26/1/14

Jota Erre, de William Gaddis (y III)

¿Qué cuenta Jota Erre? En esencia la novela de Gaddis es una crítica al capitalismo centrada en el sistema financiero estadounidense. En ella, Jota Erre, un niño de once años, partiendo de una acción, real pero simbólica, de un dólar y un montón de publicidad que proponen inversiones engañosas levanta un entramado empresarial sin ninguna base económica real, es decir sin nada con valor como soporte. 
La reflexión a la que nos empuja Gaddis trata sobre el valor espurio de la base del sistema económico capitalista y, principalmente, sobre la forma en que esa falsa valoración de las cosas afecta a la vida de las personas. Gaddis realiza su crítica sin abandonar en ningún momento el tono irónico que le es propio llevando su narración a las lindes de lo tragicómico. La falsa verdad, impostada e inamovible, que subyace a todo nuestro sistema financiero (lo que es válido para EEUU lo es para el resto del mundo) y que hace que nos parezca de manera cíclica y recurrente que el capitalismo está al borde del colapso, que es un sistema insostenible, pero que nos sorprende con cada nueva reinvención del propio sistema que implica una vuelta a los viejos métodos que lo llevaron al borde de la ruina, no impide que podamos reírnos a pesar de la opresión que el sistema aplica a nuestras vidas. Si no somos capaces de apreciar la ironía de la vida quizás será mejor que nos dediquemos a la economía.
La crítica de Gaddis no está dirigida directamente contra el sistema (de hecho sí está dirigida contra el sistema, pero lo asume como mal inevitable) sino sobre la forma en que éste anula cualquier posibilidad de apreciar la belleza del arte. En Los reconocimientos se relativizaba sobre esa belleza a través de la imitación y la copia. En Jota Erre intenta demostrar como la realidad (en forma de agresivo mundo económico) arremete directamente contra todo “activo intangible”: contemplar las estrellas, la música, la creación literaria…

(Bast): —(…) escucha, lo único que quiero que hagas es que te olvides un momento de las deducciones esas de cinco centavos de los activos netos tangibles esos y escuches una obra de un músico extraordinario, es una cantata de Bach, la cantata número veintiuno de Johann Sebastián Bach, joder, Jota Erre, ¿no entiendes que lo que estoy tratando de, de mostrarte es que existen otras cosas que son, que son activos intangibles? (…)

Esta continua anulación de la belleza queda patente a través de la estructura de la novela, compuesta en su mayor parte de diálogos y conversaciones que tienden al monólogo solipsista. Hay una especie de pirámide dialogal que se corresponde en cierta manera con la pirámide de poder económico. Cuánto más alto se encuentra un personaje en esa (impostada) pirámide de poder, mayor es su tendencia a no escuchar a los que están por debajo. Las conversaciones de Jota Erre, y en general de todas las novelas de Gaddis, constituyen una demostración de la incapacidad de comunicación.
Ya lo comenté con anterioridad, todo en Gaddis deviene ruido, un ruido de fondo ominoso que apaga y oculta, e imposibilita acceder a, todos esos “activos intangibles” que conforman la belleza del mundo y el arte.
Por eso chocan con intensa fuerza los extraños y breves puentes entre escenas a cargo de un narrador omnisciente, cargados de una increíble prosa poética, que devienen (no es casual) irreales.
Lo que Gaddis demuestra con esas enérgicas descripciones es su voluntad de abandonar la Literatura para mostrarnos lo que en nuestros tiempos está ahogando a la propia Literatura: la chabacanería de las voces de la realidad. Lo grandioso de Gaddis es que voltea esa propuesta y es capaz de elevar a Literatura la vulgaridad de las conversaciones cotidianas.

