La realidad no puede ser un spoiler:
Dennis Wilson, batería y miembro
fundador de los Beach Boys, conoció en 1968 a Charles Manson. En
principio Wilson recogió a dos chicas que hacían autoestop que
resultaron pertenecer al clan Manson, poco después se encontró a
éste y a toda sus seguidores ocupando su casa. Una docena de
desconocidos, en su mayoría mujeres, que poco a poco se fueron
instalando en la mansión de Wilson. Quid pro quo: Sexo por
alojamiento. El objetivo de Manson era aprovechar los contactos de
Wilson para grabar un disco con sus propias canciones.
… “pero yo también lo oía, todo ese vacío en las canciones que te hacían ver que eran burdas, ni siquiera burdas, sencillamente malas: sensiblerías empalagosas, letras sobre el amor tan insulsas como las de un niño de primaria, como un corazón dibujado por una mano regordeta. Sol, flores y sonrisas. Pero, aun así, no era capaz de reconocerlo del todo”
Al final, durante el año 1969, periodo
en el que transcurre la novela de Cline, el compromiso de decir que
no a Manson recayó en el productor Terry Melcher.
Terry Melcher alquiló su casa a Roman
Polansky y Sharon Tate.
Manson quería matar a Melcher. Al clan
ni siquiera les importó que Melcher ya no viviera allí. Ni debieron
saberlo.
Un detalle escabroso: Los cuatro
salieron manchados de sangre de la casa en la que creían que vivía
Melcher cantando “Qué será, será”. Terry Melcher era
hijo de Doris Day.
[Nota: Hitler y la pintura, Manson y la
música... ¿todavía no se ha dado el caso del escritor rechazado
que se dedique a asesinar editores?]
Cline en Las chicas da por
sentado que la historia de los brutales asesinatos de Cielo Drive
perpetrados por Charles “Tex” Watson, Patricia Krenwinkel, Susan
Atkins y Linda Kasabian, miembros de la Familia Manson y la relación
que el clan mantuvo con Dennis Wilson son suficientemente conocidos.
A partir de esos hechos crea una ficción cambiando los nombres de
los personajes tomando como referencia el punto de vista subjetivo de
una narradora que tiene cierta intervención en los sucesos para
intentar explicar(nos)(se) los motivos y circunstancias que en la
época podían impulsar a una adolescente a formar parte de una
comunidad dirigida por un líder, Russell, con una especie de poder
místico de convicción.
“Estábamos fundando, decía Russell, un nuevo tipo de sociedad. Sin racismo, sin exclusiones, sin jerarquías. Estábamos al servicio de un amor más profundo. Así lo decía él: un amor más profundo; su voz retumbaba en aquella casa destartalada de las praderas californianas, y jugábamos todos juntos como perros, revolcándonos, mordiendo y jadeando por el impacto del sol. Éramos apenas adultos, la mayoría y aún teníamos los dientes lechosos y nuevos. Comíamos cualquier cosa que nos pusieran delante. Gachas que se nos quedaban atascadas en la garganta. Pan con kétchup, virutas de carne ahumada de lata. Patatas empapadas en aceite de colza en espray.”
El
punto de vista subjetivo de la narradora es sumamente conveniente
para las intenciones de la autora. En primer lugar la narradora
perteneció y no perteneció al clan que se describe en la novela.
Pese a estar fascinada por la vida en esa nueva sociedad fundada por
Russell y a su evidente atracción por una de las chicas, la
narradora sigue atada a su pequeño mundo burgués en el que la idea
de familia se va desmoronando. En segundo lugar la subjetividad sirve
para que se sucedan una serie de imágenes narrativas de una fuerte
carga poética al tiempo que crítica. Poética en cuanto rememora un
sentimiento adolescente, crítica en cuanto la narración parece
tener la perspectiva del tiempo como aliada. Todo esto confiere al
personaje de la narradora una carga emocional ambigua y un carácter
muy personal, subjetivo, por lo que todo juicio queda en manos del
lector, si es que este cree que debe juzgarse.
Las chicas
es una novela correcta... sea lo que sea lo que eso signifique.
(Bien,
aquí viene ahora la reflexión sobre las cosas que se pueden leer en
las solapas. “Las chicas fue el libro más codiciado en la Feria de
Frankfurt de 2014”, “se plantea adaptar el libro a la
pantalla”... Independientemente de su posible valor literario o
narrativo, lo que se destaca es el dinero que se ha tenido que pagar
por sus derechos (“el libro más codiciado”) y su próxima
adaptación cinematográfica. ¿Qué es lo que realmente ocurre en el
mundo editorial? Pues que se intenta no asustar al lector, no ya
alabando las posibles virtudes literarias de una novela, sino
descartando toda obra que ofrezca un grado de dificultad. Que una
novela se vaya a adaptar al cine implica que su narración puede
resumirse en imágenes. Lo que se le está diciendo al posible lector
que vaya a comprar la novela de Cline es que no tenga miedo, que es
una narración accesible cuya historia puede compendiarse en una
proyección de poco más de hora y media. De hecho eso es lo que la
mayoría de los catálogos editoriales ofrecen: “narraciones
accesibles”. Y Las chicas
lo es. Desde un “fundamentalismo” literario asegurar que una
novela es “accesible” puede parecer un desmérito. Pero no
necesariamente tiene que ser así. Las chicas
es el tipo de narración que ofrece habitualmente Anagrama. Buena
narrativa sin ambición literaria. Pero el hecho de que la ambición
literaria haya desaparecido de los criterios de evaluación de una
novela, que se valore más el dinero pagado o su adaptación
cinematográfica dice bastante sobre el tipo de narrativa al que nos
quieren empujar los grandes, poderosos, medios editoriales)
Los
fragmentos pertenecen a la traducción de Inga Pellisa de The
girls, Las chicas,
de Emma Cline, para la editorial Anagrama.
1 comentario:
Muy acertada reseña
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