12/1/06

Un Faulkner a la semana (VIII): Intruso en el polvo.

Intruder in the dust fue traducido en Buenos Aires como Intruso en el polvo. Con gran expectativa, compré el libro convencido de que asistiría a la caída de algún intruso derrotado y mordiendo el polvo.

Pero nada de eso había en el libro, ya que el traductor había interpretado la palabra dust de acuerdo con la primera acepción que ofrecía el Appleton o diccionario equivalente. No tuvo paciencia para encontrar una línea más abajo que dust también quería decir pelea, riña, polvareda. Señalo que como novela es bastante floja y que está llena de maldita buena intención. Pero lo que quiso decir Faulkner en el título y en el texto fue que el norte no debía intervenir en el problema blanco-negro del sur del país. Prometió, sin mayor esperanza, que algún día o año situado en el infinito, los blancos y los negros sureños darían fin a sus diferencias y todo terminaría en un fraternal abrazo, final feliz.


Así se expresaba Juan Carlos Onetti en 1991 en el artículo titulado Incursiones en Faulkner

Y, como se puede comprobar, el título de esa traducción al castellano ha perdurado sin que nadie, aparte de Onetti, haya intentado que se cambiase. Intruso en la lucha, una vez conocido el contenido de la novela, parece un título mucho más ajustado, pero pierde el encanto de lo hermético, de lo extraño, y no revelado a lo largo de la novela, de ese intruso en el polvo.
Es posible que, como dice Onetti, sea una novela floja y llena de “maldita buena intención”, aunque también es posible que estuviese confundiendo Intruder in dust con Go down, Moses, ya que, como comenté la semana pasada, Intruder podría ser, debería ser, es de hecho, parte de Go down. En cierta manera supone una reescritura de Pantaloon in black pero situando a otro personaje faulkneriano en el centro de la narración: Lucas Beauchamp el arrogante descendiente de los esclavos de los McCaslin a través de un doble incesto, mucho más McCaslin que ninguno de ellos y, por supuesto, mucho más que cualquier Edmonds, como ya vimos a propósito de Desciende, Moisés, personaje de quien todo Jefferson espera que se comporte como lo que es: “Primero tenemos que hacer que se comporte como un negro. Admitir que es un negro. Tiene que admitir que es un negro. Entonces quizá le aceptemos como parece pretender que se le acepte”
Es esa arrogancia, esa necesidad de proclamar su independencia, su individualidad frente al resto de la población, la que desencadena la historia que se cuenta en Intruso en el polvo, cuando Lucas se entrega al sheriff como autor de un crimen que no ha cometido. Podemos decir que la novela funciona como una novela policíaca a la inversa: Tenemos un crimen y un culpable y hay que demostrar que el culpable no cometió los hechos que el mismo se imputa. Los actos, o más bien los no-actos de Lucas Beauchamp, el intruso en la pelea, detonan una serie de acontecimientos en los que él apenas intervendrá.
El reverso narrativo de Lucas Beauchamp es un personaje recurrente en muchas novelas y relatos de Faulkner, Intruso en el polvo, El villorrio, La mansión, La ciudad, Gambito de caballo... se trata de Gavin Stevens:

Juan José Saer lo resumió de manera contundente:

Los escritores de la generación perdida, Hemingway, Dos Passos, Caldwell, Steinbeck, admiraban por cierto a Cervantes, pero el más genial, William Faulkner, declaró una vez: "Leo el Quijote todos los años, como otros leen la Biblia”. En cada uno de sus libros hay un Quijote; Byron Bunch en Luz de agosto, Horace Benbow en Santuario, el periodista flaquísimo de Pylon, que se asemeja al héroe de Cervantes incluso físicamente, Gavin Stevens en Intruso en el polvo, y así sucesivamente. Podríamos decir que la obra entera de Faulkner es una larga y fulgurante meditación sobre el tema cervantino del ideal y de su desastrosa puesta a prueba por la realidad.


