28/11/08

Laberints, de Ramon Espelt

(…) con lo cual la maraña de tubos alcanzó un grado de tupidez tan grande que a primera vista aquello se asemejaba a un lío. «No, amigos míos. No un lío, sino todo un laberinto. El laberinto es la razón que se ríe de sí misma y desarrolla las posibilidades de oscuridad que su naturaleza le permite. A primera vista, claro. Si ustedes lo observan bien, mi Laberinto de Tubos no abandona en un solo momento de su trayecto el principio matemático. Quiere decir que el genio no está al alcance de todas las conciencias.»
G. Torrente Ballester, La saga/fuga de J.B.


Lewis Carroll Maze

Ramon Espelt consigue en Laberints explorar el inagotable mundo de los laberintos, casi insinuado, compuesto de lugares y textos, de imágenes y films” (traduzco). El libro de Espelt es una invitación a explorar el laberinto como símbolo universal y como influencia en todos los ámbitos de la cultura.
Es inevitable la mención a Borges como impulsor del laberinto como referencia posmoderna desde La biblioteca de Babel, tema que recorre toda su obra:

¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas —traduzco a leyes inhumanas— que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.
Jorge Luis Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius; El jardín de senderos que se bifurcan (1941).



Espelt se introduce en el laberinto de las influencias del laberinto en nuestra cultura. Nos incita a seguir el rastro, a introducirnos, siguiendo el hilo que tiende su texto, las migas de pan de sus referencias, a que recordemos y descubramos esos jardines de senderos que se bifurcan en cuyo centro nos aguarda el brutal Minotauro.




De momento sigo explorando las sugerencias de Espelt dejando que el laberinto se multiplique en los espejos. Hay muchas referencias desconocidas, pero algunas son compartidas por el autor del libro y El lamento como este Homenaje a Resnais de Cortázar.


...Marienbad y Rayuela, The Shining y la Alice de Carroll, Borges y Fritz Lang, Calvino y Welles...


Entre las muchas e interesantes referencias sólo eché en falta una de La torre de los siete jorobados, de Emilio Carrere y Jesús de Aragón. Y no por la descripción de un laberinto que incluye (una torre en la novela y una torre que se hunde en las profundidades de la tierra en la película) sino porque la novela de Carrere-Aragón es en sí un laberinto.
Tampoco se menciona el laberinto de tubos de La saga/fuga de J.B., pero no es de extrañar. Sería imposible compilar todas las referencias al laberinto que albergan las obras literarias y cinematográficas.

Es una lectura recomendable y amena, aunque de momento sólo se puede encontrar en catalán. Agradezco desde aquí al amigo que tan generosamente me “recomendó” la obra de Espelt.
Ese mismo amigo me proporcionó un regalo inesperado. Una visión de una obra fundamental de nuestro tiempo como un laberinto en forma de árbol cuyas ramas se pierden en la incompletitud. La discreción me impide hablar más.

Así que finalmente volví a Bolaño y a la deconstrucción del laberinto. Londres como laberinto es una imagen recurrente, cierto. Pero en esta historia hay que adivinar quién es el Minotauro:

Y el taxista, un paquistaní, durante los primeros minutos los observó por el espejo retrovisor, en silencio, como si no diera crédito a sus oídos, y luego dijo algo en su lengua y el taxi pasó por Harmsworth Park y el Imperial War Museum, por Brook Street y luego por Austral y luego por Geraldine, dando la vuelta al parque, una maniobra a todas luces innecesaria.
Y cuando Norton le dijo que se había perdido y le indicó qué calles debía tomar para enderezar el rumbo el taxista permaneció, otra vez, en silencio, sin más murmullos en su lengua incomprensible, para luego reconocer que, en efecto, el laberinto que era Londres había conseguido desorientarlo.
Algo que llevó a Espinoza a decir que el taxista, sin proponérselo, coño, claro, había citado a Borges, que una vez comparó Londres con un laberinto. A lo que Norton replicó que mucho antes que Borges Dickens y Stevenson se habían referido a Londres utilizando ese tropo. Cosa que, por lo visto, el taxista no estaba dispuesto a tolerar, pues acto seguido dijo que él, un paquistaní, podía no conocer a ese mentado Borges, y que también podía no haber leído nunca a esos mentados señores Dickens y Stevenson, y que incluso tal vez aún no conocía lo suficientemente bien Londres y sus calles y que por esa razón la había comparado con un laberinto, pero que, por contra, sabía muy bien lo que era la decencia y la dignidad y que, por lo que había escuchado, la mujer aquí presente, es decir Norton, carecía de decencia y de dignidad, y que en su país eso tenía un nombre, el mismo que se le daba en Londres, qué casualidad, y que ese nombre era el de puta, aunque también era lícito utilizar el nombre de perra o zorra o cerda, y que los señores aquí presentes, señores que no eran ingleses a juzgar por su acento, también tenían un nombre en su país y ese nombre era el de chulos o macarras o macrós o cafiches.
Discurso que, dicho sea sin exagerar, pilló por sorpresa a los archimboldianos, los cuales tardaron en reaccionar, digamos que los improperios del taxista fueron soltados en Geraldine Street y que ellos pudieron articular palabra en Saint George’s Road. Y las palabras que pudieron articular fueron: detenga de inmediato el taxi que nos bajamos. O bien: detenga su asqueroso vehículo que nosotros preferimos apearnos. Cosa que el paquistaní hizo sin demora, accionando, al tiempo que aparcaba, el taxímetro, y anunciando a sus clientes lo que éstos le adeudaban. Acto consumado o última escena o último saludo que Norton y Pelletier, tal vez aún paralizados por la injuriosa sorpresa, no consideraron anormal, pero que rebalsó, y con creces, el vaso de la paciencia de Espinoza, el cual, al tiempo que bajaba, abrió la puerta delantera del taxi y extrajo violentamente de éste a su conductor, quien no esperaba una reacción así de un caballero tan bien vestido. Menos aún esperaba la lluvia de patadas ibéricas que empezó a caerle encima, patadas que primero sólo le daba Espinoza, pero que luego, tras cansarse éste, le propinó Pelletier, pese a los gritos de Norton que intentaba disuadirlos, las palabras de Norton que decía que con violencia no se arreglaba nada, que, por el contrario, este paquistaní después de la paliza iba a odiar aún más a los ingleses, algo que por lo visto traía sin cuidado a Pelletier, que no era inglés, menos aún a Espinoza, los cuales, sin embargo, al tiempo que pateaban el cuerpo del paquistaní, lo insultaban en inglés, sin importarles en lo más mínimo que el asiático estuviera caído, hecho un ovillo en el suelo, patada va y patada viene, métete el islam por el culo, allí es donde debe estar, esta patada es por Salman Rushdie (un autor que ambos, por otra parte, consideraban más bien malo, pero cuya mención les pareció pertinente), esta patada es de parte de las feministas de París (parad de una puta vez, les gritaba Norton), esta patada es de parte de las feministas de Nueva York (lo vais a matar, les gritaba Norton), esta patada es de parte del fantasma de Valerie Solanas, hijo de mala madre, y así, hasta dejarlo inconsciente y sangrando por todos los orificios de la cabeza, menos por los ojos.
Cuando cesaron de patearlo permanecieron unos segundos sumidos en la quietud más extraña de sus vidas. Era como si, por fin, hubieran hecho el ménage à trois con el que tanto habían fantaseado.
Roberto Bolaño, 2666.

6 comentarios:

El Buscador de Miradas dijo...

Magnífico post, la narración de Bolaño espectacular, como siempre. Pero para mí en literatura no hay mejor ejemplo de laberinto que el primer capítulo de El ruido y la furia, de Faulkner. Un nuevo camino surge en cada cambio de letra.

El Miope Muñoz dijo...

Maravilloso!!!!!¿Ha leído algo de Lemony Snicket, maestro? Es el siguiente tras Carroll!

Óscar dijo...

El laberinto en la narrativa hispanoamericana, de Ludmila Kapschutschenko. Recomendable.

http://books.google.es/books?hl=es&id=HnJOSnqA660C&dq=Kapschutschenko,+Ludmila&printsec=frontcover&source=web&ots=r_iZ6ciN7k&sig=01Z5huF8raN8WC1X7YXkrp8Aodc&sa=X&oi=book_result&resnum=2&ct=result#PPA106,M1

Javier Moreno dijo...

Entre lo contemporaneo no hay que olvidar House of Leaves.

vendepatrias dijo...

Laberints contempla esa peli que usted menciona, señor J.M. Lo sé de buenas fuentes...

Portnoy dijo...

House of leaves está contemplado como laberinto en la obra de Espelt... me sigo preguntando cuando intentarán traducirla (el lamento del zote, ya sabéis)
¿Snicket, Alvy? Yo pensaba que el siguiente tras Carroll era, salvando las distancias, Pratchett... claro que no he leído a Snicket.
Gracias buscador y mentiroso por vuestras aportaciones.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios.