To Brooklyn Bridge (Proemio a The Bridge); Hart
Crane:
How many
dawns, chill from his rippling rest
The
seagull’s wings shall dip and pivot him,
Shedding
white rings of tumult, building high
Over the
chained bay waters Liberty--
Then, with
inviolate curve, forsake our eyes
As
apparitional as sails that cross
Some page
of figures to be filed away;
--Till
elevators drop us from our day . . .
I think of
cinemas, panoramic sleights
With
multitudes bent toward some flashing scene
Never
disclosed, but hastened to again,
Foretold to
other eyes on the same screen;
And Thee,
across the harbor, silver-paced
As though
the sun took step of thee, yet left
Some motion
ever unspent in thy stride,--
Implicitly
thy freedom staying thee!
Out of some
subway scuttle, cell or loft
A bedlamite
speeds to thy parapets,
Tilting
there momently, shrill shirt ballooning,
A jest
falls from the speechless caravan.
Down Wall,
from girder into street noon leaks,
A rip-tooth
of the sky’s acetylene;
All
afternoon the cloud-flown derricks turn . . .
Thy cables
breathe the North Atlantic still.
And obscure
as that heaven of the Jews,
Thy guerdon
. . . Accolade thou dost bestow
Of
anonymity time cannot raise:
Vibrant
reprieve and pardon thou dost show.
O harp and
altar, of the fury fused,
(How could
mere toil align thy choiring strings!)
Terrific
threshold of the prophet’s pledge,
Prayer of
pariah, and the lover’s cry,--
Again the
traffic lights that skim thy swift
Unfractioned
idiom, immaculate sigh of stars,
Beading thy
path--condense eternity:
And we have
seen night lifted in thine arms.
Under thy
shadow by the piers I waited;
Only in
darkness is thy shadow clear.
The City’s
fiery parcels all undone,
Already
snow submerges an iron year . . .
O Sleepless
as the river under thee,
Vaulting
the sea, the prairies’ dreaming sod,
Unto us
lowliest sometime sweep, descend
And of the
curveship lend a myth to God.
Hart Crane vivió en la casa desde la que Washington Roebling,
ingeniero jefe de la construcción del puente de Brooklyn, paralítico desde que
enfermó por síndrome de descompresión trabajando en los cimientos, dirigía con
la ayuda de un catalejo los trabajos. El padre de Roebling, original ingeniero
del proyecto, había muerto años atrás a causa del tétanos provocado por un
accidente durante la construcción. Dicen que Crane, desde ese privilegiado
observatorio, compuso su obra maestra, The bridge. Por causas que se pueden
bucear en los libros de historia (y no es casual que lo mencione, ni que lo
haga de esta manera) finalmente Crane, en 1932, cuando se encontraba realizando
en barco un viaje entre México y Nueva York, se arrojó desde la borda delante
de decenas de testigos gritando "¡Adiós a todos!". Su cuerpo nunca
fue recuperado.
Insomne como el río que pasa debajo de ti / tú que abovedas
el mar, hierba que sueña en las praderas, / ven a nosotros, los humildes, baja /
y con tu curvatura ofrece un mito a Dios.
(De la traducción de Jaime Priede)
A raíz de esto recordé el caso de Arthur Cravan, que desapareció en
1918, en algún lugar del Golfo de México, durante una travesía por el
Atlántico. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Hart Crane,
Arthur Cravan, Nat Tate.
Sus cuerpos nunca fueron encontrados.
Tengo que decir que hay algo sobre el libro de Boyd, Nat
Tate 1928-1960: el enigma de un artista americano, que no se puede contar y
que, por supuesto, no voy a contar. Damos por hecho que sabemos la verdad que
nos negamos a aceptar.
Y la Verdad se encuentra en los textos, como en éste en el que Crane explica cómo construyó su monumental poema The Bridge:
"Emotionally
I should like to write The Bridge. Intellectually the whole theme seems more
and more absurd. The very idea of a bridge is an act of faith. The form of my
poem rises out of a past that so overwhelms the present with its worth and
vision that I'm at a loss to explain my delusion that there exists any real
links between that past and a future destiny worthy of it”
Quizás, partiendo de esas palabras de Crane, de la que la verdadera idea
de un Puente es un acto de fe, Nat Tate dedicó gran parte de su obra a la serie
pictórica sobre el puente.
Boyd es uno de los escritores británicos más interesantes y
ocultamente influyentes de nuestros días. Su obra ha sido eclipsada por la de
otros escritores británicos contemporáneos más mediáticos y que, a mi parecer,
tienen menos que aportar a la narrativa que Boyd. Lo que hace en El enigma de
un artista americano, basándose en los diarios de Logan Mountstuart (¡!), es
esbozar la personalidad de Nat Tate, un artista estadounidense de los años
cincuenta del que apenas quedan obras, para hacernos pensar sobre la
volatilidad del arte contemporáneo.
Como dice Calvo Serraller en el prólogo de la cuidada
edición del libro de Boyd a cargo de Ediciones Malpaso:
“¿Y entonces qué? Pues que tenemos que enfrentarnos al hecho desconcertante de que no sabemos qué es el arte contemporáneo; pero no (…) porque el arte de nuestra época sea “una tomadura de pelo” (…) sino por la imposibilidad de verificarlo. Y si no cabe la verificación tampoco se puede convertir el éxito en un canon salvo para determinar que el producto juzgado a tenido aprobación social o, lo que es lo mismo, tautológicamente, que el éxito significa éxito, pero no arte”
¿Intenta Calvo Serraller conducirnos hacia lo opuesto que su
racionamiento concluye? ¿Qué el fracaso si es arte? ¿O, de nuevo, el fracaso
significa fracaso, pero no arte? Nat Tate, según Boyd, se erige en epítome del
fracaso, con el agravante de que no hay apenas muestras que nos permitan
verificar (y juzgar) la magnitud de su obra artística ni la épica de su fracaso. En este caso, como
ocurre habitualmente en el arte contemporáneo, el espectador no solo ha sido
despojado de todos aquellos valores que le permiten apreciar una obra clásica,
por lo que debe acudir al juicio de “los expertos” para apreciar la validez de
la obra de arte contemporánea, sino que la misma obra artística le ha sido
arrebatada por el propio autor.
El enigma de un artista americano se convierte así en la
búsqueda del verdadero sentido del arte. Y, creo, que Boyd concluye que el arte
está demasiado ligado a lo humano. Queremos ver algo sublime en el arte, pero
quizás no obedezca más que a caprichos muy, muy terrenales. Y al final sus
cuerpos nunca fueron encontrados.
Y, sin embargo, Boyd construye un artefacto artístico
limitándose a plasmar la Verdad sobre Tate. Esa es la verdadera historia.
P.S.: Creo encontrar en Nat Tate: el enigma de un
artista americano, cierta relación con Los reconocimientos de Gaddis. Tate,
Wyatt, el ambiente alcoholizado artístico de New York, el “fracaso”…
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