Y eso es casi todo lo que puedo decir. Nada puede sustituir al marasmo intelectual que provoca la lectura de Jota Erre. No soy capaz de explicar cómo Gaddis es capaz de arrastrarnos a través de conversaciones torrenciales que no llevan a ninguna parte y al mismo tiempo mostrarnos, como fondo a esos infructuosos diálogos, la evolución de la historia que nos cuenta. Y por otra parte resulta sorprendente la relación que se establece entre las novelas de Gaddis. Lo normal es que una novela rememore o tome prestados temas de anteriores novelas. Jota Erre es impensable sin Los reconocimientos, es cierto, pero en esta novela se anticipan los temas de las siguientes novelas de Gaddis. Así, de la misma forma que Jota Erre finaliza en un hospital, Su pasatiempo favorito se inicia en otro y Oscar Crease, su protagonista, hereda algunos rasgos de personajes de Jota Erre, incluida la obra de teatro plagiada de Platón, al mismo tiempo que el niño atrapado en una escultura que aparece brevemente en Jota Erre será uno de los temas principales de SPF; la explotación de minerales en África, tiene su sentido en Gótico carpintero, que supone la exacerbación de la falta de comunicación; y, por supuesto, Ágape se paga, narrada por uno de los protagonistas de Jota Erre, publicada póstumamente, es la demostración de la imposibilidad de escribir la historia de la pianola como símbolo de la falsedad de nuestros tiempos, un tema que atraviesa Los reconocimientos y Jota Erre. Quizás, como Gaddis no pudo escribir esa tesis sobre la pianola a causa del ruido de fondo, nos dejó estas cinco magníficas novelas. 
Cinco obras maestras luchando contra el ruido de fondo.

(El fragmento de la traducción de JR a cargo de Mariano Peyrou, para editorial Sexto Piso)

23/1/14

Jota Erre, de William Gaddis (II)

Weia! Waga!
Woge, du Welle,
walle zur Wiege! 
Wagalaweia!
Wallala, weiala weia!

ΕΒΦΜ ΣΑΟΗ ΑΘΘΦΒΡ
FROM EACH ACCORD
From each according to his ability, to each according to his need. 
Jeder nach seinen Fähigkeiten, jedem nach seinen Bedürfnissen.
De cada uno según sus capacidades, para cada uno de acuerdo con sus necesidades.
Kart Marx, "Crítica del Programa de Gotha", 1875.


They afterwards took me to a dancing saloon where I saw the only rational method of art criticism I have ever come across. Over the piano was printed a notice:
PLEASE DO NOT SHOOT THE PIANIST.
HE IS DOING HIS BEST.
The mortality among pianists in that place is marvelous.
Oscar Wilde, “Impressions of America”, 1883.


—Cuidado, Tom, cinco Jones te van a atropellar con su mierda de gari…
—¿Qué dice?
—Dice sin cojones, coño…
—Madre, coño…

Si todos los instrumentos pudieran cumplir su cometido obedeciendo las órdenes de otro o anticipándose a ellas, como cuentan de las estatuas de Dédalo o de los trípodes de Hefesto, que, según dice el poeta "entraban por sí solos en la asamblea de los dioses", si las lanzaderas tejieran solas y los plectros tocaran sobre la cítaras, los maestros no necesitarían ayudantes ni esclavos los amos.
Aristóteles, Política.


Así éstos conversaban. Tetis, la de argénteos pies, llegó al palacio imperecedero de Hefesto, que brillaba como una estrella, lucía entre los de las deidades, era de bronce y habíalo edificado el cojo en persona. Halló al dios bañado en sudor y moviéndose en torno de los fuelles, pues fabricaba veinte trípodes que debían permanecer arrimados a la pared del bien construido palacio y tenían ruedas de oro en los pies para que de propio impulso pudieran entrar donde los dioses se congregaban y volver a la casa. ¡Cosa admirable! Estaban casi terminados, faltándoles tan sólo las labradas asas, y el dios preparaba los clavos para pegárselas. 
Homero, Iliada, canto XVII, 368 y ss

(Bast): —El Departamento de Arte ha prometido que el oro del Rin de verdad llegaría el viernes, así que hoy tendréis que hacer como si estuviera. Haced como si estuviera ahí, brillante y reluciente, estais nadando alrededor, protegiéndolo, pero ni en sueños se os ocurriría que se encuentra en peligro. Ni en sueños se os ocurriría que alguien pueda atreverse a intentar robarlo, ni siquiera cuando aparece el enano. El enano Alberich, que primero llega buscando amor.

(Gibbs): — (…) igual que Bizet fue condenado por parecerse a Wagner pero no ser Wagner por parte de gente que nunca había oído a Wagner y no podía entender a Bizet (…)


Una carta de Mozart a su prima.

