Tardo en comentar Contraluz porque me debato entre la admiración y la decepción. Además hay en la red numerosos artículos que tratan sobre la novela de Pynchon y siento que de alguna manera todo cuanto diga al final será redundante.
Así que quisiera recomendar algunos de ellos.
En primer lugar los de Martín Cristal en El pez volador :
I: Personajes principales
II: Parodias, temas, recurrencias
III: Toda novela larga tiene sus altibajos
IV: Puestas en abismo
V: Un verosímil permeable
VI: Acerca del título
Además, Martín incluye unas magníficas infografías que resumen de modo gráfico la novela:
Primera parte
Segunda Parte
Tercera parte
Cuarta y quinta parte
Novela completa
También me gustaría destacar las reseñas de
Blum en Huracanes de papel, Ramiro Sanchiz en La Diaria, José Luis Amores en Revista de Letras y José Martínez Ros en El placer de la lectura.
Seguro que me olvido de muchos otros igual de interesantes… en fin.
Supongo que algunos (pero sobre todo j.) discreparán sobre mi argumento. Pero parto de que las matemáticas es un tema muy presente en Contraluz y de que existe cierta tendencia infundada a mitificar las matemáticas. Hay quien cree ver la mano oculta de una divinidad coherente (es decir, creadora en oposición a un demiurgo ciego y caótico) en el “comportamiento matemático” de la naturaleza, cuando ese comportamiento ratifica la validez de las matemáticas como herramienta para describir el universo. Nuestra actitud ante las matemáticas es en ocasiones de una reverencia casi religiosa. Quizás sea por ignorancia. Nadie se asombra de que las cosas tengan un nombre asignado por el lenguaje porque asumimos que el lenguaje es una convención que sirve precisamente para describir las cosas. Las matemáticas llamémosle “clásicas”, empleadas para describir nuestro entorno natural, nuestra realidad, parten de la observación empírica y permiten generalizar los casos particulares a toda ocasión y contexto. Pero en los últimos dos siglos las matemáticas han evolucionado más allá de la realidad, han ampliado el campo contextual alejándose del mundo sensible adentrándose en la especulación intelectual. Se han alejado de la “realidad” (ahora entre comillas porque lo que las matemáticas plantean y resuelven también pertenecen a la realidad, aunque no perceptible) y ahora trabajan en el marco de lo posible y de lo no observable. Digamos que exploran exhaustivamente la realidad aunque nada tienen que ver con la “realidad”.
Quizás el ejemplo más relevante sea el modo en que eluden ciertos escollos, ciertos límites que la realidad sensible impone, para seguir avanzando, como el de las raíces cuadradas de números negativos. La adopción del número i como valor asignado a la raíz cuadrada de menos uno permite matemáticamente seguir avanzando. Que dicho número i deba su designación al término “imaginario” es más que apropiado en un contexto literario.
Haciendo una analogía entre matemáticas y narrativa se puede decir que en el siglo XX la literatura ha explorado el ámbito de i, del lo “imaginario”, pero no en el sentido de relativo al género fantástico, sino en el del mismo escollo insalvable. La narrativa del XX se topa con la expresión irresoluble de la comprensión del texto, la lleva al campo especulativo del juego, de la ambivalencia, del neologismo hasta el límite de lo inteligible. Topa con la barrera que el propio lenguaje impone y con la abrumadora realidad de que todo texto debe ser legible.
Entonces la narrativa introduce i.
Narrativa imaginaria como resultado de una raíz irresoluble.
¿Debemos entender a Pynchon así? ¿cómo un avance en el campo narrativo que reduce el escollo de seguir avanzando en el contexto lingüístico reduciéndolo a un formulismo, “i”, que nos permite seguir avanzando como si nada hubiese ocurrido?
Si eso fuese así deberíamos asumir que la narración contemporánea no debe contemplarse como una asimilación de la narrativa clásica sino la conversión de esta en narrativa vectorial.
Todo este largo preámbulo para definir la narrativa de Pynchon como narrativa vectorial.
Especulando sobre el tema quizás encontremos aplicaciones insospechadas. De momento apunto que la narrativa de Pynchon viene definida por un par coordenado y una dirección. Y que, eso es lo más grande, el autor se siente completamente libre para describir el contexto del par y que jamás intentará concluir lo que encontraremos en el extremo de la dirección a la que apunta la flecha.
Volvamos al principio. Admiración y decepción.
Admiración por esa total libertad y falta de prejuicios que motivan a Pynchon. Contraluz es una obra monumental que no está sujeta a las normas de lo establecido. En las 1300 páginas de la novela no parece haber un discurso estable, una teoría permanente, un hilo subyacente ni una coherencia temporal, más allá de la propia construcción de la narración. Con mis referentes entiendo Contraluz como un homenaje a las novelas de Jules Verne y a Ada o el ardor de Vladimir Nabokov, que, además, se nutre de elementos de western, ciencia-ficción, bildungsroman centroeuropeo y todo género y referencia que se le antoje, y acaba convirtiendo al dirigible y a la dinamita en símbolos del principio del siglo XX (precisamente cuando la narrativa clásica daba sus últimos coletazos). También la entiendo como una prolongación de Mason y Dixon, en cuanto a que el desarrollo de la historia de Contraluz se establece en los extremos ampliados de la línea (una recta “cae” en México y se “eleva” en Tunguska ) imaginaria que trazaron en el siglo XVIII para definir una frontera inexistente que luego resulto trascendente.
