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6/2/17

La carrera por el segundo lugar, de William Gaddis

Discurso de William Gaddis al recibir el National Book Award por su novela J.R.:
Si hiciera una lista de toda la gente con la que tengo una deuda eterna en relación con el motivo de este premio, tendría que retroceder muchos años y estaríamos aquí toda la noche. Tengo que confiar en que sean conscientes de mi gratitud. Pero por lo menos debo, como es lógico, agradecer al Jurado que le ha dado esta distinción a Jota Erre.
Debo decir que formo parte de esa estirpe en vías de extinción que piensa que los escritores deben leerse y no escucharse, y mucho menos verse. Creo que esto es porque en la actualidad parece haber una tendencia a colocar a la persona en el lugar de su obra, a convertir al artista creativo en un artista escénico, a considerar que lo que un escritor dice sobre la escritura es, en cierto modo, más válido, o más real, que su rupia escritura.
En este sentido, me llamó la atención algo que leí hace poco en un prólogo a una novela de Gorki, «Antes de 1880» señalaba el editor, F. D. Reeve, «antes de 1880, más o menos, el principal problema que tenia un escritor era como seguir escribiendo bien. A finales de siglo, el problema paso a ser cómo escribir lo bastante bien para establecerse como escritor o para conservar la posición de escritor».
Si eso permite atisbar un problema actual, me parece a mí que la única manera de que los escritores sigamos escribiendo bien, o tratando de escribir bien, es que se lea lo que escribimos.
Y si esto parece una perogrullada, estamos otra vez en el punto de partida, lo cual puede significar que es un buen lugar para detenerse.
(De La carrera por el segundo lugar, el libro de ensayos póstumo The Rush for the Second Place, traducido por Mariano Peyrou para editorial Sexto Piso)

Así de breve, conciso y contundente se manifestaba el escritor que deseaba permanecer invisible en 1975. En 1995, menos incómodo por aparecer en público, su discurso al recibir el mismo galardón por Su pasatiempo favorito fue más extenso, citando a Tutuola, Barnes, Gass, McLuhan y a sí mismo. Aunque parecía tener menor disposición a la desaparición no por se mostró menos crítico e irónico.

La cuestión es que esta colección de ensayos y discursos nos lleva a querer leer más Gaddis. Querríamos estar leyendo siempre a Gaddis, tener cada poco a nuestra disposición una nueva obra maestra del gran escritor estadounidense. Pero no es así. Las anotaciones sobre la pianola que fue archivando a lo largo de los años, y que aparecen en este volumen, nos hace ver que no habrá más novelas de Gaddis, que la gran obra sobre la pianola, que recorre las páginas de todas sus novelas, una novela de más de mil páginas, quiero creer, no existe. Debemos conformamos con ese brillante ejercicio que es Ágape se paga en el que se describe la imposibilidad de una novela de ese calibre.

Siempre querremos más Gaddis.
Siempre tendremos que volver a Gaddis.

30/11/14

Los reconocimientos, de William Gaddis (recopilación)

Así a posteriori, desde la distancia, desde la asimilación de un texto, desde desde que se inicia ese lapso de tiempo en el que la memoria convierte en algo tuyo, propio, una obra ajena, (no desde la emoción suscitada por la reciente lectura), puedo pensar que lo que Gaddis quería decirnos es que nuestra sociedad es demasiado frágil para contener una obra maestra. Me refiero a una auténtica obra maestra. Ya sabemos, lectores gaddisianos, fanáticos (pues no puede ser de otra manera), que la ejecución de una obra maestra trae consecuencias desastrosas.
Los reconocimientos de Gaddis es una novela demoledora. La sociedad la seguirá ignorando porque de otra forma deberían rendirse ante la evidencia: NO se puede escribir como Gaddis, NO se puede construir una narración como lo hacia Gaddis. Y no solo eso, todas nuestras novelas, todos nuestros textos, todos nuestros relatos, palidecen a la sombra de la inmensidad narrativa de Gaddis.
Si la sociedad reconociese la existencia de una auténtica obra maestra, la producción artística en ese campo debería detenerse necesariamente para siempre. O hasta la aparición de una nueva obra maestra.
Para eso hay que establecer una interminable cadena de intento-fracaso hasta que el feliz suceso ocurra de nuevo.

Inciso:
Franzen llamó a su novela Las correcciones en homenaje a Los reconocimientos de Gaddis (cada vez que escucho alguna de sus declaraciones me cae peor)
En fin.

Por fin el día ha llegado. Sexto Piso ha recuperado la traducción que Juan Antonio Santos hizo de la novela de Gaddis y le ha añadido el fantástico prólogo de William H. Gass.

Sinceramente yo no dejaría pasar la ocasión de tener/leer esta magnífica novela. 

Aparte de lo que escribí en su momento, poco más puedo añadir:


8/10/14

Nat Tate 1928-1960: el enigma de un artista americano, de William Boyd

To Brooklyn Bridge (Proemio a The Bridge); Hart Crane:

How many dawns, chill from his rippling rest
The seagull’s wings shall dip and pivot him,
Shedding white rings of tumult, building high
Over the chained bay waters Liberty--

Then, with inviolate curve, forsake our eyes
As apparitional as sails that cross
Some page of figures to be filed away;
--Till elevators drop us from our day . . .

I think of cinemas, panoramic sleights
With multitudes bent toward some flashing scene
Never disclosed, but hastened to again,
Foretold to other eyes on the same screen;

And Thee, across the harbor, silver-paced
As though the sun took step of thee, yet left
Some motion ever unspent in thy stride,--
Implicitly thy freedom staying thee!

Out of some subway scuttle, cell or loft
A bedlamite speeds to thy parapets,
Tilting there momently, shrill shirt ballooning,
A jest falls from the speechless caravan.

Down Wall, from girder into street noon leaks,
A rip-tooth of the sky’s acetylene;
All afternoon the cloud-flown derricks turn . . .
Thy cables breathe the North Atlantic still.

And obscure as that heaven of the Jews,
Thy guerdon . . . Accolade thou dost bestow
Of anonymity time cannot raise:
Vibrant reprieve and pardon thou dost show.

O harp and altar, of the fury fused,
(How could mere toil align thy choiring strings!)
Terrific threshold of the prophet’s pledge,
Prayer of pariah, and the lover’s cry,--

Again the traffic lights that skim thy swift
Unfractioned idiom, immaculate sigh of stars,
Beading thy path--condense eternity:
And we have seen night lifted in thine arms.

Under thy shadow by the piers I waited;
Only in darkness is thy shadow clear.
The City’s fiery parcels all undone,
Already snow submerges an iron year . . .

O Sleepless as the river under thee,
Vaulting the sea, the prairies’ dreaming sod,
Unto us lowliest sometime sweep, descend
And of the curveship lend a myth to God. 




Hart Crane vivió en la casa desde la que Washington Roebling, ingeniero jefe de la construcción del puente de Brooklyn, paralítico desde que enfermó por síndrome de descompresión trabajando en los cimientos, dirigía con la ayuda de un catalejo los trabajos. El padre de Roebling, original ingeniero del proyecto, había muerto años atrás a causa del tétanos provocado por un accidente durante la construcción. Dicen que Crane, desde ese privilegiado observatorio, compuso su obra maestra, The bridge. Por causas que se pueden bucear en los libros de historia (y no es casual que lo mencione, ni que lo haga de esta manera) finalmente Crane, en 1932, cuando se encontraba realizando en barco un viaje entre México y Nueva York, se arrojó desde la borda delante de decenas de testigos gritando "¡Adiós a todos!". Su cuerpo nunca fue recuperado.

Insomne como el río que pasa debajo de ti / tú que abovedas el mar, hierba que sueña en las praderas, / ven a nosotros, los humildes, baja / y con tu curvatura ofrece un mito a Dios.
(De la traducción de Jaime Priede)

A raíz de esto recordé el caso de Arthur Cravan, que desapareció en 1918, en algún lugar del Golfo de México, durante una travesía por el Atlántico. Su cuerpo nunca fue encontrado.

Hart Crane, Arthur Cravan, Nat Tate.
Sus cuerpos nunca fueron encontrados.

Tengo que decir que hay algo sobre el libro de Boyd, Nat Tate 1928-1960: el enigma de un artista americano, que no se puede contar y que, por supuesto, no voy a contar. Damos por hecho que sabemos la verdad que nos negamos a aceptar.

Y la Verdad se encuentra en los textos, como en éste en el que  Crane explica cómo construyó su monumental poema The Bridge:

"Emotionally I should like to write The Bridge. Intellectually the whole theme seems more and more absurd. The very idea of a bridge is an act of faith. The form of my poem rises out of a past that so overwhelms the present with its worth and vision that I'm at a loss to explain my delusion that there exists any real links between that past and a future destiny worthy of it”

Quizás, partiendo de esas palabras de Crane, de la que la verdadera idea de un Puente es un acto de fe, Nat Tate dedicó gran parte de su obra a la serie pictórica sobre el puente.



Boyd es uno de los escritores británicos más interesantes y ocultamente influyentes de nuestros días. Su obra ha sido eclipsada por la de otros escritores británicos contemporáneos más mediáticos y que, a mi parecer, tienen menos que aportar a la narrativa que Boyd. Lo que hace en El enigma de un artista americano, basándose en los diarios de Logan Mountstuart (¡!), es esbozar la personalidad de Nat Tate, un artista estadounidense de los años cincuenta del que apenas quedan obras, para hacernos pensar sobre la volatilidad del arte contemporáneo.

Como dice Calvo Serraller en el prólogo de la cuidada edición del libro de Boyd a cargo de Ediciones Malpaso:

“¿Y entonces qué? Pues que tenemos que enfrentarnos al hecho desconcertante de que no sabemos qué es el arte contemporáneo; pero no (…) porque el arte de nuestra época sea “una tomadura de pelo” (…) sino por la imposibilidad de verificarlo. Y si no cabe la verificación tampoco se puede convertir el éxito en un canon salvo para determinar que el producto juzgado a tenido aprobación social o, lo que es lo mismo, tautológicamente, que el éxito significa éxito, pero no arte”

¿Intenta Calvo Serraller conducirnos hacia lo opuesto que su racionamiento concluye? ¿Qué el fracaso si es arte? ¿O, de nuevo, el fracaso significa fracaso, pero no arte? Nat Tate, según Boyd, se erige en epítome del fracaso, con el agravante de que no hay apenas muestras que nos permitan verificar (y juzgar) la magnitud de su obra artística ni la épica de su fracaso. En este caso, como ocurre habitualmente en el arte contemporáneo, el espectador no solo ha sido despojado de todos aquellos valores que le permiten apreciar una obra clásica, por lo que debe acudir al juicio de “los expertos” para apreciar la validez de la obra de arte contemporánea, sino que la misma obra artística le ha sido arrebatada por el propio autor.
El enigma de un artista americano se convierte así en la búsqueda del verdadero sentido del arte. Y, creo, que Boyd concluye que el arte está demasiado ligado a lo humano. Queremos ver algo sublime en el arte, pero quizás no obedezca más que a caprichos muy, muy terrenales. Y al final sus cuerpos nunca fueron encontrados.
Y, sin embargo, Boyd construye un artefacto artístico limitándose a plasmar la Verdad sobre Tate. Esa es la verdadera historia.


P.S.: Creo encontrar en Nat Tate: el enigma de un artista americano, cierta relación con Los reconocimientos de Gaddis. Tate, Wyatt, el ambiente alcoholizado artístico de New York, el “fracaso”…


26/1/14

Jota Erre, de William Gaddis (y III)

¿Qué cuenta Jota Erre? En esencia la novela de Gaddis es una crítica al capitalismo centrada en el sistema financiero estadounidense. En ella, Jota Erre, un niño de once años, partiendo de una acción, real pero simbólica, de un dólar y un montón de publicidad que proponen inversiones engañosas levanta un entramado empresarial sin ninguna base económica real, es decir sin nada con valor como soporte. 
La reflexión a la que nos empuja Gaddis trata sobre el valor espurio de la base del sistema económico capitalista y, principalmente, sobre la forma en que esa falsa valoración de las cosas afecta a la vida de las personas. Gaddis realiza su crítica sin abandonar en ningún momento el tono irónico que le es propio llevando su narración a las lindes de lo tragicómico. La falsa verdad, impostada e inamovible, que subyace a todo nuestro sistema financiero (lo que es válido para EEUU lo es para el resto del mundo) y que hace que nos parezca de manera cíclica y recurrente que el capitalismo está al borde del colapso, que es un sistema insostenible, pero que nos sorprende con cada nueva reinvención del propio sistema que implica una vuelta a los viejos métodos que lo llevaron al borde de la ruina, no impide que podamos reírnos a pesar de la opresión que el sistema aplica a nuestras vidas. Si no somos capaces de apreciar la ironía de la vida quizás será mejor que nos dediquemos a la economía.
La crítica de Gaddis no está dirigida directamente contra el sistema (de hecho sí está dirigida contra el sistema, pero lo asume como mal inevitable) sino sobre la forma en que éste anula cualquier posibilidad de apreciar la belleza del arte. En Los reconocimientos se relativizaba sobre esa belleza a través de la imitación y la copia. En Jota Erre intenta demostrar como la realidad (en forma de agresivo mundo económico) arremete directamente contra todo “activo intangible”: contemplar las estrellas, la música, la creación literaria…

(Bast): —(…) escucha, lo único que quiero que hagas es que te olvides un momento de las deducciones esas de cinco centavos de los activos netos tangibles esos y escuches una obra de un músico extraordinario, es una cantata de Bach, la cantata número veintiuno de Johann Sebastián Bach, joder, Jota Erre, ¿no entiendes que lo que estoy tratando de, de mostrarte es que existen otras cosas que son, que son activos intangibles? (…)

Esta continua anulación de la belleza queda patente a través de la estructura de la novela, compuesta en su mayor parte de diálogos y conversaciones que tienden al monólogo solipsista. Hay una especie de pirámide dialogal que se corresponde en cierta manera con la pirámide de poder económico. Cuánto más alto se encuentra un personaje en esa (impostada) pirámide de poder, mayor es su tendencia a no escuchar a los que están por debajo. Las conversaciones de Jota Erre, y en general de todas las novelas de Gaddis, constituyen una demostración de la incapacidad de comunicación.
Ya lo comenté con anterioridad, todo en Gaddis deviene ruido, un ruido de fondo ominoso que apaga y oculta, e imposibilita acceder a, todos esos “activos intangibles” que conforman la belleza del mundo y el arte.
Por eso chocan con intensa fuerza los extraños y breves puentes entre escenas a cargo de un narrador omnisciente, cargados de una increíble prosa poética, que devienen (no es casual) irreales.
Lo que Gaddis demuestra con esas enérgicas descripciones es su voluntad de abandonar la Literatura para mostrarnos lo que en nuestros tiempos está ahogando a la propia Literatura: la chabacanería de las voces de la realidad. Lo grandioso de Gaddis es que voltea esa propuesta y es capaz de elevar a Literatura la vulgaridad de las conversaciones cotidianas.

Y eso es casi todo lo que puedo decir. Nada puede sustituir al marasmo intelectual que provoca la lectura de Jota Erre. No soy capaz de explicar cómo Gaddis es capaz de arrastrarnos a través de conversaciones torrenciales que no llevan a ninguna parte y al mismo tiempo mostrarnos, como fondo a esos infructuosos diálogos, la evolución de la historia que nos cuenta. Y por otra parte resulta sorprendente la relación que se establece entre las novelas de Gaddis. Lo normal es que una novela rememore o tome prestados temas de anteriores novelas. Jota Erre es impensable sin Los reconocimientos, es cierto, pero en esta novela se anticipan los temas de las siguientes novelas de Gaddis. Así, de la misma forma que Jota Erre finaliza en un hospital, Su pasatiempo favorito se inicia en otro y Oscar Crease, su protagonista, hereda algunos rasgos de personajes de Jota Erre, incluida la obra de teatro plagiada de Platón, al mismo tiempo que el niño atrapado en una escultura que aparece brevemente en Jota Erre será uno de los temas principales de SPF; la explotación de minerales en África, tiene su sentido en Gótico carpintero, que supone la exacerbación de la falta de comunicación; y, por supuesto, Ágape se paga, narrada por uno de los protagonistas de Jota Erre, publicada póstumamente, es la demostración de la imposibilidad de escribir la historia de la pianola como símbolo de la falsedad de nuestros tiempos, un tema que atraviesa Los reconocimientos y Jota Erre. Quizás, como Gaddis no pudo escribir esa tesis sobre la pianola a causa del ruido de fondo, nos dejó estas cinco magníficas novelas. 
Cinco obras maestras luchando contra el ruido de fondo.

(El fragmento de la traducción de JR a cargo de Mariano Peyrou, para editorial Sexto Piso)

26/10/12

Jo confesso (Yo confieso), de Jaume Cabré


La verdad, debo confesar que al principio quedé deslumbrado por la estructura narrativa de la novela de Cabré. Los continuos cambios de primera a tercera persona y el solapamiento de narraciones ambientadas en distintas épocas históricas siguiendo la estela de un violín pluscuamperfecto, sin que por ello se vea afectada la fluidez del texto, crean en el lector un agradable desconcierto.
Pero antes de que el libro esté mediado, el autor comete el error de desvelar a qué obedecen esas peculiaridades narrativas, haciendo que el misterio del recurso narrativo se convierta en instrumento autorial. A partir de ese momento la sensación de fluidez se transforma en impresión de ser dirigidos. Y los personajes, sobre todo aquellos relacionados históricamente con el violín, pasan a ser marionetas dirigidas por el autor. Y empiezas a sospechar, acertadamente, que todas esas historias no van a conducir a ninguna parte. Y el horror histórico que pretende denunciar, se convierte en lugar común, en una narración leída cien veces.
Finalizada la novela compruebas que, efectivamente, las historias no llevan a ningún lado y algunos personajes, la hermanastra y el sobrino, por ejemplo, son instrumentos para justificar un simple acto.

Tal vez no estoy siendo justo.

Yo confieso es una novela más que digna.

Ocurre que la estamos analizando desde el lado incorrecto. Porque bajo su apariencia de novela sujeta a condicionamientos estilísticos, de ejercicio de narrativa elaborada, lo que oculta Yo confieso es su carácter de best-seller.

Esto, en principio, no es necesariamente malo.

Pero dificulta cualquier comentario analítico (si es que eso ha ocurrido alguna vez en este blog) de la novela: ¿La desdeño automáticamente por ser un best-seller? ¿muestro mi reconocimiento a la valentía de intentar aunar un ejercicio narrativo destacable por tener cierta dificultad con una lectura amena? ¿critico que tras una apariencia seria y profunda, apelando incluso a Arendt y su banalidad del mal, se emplea, paradójicamente, la levedad?

¿Y no es acaso este el mismo problema que tenemos cada vez que intentamos comentar las novelas de, pongamos por ejemplo, Paul Auster, John Irving, Haruki Murakami…? Entiendo que comercialmente funciona muy bien. Se trata de novelas, y esta de Cabré también lo es, con una elaborada fachada narrativa y un espíritu lúdico e intrascendente. Novelas leves y amables con el lector, al que, además, halagan.

Lo que me fastidia con estas novelas es que nadie se atreve a catalogarlas con los best-seller, acaso porque su calidad literaria es un poco superior a la media, ni tampoco junto a la narrativa más exigente, a la que pretender imitar. Paradójicamente, a causa de estar en el punto medio, reciben el reconocimiento conjunto de crítica y lectores. O eso o yo estoy completamente equivocado y esta clase de narrativa, esta y no otra, es la que realmente se quiere leer y vender. Tiernos gatitos con apariencia de tigres feroces.

Aquí viene la digresión más o menos malvada.
Mientras leía Yo confieso, cuando empecé a darme cuenta que el artificio se desmoronaba al ser desvelado y ya no pensaba en la historia que me contaba sino en cómo estaba construida, la relacione, injusta y miserablemente, con Los reconocimientos de Gaddis. En ambas novelas el personaje principal es un niño prodigio (o superdotado, no sé… esa extraña y literaria noción que tenemos del genio) A Gaddis le bastan un par de capítulos para sentar las bases psicológicas del personaje, mostrar su contradictoria educación, la prodigiosa capacidad artística del personaje y su consecuente personalidad extraviada. En Cabré no hay nada de eso. El niño aprende varios idiomas, nos dice, el niño es un genio del violín, nos dice, padre y madre tienen distintos planes para la educación del niño, nos dice. Pero lo único que vemos es a un niño normal que juega con sus juguetes. Como si a cualquiera de nosotros nos hubiesen dicho en nuestra infancia, mira, a partir de mañana vas a ser un niño prodigio. Dicho y hecho. El personaje es un genio sólo nominalmente. Podría haber sido azul. Cuando crece nos dice que el personaje es un erudito, nos dice que pasa su vida estudiando y escribiendo, nos dice que tiene problemas en sus relaciones sociales, pero todo eso queda completamente desmentido por sus acciones. Nos dice todo eso, pero podría habernos dicho cualquier otra cosa, porque en el fondo no tiene mayor trascendencia. Mientras que en Gaddis (y, repito, la comparación es injusta) toda la construcción del personaje tiene consecuencias tanto en lo que acontece como en la forma de narrar la historia, en Cabré todo es accesorio y obedece, incluso contradictoriamente, al hilo narrativo. Redunda en lo que comentaba de la levedad. Debemos, si queremos entrar en el juego, aceptar la genialidad del personaje igual que hubiésemos tenido que aceptar su azulidad dado el caso, pero eso, ni en el fondo ni en la forma, afecta, justifica y aporta nada a la narración. Esa característica nominal del personaje junto a la peculiar estructura narrativa lo que confiere a Yo confieso su punto de originalidad, pero el conjunto es leve e intrascendente.

En definitiva una novela digna y liviana, un divertimento pseudohistórico, un, llamémosle así, best-seller de calidad, innecesariamente largo al redundar en las peculiaridades de su narrador y ser estas irrelevantes.


10/5/12

Los reconocimientos, de William Gaddis (y V)

Los reconocimientos es una novela compleja. Pero, a diferencia de lo que ocurre con otras, el lector al concluirla no se queda con la sensación de haber escalado una alta y escabrosa montaña en la que una vez plantado en la cima se pregunta ¿y ahora qué?. No. Los reconocimientos es una novela compleja y satisfactoria. Deja las suficientes pistas en el texto para que el lector pueda descubrir las distintas claves internas, no tanto ocultas sino sutilmente camufladas. No es una novela hermética con un significado oculto. Quizás se pueda decir que tiene una estructura laberíntica. La cuestión, siguiendo el precepto que Wallace elaboraría años después, es que Gaddis consigue gratificar al lector. No lo trata con desprecio ni se sitúa por encima de él. Sencillamente nos hace sentir inteligentes. Es tortuoso pero de manera ingeniosa. Una línea aparentemente intrascendente en una digresión, una simple frase entre otras, justifica y explica los hechos que ocurren cien o doscientas páginas después. Los personajes aparecen y desaparecen a lo largo de la novela obedeciendo a una planificación narrativa cuya estructura un escritor no podrá más que calificar de envidiable. No hay en el texto concesiones al azar, todo cuanto se menciona en el texto es trascendente, o recurrente o forma parte de una sucesión de imágenes que se repiten a lo largo de la novela.
Vayan unos ejemplos.
Hay un personaje que es confundido con otro del mismo nombre que ha sido mencionado a través de un recorte de periódico o de una transmisión radiofónica. El drama del personaje homónimo es tenido por otros personajes por cierto, mientras que el drama real del personaje que conocen es ignorado.
La ya mencionada secuencia de nombres con el que es designado el protagonista, Wyatt, él, Stephan, Stephen… y la mención al reyezuelo y otras, nos remite a La rama dorada de Frazer. El papel del padre de Wyatt, el reverendo Gwydon, queda claro en esta trama. Copio de la wikipedia : “Su tesis (de Frazer) de trabajo es que las viejas religiones eran cultos de fertilidad que ocurrían alrededor del culto y sacrificio periódico, de un rey sagrado. Este rey era la reencarnación de un dios que moría y revivía, una deidad solar que llevaba a cabo un matrimonio místico con la diosa de la Tierra, la cual moría en la cosecha y se reencarnaba en la primavera. Frazer afirmaba que esta leyenda es predominante en casi todas las mitologías mundiales” Uno de los aspectos destacables de las religiones primitivas es el poder de la palabra. Conocer el nombre verdadero de un Rey le derrota. Creo recordar que la investigación de Frazer se iniciaba en el festival de Nemi y con la pregunta que el guardián sagrado del bosque pronunciaba: ¿cuál es mi nombre? Robert Graves ahonda en la importancia sagrada del nombre en La diosa blanca. Así pues lo que Gaddis hace es ocultarnos el nombre de Wyatt (quizás porque descubrirlo sería derrotarlo, comprenderlo, humanizarlo) y elevar a categorías míticas el texto de Los reconocimientos (al mismo tiempo que lo hace perfectamente legible sin esa otra segunda lectura)
El último ejemplo es más bien una confesión. Y la verdad es que me preocupa. He perdido a uno de los personajes, no acabo de entender su función en la historia. Hay en el texto una especie de subtrama de espías y asesinos (subtrama, todo hay que decirlo, pynchoniana avant-la-letre) y en ella un personaje cuya función e incluso sus apariciones, se me escapan. El Padre Martin y los motivos de su “final”.
Algún día volveré a Los reconocimientos y seguiré atentamente las huellas de ese personaje.

