“Sí” es la respuesta a una
pregunta que se formula en el texto. “Sí” es también la última
palabra de la novela como lo era el Sí de Molly Bloom en el
Ulises de Joyce. El “Sí” de Bernhard también lo
pronuncia una mujer. Como dice Luis Goytisolo en la edición de Sí,
traducida por Miguel Sáenz para Anagrama, el “final del Ulises,
que no obstante, si algo tiene que ver con el sí
que cierra este libro, será, en todo caso, por la similitud que cabe
establecer entre los opuestos”.
No tengo muy claro que se traten
precisamente de “opuestos”. Sin embargo tampoco hay relaciones
entre la novela de Bernhard y la de Joyce que nos haga pensar que en
la composición de Sí se haya tenido en cuenta al Ulises.
Algo que como ya comenté sí sucedía en Váramo, de César
Aira, a la que me atreví a llamar “deconstrucción del Ulises”.
Pero la elección de la palabra final
del texto, “sí”, su relevancia al ser escogida como título de
la novela y la inevitable relación que se establece con el “sí”
final más famoso de la literatura me hace pensar que no es casual y
que, además, se fomenta esa relación para mostrar las diferencias.
Cuando Goytisolo habla de opuestos entiendo que no quiere que se vea
una relación entre las dos novelas. Pero creo que más que opuestos
se trata de oposición. Y que para oponerte a algo lo primero que
tiene que hacer es tenerlo presente. No se trata de “la
similitud que cabe establecer entre los opuestos”, sino de la
oposición de textos relacionados. Bernhard no pretende oponerse al
Ulises sino escribir a la contra de Joyce. No se puede
escribir igual después de Joyce, aunque cientos, miles de escritores
piensen que sí se puede hacer. Y arriesgarse por caminos alejados de
los trillados por la narrativa convencional, escribir no para
complacer al lector sino por el empeño de consumar una obra
literaria que encierre la belleza formal de su composición, hace que
inevitablemente la obra y el autor se sitúen en la estela de Joyce.
Como no se puede escribir igual después de Joyce, el autor debe
asumir su influencia, aceptarla y adaptarla a sus objetivos
estéticos. Porque de lo que se trata, al menos en el caso de
Bernhard, aunque creo que debería darse en toda manifestación
narrativa, no es contar una historia sino crear una obra artística.
Y que lo sea a pesar de lo atroz y desmoralizante que sean los temas
tratados.
Puedo hacer una sinopsis de la novela,
explicar qué, cómo, cuándo y tratar sobre lo demoledor que es el
“Sí” final. Puedo hablar de Broch, de Musil, de Kafka, de Walser
e incluso de Goethe, para indicar los caminos que transita la
narrativa de Bernhard. Puedo hablar de la extrema dificultad de sus
textos y del esfuerzo que imponen al lector, aun tratándose de una
de las obras más asequibles de Bernhard (¿quizás por eso la más
famosa y reeditada?).
Lo que no puedo hacer es explicar el
placer estético que provoca su lectura.
Lo que debería hacer todo escritor
mediocre que osase leer a Bernhard sería o dejar de escribir
definitivamente o suicidarse. Eso sí, si les preguntásemos si
harían eso la respuesta sería “No”.
7 comentarios:
Bueno, leyendo a Bernhard no hay que descartar el suicidio.
Sí.
:-)
No he leído Sí, pero como escritor mediocre que soy, me pregunto con frecuencia cómo escapar a la (¿nociva?) influencia de la prosa de Bernhard y si no me convendría más suicidarme (literariamente).
Buena reflexión, saludos desde la habitación.
Nos pasa a todos. Yo casi tengo consumado el suicidio literario.
Un saludo y gracias por comentar.
Bernhard palidece al lado de Joyce. Pero Bernhard es arte en grado máximo.
Como no me he leído el Ulises de Joyce no puedo comparar, pero desde luego el "sí" final de este libro me parece que no podria haber estado mejor traído.
Pues si el "arte en grado máximo" palidece al lado de Joyce, entonces Joyce...
Y contra más lo pienso más genial me parece el final.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios.
Publicar un comentario