3/7/16

Los Inocentes, de Hermann Broch

En su exilio estadounidense, Broch escribe Los inocentes a partir de unos poemas y relatos publicados en varias revistas alemanas, al tiempo en que reescribe por tercera vez su novela El maleficio. Estos hechos, el ejercicio de reescritura y ajuste de textos para dotarlos de un eje narrativo común junto a la creación de una nueva novela, crea un extraño fenómeno de trasvase textual. Así, Los inocentes, que en principio podría considerarse una colección inconexa de textos (y no es así, el libro tiene entidad y unidad propia), establece un potente diálogo con El maleficio, de forma que algún pasaje de esta obra-collage parece apelar, e incluso salir, de las páginas de El maleficio.
Estas concordancias resultan evidentes en el papel fundamental que juegan los personajes femeninos en ambas novelas y en la inclusión de la Naturaleza como fuerza primigenia, la montaña y Madre Gisson en El maleficio, el apicultor en Los inocentes.
Eso sin contar con el leitmotiv de la mayoría de las obras de Broch: la aparición o la persistencia de un elemento perturbador como analogía del fascismo.
Es en el parlamento final de Andreas frente al apicultor donde se revela la tesis de toda la novela, incluso de toda la obra de Broch:

La consecuencia de nuestra propia obra de expansión nos ha enseñado que es imposible escapar a la consecución del Ser, y en eso hemos aprendido que debemos dejar que los acontecimientos se sucedan encogiéndonos de hombros. Incluso ante los crímenes que tienen lugar por todas partes, entre la maleza de la impenetrabilidad, cerramos los ojos y permitimos que ocurran. Lo que hemos hecho paraliza nuestros actos, nos ha llevado hasta la sumisión y nos ha degradado hasta convertirnos en fatalistas angustiados en exceso. Por eso volvemos a refugiarnos junto a la madre, única relación que carece de rasgos fantasmagóricos y que permanece clara dentro de la impenetrable multiplicidad, como si el hogar materno fuera una isla de la tridimensionalidad dentro del infinito y más allá de toda misión.(…)Puede que en un mañana exista un nuevo sueño de comunidad adaptado al infinito. Es posible que se necesite un valor para la muerte en solitario, valor que el hombre no ha encontrado todavía. Pero ¿quién se atrevería a predecirlo, a planearlo, a plantearlo como meta de lucha? Ya no levantamos la mano. Consideramos con desprecio al que se ocupa de política, por querer imponer puerilmente sus concepciones tridimensionales en una pluralidad del mundo que se ha convertido en algo ilimitado. Pero, a pesar de todo, nos inclinamos a creer que el político podría ser el instrumento místico de la realidad que se está renovando. Por eso hemos dejado actuar a Hitler, el beneficiario de nuestra parálisis.


Hermann Broch es uno de los narradores imprescindibles del siglo XX. Sus descripciones poéticas y precisas están fuera de toda calificación. Hay cierta ironía mordaz que recorre toda su obra a la hora de mostrarnos a una sociedad indolente que permite el ascenso del fascismo. Algunos de sus personajes amorales son un reflejo de esa “inocencia” culpable de traer el horror a Europa. El análisis, de forma particular a través de sus personajes, de los modos y formas de esa sociedad cumple la doble función de mostrarnos las lacras de una época al tiempo que crea unos caracteres ficticios que devienen modelos universales. Los inocentes, a pesar de no tratarse en sentido estricto de una novela, cumple con todas las virtudes de las obras de Broch. Así lo explica en el epílogo:

