19/1/06

Un Faulkner a la semana (IX): Sartoris

Faulkner recomendaba iniciar el tránsito por su obra empezando por Sartoris:

“...con Sartoris descubrí que mi propia parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella y que yo nunca viviría lo suficiente para agotarla, y que mediante la sublimación de lo real en lo apócrifo yo tendría completa libertad para usar todo el talento que pudiera poseer, hasta el grado máximo. Ello abrió una mina de oro de otras personas, de suerte que creé un cosmos de mi propiedad.”

¿Por qué Sartoris? ¿Por qué una novela de la que nunca estuvo satisfecho y que llegó a rescribir varias veces y a publicarla, íntegra o fraccionada, en distintas ediciones: Flags in the dust, Sartoris, The Unvanquished?

Creo que es porque en Sartoris Faulkner volcó gran parte de la realidad:
“Faulkner modeló conscientemente el carácter del Coronel Sartoris a partir del de su bisabuelo, William Clark Falkner, y varios de los hechos atribuidos a Sartoris (especialmente el ser destituido por sus tropas, construir un ferrocarril y morir a manos de un antiguo socio) le ocurrieron de la misma forma a Falkner”.
(Traducido de William Faulkner on the web )

Sartoris sería de alguna manera la novela fundacional del ciclo de Yoknapatawpha y donde Faulkner volcaría sus obsesiones recurrentes más personales: La historia de su bisabuelo, la pasión por la aviación, la aparición del automóvil como símbolo de una época que concluye, la decadencia de las familias terratenientes sustituidas por familias burguesas de comerciantes y negociantes, etc...

Sin embargo Sartoris no es una gran novela, no es una de las más conocidas de Faulkner, ni de las más apreciadas. Y Faulkner lo sabía. De ahí su empeño en rescatar una y otra vez la historia de su familia, enmascarada tras el nombre de Sartoris, rescribiendo, reelaborando la narración sin conseguir que los Sartoris superen o sean eclipsados por los Compson, los McCaslin-Edmons, los Sutpen... los delirios pesadillescos del reverendo Hightower en Luz de agosto, rememorando la misma escena de la guerra civil estadounidense que escribió Faulkner por primera vez en Sartoris, supera a ésta.

Creo que Sartoris, y que Faulkner así lo entendió, refleja cómo la realidad siempre es superada por la ficción. Sartoris le sirve a su autor para comprender que a la realidad, a la historia, por mucho apego sentimental que le tengamos, le falta siempre esa última vuelta de tuerca que lleva a esa dimensión trágica que sólo la literatura puede conferir.

Sartoris es historia personal de Faulkner. Yoknapatawpha y las familias que en el condado habitaron, “mediante la sublimación de lo real en lo apócrifo” son literatura explorando, reubicando la tragedia clásica, trasladando la antigua Grecia al Sur de los EEUU.

Sartoris es un ensayo, una prueba, que todavía arrastra lo que lastraba a Mosquitos, una excesiva simulación de la realidad, que, todavía, como ocurría en La paga del soldado, abusa del recurso conversacional del que después haría un uso tan escaso como preciso y contundente. Sartoris es la puerta que nos introduce en el condado de Yoknapatawpha, pero por la que se filtran retazos de realidad.
Fijémonos en esto: El coronel Bayard Sartoris muere en un accidente de tráfico; sus nietos, John y Bayard mueren pilotando un avión. Los primeros Sartoris en Yoknapatawpha murieron tras ser tiroteados.
Se adivina ya esa voluntad trágica, esa intención de magnificar la realidad, de mitificarla. Pero contra más cercana es esa realidad, más sórdida, aunque no por eso menos paradójica o susceptible de ser mitificada, se nos aparece.
Faulkner entiende que debe alejarse de esa realidad, de distanciarse de sus personajes. Ser Dios, más que ser deudor y descendiente.
Así lo hará en el futuro.



Ya daba por terminada la entrega cuando mi asesor literario, y a la vez mi más feroz crítico, me hace ver lo injusto de cuanto digo. Puede que Sartoris no sea una gran novela si la comparamos con el resto de las obras del autor, pero considerada individualmente puede que decir que “no es una gran obra” sea impreciso. Me recuerda que hay que destacar sobre todo la primorosa construcción de los personajes, de una profundidad humana poco habitual, reflejo de la implicación emocional de Faulkner en la composición de la obra. Que la estructura no es tan compleja como lo sería más adelante en otras novelas, es decir, que no juega con el lector ocultándole datos imprescindibles o actuando como si el lector pudiera saber más que lo que se le cuenta. Que, a diferencia de sus predecesoras, Mosquitos y La paga del soldado, no es un intento por encontrar una voz propia, sino una novela que muestra ya la madurez de un escritor, que anticipa lo que será en un futuro. Tal vez por eso, y por el descubrimiento de ese espacio propio, la novela está dedicada a Sherwood Anderson (gracias a cuya amabilidad llegó a publicarse mi primera novela, con la confianza de que este libro no le dará motivos para lamentarlo)

Tengo que aceptar la reprimenda, reconocer lo acertado de este punto de vista... sólo me queda apostillar, malignamente, que Sartoris es la novela más decimonónica de William Faulkner.


En A Rose for Emily , relato disponible en red, aparecen los Sartoris.

Previos:
Bibliografía
Una fábula
Mosquitos
Santuario
El ruido y la furia
¡Absalón, Absalón!
La paga del soldado
Desciende, Moisés
Intruso en el polvo

1 comentario:

Alejandro Verdi dijo...

es la cuarta novela que leo de Faulkner, después de Las Palmeras Salvajes, Mientras Agonizo y Santuario (en ese orden), y la verdad que la estoy disfrutando mucho. en parte por su sencillez, en parte por lo que contás de la construcción de personajes y, sobre todo, su habla. Miss Jenny me parece fascinante, al igual que las historias de guerra que cuenta Caspey, exagerando un poco, intuyo. todo eso, además de esa incomodidad que genera el joven Bayard al volver de la guerra, con su comportamiento errático, un poco desenfrenado. y sobre todo me gusta que esto no se diga de forma explícita (¿qué es explícito en Faulkner?), pero tampoco de forma tan críptica.
y las descripciones, madre mía, cómo se saborean esos paisajes sureños.
saludos!

Alejandro.