En conclusión, se podría decir que la yuxtaposición de contrarios es lo que hace de Los reconocimientos una obra magistral. Es erudita y mundana, compleja en su estructura y satisfactoria para el lector, crítica con la sociedad pero amable con sus personajes con los que llegamos a identificarnos (que conste que no estoy muy seguro de que esta identificación sea “amable”), coral y personal, trascendente y con un sentido del humor incisivo y sarcástico.
En cualquier caso es una novela fundamental e imprescindible que nos permite comprender toda la narrativa estadounidense desde su publicación hasta nuestros días.

(Y sí, ¡despidan a esos bastardos!)
(Una novela con mono es mucha más novela. Y más si se llama Heraclés)
(Y no digo nada del gatito para no entristecer a la concurrencia… pero, si habéis leído la novela… ¿no os parece fantástico ese capítulo? Una fiesta en la que hay muchos niveles físicos narrativos, esta el gato, el bebe gateando, la niña que pide pastillas y la estola de piel perdida a nivel del suelo, luego los invitados y la casa… no sé, pero me quedo fascinado)
(Creo que será finalmente en 2013 cuando Editorial Sexto Piso reeditará Los reconocimientos y J.R. de William Gaddis… ya no habrá excusa)

9/5/12

Los reconocimientos, de William Gaddis (IV)

(viene de aquí)

Uno de los mayores logros de Los reconocimientos es el tratamiento de los personajes por parte de Gaddis. Destacando sobre todo el de Wyatt Gwydon.
En la anterior entrega ya comenté por encima que cuando está en Madrid, Wyatt ya no es Wyatt. De hecho, hacia la segunda parte de la novela, el narrador deja de referirse a Wyatt por su nombre y para mencionarle emplea un escueto “él”. En ocasiones debemos adivinar la presencia del personaje en la historia por lo que hace y dice, por cómo va vestido. Es posible que en alguna ocasión se oculte bajo el nombre de Padre Gilbert Sullivan. Finalmente, en Madrid, Sinisterra, que ahora se llama Yak (un nombre empleado con anterioridad en la narración) le consigue documentación falsa por lo que a partir de entonces el personaje pasa a denominarse Stephan. Finalmente le reconoceremos bajo el nombre de Stephen.
¿Podemos decir en cada momento que Wyatt es Wyatt? ¿es el mismo Wyatt en cada parte de la narración? Como ya digo, Gaddis nos obliga a reconocerle en cada uno de sus avatares pero en cierta manera no tenemos una seguridad implícita de que nuestro “reconocimiento” sea válido.
La palabra “reconocimiento” aparece 81 veces en el texto.
Ese es el juego al que nos invita Gaddis, a “reconocer” a los personajes, las situaciones y los entorno, a participar activamente en la lectura. Como cita José Luis Amores en el perfil de William Gaddis publicado en Que Leer, David Foster Wallace dijo que “el desafío del escritor es enseñarle al lector que él (el lector) es más inteligente de lo que pensaba”. Y eso es lo que hace Gaddis en Los reconocimientos. Respetar y ensalzar al lector, jugar junto a él a desenmarañar un laberinto narrativo. No hay trampas en la novela, no hay deslealtad por parte del autor, no hay infidencia. Es una construcción elaborada que contiene todas las pistas para ser comprendida y, al mismo tiempo, es una reflexión sobre la condición humana que a todos nos implica.
Y en ese juego que nos propone Gaddis los personajes son las fichas.
Los personajes no son mencionados continuamente. Gran parte de la narración transcurre en fiestas multitudinarias o en reuniones de varios personajes en distintos sitios. Creo que ha sido en A READER'S GUIDE TO WILLIAM GADDIS'S The Recognitions by Steven Moore donde he leído que estar apostillando a cada momento “dijo tal”, “dijo cual”, hubiese lastrado una novela, ya de por sí muy extensa, con texto innecesario. A pesar de eso, por lo general no resulta difícil distinguir a cada uno de los personajes por los temas a los que se refieren y por la forma en que lo hacen (algo que Gaddis llevó hasta sus últimas consecuencias en Gótico carpintero) El lector debe reconocer a cada uno de los personajes, pero es destacable la forma en que Gaddis consigue que nuestro reconocimiento lector no coincida con el que los personajes tienen del resto de ellos. Como si el lector tuviese acceso a cada uno de los personajes pero el resto de los personajes solo pudieran contemplar la “máscara social” de los otros. De nuevo todo reconocimiento deviene en una visión subjetiva de la realidad para los personajes y con ello las relaciones sociales aparecen como otro tipo de falsificación.

(Y todo esto nos previene contra la falsificación de las conclusiones que como lectores podamos sacar de la novela y sus personajes, ya que toda novela, en última instancia, es una falsificación de la realidad)

Gaddis no juzga el comportamiento de los personajes. Al menos no directamente. Muestra sus acciones y sus palabras y deja que sea el lector establezca las pertinentes relaciones empáticas con ellos. La verdad es que, por lo general, la impresión que sacamos no es demasiado buena. Contemplamos en cada uno de ellos acciones reprochables al mismo tiempo que se establece cierta corriente de simpatía. Nos identificamos con ellos pero de una forma distante, como no queriendo aceptar los aspectos negativos que cada uno de ellos acarrea y que en cierta manera nos afecta, ya que nos “reconocemos” en ese entramado social falsificado que Gaddis nos muestra.

El arte, la religión, la vida social, el comportamiento de los personajes. La falsificación, la irreverencia, la impostura.