Mademoiselle, ma trés chére Cousine 
Vous croyez peut-être, ou vous pensez, que je suis mort ! — — que j'ai crevé ? — ou trépassé ? — mais non ! Ne le pensez pas, je vous prie ; car penser et chier font deux ! — Comment pourrais-je aussi joliment écrire si j'étais mort ? — Comment serait-ce bien possible ? — — — De mon si long silence je n'entends point m'excuser, car vous n'en croiriez rien ; mais ce qui est vrai reste vrai ! — J'ai eu tant à faire que j'avais certes le temps de penser à la petite cousine, mais non d'écrire, donc j'ai dû y renoncer. 
Mais à présent j'ai l'honneur de vous demander comment vous vous trouvez et vous portez ; si vous allez bien à la selle — ou si vous avez la varicelle — si vous m'aimez encore un peu — ou si vous écrivez en bleu — si pour moi votre coeur est tendre — ou si vous songez à vous pendre — ou si vous m'en vouliez, qui sait? à moi qui suis un benêt ; si vous seriez prête à faire la paix, sinon, ma foi, je lâche un pet ! Mais vous riez — — victoria ! — — Que nos culs soient signes de paix ! — Je pensais bien que vous ne pourriez me résister plus longtemps. Oui, oui, sûr de mon fait je suis, dussé-je encore chier aujourd'hui, même si dans 15 jours à Paris suis. Si donc vous me voulez répondre, depuis Augsbourg qui n'est pas Londres, écrivez-moi dans la semaine, pour que la lettre me parvienne, sinon je crains qu'elle ne se trotte, et qu'au lieu d'elle j'ai une crotte. Une crotte ! — — Crotte ! — ô crotte ! — ô doux mot ! — Crotte ! — Suçote ! — Joli aussi ! — Crotte, suçote ! — Crotte ! — Léchote — Ô charmante ! — Crotte, léchote ! Ça me réjouit ! — Crotte, suçote et léchote ! Suçote crotte, et léchote crotte — — Pour en venir à autre chose : vous êtes-vous déjà bien amusée au carnaval? À Augsbourg on peut en ce moment s'amuser mieux qu'ici. Je souhaiterais d'être auprès de vous afin de pouvoir bien gambader avec vous. Ma maman et moi, nous présentons tous deux nos compliments à M. votre père et Mme votre mère, et nous espérons que vous êtes tous 3 en fort bonne santé. Nous le sommes, grâce et louange à Dieu. Ne crois pas ça. D'autant mieux, mieux d'autant. A propos : où en est la langue française ? - Pourrai-je bientôt écrire toute une lettre en français ? - De Paris, n'est-ce pas ? - Dites-moi : avez-vous encor le spunicunifait ? - Je le crois. Mais il me faut encore, avant de conclure, car je dois bientôt m'arrêter, parce que je suis pressé, car je n'ai dans l'instant absolument rien à faire ; et puis aussi, parce que je n'ai plus de place, comme vous voyez ; le papier est bientôt fini ; et je suis aussi déjà fatigué ; les doigts me brûlent à force d'écrire ; et enfin aussi je ne saurais pas, s'il y avait vraiment encore de la place, ce que je pourrais encore écrire, sinon l'histoire que j'ai en tête de vous raconter. Écoutez donc. Il n'y a pas longtemps que cela s'est passé ; c'est arrivé ici dans le pays. Cela fit d'ailleurs sensation ici, car cela semble impossible ; d'ailleurs, soit dit entre nous, on ne sait pas encore l'issue de l'affaire. Donc, en bref, c'était à 4 heures d'ici environ, je ne sais plus l'endroit - - c'était un village ou quelque chose d'approchant ; eh bien, c'est finalement indifférent que ce fût Tribsterill, où la crotte s'écoule dans la mer, ou Burmesquick, où l'on tourne les tous du cul de travers ; en un mot, c'était un endroit, voilà. Il y avait là un pasteur ou berger, qui était déjà assez vieux, mais qui avait tout de même encore l'air robuste et vigoureux ; il était célibataire, et bien pourvu, et il vivait fort agréablement. Ah, il faut encore que je vous dise, avant de vous conter l'histoire en détail, qu'il avait une tonalité effrayante quand il parlait ; on ne pouvait qu'avoir peur en l'entendant causer. Enfin, pour évoquer brièvement l'affaire, il faut que vous sachiez qu'il avait aussi un chien qu'il appelait Bellot, un très beau grand chien, blanc avec des taches noires. Eh bien, un jour, il allait avec ses moutons, dont il avait 11 mille sous ses ordres ; et il avait un bâton à la main, avec un joli ruban rose pour le tenir. Car il ne partait jamais sans bâton. C'était une sorte d'usage ; continuons. Après avoir marché une bonne heure, il fut fatigué, et il s'assit près d'une rivière. Enfin il s'endormit, et voilà qu'il rêva qu'il avait perdu ses moutons, et de frayeur il s'éveilla, mais vit alors, à sa très grande joie, qu'il avait de nouveau tous ses moutons. Enfin il se leva, et il repartit, mais pas longtemps ; car au bout d'une demi-heure à peine, il arriva à un pont, lequel était très long, mais bien prémuni des deux côtés, afin qu'on ne pût pas en tomber ; alors il considéra son troupeau ; et parce qu'il lui fallait passer le pont, il se mit à faire traverser ses 11 mille moutons. 
A présent ayez l'obligeance d'attendre que les 11 mille moutons soient passés, car je veux vous conter toute l'histoire. Je vous ai déjà dit qu'on n'en sait pas encore l'issue. J'espère néanmoins que, tant que je vous écris, ils seront sûrement passés ; sinon, cela m'est bien égal ; pour moi, ils auraient aussi bien pu rester de ce côté-ci. Ils n'avaient qu'à s'amuser en attendant; tout ce que j'en savais, je l'ai écrit. Et il vaut mieux que je me sois arrêté, plutôt que d'ajouter des mensonges. Aussi bien, alors vous n'auriez rien cru de toute l'histoire, tandis que là — croyez-moi — ça n'est que la moitié que vous ne croyez pas. Maintenant je dois conclure, même  si je trouve ça dur ; qui commence doit aussi s'arrêter, sinon il ne fait qu'embêter. À tous mes amis faites mes compliments, et qui ne le croit qu'il me lèche le fondement, de maintenant jusqu'à la fin des temps, jusqu'à ce que je sois intelligent. Le malheureux aura de quoi faire, en y pensant mon coeur se serre, je crains qu'il n'ait pas son content : de crotte ne saurais chier tant ! Adieu, petite cousine, je suis, je fus, je serais, j'ai été, j'avais été, j'aurais été, ô si j'étais, ô que ne suis-je, Dieu veuille que je sois, je serais été, je serai, si je serais, ô que je serais, j'aurais eu été, j'aurais été, ô si j'avais été, ô que n'ai-je été, Dieu veuille que j'eusse été, quoi ? — un balourd17. Adieu, ma chère cousine pas voisine ! — je suis le de fait véritable cousin.
Mannheim, le 28 fév. 1778 Wolfgang Amadé Mozart 



(Gov. Cates): —(…) "joder, que quede bien claro que con el único negocio que no me voy a arruinar es el negocio del libro, siempre pensé que Vida se avergonzaba tanto de todo el dinero que la familia de él había ganado con el cemento, joder, que la industria editorial le parecía la forma más rápida de librarse de él"

(Teakell): —(…) “De hecho hace poco coincidí con él en el sitio ese tan acogedor que hay ahí, al lado de la oficina de correos, y me pasó un libro llamado El ascenso de la meritocracia, algunas ideas muy interesantes, comandante, se lo dejaría si pensara que sabe leer. Hay que pagarles a esos chavales un sueldo en lugar de ponerles notas y podrían aprender en qué consiste Estados Unidos en realidad”

¡El poder absoluto podría alcanzar!
¿Si no consiguiera el amor, 
no podría con astucia, 
obtener el placer? ¡Seguid riendo!
¡El nibelungo se dispone 
a jugar con vosotras!
(...)
¿Todavía no tenéis miedo?...
¡Pues, haced ahora el amor
en la oscuridad, húmedas criaturas!
¡Yo apago vuestra luz,
arranco el oro de la roca 
y forjaré el anillo de la venganza!
Que las aguas lo oigan:
¡maldigo por siempre al amor!.

Frase final de Alberich, escena primera del Preludio de El Oro del Rhin.

(Bast): —(…) escucha, lo único que quiero que hagas es que te olvides un momento de las deducciones esas de cinco centavos de los activos netos tangibles esos y escuches una obra de un músico extraordinario, es una cantata de Bach, la cantata número veintiuno de Johann Sebastián Bach, joder, Jota Erre, ¿no entiendes que lo que estoy tratando de, de mostrarte es que existen otras cosas que son, que son activos intangibles? (…)

Los textos pertenecen a la traducción de JR a cargo de Mariano Peyrou, para editorial Sexto Piso.

21/1/14

Trayectorias

¿Cómo darle a esto cierta coherencia? De hecho lo único que pretendo es insertar unas cuantas fotos que implican a los autores de las mejores novelas (o no) que he leído estos últimos tiempos. Y las fotos tienen que ver con una especie de casualidad.
Todo empieza con un post de Bernardo Luis Munuera en La manía de leer sobre Vollmann


Cuando recibí la copia de la entrevista publicada en el número 142 (Noviembre de 1995) de la revista Quimera una de las cosas que me llamaron la atención (aparte de la coherencia de sus declaraciones como escritor y el agradable shock que me produjo la mención a Galdós como influencia) fue el hecho de que Vollmann posase en territorio conocido, Las Ramblas de Barcelona.



