19/1/08

Huguenau o el realismo, de Hermann Broch (II) (Los sonámbulos III)

Según dicen los expertos, Los sonámbulos de Hermann Broch es una novela influenciada por las ideas de Oswald Spengler (1880-1936). Si hacemos memoria, el filósofo y matemático alemán, después de anunciar la ineludible “Decadencia de occidente” basándose en una sucesión cíclica de sociedades e influenciado por la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, no tuvo más remedio que suavizar sus teorías. Podemos leer en el Ferrater Mora:

(Spengler anuncia) “para el futuro un Imperium Mundi regido por Alemania. Este imperio mundial debe ser, a su entender, el producto necesario de un triunfo del “realismo escéptico” sobre el racionalismo optimista y el romanticismo, la victoria final del que, consciente del destino del mundo y de su propio pueblo, se propone, por su visión fría y escéptica del futuro, su salvación”.

El texto parece fijar la línea argumental de Los sonámbulos.
Pero hay más influencias. Por ejemplo, el discurso de Broch en
Huguenau o el realismo se centra en la figura y el pensamiento de Hegel. En el apartado Degradación de los valores 9 de la novela se lee:

¿Tiene esta época todavía realidad? ¿Posee una realidad de valores en la que se conserve el sentido de la vida? ¿Existe una realidad para el no-sentido de una no-vida? (...) Hegel auguró a la historia “el camino hacia la liberación de la sustancia espiritual”, el camino hacia la autoliberación de lo espiritual... camino que se ha convertido en la ruta hacia el autodescuartizamiento de todos los valores.
Ciertamente poco importa que la construcción hegeliana de la historia haya sido refutada por la guerra mundial (de ello ya se ha encargado el número siete asignado a los planetas), pues la realidad, convertida en autónoma mediante un proceso de cuatrocientos años, nunca fue, bajo ninguna circunstancia, tan capaz de doblegarse ante un sistema deductivo ni estuvo más inclinada a hacerlo.
Así pues la trilogía de Los sonámbulos admite una lectura hegeliana, en cuanto devenir histórico, no en los términos popularizados por Fitche, Tesis, Antítesis, Síntesis, si no a través de los que emplea Hegel y su identificación con cada uno de los personajes protagonistas: Pasenow (Afirmación), Esch (Negación) y Huguenau (Negación de la negación) (quienes conozcan el argumento de Huguenau no podrán reprimir un escalofrío ante esta “negación de la negación”)

Pero antes será interesante centrarse en la estructura de la tercera parte de Los sonámbulos. Porque Huguenau o el realismo supone por parte de Broch una atomización definitiva de la narración. Para ello el autor divide la narración en tres partes diferenciadas que se entremezclan a lo largo de la novela, cada una de las cuales respeta su propio ciclo cronológico:
-La narración en la población perteneciente al Electorado de Tréveris (¿Tréveris, quizás?) en la que junto a Huguenau aparecen viejos conocidos como Pasenow, Esch, su esposa, y otros personajes relevantes como Hanna Wendling, el tenente Jaretzky y el equipo médico del hospital militar.
-La narración denominada Historia de la muchacha salutista de Berlín, plagada de salmos y canciones en las que el narrador en primera persona, Bertrand Müller, explica un curioso experimento no desprovisto de maldad con el cual intenta relacionar sentimental y sexualmente a un compañero de piso judío con una joven postulante del Ejercito de Salvación.
-Y la tercera parte, Degradación de los valores, escrita también por Bertrand Müller, dato que sabemos a través de la Historia de la muchacha salutista donde dice “reanudé mis trabajos de filosofía dedicados a la degradación de los valores”, una especie de tratado en nueve partes y un epílogo a modo de digresiones filosóficas, cuyo objetivo final es valorar, si es que es posible hacerlo, el comportamiento de Huguenau y su evolución futura.

