Según las estadísticas se editan en
España más de 18000 libros cuyo tema es literario. A saber cuantos
de ellos son novelas. O a saber cuantos de ellos son libros de
relatos. A saber cual será el número exacto de relatos publicados.
Miles, decenas de miles.
La mayor parte de esos libros, lo sé,
pasarán sin pena ni gloria, sepultados tras la avalancha de
novedades que se suceden sin más propósito que llevarse por delante
a sus predecesores y ser a su vez soterrados. ¿Un despropósito?
Quizás, sobre todo teniendo en cuenta la calidad narrativa y la
temática realista-ramplona de la mayoría de novelas que sobreviven
mínimamente a la sucesión devastadora.
Que quede claro que YO no tengo una
misión. Que no estoy aquí para salvar la narrativa española, ni
para descubrir a nadie ni señalar a nada.
Estoy aquí como podría no estarlo. Y
si todavía estoy es porque me divierte.
Olvidémonos de mí.
Daniel Monedero tenía un blog muy
interesante llamado Diario de Dillinger. No lo busquéis. Ya no se
puede acceder a él. En un tiempo no muy lejano se estableció cierta
complicidad entre El diario de Dillinger y El lamento de Portnoy. A
resultas de eso hace poco me propuso enviarme su libro, Manual de
jardinería (para gente sin jardín). Esta es toda la historia.
Pasemos al libro.
Por lo general los libros de relatos no
suelen gustarme como conjunto. Entiendo que hay cierta separación
temporal y alguna discrepancia estilística entre cada uno de ellos
que confieren al libro una especie de falta de consistencia. Pensé,
tras leer el primer relato del libro que este Manual de jardinería,
iba a causarme la misma impresión. Sin embargo, avanzada la lectura
de los relatos, empiezo a captar cierta coherencia narrativa. No se
trata de que un relato llame a otro, ni que formen una especie de
narración conjunta, sino que todos ellos tienen un elemento común
que hace que, a pesar de que cada uno de ellos sea un mundo aislado,
independiente y cerrado, entendamos la coherencia del conjunto. Ese
elemento es la voz narradora, o si se quiere, el autor. Aquello mismo
que en su momento hizo que Diario de Dillinger se convirtiese en un
referente atractivo en mi deambular por la red.
O lo que es lo mismo: Monedero escribe
muy bien. Es capaz de arrastrarnos al mundo emocional de sus
personajes y mostrarnos la indefensión de estos (y de paso la
nuestra). Todo ello con toques en ocasiones surrealistas y con una
prosa que en algunos momentos, justos, precisos y equilibrados, roza
lo poético como un toque de atención, perturbador y liberador al
mismo tiempo.
Uno de sus personajes dice de sí mismo
que es el mejor imitador de escritores que ha existido nunca. Es
posible que Monedero se refiera irónicamente a sí mismo. Lo que
resulta de ese (hipotético) ejercicio de imitación de escritores es
una voz propia muy interesante.
(Además, con el ejemplar venía un sobre con semillas para iniciar un no-jardín, ¿quién puede resistirse a eso?)
(Además, con el ejemplar venía un sobre con semillas para iniciar un no-jardín, ¿quién puede resistirse a eso?)
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