Tal vez sea porque estoy lejos de esas calles ahora, pero sentir que mis trayectoria y las de Vollmann se aproximaron alguna vez me hizo sentir bien. 
Y esto no tiene nada que ver con nada.
Luego pensé en todos los sitios en los que Vollmann ha estado y en las sorprendentes mutaciones de su persona.









Entonces recordé que Gaddis también pasó por España, como el personaje principal de Los reconocimientos:



Bueno, esto no va a ninguna parte, ni pretendía hacerlo.
Pero ahora estoy leyendo Esto no es una novela de David Markson (Por cierto, Hanna O. Semicz ha escrito brillantemente sobre esta no-novela de Markson)

Escribe Markson: "William Gaddis murió de cáncer de próstata"
Él conoció a Gaddis.


Markson murió.
Todas esas trayectorias coincidentes tanto reales (como las de Markson y Gaddis) como imaginarias (las mías y las de Vollmann) se diluyen tras la muerte. De eso hablaré cuando termine Esto no es una novela.

Editado una semana después:
Abrumado por la cantidad de muertes que pueblan las páginas de Esto no es una novela olvidé mencionar la nota de Markson que nos devolvía al principio del post, a esa Barcelona por la que han transitado escritores y artistas, trayectorias perdidas en el tiempo que se han cruzado con las mías, o no.
En fin:
"Una vez a W.H. Auden lo arrestaron por orinar en una plaza pública de Barcelona"

20/1/14

En defensa de Saunders.

En Subal Quinina, o El Artista Antes Conocido Como Subal Quinina, hace en su blog una defensa de Saunders en respuesta al post que publiqué días atras.
El texto original en catalán lo podéis encontrar pulsando AQUÍ.

Con permiso de SQ, me he tomado la libertad de traducir su post y subirlo al Lamento, como recuerdo a la “guerra de blogs” y también porque junto a mi anterior post, constituye el inicio de la Teoría Geométrica del Relato, que otros desarrollarán.

(Me he tomado la libertad de cambiar los títulos de los relatos que propone como ejemplo SQ siguiendo la edición de Alfabia, algo que creo que no le hará mucha gracia. De todas formas en su post original se encuentran los títulos de la traducción al catalán)

Ahí va el texto de mi viejo camarada Subal Quinina:


Saunderismo extremo. Una respuesta al amigo Portnoy.


Este no será un post para lucirme -a veces lo intento- , sino para revivir aquel anacronismo llamado GUERRA DE BLOGS que tanto echamos de menos unos cuantos nostálgicos, esclavizados como estamos por los jodidos 140 caracteres que esta dictadura soft en la que nos encanta vivir nos impone. Así que no entenderán en absoluto de lo que expondré si antes:


- NO se han leído Diez de diciembre, de George Saunders (AVISO ÉTICO: trabajo en la editorial que lo ha publicado en catalán) , y
- NO se han leído este post del formidable Lamento de Portnoy (AVISO ÉTICO: un viejo camarada, querido y respetado )


Al amigo Port el libro no le ha gustado. ¿Nos molesta la disensión? ¿La discrepancia? NUNCA. Adoro la discrepancia. El rollo monolítico, el acuerdo total, es ¡fascismo! Un cementerio es más divertido que un rebaño de ovejas masticando acríticamente los habituales elogios vacíos de significado. Escrita esta obviedad, analizamos el argumentario de nuestro camarada, las razones que expone para concluir, tristemente, que el libro no le ha gustado, o más concretamente, que no la ha satisfecho, o sea, que no ha encontrado lo que estaba buscando. No podemos hacer nada ante la insatisfacción de un lector, naturalmente, sino lamentarnos. Pero el amigo Port utiliza alguna imagen, extraída del imaginario de Cortázar, que nos permite construir alguna teoría de fantaciència aplicada y levantarla como si fuera nuestra bandera para tratar de rebatir su argumentario.


