12/9/16

Las chicas, de Emma Cline

La realidad no puede ser un spoiler:

Dennis Wilson, batería y miembro fundador de los Beach Boys, conoció en 1968 a Charles Manson. En principio Wilson recogió a dos chicas que hacían autoestop que resultaron pertenecer al clan Manson, poco después se encontró a éste y a toda sus seguidores ocupando su casa. Una docena de desconocidos, en su mayoría mujeres, que poco a poco se fueron instalando en la mansión de Wilson. Quid pro quo: Sexo por alojamiento. El objetivo de Manson era aprovechar los contactos de Wilson para grabar un disco con sus propias canciones.


… “pero yo también lo oía, todo ese vacío en las canciones que te hacían ver que eran burdas, ni siquiera burdas, sencillamente malas: sensiblerías empalagosas, letras sobre el amor tan insulsas como las de un niño de primaria, como un corazón dibujado por una mano regordeta. Sol, flores y sonrisas. Pero, aun así, no era capaz de reconocerlo del todo”


Al final, durante el año 1969, periodo en el que transcurre la novela de Cline, el compromiso de decir que no a Manson recayó en el productor Terry Melcher.
Terry Melcher alquiló su casa a Roman Polansky y Sharon Tate.
Manson quería matar a Melcher. Al clan ni siquiera les importó que Melcher ya no viviera allí. Ni debieron saberlo.
Un detalle escabroso: Los cuatro salieron manchados de sangre de la casa en la que creían que vivía Melcher cantando “Qué será, será”. Terry Melcher era hijo de Doris Day.

[Nota: Hitler y la pintura, Manson y la música... ¿todavía no se ha dado el caso del escritor rechazado que se dedique a asesinar editores?]

Cline en Las chicas da por sentado que la historia de los brutales asesinatos de Cielo Drive perpetrados por Charles “Tex” Watson, Patricia Krenwinkel, Susan Atkins y Linda Kasabian, miembros de la Familia Manson y la relación que el clan mantuvo con Dennis Wilson son suficientemente conocidos. A partir de esos hechos crea una ficción cambiando los nombres de los personajes tomando como referencia el punto de vista subjetivo de una narradora que tiene cierta intervención en los sucesos para intentar explicar(nos)(se) los motivos y circunstancias que en la época podían impulsar a una adolescente a formar parte de una comunidad dirigida por un líder, Russell, con una especie de poder místico de convicción.
Sexo, drogas, mugre y mala música. Good vibrations.



Estábamos fundando, decía Russell, un nuevo tipo de sociedad. Sin racismo, sin exclusiones, sin jerarquías. Estábamos al servicio de un amor más profundo. Así lo decía él: un amor más profundo; su voz retumbaba en aquella casa destartalada de las praderas californianas, y jugábamos todos juntos como perros, revolcándonos, mordiendo y jadeando por el impacto del sol. Éramos apenas adultos, la mayoría y aún teníamos los dientes lechosos y nuevos. Comíamos cualquier cosa que nos pusieran delante. Gachas que se nos quedaban atascadas en la garganta. Pan con kétchup, virutas de carne ahumada de lata. Patatas empapadas en aceite de colza en espray.”


El punto de vista subjetivo de la narradora es sumamente conveniente para las intenciones de la autora. En primer lugar la narradora perteneció y no perteneció al clan que se describe en la novela. Pese a estar fascinada por la vida en esa nueva sociedad fundada por Russell y a su evidente atracción por una de las chicas, la narradora sigue atada a su pequeño mundo burgués en el que la idea de familia se va desmoronando. En segundo lugar la subjetividad sirve para que se sucedan una serie de imágenes narrativas de una fuerte carga poética al tiempo que crítica. Poética en cuanto rememora un sentimiento adolescente, crítica en cuanto la narración parece tener la perspectiva del tiempo como aliada. Todo esto confiere al personaje de la narradora una carga emocional ambigua y un carácter muy personal, subjetivo, por lo que todo juicio queda en manos del lector, si es que este cree que debe juzgarse.

Las chicas es una novela correcta... sea lo que sea lo que eso signifique.

(Bien, aquí viene ahora la reflexión sobre las cosas que se pueden leer en las solapas. “Las chicas fue el libro más codiciado en la Feria de Frankfurt de 2014”, “se plantea adaptar el libro a la pantalla”... Independientemente de su posible valor literario o narrativo, lo que se destaca es el dinero que se ha tenido que pagar por sus derechos (“el libro más codiciado”) y su próxima adaptación cinematográfica. ¿Qué es lo que realmente ocurre en el mundo editorial? Pues que se intenta no asustar al lector, no ya alabando las posibles virtudes literarias de una novela, sino descartando toda obra que ofrezca un grado de dificultad. Que una novela se vaya a adaptar al cine implica que su narración puede resumirse en imágenes. Lo que se le está diciendo al posible lector que vaya a comprar la novela de Cline es que no tenga miedo, que es una narración accesible cuya historia puede compendiarse en una proyección de poco más de hora y media. De hecho eso es lo que la mayoría de los catálogos editoriales ofrecen: “narraciones accesibles”. Y Las chicas lo es. Desde un “fundamentalismo” literario asegurar que una novela es “accesible” puede parecer un desmérito. Pero no necesariamente tiene que ser así. Las chicas es el tipo de narración que ofrece habitualmente Anagrama. Buena narrativa sin ambición literaria. Pero el hecho de que la ambición literaria haya desaparecido de los criterios de evaluación de una novela, que se valore más el dinero pagado o su adaptación cinematográfica dice bastante sobre el tipo de narrativa al que nos quieren empujar los grandes, poderosos, medios editoriales)


Los fragmentos pertenecen a la traducción de Inga Pellisa de The girls, Las chicas, de Emma Cline, para la editorial Anagrama.

1 comentario:

Gabriel Pombo dijo...

Muy acertada reseña