16/10/07

La víctima, de Saul Bellow

Empezaremos muy lejos de Manhattan.



Foto: Henri Silberman - Sky over Manhattan.

Decía Buhomil Hrabal en una entrevista que no logro encontrar que, salvo para los centroeuropeos, la narrativa de Kafka no había sido comprendida, porque la principal característica de su obra era la comicidad. En esas condiciones, entender La Metamorfosis como una tragedia existencial o El Proceso como muestra de la indefensión del individuo ante el estado, o El Castillo como alegoría de la agobiante burocracia para el ciudadano, es un error. Si, salvo para los centroeuropeos, los lectores de Kafka obtenemos sensaciones angustiosas, se debe a una lectura errónea del contexto en que su obra es leída.
Esto viene a cuento ya que en La víctima Saul Bellow intenta recrear una angustiosa situación kafkiana, inspirándose a su vez en cierto texto de Dostoievski. Pero La víctima a su vez es el referente por el cual Philip Roth crea algunas escenas de su Zuckerman desencadenado, sobre todo la insistente presencia molesta de Alvin Peeper y la desmedida respuesta de Zuckerman. Es decir el humor de Kafka precisa dos novelas y cambiar de continente para reencontrarse con el lector.

Sea como sea, lo que entendemos como kafkiano, aquello que ya no precisamos definir porque la sensación que emana de los relatos de Kafka es tan perturbadora (y nada cómica, por cierto... ¿o sí?) que necesitó un adjetivo nuevo para ser comprendida en toda su amplitud, está presente en los diálogos y situaciones de la novela de Bellow.
Un ejemplo basta:

-Sí, sí, ¿qué es lo que quiere ahora? ¿A qué viene?
Allbee llamó con la mano. Leventhal abrió la puerta de golpe y lo encontró con los nudillos alzados, dispuesto a llamar otra vez.
-¿Y bien?
-Quería verlo- dijo Allbee
-Bueno, ya me está viendo.
Hizo un gesto como de cerrar la puerta, y Allbee echó la cabeza adelante con rapidez, en un movimiento de melancólica protesta, aunque mirando a Leventhal sin rencor.
-Eso no es justo – dijo-. Tengo que echar mano de todo mi valor para venir a verlo. Tardo casi un día en hacerlo.
-Para inventar algo nuevo.
La expresión de Allbee era seria. Faltaba el elemento de desequilibrio que sus sonrisas ponían habitualmente de manifiesto.
-La otra noche, la semana pasada, estaba a punto de hablarle de algo –dijo-. Había algo que quería decirle.
-No quiero más discusiones. No pienso permitirlo. Y de todas formas son más de las doce.
-Sí, ya sé que es tarde –concedió Allbee-. Pero tenía algo importante que decir. Nos fuimos por las ramas.
-Usted se fue –dijo Leventhal recalcando mucho las palabras-. Yo ni siquiera tomé parte.
-Imagino de qué está hablando. Pero dijera lo que dijese, no pretendía ser un comentario personal. No debe usted considerar...
-¿Cómo? ¿Era todo teoría, algo puramente teórico? –dijo Leventhal sarcásticamente.
-Bueno, en parte. Y en parte estaba bromeando –explicó Allbee con dificultad-. Es un hábito muy arraigado. Sé que resulta desagradable.
-Lo siento, pero no soy capaz de entenderle. Quizás tampoco entiendo a Emerson. Las dos cosas van juntas.
-Por favor... –dijo Allbee con abatimiento. (...) Lo interpreta usted todo de manera equivocada.
-¿Cómo tendría que interpretarlo?
-Debería usted darse cuenta de que no... –vaciló-, de que no siempre tengo un control perfecto sobre mí mismo (...) Las cosas se me escapan. No estoy tratando de disculparme. Pero no creería usted cuanto...
-Hoy en día puede uno creerse casi cualquier cosa –dijo Leventhal, y se rió un poco, pero sin ganas.

La víctima, de Saul Bellow; traducción de José Luis López Muñoz para Alianza Editorial.