Si puede calificarse o no de novela al resultado obtenido mediante estos arreglos, es una mera cuestión terminológica carente de importancia. La estructura de una novela —incluso aquellas que son puro instrumento recreativo en forma narrativa y sin ambición artística— ha cambiado mucho en estos últimos años: la novela, como el arte en general, ha de reflejar la totalidad de un mundo, sobre todo la vida global de los personajes que presenta. Tal exigencia resulta cada vez más ardua en un mundo en continua complicación y división. En la actualidad, la novela necesita mayor acopio de material que en tiempos pasados e incluso una abstracción y una técnica superiores. La novela de antaño se ceñía a temas determinados. Era novela didáctica, social o psicológica, y tuvo el mérito de ser precursora en estos ámbitos delimitados, especialmente en el terreno de la psicología. En nuestros tiempos, de acendrado radicalismo, no existe la pseudociencia novelística. La novela que pretende divulgar conocimientos de esa índole, en el mejor de los casos no se ocupa sino de vulgaridades más o menos populares. La ciencia no puede poseer visión de conjunto. Es cosa que ha de abandonar al arte, y, en consecuencia, a la novela.El arte reclama ahora una radical visión de conjunto que antes no era de prever. Para satisfacer tal exigencia, la novela precisa una superposición de planos para la que no basta la vieja técnica naturalista: hay que presentar al hombre en su totalidad, en toda la gama de sus posibles experiencias, desde las físicas y sentimentales hasta las morales y metafísicas. Se hace necesario, además, recurrir al elemento lírico, pues sólo él es capaz de ofrecer la precisión requerida. Ésta es una de las razones que han motivado la inclusión de «voces» líricas en el texto, pues las narraciones no ofrecían una visión total de la vida, sino sólo de situaciones, y no variaban con tal ampliación, sino que adquirían su sentido más pleno al quedar encuadradas dentro de un marco lírico puro. Si se ha alcanzado dicho objetivo, podrá llamarse novela la visión de conjunto ofrecida.

Hermann Broch, epílogo a Los Inocentes.


Algunos pasajes destacables de la novela (sí, novela, se alcanza dicho objetivo) son:
La discusión de un grupo de políticos sobre si debe aceptarse o no la Teoría de la Relatividad de Einstein (aunque ninguno de ellos entienda dicha teoría)
La descripción de las multitudes, sonora en el caso de la taberna, visual en el caso de la estación. (Nota: apuntar la deuda que Krasnahorkai tiene con Broch en este caso)
La confesión de Andreas como tesis del autor.
La triada femenina, Madre, hija, criada, que se contrapone de alguna manera a la triada que aparece en El maleficio, de un carácter más “puro” o divino. La “inocencia”, nos dice Broch, salpica a todos los estamentos, incluso a los más “sagrados”.
Las fabulosas, maravillosas, increíbles... cualquier calificativo elogioso que queráis... descripciones de Broch. Y como se contrapone lo urbano y lo rural-natural en Los inocentes y El maleficio.

Eso en cuanto respecta a la obra en sí.

Broch murió en 1951. Leemos a Broch en el siglo XXI. Y lo que cabe preguntarse es por qué no ha perdido un ápice de contemporaneidad su novela. Quizás porque somos una generación de “inocentes” que está permitiendo que un nuevo horror se despliegue por el mundo. Quizás porque describe certeramente como las miserias individuales no luchan contra las corrientes de la Historia, sino que miles, millones, de decisiones personales, atendiendo a intereses propios y egoístas, son las que finalmente crean el cauce por donde han de fluir los acontecimientos históricos.

No. No somos inocentes. Somos responsables de la debacle que aun está por llegar, de la hecatombe que llama a nuestras puertas. Nosotros creamos el desastre con nuestra egoísta inocencia.


Salve, Broch.

Los fragmentos de la traducción de Mª Ángeles Grau para Random House-Mondadori.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Con todo respeto, Avilés, discrepo de sus reflexiones. Broch nos (me) resulta un poco retórico y "reaccionario" ya, a esta altura del 21, sobre todo esa pretensión arrogante y absurda de que la novela tiene que reflejar la totalidad de un mundo. Además de que es una pretensión imposible, y que ni siquiera Proust ha reflejado esa incomprensible totalidad, aunque quizá sea el que más se ha acercado, si se puede hablar asi. En mi opinión Broch puede y debe merecer los reproches que él dirigia a los novelistas que lo precedieron. Se puede reflejar mejor un mundo con una novela de 100 páginas que con un novelón de 800. Los ejemplos son legión: Muerte en Venecia, sin ir más lejos. Todo depende del talento del escritor, como siempre.