(continuará y finalizará)

Nota 1: Una de las citas más celebradas de Los reconocimientos:

Anselm: “¿Sabéis a quien envidio? Envidio a Tourette. Pusieron su nombre a una enfermedad, una de lo más puñeteramente extraño (…) Envidio al doctor Hodking (…) Pusieron su nombre a una enfermedad. (…) ¿Sabéis a quien envidio? (…) Envidio a Cristo, pusieron su nombre a una enfermedad

Nota 2: Gaddis, innominado, aparece en alguna ocasión en el texto. Hay que seguir una mancha de huevo en la manga de su chaqueta:
He escrito una historia de la pianola . Una historia completa. He tardado dos años; lo he metido todo. ¿Qué pasa con la gente? ¿Qué es lo que quieren leer?, ¿sexo todo el tiempo? ¿Política? (…) Algún día lo imprimiré yo mismo en papel cebolla japonés, encuadernado en vitela… no sé. (…) Vitela blanca con estampaciones de oro…


Nota 3: Leyendo las notas de Steven Moore, descubro que Gaddis le había confesado que cuando escribió Los reconocimientos no había leído de Faulkner más que El ruido y la furia. La frase que Max atribuye a Faulkner en el texto de Otto “no se puede inventar la forma de una piedra”, no aparece en la novela de Faulkner.
En un capítulo anterior de Los reconocimientos, mientras aún está escribiendo su obra de teatro, La vanidad del tiempo, Otto, después de una conversación con Wyatt, anota en su cuaderno: “Originldad no invnción sino snsación d rcuerdo, rconocmiento, modlos ya vtos, cit. Uno no pde invtar l frma d una piedra”.
La frase, “no se puede inventar la forma de una piedra”, que Otto confiesa habérsela oído a un tipo, debe ser obviamente de Wyatt.

7/5/12

Los reconocimientos, de William Gaddis (III)

(viene de aquí)

Ya he comentado que entre el burdo falsificador Max y el creador auténtico (que no voy a mencionar) se encuentra el personaje central de la novela, Wyatt, quien, tras la muerte de su madre en un viaje a España, donde está enterrada, es criado en un pueblo por su padre, un erudito reverendo que se consume en el estudio de los orígenes del cristianismo, y por su tía May, una severa puritana. En ese ambiente de confusión religiosa Wyatt desarrolla sus dotes artísticas. A los trece años reproduce con total exactitud y detalle la tabla de Los siete pecados capitales y las cuatro postrimerías de Hieronimus Bosch.






La obra original (Oleo sobre tabla, 120 x 150 cm) se exhibe en el Museo del Prado. Pero en nuestra historia fue comprada por el reverendo Gwydon y empleada como mesa hasta que Wyatt la sustituye por su copia, idéntica al original de su padre y la vende. Para su perplejidad, vuelve a aparecer en manos de un oscuro coleccionista de arte para el que trabaja creando falsificaciones. La autenticidad o falsedad de la mesa con la tabla de El Bosco sirve para argumentar la subjetividad de la apreciación de la Obra de arte genuina. De hecho lo que hace Wyatt es reproducir con las mismas técnicas y los mismos elementos obras preexistentes para luego crear otras a la manera de antiguos artistas, con lo que el límite entre autenticidad y falsedad queda completamente diluido.
La parte inmoral del proceso, ya que debemos considerar a Wyatt un verdadero artista, radica en el ánimo de lucro del coleccionista que contrata a Wyatt para que “cree” obras para su colección. Wyatt enloquece, quizás a causa de la controversia moral que su actividad genera o quizás intoxicado por los pigmentos que emplea en la elaboración de sus falsos-auténticos cuadros.

"This table top was the original (though some fainaiguing had been necessary at Italian customs, confirming it a fake to get it out of the country), a painting by Hieronymus Bosch portraying the Seven Deadly Sins in medieval (meddy-evil, the Reverend pronounced it, an unholy light in his eyes) indulgence. Under the glass which covered it, Christ stood with one maimed hand upraised, beneath him in rubrics, Cave, Cave, D videt" (The Recognitions, p. 25)

En la tabla pueden leerse las siguientes inscripciones:

Bajo el ojo de Dios, en el centro:

CAVE CAVE DEUS VIDET
(vigila vigila Dios ve)

La banda superior y la inferior contienen textos en latín del capítulo 32 del Deuteronomio:
Abajo:

Entonces dijo: Les ocultaré mi rostro, / para ver en qué terminan

Arriba:

Porque esa gente ha perdido el juicio / y carece de inteligencia. Si fueran sensatos entenderían estas cosas, / comprenderían la suerte que les espera.

Estos motivos pueden ser el motor narrativo de la novela de Gaddis.

Hay un momento de la narración que transcurre en Madrid, cuando Wyatt no es Wyatt y Sinisterra, responsable de la muerte de su madre, no es Sinisterra (ya lo explicaré más adelante) en que el primero desaparece todos los días mientras que el otro piensa que está enfermando por estar continuamente de juerga. Lo que ocurre es que (el personaje que posiblemente es) Wyatt visita diariamente el Museo del Prado. Obviamente, aunque no esté explícito en el texto, debe ver todos los días la tabla de El Bosco.

El asunto de la tabla resume en sí misma los dos grandes temas de Los reconocimientos, la falsificación y la religiosidad. Pero, al igual que ocurre con las relaciones y los comportamientos sociales, el tratamiento que Gaddis le da a la religión es el de otra falsificación o impostura. Hay muchos ejemplos graduales en la novela de inmersión vital en el sentimiento religioso. Pero me quería detener un momento en el reverendo Gwydon y sus peculiares sermones y con su final conversión al mitraismo, que considera origen de los ritos cristianos, y que en última instancia es tratado como síntoma de locura. En cierta manera Gaddis plantea un retorno a las fuentes del fenómeno religioso.
Ya en las primeras páginas se menciona al reyezuelo como símbolo del sacrificio sucesorio (*) y el tema del pájaro aparece en numerosas ocasiones a lo largo de la novela, una de ellas bastante significativa, como ya mencioné

Volveremos sobre el tema.

Más aquí: Wikipedia: Mesa de los pecados capitales

(*) Pynchon también menciona a Frazer y Graves en V

(continuará)

6/5/12

Los reconocimientos, de William Gaddis (II)

No es posible hablar mal de Los reconocimientos después de Jack Grenn
De todas formas me pregunto qué es lo que ha cambiado desde la década de los 50 del siglo pasado para que todos los supuestos defectos que los críticos atribuían a la primera novela de Gaddis puedan ser ahora considerados virtudes. Quizás ahora nadie se atreviese a realizar una crítica negativa de
Los reconocimientos, no tan solo por Green (sí por Green aunque no directamente), al menos en esos términos. Me gustaría leer una crítica negativa de la novela y discutir los argumentos empleados siempre que no sean los que empleó Green. Porque incluso en esa guerra ficticia que lleva un tiempo rondando por el mundillo literario, entre el “bando realista” encabezada por Franzen que enarbola un estandarte con la efigie de Dickens y la del “postmodernismo” (o lo que sea) con la efigie de D.F. Wallace, sería difícil encasillar Los reconocimientos de Gaddis, porque es justamente lo contrario de ambos bandos. Emplea el realismo pero un "realista" se negará a reconocerlo y... lo dejamos aquí porque la nota se hará eterna.
No voy a negar que el texto encierra cierta dificultad, sobre todo a la hora de seguir a los personajes, pero una vez que el lector ha entrado en el juego narrativo todo parece brillar y cada uno de ellos tiene una posición asentada y concreta dentro de la trama, una personalidad propia y distinguible. Entonces todo fluye… o no.
En cierta manera se podría decir que
Los reconocimientos es una obra coral que se cierra sobre sí misma, que solicita una segunda lectura para volver a transitar por esos pasajes nebulosos e insertados en la trama como caídos del cielo. Volver a repasar Los reconocimientos es descubrir como algunos de los detalles que no nos habían quedado claros nos habían sido desvelados a priori, pero cuando los habíamos leído éramos unos ingenuos desorientados en las redes de Gaddis. Lo más sorprendente de esta novela es la coherencia interna y la prodigiosa organización narrativa en el que nada obedece al azar, aunque éste, deliberadamente, parece controlar la historia.