De todas formas la influencia mayor en La víctima es El doble de Dostoievski. Podríamos decir que la novela del ruso se convierte en el centro de un ejercicio metaliterario en el cual Bellow invierte el punto de vista narrativo, centrándolo en el usurpador pero otorgándole el mismo carácter que el personaje principal de la novela de Dostoievski. Pero no es exactamente así, ya que la distancia entre Bellow y Dostoievski es considerable y el entorno temporal, social y urbano de sus respectivas novela domina cada una de ellas. No hay parangón posible entre El Doble y La víctima pero sí cierto nexo que permite el juego de las comparaciones a la vez que se añade al conjunto la coyuntura social de los judeoestadounidenses. La víctima es una especie de “Dostoievski en Manhattan” lo cual resalta la importancia de la ciudad en el relato. Bellow añade a la historia de Dostoievski cierta ambigüedad que al final nos impide saber quien es realmente la “víctima” a la que hace referencia el título ya que el autor estadounidense subvierte la idea del escritor ruso consiguiendo que el suplantador, si es que el caso se ha dado, monopolice el relato.

He tardado más de tres meses en escribir esta especie de nada, de reseña... me falta mencionar a Nabokov, quien consideraba El doble la mejor novela de Dostoievski, la única buena, y se pasó la vida especulando narrativamente en torno a ella... y también cierta reflexión en torno a Kafka y Dostoievski como catalizadores de toda la literatura del siglo XX... pero mejor lo dejo.

8 comentarios:

El Miope Muñoz dijo...

Para una bellowada que escribe y no la tengo leída. ¡Agh!

Mario Iglesias dijo...

Cuando he leído "Dostoievski en Manhattan", creía que estaba usted hablando sobre el intragable Glucksmann.

Pero no. Respiramos tranquilos...

(No puedo añadir más porque no he leído a Bellow, pero las sugerencias de este blog siempre resultan provechosas. En breve le hincaré el diente).

Anónimo dijo...

Vale; cada vez que leo Kafka me da impresión esto de querer tomar el control, de manejarlo, como si, hablando rudamente, se tratará de quién tiene el control remoto de la tele; es decir es un jueguecito de poder en el que uno queda involucrado, y en cual extrañamente se pierde el control... porque querer tenerlo.

Anónimo dijo...

Me gustaría que porfundices en lo de Kafka. ¿Es algo así como que la tragedia vuelve en comedia?

Portnoy dijo...

No, signore Giordano, se trata de que lo que nosotros consideramos tragedia es en el fondo una comedia. Pero, cuidado, hay que tener en cuenta quien hizo el comentario. Hrabal era un bromista de cuidado.
Alvy tengo una relación insana con Bellow: sé que debo leerlo (no veas lo que disfruté con Herzog) pero me da pereza... bueno, últimamente me da pereza casi todo. Lee La víctima, creo que no te defraudará.
¿Por qué intragable Glucksmann, Perzival?
Eso, malvisto, somos lectores precisamente por eso, para no tener el control.
En fin, gracias por vuestros comentarios.
Un saludo

Mario Iglesias dijo...

Glucksmann siempre me ha parecido un impostor.

Recuerdo una intervención suya en la campaña de Sarkozy, en la que empezaba hablando de la maldad de la Izquierda. Acto seguido se proclamaba de Izquierdas y decía que el candidato de la Izquierda era Sarkozy, y que Sègoléne no era ni siquiera una candidata, sino algo semejante a un espectro.
Finalmente añadía, con seria circunspección: "Yo voto a Sarkozy porque me importan los parados".

Tal intervención constituye un buen prólogo para su obra, de cariz semejante (desde mi punto de vista).

Saludos.

Anónimo dijo...

http://lablogueria.blogspot.com/

LLENÁRESME ZOOT SUIT dijo...

Estoy de acuerdo con el tal Bohumil Hrabal, a quien acabo de guglearlo, mucho gusto.- Leí El proceso y la Metamorfosis en los 70 y me pareció ciertamente irónica, no se si humorística.- Hace un par de años releí de nuevo ambas y la percepción sigue siendo la misma: de tenebrosas, nada.- Esa cucaracha encerrada con todo el mundo parloteando tras su puerta y el Sr. K de un lado para otro de puerta en puerta dan para la chacota, como se dice por estos lados. Por supuesto, apenas un lector de tantos, nadie aprobó esa percepción.- Y, por otro lado, Bellow, a pesar de algunos, tiene bien merecido el Nobel.- Herzog es una obra maestra...del humor.- Saludos