Portnoy dijo...

Veo que consideras la inclusión de un "me" para indicar que es una opinión personal. Omites que el mundo al que se refiere Broch es el de "la vida global de los personajes que presenta". Después (des)calificas sin argumentos. Después argumentas que son mejores las novelas cortas que las extensas. Y acabas acusando a Broch de poco talentoso.
No sé, como opinión personal de alguien anónimo me merece respeto, pero me parece una divagación sin sentido y poco fundamentada.
De todas formas gracias por comentar.
Un saludo

Anónimo dijo...

Ese me es un nos, como tu yo es representativo de la sensibilidad actual, como la mia y la de todos los que vivimos aqui y ahora, que es la unica forma de vida que conozco. No discuto el talento de Broch, seria arrogante y absurdo discutir eso; es más, Broch tiene cosas admirables y es un escritor muy actual como tu sugieres. Lo que discuto es el juicio de Broch respecto de los novelistas que lo precedieron. Es un anacronismo en el que todos incurrimos cuando hablamos del pasado y juzgamos a sus pacientes.
Dices que descalifico sin argumentos, lo cual es un oximoron, si te paras a pensarlo un poco. Mi argumento está clarisimo: el tamaño no es esencial en una novela.
El sintagma "la vida global de los personajes que presenta" no significa nada considerado en si mismo, puesto que los personajes son convenciones referenciales, es decir, fantasmagorías levantadas a medias por el autor y por el lector como todos sabemos. Es imposible siquiera reflejar la vida global de uno mismo, puesto que la vida global es un oximoron; no hay nada menos global que la vida de uno mismo, que es nada.


Un saludo cordial.

Portnoy dijo...

Es que no veo en el fragmento de Broch que he incluido ninguna mención ni al tamaño de la obra ni una crítica a sus predecesores.
Los inocentes tiene unas 300 páginas.
Y discrepo en lo referente al tamaño. Pones como ejemplo Muerte en Venecia, que siempre me ha parecido una novela alegórica, sin darte cuenta que La montaña mágica, sí, mucho más extensa, refleja mucho mejor con mayor intensidad la idea literaria de "mundo" que tenía Mann.
Y lo de calificar de reaccionario a Broch merece una explicación.
Un saludo y gracias por tu comentario.

Anónimo dijo...

Lo de reaccionario va entrecomillado; las comillas son la explicación. Me extenderé un poco más, a ver hasta donde llegamos. Broch es incómodo y bastante abstruso, lo que no quiere decir que sea necesariamente profundo ni que sea necesarimente aburrido, al contrario. Si lo traduces a frases cortas y prescindimos de confusas analogias y abstracciones varias, se nota mucho más el alcance de sus reflexiones, que están en general en un nivel, digamos, bastante somero. Faulkner da esa impresion también. Yo no diría que Absalón, Absalón es Lo que el viento se llevó pasado por un exceso de bourbon, pero en alguna medida lo es, y en alguna medida Lo que el viento se llevó refleja mejor aquella época que el novelón de Faulkner. Thomas Mann era más profundo que esos dos, como Henry James, que es un escritor de una perspicacia y sutileza cojonudas, como diría el Borbón cesante, que no sé si gusta del bourbon de Kentucky. En mi opinión James es más profundo y clarificador que Joyce, pero aqui hay un debate que puede ser interesante. ¿El novelón de Bolaños, 2666, refleja mejor el mundo que alguna de sus novelas cortas? Yo apostaría que no. Una suma no es más que un montón, y una suma de montones no garantiza que los materiales no redunden. Eso es lo que pienso por ahora. Pero tendría que reflexionar un poco para aclararme a mi mismo algunas cosas. Nos movemos en un terreno muy resbaladizo, donde lo objetivo se hunde o se voltea como esas siluetas que usan los tiradores en los campos de entrenamiento. Si acertamos, perdemos algo; si erramos, podemos seguir adelante.

Un saludo cordial.