Portnoy detecta una incompatibilidad entre los relatos (que deben ser circulares) con el formato libro (rectangulares) . Es una bella imagen que viene a decir que el libro está hecho para contener una novela o UN relato, y que no funciona tanto para contener un CONJUNTO de relatos. ( Port, si voy mal, corrígeme , ¡por Dios! )


Pienso que hay dos tipos de libros de relatos: 1) los que van ligados por un hilo invisible que hacen del conjunto una unidad, y 2) los que contienen un conjunto de relatos que van por libre -radicales libres, jajajaja-, relatos que no dialogan unos con otros. Confieso que yo siento especial atracción por el primer tipo de volúmenes. ¿Por qué? Pues porque me toca escribir contracubiertas. Es muy fácil leer un libro del tipo 1 y decir « miren, estos relatos constituyen un calidoscopio de reflexiones trepidantes sobre el tabaquismo ». (CONSEJO: escupid sobre una contracubierta que contenga la palabra trepidante: o el libro es una mierda, o bien nace huérfano de editor)


Un libro de relatos del tipo 2- radicales libres - es infinitamente más peligroso que uno del tipo 1. Constituye un reto para el redactor de contracubiertas - que se vuelve mono intentando buscar una unidad sobre la que construir su discurso -, y un desafío en toda regla para el lector - que ve aumentadas las probabilidades de sentirse estafado, dada la diversidad de estilos y temáticas que puede contener el libro - . Diez de diciembre cae en esta segunda raza de libros de relatos. Más o menos. Por tanto, admitámoslo: es un libro peligroso.


Atención, con este «más o menos» quiero decir que podemos encontrar tenues hilos unificadores en Diez de diciembre. Están, están, pero sólo se pueden captar con un mínimo de seguridad si conocemos un poco la obra anterior de Saunders, lo que resulta una pequeña aventura, debido a... bien, me abstendré de verter aquí mi bilis.


Pero tomemos el guante que nos lanza Portnoy con su post y usémoslo para decir lo que nos parezca. Dice el amigo Port: «Si consideramos un relato como una esfera [...] y seguimos con esa idea gráfica, resulta inconcebible “empaquetar” una serie de esferas dentro de un paralelepípedo (que sería también la idea gráfica, por su apariencia, que tenemos de un libro) sin que queden espacios vacíos entre ellas. Por decirlo de alguna manera, un libro de relatos está compuesto en gran parte de espacio vacío. Por eso no debemos leer de la misma manera un libro de relatos que una novela (que sería un artefacto sin vacíos)».
Esta imagen que expone Port me ha hecho pensar inmediatamente en un garabato que dibujé en las galeradas del libro cuando lo leía para escribir la contracubierta. Un garabato que hice justamente cuando me leía el relato que más ha disgustado a Port, «Los diarios de las chicas Sémplica». Dibujé un cuadrado y, dentro del cuadrado, un círculo. Recuerdo que apuntar que el cuadrado era la realidad, y el círculo circunscrito dentro era la imaginación. [O mejor, ligando con las teorías de Portnoy: Área del Cuadrado (realidad) - Área del Círculo (imaginación del Autor) = Área imaginación del Lector] Es la misma idea de Port aplicada a una escala menor, aplicada a un relato. La idea que Port esgrime para cargar contra los libros de relatos, a mí me sirvió, al contrario, por entender UN relato. Y aún diré más: «Las Chicas Sémplica» cumple con una idea que también apunta Port: « [...] creo que Cortázar venía a decir que un relato era una esfera que debía construirse desde dentro, empujando (el escritor) hasta que alcance el volumen adecuado». «Los diarios de las chicas Sémplica» se va hinchando poco a poco, el lector no sabe de qué cojones está hablando la voz narradora hasta que no lleva unas buenas páginas atónito o enfadado. El lector no entiende qué putas son eso de las CS, el lector se horroriza ante las flagrantes incorrecciones gramaticales -porque la voz narradora es un individuo por el que la escritura es un instrumento meramente funcional, como un estudiante que en lugar de escribir capitalismo escribe K- , vaya, que el lector no entiende nada de nada. Pero la esfera se va hinchando delante de sus narices. Y cuando la esfera - el relato - ya tiene una apariencia reconocible , aunque resulta que la esfera se deforma bajo la tensión insoportable del enigma CS y de repente CS se convierte con algo reconocible , y hace implosionar el relato para convertir en una distopía brutal que habla no de inmigración, sino de cómo ( no ) percibimos la inmigración o las circunstancias de los inmigrantes o la cosificación del Otro; que no habla de nuestros valores morales, sino de cómo de equivocados podemos estar incluso cuando pensamos que estamos haciendo el bien; habla de cómo el amor paterno puede convivir con total normalidad con el más repugnante de los horrores (aquí hay un nexo clarísimo entre el relato de las Chicas Sémplica y los relatos «Vuelta de honor» y «Cachorro» ) (y también , por su carácter soft - distópico o de dictadura amable, con «Escapar de La Cabeza de Araña» o «Exhortación» ) . O sea, un simple relato de Saunders, si le das un poco de vueltas, puede ser una obra maestra polimórfica desde su perspectiva formal, moral, filosófica y literaria; un relato de Saunders, con su aparente sencillez, puede llegar a hablar de más cosas de lo que un escritor mediocre puede hablar en toda su carrera. Así lo pienso yo, vamos. Saunders no es cualquier cosa. Saunders obsequia a los esforzados, los que lo toman en serio .