Mientras iba leyendo la novela tenía una sensación extraña. La de que Gaddis, y sobre todo
Los reconocimientos, era el eslabón que nos permitía pasar históricamente en términos de “evolución narrativa”, de William Faulkner hasta Thomas Pynchon.
Por ejemplo, y esto es una tontería, en varías ocasiones aparece como tema algo llamado “vicio inherente”. No es más que una casualidad anecdótica que puede descartarse ya que es una expresión frecuente. Sin embargo existe un nexo de unión entre Pynchon y Gaddis, sobre todo en la forma de desarrollar algunas escenas, sobre todo en las que aparecen varios personajes. En mi cronología lectora, azarosa desde el punto de vista temporal, aparece primero Pynchon. Por eso puedo preguntarme ahora cuánto debe
V a Los reconocimientos.
El nexo con Faulkner es más explícito.
El tema principal de
Los reconocimientos es la falsificación en su más amplio sentido: como reproducción física de lo ya existente y como impostura social.
Así, Otto, uno de los personajes, que se pasea con un brazo completamente sano en cabestrillo, ha escrito una obra de teatro. Tras un azaroso periplo de mano en mano, su manuscrito parece desaparecer. Posteriormente Max, que se apropia de su texto y lo publica con su nombre y otro título, le comunica a Otto que su obra ha sido rechazada porque parece ser un plagio de
El ruido y la furia, de Faulkner. El capítulo en el que se desvela esto concluye con Otto afirmando que odia a Max porque “él sobrevivirá”. Si bien es cierto que las palabras de Otto son premonitorias, Max sobrevive a pesar de ser desenmascarado, hay algo faulkneriano en la afirmación. Si Gaddis hubiese empleado la expresión “they endured”, que aparece en el epílogo de El ruido y la furia, hubiese resultado más que evidente, concluyente. Y no sé si de alguna manera Gaddis está dejando pistas sobre su propia novela y sus posibles influencias. Es un tema a desarrollar.
Max sobrevive porque al final de la novela Gaddis precipita a sus personajes a una especie de debacle final en la que uno a uno los personajes van cayendo. Y es curioso y representativo que Max, que roba la obra de Otto, que copia las
Elegías de Duino, de Rilke en su libro de poemas, que compra cuadros de pintores en declive y los expone con su firma colgados bocabajo, que representa el fraude burdo y descarado y que alcanza el éxito sobornando a críticos, finalmente sobreviva. Max; “they endured”.
Opuesto completamente a Max aparece el único personaje que crea una obra propia y personal. No revelaré nada, ni su nombre, sólo diré que la única obra original que aparece en toda la novela tiene consecuencias catastróficas.
Entre estos dos personajes y principal foco narrativo de la novela, aparece Wyatt Gwydon.

Pero volvamos a Faulkner. Uno de los aspectos más destacables de
Fire the Bastards! de Green, es la coincidencia casi común en los primeros críticos de Los reconocimientos en emparejar la novela de Gaddis con el Ulises de Joyce. No veo en que manera se puedan comparar más allá de la, relativa, dificultad de ambos textos. No encuentro en Gaddis nada de Joyce aparte de que explora el camino que el Ulises había abierto, el de la libertad narrativa, el de no adscripción al clasicismo realista. Lo mismo podría decirse de las novelas de Faulkner. El Ulises es en cierta manera la explotación hasta sus últimas consecuencias de Todos los géneros y Todos los estilos de la narrativa hasta la época de Joyce. No hay en Los reconocimientos nada de esa exploración exhaustiva estructural y lingüística que hacen del Ulises una obra excepcional. Pero eso no va en demérito de Gaddis, su novela es excepcional pero en otro sentido. Los críticos de la época que denuncia Green fallaron estrepitosamente al buscar un referente a la novela de Gaddis. Como decía Green había que despedir a todos esos bastardos que, obviamente, no habían leído la novela para reseñarla. De haberlo hecho, se hubiesen dado cuenta que el referente más evidente y explícito es el de Faulkner. En El ruido y la furia se narra con distintas voces, de la caótica a la iracunda, un profundo drama familiar. Eso es lo importante en Los reconocimientos, que nos está contando una historia, mientras que, se podría decir, que no hay más tesis en el Ulises que la exploración de los límites de la propia narrativa. Faulkner empleó la exploración de Joyce para ponerla al servicio de la narración. Y Gaddis sigue el mismo camino.

(continuará)

1/5/12

Los reconocimientos, de William Gaddis

Hay una escena que me ha llamado mucho la atención en la novela de Gaddis.
Un escritor estadounidense en un monasterio español sigue a un monje, compatriota suyo y uno de los personajes principales de la obra, hasta un punto elevado desde el que se puede contemplar el amanecer sobre las montañas por encima de los tejados del pueblo.

Mire el cielo, le dice el monje al escritor, “¿Es que nadie lo pintó hasta que lo hizo El Greco? Mírelo, el cielo español

Allí, en el amanecer sobre una colina que domina el valle, los dos personajes sostienen una conversación. El monje habla. Habla de las Pléyades, de su padre, del que dice que fue un rey, de que no le han dejado entrar en el convento. El portero le ha dicho que fuese a donde le buscan. El escritor entiende mal, piensa que se refiere a entregarse por haber matado a un hombre. El monje dice que matar a un hombre no da ningún fruto, “Matar a un hombre, no, eso no tiene nada que ver, se acaba ahí mismo” y siguen hablando. Los errores de la vida, los pecados, ¿cómo se expían?, se pregunta el monje, contraponiendo a cada posibilidad la opción de sobrevivir a ello. Y después debes sobrevivir a sobrevivir. Una discusión sobre la vida y la muerte.
Entonces ocurre lo chocante. El escritor resbala y se hiere en la mano que empieza a sangrar. A causa del resbalón un pájaro levanta el vuelo pero el monje lo atrapa. Y conversan. El hombre herido tendido en el suelo y el monje con el pájaro en la mano, en la luz del amanecer. Y el monje dice que debe irse, que las campanas del monasterio suenan anunciando su partida. Dilige et quod vis fact, ama y haz lo que quieres, le dice el monje al escritor y le pide que lo anote.
El pájaro vuela.
El escritor se deshace del trozo del papel.