Stevens además parece ser una especie de alter-ego del escritor, convirtiéndose en el narrador, aunque siempre por persona interpuesta como veremos, de la obras de madurez de Faulkner, comparte con él muchos datos biográficos, los reales y aquellos con los que el escritor mitificaba. Stevens es abogado en Jefferson y posee la inapreciable cualidad de saber acuclillarse junto a un grupo de campesinos (rednecks, que podíamos traducir por paletos o palurdos, término aparentemente despectivo pero quizás motivo de orgullo para ellos mismos... siempre según Faulkner) y hacerles sentir que es uno de ellos:

“Aquella misma cálida y luminosa mañana de julio, el mismo cálido y luminoso viento que agitaba fuera las hojas de las moreras sopló también en el despacho de Gavin Stevens, creando una apariencia de frescura en lo que tan sólo era movimiento. Alborotó entre los asuntos del fiscal del condado que había en su escritorio y sacudió la revuelta cabellera, prematuramente blanca del hombre que estaba sentado detrás, – su rostro delgado, inteligente e inestable y su arrugado traje de lino, en cuya solapa colgaba de la cadena del reloj la divisa “Phi Beta Kappa” – Gavin Stevens, Phi Beta Kappa, Harvard; doctor en Filosofía, Heidelberg, cuya oficina era su pasatiempo favorito, si bien le procuraba el sustento, y cuya verdadera vocación era una traducción inacabada del Antiguo Testamento al griego clásico en la que llevaba trabajando veintidós años”.
(De Desciende, Moisés).

Es el abogado que escogen habitualmente los negros, no porque le trate de forma especial, condescendiente, de igual a igual, si no porque ambos saben, cliente y abogado, que eso no es posible, y el abogado entiende los límites de una sociedad injusta y actúa en consecuencia. De alguna manera es el alma ética e idealista de Jefferson, de Yoknapatawpha, el instrumento con el que Faulkner expone su posición moral, tal vez un poco elitista y paternalista, pero sin soslayar su realidad y postergando para un tiempo mejor y futuro la solución a los problemas.
Stevens es algo más que un abogado, algo más que un detective ocasional: Funciona como un psicólogo que nos descubre la verdadera esencia del Sur de Faulkner.

Por su parte la narración recurre al mismo artificio que empleaba en algunas partes de Desciende, Moisés, y que será habitual en la trilogía de los Snopes, la focalización en un personaje preadolescente, presente continuamente en todos los hechos, a través de cuyos ojos el narrador omnisciente desarrolla la trama. En este caso el papel le corresponde a Charles “Chick” Mallison, sobrino de Gavin Stevens.
Habría que hacer un par de consideraciones en torno a como Faulkner emplea este recurso.
Veíamos hace poco como en La conjura contra América, Philip Roth empleaba un recurso parecido focalizando la narración en un niño, intentando preservar la inocencia de esa mirada que ve y se asombra, pero a través de la voz de ese mismo personaje ya de adulto. Los “él” de Faulkner, Ike McCaslin, Cass Edmonds, Chick Mallison, también niños, son focos narrativos un tanto extraños y en cierta manera paradójicos, ya que su principal característica es la de estar siempre presentes, pero no se trata de contemplar los acontecimientos a través de una mirada inocente. Los “él” de Faulkner parecen haber cambiado la inocencia por una sabiduría ancestral que les corriese por las venas. Su presencia en lo que se cuenta es determinante, fundamental, pero no hay inmersión narrativa en el “él”: No se narra lo que el foco, Chick en este caso, ve y siente; Faulkner narra desde detrás de los ojos de Chick sin abandonar la omniscencia característica de sus relatos. Y la voz de Faulkner, la voz de ese demiurgo, único propietario de su Condado, es muy fuerte, estridente, dominante... acalla las posibles voces de sus personajes.
En estas condiciones, y más que nunca, los lectores somos espectadores, como si el foco narrativo fuese una cámara y viésemos a través de ella, una cámara independiente y con personalidad propia, pero una cámara subsidiaria, que depende de otra cámara, la de Faulkner, que filma a la cámara, que analiza, que juzga.

Podríamos introducir un último elemento determinante en Intruso en el polvo: La muchedumbre, la masa enfervorizada dispuesta a linchar a Lucas. Esa turba que llegado un momento, cuando, según Stevens, “son demasiados” “suficientes ya para poder escapar avergonzados” y que en menor cantidad escogen “la alternativa rápida y simple de destruir el conocimiento de la vergüenza destruyendo al testigo de la misma”, o linchan o huyen a esconderse de su propia vergüenza”


Previos:
Bibliografía
Una fábula
Mosquitos
Santuario
El ruido y la furia
¡Absalón, Absalón!
La paga del soldado
Desciende, Moisés

1 comentario:

Anónimo dijo...

Terminé de leer la novela de Faulkner "Intruso en el polvo" hace unos días y ahora al leer esta nota vuelvo a repasar el libro muy detalladamente. Excelente nota. Los felicito.