Y ahora, Port, como homenaje al Triángulo Mágico donde habita nuestro amado Bolaño, y en homenaje a nosotros mismos, te regalo este dibujito. He aquí un libro de relatos de Saunders, por si solo, sin siquiera ponerlo en relación con sus otras obras:




16/1/14

Diez de diciembre, de George Saunders

En ocasiones me fastidia ser tan contradictorio.
Por una parte, tengo en un altar todos los libros de relatos de Alice Munro.
Por otra, los libros de relatos no me satisfacen.
Aquí mismo, en el blog, debe haber muestras de esta insatisfacción generalizada, de la que Munro es una de las excepciones, que me provocan las colecciones de relatos. Deberían haber pruebas de la herejía de condenar a escritores a los que admiro: Vollmann (Trece historias y trece epitafios), William Gass (En el corazón del corazón del país)…  o tal vez no. Tal vez no hay ninguna prueba porque no me gusta hablar mal por hablar, salvo en casos flagrantes. 

Pero me gustaría distinguir entre dos cosas: entre el Relato y los Libros de Relatos.

Ahora mismo no tengo la cita precisa, estoy lejos de mi biblioteca, pero creo que Cortázar venía a decir que un relato era una esfera que debía construirse desde dentro, empujando (el escritor) hasta que alcance el volumen adecuado. Si consideramos un relato como una esfera (creo que en más de una ocasión Cortázar empleó esa analogía) y seguimos con esa idea gráfica, resulta inconcebible “empaquetar” una serie de esferas dentro de un paralelepípedo (que sería también la idea gráfica, por su apariencia, que tenemos de un libro) sin que queden espacios vacíos entre ellas. Por decirlo de alguna manera, un libro de relatos está compuesto en gran parte de espacio vacío. Por eso no debemos leer de la misma manera un libro de relatos que una novela (que sería un artefacto sin vacíos)

(A lo que hay que añadir que los avispados editores no suelen ordenar los relatos de forma cronológica. En su lugar emplean un criterio subjetivo, pero no por ello desacertado, que les lleva a colocar los dos relatos más interesantes al principio y al final del libro, el primero para suscitar interés, el último para dejar un buen sabor de boca al lector. A pesar de eso, creo que ya lo he comentado más de una vez, la característica principal de todo libro de relatos es su irregularidad)

Admito ser un mal lector de libros de relatos. Los leo como si no existiesen esos espacios vacíos entre relato y relato, como si se tratase de una narración lineal y continua. Hace unos días que comenté en twitter que Saunders me estaba decepcionando. Para ser más preciso, comenté que no acababa de llenarme, que no me satisfacía.
No voy a cambiar de opinión, porque insatisfacción es la sensación general que me ha dejado el libro de relatos. Aunque debo admitir que Diez de diciembre, el texto que (¡atención!) cierra el libro (y le da título), me ha parecido un gran relato.
Lo que si que tengo que reconocer es cómo Saunders es capaz de plasmar distintas voces narrativas en cada uno de sus relatos. Es verdaderamente meritorio el empleo de esas voces y su disparidad relato a relato. Pero también ocurre que la voz narrativa se apropia demasiado de un texto independizándose del autor. Una de esas voces me ha parecido especialmente ridícula dando al traste con lo que pretendía comunicar… o no… tal vez era una historia ridícula y vulgar lo que Saunders quería transmitir a través de unos hechos distópicos. No sé.

En fin, aunque no me ha convencido plenamente, creo que Saunders tiene algo que hace que deba ser tomado en cuenta. No descarto volver a leer algunos de sus relatos en el futuro. 

Al parecer mi espíritu contradictorio también aparece cuando intento calificar a los autores de relatos.

