini (¿dónde estás, Sett?) he recordado este artículo de Vila-Matas en el que quizás se desvele (o se añadan nuevas dudas) cierto hilo recurrente en la narrativa de su autor:
El despreciativo e impasible joven rubicundo de Benet y el escribiente Bartleby me siguen pareciendo hoy (por decirlo con palabras de Agamben) "figuras extremas de la nada", esas figuras de las que procede toda creación y que son, al mismo tiempo, las más implacables reivindicaciones de esta nada: una Nada que algunos imaginan de una excepcional blancura, y otros -entre los que me encuentro- como una potencia autónoma, pura y absoluta.
De Un héroe de nuestro tiempo, publicado originalmente en El País.
Anatol es una "figura extrema de la nada"
Otros:
Rosa Schwarzer vuelve a la vida, II
Rosa Schwarzer vuelve a la vida
Muerte por saudade
En busca de la pareja eléctrica
7 comentarios:
Lo más extraño de este arte de desaparecer es que parece un doble espejo, mientras más se habla de desaparecer parece que se está diferidamente más presente (sólo la tentación de lo diferido guarda cierta fidelidad con la desaparición...). Saberse presente y muy notorio -la carrera y el ser literario- para luego tener la tentación, u ocurrencia, de desaparecer, pero nunca demasiado.
Hola Sr. Portnoy. En mi opinión, creo que detrás de todo escritor subyace el deseo incontenible de explicar la realidad del modo que sea. Dotándola de palabras les parecerá agarrarla, domarla o contenerla. Pero nunca es así, ni utilizando paradojas o juegos especulares se consigue. Es por esto que el escritor transforma en literatura la energía que libera esa frustración producto de la duda existencial. La realidad es un artificio de la mente (que se lo pregunten a Richard Gregory), el escritor siente que lo que le rodea no puede ser cierto, por lo ingrato y cruel. Vila-Matas es sencillamente Anatol. Recurre a un personaje que quiere ser extranjero en algún país imaginario, desaparecer, donde extranjero significa ajeno y país, la realidad. El relato resume las aflicciones de Vila-Matas, que son las de Kafka, que son las de muchos escritores (o debería), ¿vida o literatura?. Anatol sabe y Vila-Matas también, que disfrazarse de extranjero no es suficiente, que escribir sólo es un medio (necesario) y no un fín. La literatura que el creía refugio le ha traicionado con fama y vanagloria porque en "realidad" esta pertenece al mundo. La vida le reclama entonces. Y es aquí donde Anatol Vila-Matas se suicida. Abandona su obra y se pierde (yo creo que feliz). El suicidio de un escritor es no escribir ya que renunciando a su función vital renuncia a existir.
Os transcribo una frase de Susan Sontag que interesó a Vila-Matas (la copié de un artículo suyo):
"La actitud realmente seria es aquella que interpreta el arte como un "medio" para lograr algo que quizá sólo se puede alcanzar cuando se abandona el arte."
¿Abandonar es aquí desaparecer?
En el clavo Brujo. He encontrado este artículo que puede arrojar alguna luz sobre el tema.
http://www.dieresis.org/00/pdf/dieresis0001.pdf
Lo que comentas del doble espejo, Brujo, sólo es aplicable a los casos en los que no se domina completamente el arte de desaparecer... quiero decir que conocemos la obra de aquellos autores que fracasaron en su intento de desaparecer, pero no conoceremos nunca la de aquellos que tuvieron éxito y consiguieron desaparecer junto a su obra. Kafka es el referente, por supuesto, porque supone el fracaso más notorio en su intento de desaparición (o al menos eso nos quiere hacer creer la leyenda que narrar la enconada lucha de Kafka contra Brod, de la muerte contra la vida, de la ficción contra la realidad) Hablar de su obra es hacerlo también de la posibilidad de no haberla podido leer nunca.
Paradojas.
Paradojas también lo que cuentas, Vidi: No creo que los escritores intenten explicar la realidad. Los buenos escritores saben que la realidad es inaprensible y que, sin ninguna duda, la "realidad literaria" es muchísimo más interesante y satisfactoria que la "realidad"
Pero es un interesante punto de vista.
Me he permitido añadir un enlace a un artículo de Vila-Matas que añadirá más ¿luz, oscuridad? al tema.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios.
Vila-Matas, creo, no domina para nada el arte de desaparecer, pero no cabe duda de que es un maestro en indagar en la oscura senda de quienes lo han logrado "a medias" (en eso estamos de acuerdo).
"Hablar de su obra es hacerlo también de la posibilidad de no haberla podido leer nunca."
Sí, Portnoy, esta frase es puro Temblor.
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