Bertrand Müller se convierte en el eje central de la narración, ejerciendo las mismas funciones que en Pasenow o el romanticismo y en Esch o el anarquismo efectuaba Eduard von Bertrand, una imagen con la que el personaje central, en este caso Huguenau, se identifica y al mismo tiempo se opone. En esta tercera parte Bertrand Müller, doctor en filosofía, no es un personaje activo, es un mero observador de lo particular, los hechos referentes a Huguenau, y de lo Universal, sus razonamientos filosóficos, pero su carácter se va diluyendo a lo largo de la novela, sobre todo en “La muchacha salutista” donde llega a afirmar que “mi vida va a pagándose detrás de mí y no sé si la he vivido o me la han contado”, y todo esto aún cuando en esta tercera parte el nuevo Bertrand adquiere un rango superior como narrador. Su declive personal coincide con el ascenso social de la detestable figura de Huguenau, que avanza imperturbable hacia el futuro:

(Huguenau)... el que adopta el papel de verdugo en el proceso de desintegración de los valores; y el día en que suenan las trompetas del juicio, entonces, el hombre carente de valores se convierte en verdugo de un mundo que se ha condenado a sí mismo”
En el fragmento citado más arriba, entre las consideraciones filosóficas del personaje, éste deja caer un elemento cabalístico un tanto discordante con el resto del discurso: “de ello ya se ha encargado el número siete asignado a los planetas”. En cierta manera este detalle puede hacernos dudar de la consistencia de Bertrand Müller, tanto como personaje como en lo que repecta a su credibilidad, ya que mientras por un lado se dedica a mostrarnos la degradación de la sociedad, por el otro, en la muchacha salutista, se comporta con una amoralidad que cuestiona la integridad del narrador.
Esta debilidad del personaje de Bertrand Müller y su alineación junto a Pasenow y Esch (en cuanto sufre los actos de Huguenau) y su calidad de opuesto (en cuanto a narrador enfrentado a los personajes... ¿sus personajes? eso no queda claro, más bien parece como si en algún momento de La muchacha salutista alcanzase a captar su existencia como personaje) lo alejan de la personalidad (también mutable en las dos primeras partes) de Eduard von Bertrand. Lo cual nos lleva a considerar, teniendo en cuenta además de que en la tercera parte de la novela no se hace ninguna referencia a las dos anteriores, si los personajes homónimos de las tres partes de la novela pertenecen a los mismos personajes o si son otros personajes con los mismos nombres. Lo cual podría demostrar que hay una intención simbólica por parte de Broch, que se entremezcla con la lectura realista del texto en la que se nos muestra un fresco de la sociedad alemana de principios del siglo XX. Pero en realidad, y aquí está la grandeza de la obra literaria de Broch, lo que tenemos entre manos es la novelización de unas consecuencias filosóficas que la sociedad alemana (occidental en general) se niega a entender.

Huguenau deserta, se instala en Tréveris y desarrolla sus mezquinas dotes comerciales. La negación de la negación conduce a un mundo mercantil, donde están abolidos el romanticismo y el anarquismo, un mundo impregnado de “realismo” donde la memoria selectiva de Huguenau es capaz de olvidar su crimen y recordar como un éxito comercial la ignominia que sucede al asesinato. Los sonámbulos de Broch es mucho más que una excelente muestra de narrativa del siglo XX, es un compendio total del ser humano, su comportamiento y sus esperanzas. Es una obra compleja en ideas y en estructura, que admite lecturas a muchos niveles ( y tengo la impresión de haberme quedado en uno muy rudimentario). Cuando de una novela te gustaría extraer cientos de citas es que ésta excede a la reseña, cualquier cosa que se diga sobre ella no puede suplir el placer de leerla.

