En 1902 Hugo von Hofmannsthal publicó su Carta de Lord Chandos. El Lord Chandos de Hofmannsthal es un personaje ficticio. La verdadera familia de los Duques de Chandos eran propietarios de uno de los tres únicos retratos que se cree plasman a William Shakespeare. Sin embargo el Philip de Chandos de Hofmannsthal no es un personaje histórico. Un contemporáneo de Francis Bacon fue Grey Brydges, 5º Barón de Chandos. Tanto éste como Bacon fueron a su vez coetáneos de Shakespeare.
Tenemos confrontados a un hombre que decide dejar de escribir y a otro de cuya vida privada no tenemos más que retazos, que escribió compulsivamente y del que se duda, sin ningún rigor, que fuese autor de las obras teatrales fundamentales de la literatura universal.
Un supuesto retrato, como una sombra anónima que atraviesa la historia.
La vida de los escritores es otro género narrativo plagado de ficción. La vida de los escritores, en otro caso, en el caso “real”, carece de interés.
Lo único que verdaderamente importa es la huella que han dejado en nosotros a través de sus textos.
De eso, más o menos, trata Decir noche.
Dice Lord Chandos en su carta: “Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”, se siente, dice después, como si “estuviese encerrado en un jardín lleno de estatuas sin ojos”
Lord Chandos, el ficticio, sale un día de su despacho. O quizás fuese Hofmannsthal, quizás todo sea una proyección que el autor austriaco efectúa en el tiempo y que hace coincidir con la época en que Shakespeare se retiró a su pueblo natal. Y dejó de escribir. Chandos sale de su despacho y se topa con su hija. Hay preguntas. Y Lord Chandos, con toda su erudición y su amplio bagaje cultural, descubre que no puede responder a una niña. Ante él se ha abierto un abismo entre la ficción de los textos entre los que vive, en los que vive, y la “realidad”.
La vida es otra cosa.
Y deja de escribir.
La vida es otra cosa, por eso las vidas de los escritores no son nada interesantes. Por eso los hacemos vivir en nuestras cabezas.
Somos lo que leemos.
Decir noche es un recorrido muy poético por los referentes literarios de su autora. Y nos deja la sensación de que nuestro particular mundo narrativo, el conformado por todas nuestras lecturas, tiene la forma de un páramo, un silencioso jardín, como esos cuadros de DeChirico, en los que, sin embargo, siempre hay algo que tiene una relevancia especial y se convierte en un brillante punto focal.
La vida es otra cosa, pero lo que hemos leído también es nuestra vida.
Y a esa otra vida que transcurre en el jardín de estatuas sin ojos se refiere Elisa Rodríguez Court. Es un texto plagado de citas y referencias que conforman un íntimo homenaje a sus preferencias lectoras. Un texto en el que ve deambular por el jardín de la memoria las figuras de los autores que la emocionaron, aquellos que conforman su vida.
Y sobre todas ellas, ominosa, la de Enrique Vila-Matas.
Tenemos confrontados a un hombre que decide dejar de escribir y a otro de cuya vida privada no tenemos más que retazos, que escribió compulsivamente y del que se duda, sin ningún rigor, que fuese autor de las obras teatrales fundamentales de la literatura universal.
Un supuesto retrato, como una sombra anónima que atraviesa la historia.
La vida de los escritores es otro género narrativo plagado de ficción. La vida de los escritores, en otro caso, en el caso “real”, carece de interés.
Lo único que verdaderamente importa es la huella que han dejado en nosotros a través de sus textos.
De eso, más o menos, trata Decir noche.
Dice Lord Chandos en su carta: “Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa”, se siente, dice después, como si “estuviese encerrado en un jardín lleno de estatuas sin ojos”
Lord Chandos, el ficticio, sale un día de su despacho. O quizás fuese Hofmannsthal, quizás todo sea una proyección que el autor austriaco efectúa en el tiempo y que hace coincidir con la época en que Shakespeare se retiró a su pueblo natal. Y dejó de escribir. Chandos sale de su despacho y se topa con su hija. Hay preguntas. Y Lord Chandos, con toda su erudición y su amplio bagaje cultural, descubre que no puede responder a una niña. Ante él se ha abierto un abismo entre la ficción de los textos entre los que vive, en los que vive, y la “realidad”.
La vida es otra cosa.
Y deja de escribir.
La vida es otra cosa, por eso las vidas de los escritores no son nada interesantes. Por eso los hacemos vivir en nuestras cabezas.
Somos lo que leemos.
Decir noche es un recorrido muy poético por los referentes literarios de su autora. Y nos deja la sensación de que nuestro particular mundo narrativo, el conformado por todas nuestras lecturas, tiene la forma de un páramo, un silencioso jardín, como esos cuadros de DeChirico, en los que, sin embargo, siempre hay algo que tiene una relevancia especial y se convierte en un brillante punto focal.
La vida es otra cosa, pero lo que hemos leído también es nuestra vida.
Y a esa otra vida que transcurre en el jardín de estatuas sin ojos se refiere Elisa Rodríguez Court. Es un texto plagado de citas y referencias que conforman un íntimo homenaje a sus preferencias lectoras. Un texto en el que ve deambular por el jardín de la memoria las figuras de los autores que la emocionaron, aquellos que conforman su vida.
Y sobre todas ellas, ominosa, la de Enrique Vila-Matas.
1 comentario:
Todo un barón rampante, por lo que intuyo, este Lord Chandos. Interesante...
Publicar un comentario