22/5/13

Sobre el trabajo 1.- Yo, precario, de Javier López Menacho


Encuentro en Trabajo, consumismo y nuevos pobres, de Zygmunt Bauman una fragmento extraído de la obra de John Lawrence y Barbara Hammond, The Town Labourer 1700-1832, publicado en 1917:

 …los únicos valores que las clases altas le permitían a la clase trabajadora eran los mismos que los propietarios de esclavos apreciaban en un esclavo. El trabajador debía ser diligente y atento, no pensar en forma autónoma, deberle adhesión y lealtad sólo a su patrón, reconocer que el lugar que le correspondía en la economía del Estado era el mismo que el de un esclavo en la economía de la plantación azucarera. Es que las virtudes que admiramos en un hombre son defectos en un esclavo.

(El trabajador de la ciudad. Trad. Antonio Gimeno)


En realidad no he leído está obra de Bauman, no aún, como tampoco Cultura y simulacro de Jean Baudrillard, de la que también copio un fragmento:

Lo mismo ocurre con el trabajo. Ha desaparecido la chispa de la producción, la violencia del trabajo y de lo que en él se juega. Todo el mundo produce aún, y cada vez más, pero el trabajo se ha convertido en otra cosa: una necesidad, como lo contemplara idealmente Marx, pero en modo alguno en el mismo sentido, sino en el sentido de que el trabajo es objeto de una «demanda» social, como el ocio, al que se equipara en el funcionamiento general de la vida. Ahora bien, tal demanda es exactamente proporcional a la pérdida del rumbo en el proceso del trabajo. (…)  Idéntica peripecia que en el caso del poder: el escenario del trabajo se monta para ocultar que lo real del trabajo, de la producción, ha desaparecido.

Cultura y simulacro; Jean Baudrillard. Traducción de Pedro Rovira para Kairós

En realidad de esta obra de Baudrillard, que prometo leer, me interesa esta rotunda frase:


El hecho es que el trabajo sigue ahí tan solo para ocultar que no hay ya trabajo.


En estos tiempos críticos el trabajo ha perdido completamente su sentido. Desde el punto de vista empresarial los trabajadores han dejado de ser parte del patrimonio de la empresa (si es que alguna vez lo fueron, si es que alguna vez desde una perspectiva idealizada alguien creyó que lo fueron) para convertirse una masa económica equiparable a la de las materias primas, el equipamiento o la energía. Se cosifica al trabajador, se le valora en función del gasto que supone a la empresa y es eliminado sin contemplaciones cuando hay que hacer frente a un ajuste económico. En este proceso se prescinde completamente de la persona. El trabajador es un ser sin personalidad, una entidad ficticia de carácter eventual.
En este orden de cosas exacerbado por la crisis se crea una escala laboral determinada no ya en función del trabajo que se realiza sino que se ordena dependiendo del tiempo que haga que el trabajador haya conseguido su puesto de trabajo. Los tipos de contratos laborales determinan las condiciones de modo que ya no existen trabajos que por sus características degradantes o peligrosas nadie quiera hacer. Ya no hay trabajos de mierda, en su lugar hay salarios de mierda para todos los trabajos.

Me estoy desviando. Debo retener mi vena panfletaria.

Javier López Menacho exploró durante una temporada el lado más turbio del mercado laboral y así lo ha reflejado en Yo, precario.
A los suspicaces les diré que me une cierta relación de complicidad con Javier en las redes sociales al mismo tiempo que compartimos algún que otro proyecto en común.
Pero, y así se lo comenté a Javier en su día, las virtudes de Yo, precario no se encuentran en su aspecto narrativo (aunque, por otra parte, es una obra más que correcta) sino en su concepción como documento y testimonio de unas situaciones que nos hacen recapacitar sobre el valor del trabajo y desvelando el lado humano de un sistema deshumanizado.
Escrito en primera persona, Javier muestra su periplo laboral por trabajos temporales, inverosímiles y mal pagados. Lo interesante no es tanto las situaciones absurdas a las que se ve abocado, sino sus reflexiones sobre lo que supone el trabajo, la necesidad que tenemos de él como fuente de ingresos para subsistir, las arbitrariedades a las que voluntariamente nos sometemos para obtener uno y mantenerlo y, lo que me parece más interesante en la novela, la traición a nuestros propios ideales y principios que conlleva.

“Estoy aprendiendo los límites del mercado laboral, la degradación de la dignidad humana alrededor de la idea de que para vivir hay que trabajar, estoy viviendo una época de la historia que resulta deprimida pero apasionante y, al tiempo, aprendiendo mis propias limitaciones como persona”

Javier es capaz de encontrar valores positivos en cada uno de los trabajos considerados comúnmente degradantes porque está obligado a defender su personalidad ante un sistema que se la niega. Y ese es uno de los grandes méritos de la novela, su lado ameno y distendido, la visión ácida y sin perspectivas del mundo laboral que nos presenta en Yo, precario, sin perder en ningún momento un tono humorístico. Porque ser capaces aún de reírnos de nosotros mismos es lo que nos humaniza.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Al final me vais a convencer entre todos de que me la lea... al final va a ser verdad que este tipo de blogs sirven para algo.

Lula dijo...

A mi me dan ganas de llorar.
Pero son las hormonas, fijo.

Portnoy dijo...

¿Llorar, por qué?
La novela es interesante Mike por lo que relata en ella

David Pérez Vega dijo...

Hola Javier:

Me han gustado las citas del principio, muy oportunas.

Leí hace poco este libro y creo que me ha causado una impresión similar a la tuya. De hecho, hemos recogido hasta la misma cita.

saludos