Poco antes de abandonar a Huguenau, en unos de sus últimos comentarios sobre él, Bertrand Müller hace la siguiente reflexión:

Y así era como Huguenau tenía a veces la sensación de estar sentado en una cueva o en un oscuro pozo de mina y de que, mirando hacia a fuera, hacia una zona fría que, como un cinturón de soledad, rodeaba el lugar donde él se encontraba, veía la vida en lejanas imágenes contra el firmamento oscuro, y entonces sentía una gran nostalgia y anhelaba arrastrarse fuera de aquel cerco y participar, en el exterior, de una libertad y de una soledad cuya existencia intuía como una visión procedente de no importa dónde y solo a él dirigida; era como un conocimiento de la más profunda comunidad en que aquella soledad tan profunda debería al fin cambiarse. Pero ese conocimiento no iba sino hasta la confusa idea de que tal vez allí estuviera permitido obtener por la fuerza una convivencia fraternal y cordial, que se pudiera obligar a los demás, con amenazas de muerte o por la violencia o, al menos mediante unas bofetadas, a que le aceptasen y escucharan su verdad, verdad que, aunque no era capaz de enunciar, él sabía mejor que la de ellos.
Broch vio a la bestia acechando.

(Todos los fragmentos de la traducción de María Ángeles Grau para Debolsillo, Random House-Mondadori)

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1 comentario:

walter loeff dijo...

Excepcional comentario, llevo queriendo comenzar con Los sonámbulos desde hace unos meses. Valga mi enhorabuena por un artículo que ha aumentado considerablemente las ganas de hincarle el diente al amigo Hermann.

Y sin embargo me obturo con la cita de Degradación de los valores 9. ¿Por qué, si Broch se interroga sobre la existencia de esa "realidad de los valores", luego asegura que la realidad ha alcanzado autonomía y "es capaz de doblegarse ante un sistema deductivo"? ¿Opone acaso una realidad espiritual, hegeliana, -moral, en última instancia- a una realidad estrictamente racional y científica?
A todo esto, ¿por qué me estoy metiendo en este embrollo si estoy enclaustrado este fin de semana con la Escuela de Frankfurt, la cultura de masas, el narrador de Benjamin, el enfado crónico de Adorno, la diplomacia tranquila de Eco y un largo etcétera? Como si no tuviera suficiente.

A vueltas con la noción de realidad sensible, realidad palpable, realidad escamoteada, realidad ética, realidad inarticulable, realidad virtual, realidad mediática ... no puedo evitar, más allá de las implicaciones propiamente existencialistas del texto de Broch, aportar dos granitos de arena en consonancia con el submarino neo-marxista en el que llevo viviendo la última semana. No he podido evitar acordarme, al leer el texto de Broch, del "desierto de lo real" (siempre es divertido cuando uno no sabe si al que se está citando es a Baudrillard o a Philip K. Dick), augurado por la crítica de Adorno y Horkheimer a la cultura de masas.
Quizá Broch intuye, (estoy extrapolando desde el fragmento de arriba, quizá me esté excediendo, en el fondo, este post es un grito de ayuda, llevo mucho tiempo encerrado en mi cuarto con la confección de este trabajo para la universidad y necesito compartir de algún modo el océano de citas que me hace compañía) esa realidad prefabricada y artificial, esa realidad mercantil o realidad-envoltorio de la sociedad post-industrial, del capitalismo avanzado. En ese sentido, esa realidad en fuga, esa realidad de segunda mano, sobre la que se interroga Broch no sería sino la realidad filtrada de manera masiva por los medios de comunicación de masas. Esos medios, mimetizados con la vida diaria, con la vida corriente, instrumentalizados por el mercado y abocados a la ley de la oferta de la demanda, se convierten, en definitiva, en la única promesa de lo real para cada individuo, una promesa que es siempre un horizonte inalcanzable, (placer castrado, eternamente postergado). Así, la industria cultural se inmiscuye en la realidad, permanece adherida a ésta y la degrada, la convierte en un sucedáneo. La industria cultural convierte al mundo en un sistema causal y normado, en palabras de Adorno y Horkheimer “en un conjunto de protocolos y justamente por ello en irrefutable profeta de lo existente.”

He intentado no alargarme, lo prometo.)