Todas esas palabras, las últimas palabras del personaje, se perderán como… como… como anotaciones arrojadas al suelo en la puerta de una iglesia.

Obviamente, y lo digo con total certeza, uno de los guionistas de Blade Runner, o Hampton Fancher o David Peoples, había leído Los reconocimientos de William Gaddis. La escena más famosa de la película, la conversación entre Deckart y Batty, no aparece en la novela de P. K. Dick en la que vagamente se inspira. Pero es en su puesta en escena y temática similar a la de la novela de Gaddis.

Esto podría ser una curiosidad pero, teniendo en cuenta que el tema principal de Los reconocimientos es la falsificación, el fraude y la copia, me parece relevante. Principalmente porque la propia novela justifica las apropiaciones y se mueve en ese lindero en el que la falsificación es indistinguible de la copia en todos sus aspectos, excepto en el de la originalidad. Y la única obra original que aparece en la novela de Gaddis tiene efectos catastróficos.

(Continuará)

19/2/12

¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green

He aquí un arduo trabajo: Comentar un libro en el que se recogen y critican una serie de reseñas negativas que aparecieron sobre Los reconocimientos de William Gaddis, a partir de 1955, año de su publicación, una novela que no he leído. Para aumentar la dificultad resulta que la traducción y el prólogo corren a cargo de dos amigos, Rubén Martín Giráldez y José Luis Amores

El primero de estos inconvenientes se solventará cuando la editorial Sexto Piso publique Los reconocimientos, ya que todos los libros de Gaddis serán publicados por esa editorial.
El segundo es inevitable.

Si lo pienso bien hacer una reseña de un libro contracrítico que ataca y derriba la falta de agudeza crítica de aquellos profesionales que viven de eso, sin haber leído esas reseñas, nada más que los fragmentos que selecciona Green (que, por otra parte, escribió el texto bajo pseudónimo en la revista que autoeditaba-mimeografiaba newspapers) y sin conocer de primera mano la novela de Gaddis y, teniendo en cuenta que Green analiza todos los recursos críticos negativos (sin ir más lejos hace un momento he deslizado uno) que se emplean recurrente, ególatra, paternalista y despiadadamente hacen que ¡Despidan a esos desgraciados! sea, al menos desde mi posición, un libro imposible de reseñar.

Además, estoy acatarrado.

Este es un libro didáctico. Algunos aprenderán la inconsistencia de escribir reseñas negativas sin haber leído un libro. Por mi parte, he sentido vergüenza, leyendo algunos de los errores más frecuentes de la crítica, de algunas cosas que he escrito y que deben estar en las profundidades del blog. En mi descargo diré que no me pagan por hacer esto… pero esto no quita que en muchas ocasiones me deje llevar por los malditos clichés.
Entonces, ¿qué puedo decir de ¡Despidan a esos desgraciados! ? ¿qué me ha enseñado muchas cosas sobre este complejo mundo de la crítica?:

Tomen nota sobre el truco: por una cuarta parte de dólar les ofrezco instrucciones completas sobre cómo ser reseñista. Es fácil vender una reseña después de una sola lectura superficial del libro, un truco sencillo probablemente usado por la mayoría de los reseñistas de Los reconocimientos: leed por encima la novela, sin prestar mayor atención, pero tomando nota de cada punto disperso que se le ocurra a vuestra dispersa mente. Después de “terminar” el libro siempre se puede establecer alguna relación entre las notas (no importa lo incoherentes que sean). Lee de nuevo el blurb, consulta en tu lista numerada de clichés y decide cuál es el más adecuado. Ahora reescríbelo bien en jerga especializada y recuerda: los lectores tampoco han leído aún el libro


¿George Lucas había leído a Jack Green?: “¡Cómo se esconde el odio! La ira se oculta bajo el desprecio, el desprecio bajo la condescendencia y la insinuación (…); la completa indiferencia, que, dedicada a la grandeza, no es distinta del odio

La mitad de los reseñistas no aciertan a disimular del todo su odio hacia Los reconocimientos. La mayoría de sus textos (y la totalidad de los textos del resto de reseñistas) no se arriesgan. Su indiferencia y su torpeza esconden un gran desagrado, no solo por los libros geniales; los críticos están aburridos de su trabajo de pose, no les gusta ningún libro. Los buenos libros son simplemente un poco más exigentes, algo más fatigosos, eso es todo


Perdonad. Estaba leyendo la contratapa para ver que más podía decir sobre el libro de Green.

En fin… Green es un entusiasta de Gaddis. Le llegaron a llamar “el primer fan de Gaddis”. En algunos momentos pienso que sus observaciones son un tanto subjetivas y exageradas, pero hay que contextualizar el texto de Jack Green en su medio (un fanzine) y su época (finales de los 50) y entenderlo como una diatriba premeditadamente excesiva intentando socavar la estrechez de miras de los medios culturales oficiales y la falta de ambiciones de éstos.
Este es un negocio complicado. Leyendo textos como el de Green me doy cuenta que con el blog me he metido en un berenjenal del que es imposible salir impoluto. Lo que hay que evitar a la hora de reseñar son los clichés que enumera Green: el de la extensión, el de “lo ambicioso”, el del autor primerizo, el de la falta de disciplina, el de la erudición, el de la dificultad, el de la compasión y el de lo negativo (no hay trama, no hay desenlace, los personajes no son lo-que-sea, etc)

Pero todo eso no impide que haga frases tan contundentes como esta: "¡Hemingway fue un escritor pésimo!"

Aplausos para Green… aplausos para Steven Moore que preparó la edición original cuya trascripción digital, respetando las peculiaridades ortográficas de Green, puede leerse aquí: Fire the Bastards!

Los textos entrecomillados de la traducción de Rubén Martín Giráldez para Alpha Decay


Y una mejor reseña a cargo de José Luis Amores, quién si no.