6/1/14

Jotaerre, de William Gaddis (I)

En la página 436 de Jotaerre de William Gaddis (Ed. Sexto Piso) hago una pausa al leer lo siguiente: 
 “La pianola es una forma universal de tocar el piano. Universal, porque no hay nadie en el mundo que, si dispone de manos y pies, no pueda aprender a usarla, ¿eso le parece tan difícil, joder? Si dispone de manos y pies…” 

 Recordemos que en Los reconocimientos, uno de los personajes (que yo identifiqué con el propio Gaddis en su momento) hace un comentario sobre la pianola: 

“He escrito una historia de la pianola. Una historia completa. He tardado dos años; lo he metido todo. ¿Qué pasa con la gente? ¿Qué es lo que quieren leer?, ¿sexo todo el tiempo? ¿Política? (…) Algún día lo imprimiré yo mismo en papel cebolla japonés, encuadernado en vitela… no sé. (…) Vitela blanca con estampaciones de oro…”

En Jotaerre es Jack Gibbs quien hace el comentario, así que, al igual que Gibbs es el narrador innominado de Ágape se paga, es posible que apareciese en Los reconocimientos sin ser reconocido. La cuestión es que en la página anterior Gibbs afirma: 

“También ayudó aquí al señor Eigen (…) le ayudó con su obra, verdad, Tom, le dijo que eliminara el primer acto, que no se perdía nada, joder, le dijo que era Platón mal digerido (…) le dijo que el final quedaba demasiado claro, él mismo puede contárselo (…) un escritor que se está quedando sin ágape” 

Así, Tom Eigen es el equivalente a Oscar Crease en Su pasatiempo favorito. Ambos son los autores de Once at Antietam, la obra teatral inconclusa, que “plagia” en su primer acto los diálogos de Platón (“Platón rima con…”) y que forma parte de la trama de Su pasatiempo favorito. Siguiendo las anotaciones de Steven MooreJotaerre. descubro que en la página 407 de la edición de Sexto Piso, Eigen aparece un fragmento de Once at Antietam. También que ese “ágape” al final del fragmento de Gibbs, es la primera de una larga serie de menciones a la obra póstuma de Gaddis. 

El discurso etílico de Jack Gibbs en esta parte de la narración nos descubre una perspectiva totalitaria sobre el conjunto de la obra narrativa de Gaddis. 

Tanto la fallida obra teatral como el ensayo sobre las pianolas parecen obsesiones recurrentes. El ensayo ya aparece mencionado en su primera novela, Los reconocimientos y la obra en su segunda, Jotaerre. Es decir, previamente a la publicación de lo que son cinco obras maestras de la narrativa, Los Reconocimientos (The Recognitions, 1955), Jotaerre (J.R.,1975), Gótico carpintero (Carpenter's Gothic, 1985), Su pasatiempo favorito (A Frolic of His Own, 1994), Ágape se paga (Agapē Ágape, 2002 obra póstuma), Gaddis había escrito dos textos, que llamaremos “Pianola” y “Platón” que permanecieron inéditos. 

¿O no? 

Supongamos que “Platón” es una obra primeriza desarrollada a través de diálogos platónicos ambientada (si no recuerdo mal) en la sociedad pre-guerra de secesión estadounidense. Que el último acto de la obra sea escamoteado en Su pasatiempo favorito y que en Jotaerre se le califique de “demasiado claro” puede hacernos pensar que Gaddis no estaba satisfecho con su obra teatral a pesar de que con los comentarios que inserta en sus novelas sobre Once in Antietam quiera poner en evidencia a los críticos. 
“Pianola” ve la luz de una forma sesgada e intermitente en Ágape se paga. No es el ensayo en sí, sino una aproximación a “Pianola” a través del monólogo delirante de Gibbs. 
Sigamos suponiendo que ambos textos existen realmente. Entonces, lo que Gaddis quiere demostrarnos es que es imposible hablar de (escribir sobre) lo que realmente nos interesa. Los delirantes diálogos que conforman la estructura principal de sus narraciones insisten en la imposibilidad de comunicación, no tan solo por la pobre información que transmitimos oralmente, sino por la egoísta perspectiva de cada individuo, no dispuesto a aceptar más discurso que aquel que le atañe directamente. Mientras que Gaddis quería hablar sobre “Platón” y “Pianola” el ruido en primer plano (no un ruido de fondo) imposibilita cualquier tipo de comunicación. 
Sólo hay ruido. 
Y las novelas de Gaddis son la plasmación magistral del ruido de nuestras vidas.



Los textos de la traducción de Mariano Peyrou para Ed. Sexto Piso