Como lectores de Pynchon estamos acostumbrados a saltar esa línea una y otra vez. Y como cronista de lo que significa la lectura de una novela de Pynchon estoy condenado al lugar común. Porque todo en Contraluz es referencia. Y es necesario el bagaje de Pynchon para ser capaz de asumir todas las referencias. Pero, al mismo tiempo, toda referencia es irrelevante para el conjunto de la narración.
Así podemos hablar de las aventuras de Los Chicos del Azar, jóvenes aventureros aéreos como muchos héroes de Verne, por los cuales parece no pasar el tiempo y que gozan de una característica especial dentro de la novela de Pynchon, ser personajes de una serie de novelas de principios del siglo XX. Con ellos nos adentraremos en el interior de la tierra a través de un hueco en el Polo, derribaremos el Campanile de Venecia, nos hundiremos en las arenas del desierto en busca de una ciudad enterrada y veremos el resplandor de la explosión de Tunguska. Por otra parte tenemos el western crepuscular protagonizado por los hermanos Ref, una historia de venganza contra el Poder que se ramifica en todas direcciones y que explora todos los géneros narrativos posibles. Historias de espías y contraespías y de organizaciones secretas sin ningún fin y misiones inútiles.
Y es en una de estas donde creo se revela el espíritu de la novela de Pynchon. Uno de los personajes es enviado por un servicio secreto a la zona de los Balcanes en armas a una misión inexistente cuyo desenlace a nadie importa. En este pasaje Pynchon desvela la verdad: Sólo importa el placer de narrar, no la consecuencia de la narración. (Algo, por otra parte, muy nabokoviano)
La verdad es que la novela, la idea de Contraluz me parece magnífica. Algunos de sus capítulos constituyen en sí mismos verdaderas obras maestras. Pero en conjunto es una obra irregular, con acusados altibajos, tal vez debido a la grandeza de algunos de sus pasajes.
Es una novela admirable y muy ambiciosa.
Se podría pensar que la decepción surge de esa irregularidad del conjunto.
Pero no.
La decepción es algo más personal. Surge de comprobar que tal vez todavía esté condicionado por el atavismo impuesto desde los aedos de lo que “debe ser” contar una historia. Tal vez todavía queremos oír al poeta narrando la historia que ya conocemos en la que el héroe regresa a casa. Y aunque sabemos que lo importante es el viaje, queremos, necesitamos que ese regreso sea también narrado. Queremos ver al héroe por fin tumbado en la cama que el mismo talló en el tronco de un olivo milenario. Y sabemos que eso no es importante. Pero lo necesitamos.
Y esto sirve de autorreflexión y de constatación de las contradicciones de la narración moderna.
Así que quisiera recomendar algunos de ellos.
En primer lugar los de Martín Cristal en El pez volador :
I: Personajes principales
II: Parodias, temas, recurrencias
III: Toda novela larga tiene sus altibajos
IV: Puestas en abismo
V: Un verosímil permeable
VI: Acerca del título
Además, Martín incluye unas magníficas infografías que resumen de modo gráfico la novela:
Primera parte
Segunda Parte
Tercera parte
Cuarta y quinta parte
Novela completa
También me gustaría destacar las reseñas de
Blum en Huracanes de papel, Ramiro Sanchiz en La Diaria, José Luis Amores en Revista de Letras y José Martínez Ros en El placer de la lectura.
Seguro que me olvido de muchos otros igual de interesantes… en fin.
Supongo que algunos (pero sobre todo j.) discreparán sobre mi argumento. Pero parto de que las matemáticas es un tema muy presente en Contraluz y de que existe cierta tendencia infundada a mitificar las matemáticas. Hay quien cree ver la mano oculta de una divinidad coherente (es decir, creadora en oposición a un demiurgo ciego y caótico) en el “comportamiento matemático” de la naturaleza, cuando ese comportamiento ratifica la validez de las matemáticas como herramienta para describir el universo. Nuestra actitud ante las matemáticas es en ocasiones de una reverencia casi religiosa. Quizás sea por ignorancia. Nadie se asombra de que las cosas tengan un nombre asignado por el lenguaje porque asumimos que el lenguaje es una convención que sirve precisamente para describir las cosas. Las matemáticas llamémosle “clásicas”, empleadas para describir nuestro entorno natural, nuestra realidad, parten de la observación empírica y permiten generalizar los casos particulares a toda ocasión y contexto. Pero en los últimos dos siglos las matemáticas han evolucionado más allá de la realidad, han ampliado el campo contextual alejándose del mundo sensible adentrándose en la especulación intelectual. Se han alejado de la “realidad” (ahora entre comillas porque lo que las matemáticas plantean y resuelven también pertenecen a la realidad, aunque no perceptible) y ahora trabajan en el marco de lo posible y de lo no observable. Digamos que exploran exhaustivamente la realidad aunque nada tienen que ver con la “realidad”.
Quizás el ejemplo más relevante sea el modo en que eluden ciertos escollos, ciertos límites que la realidad sensible impone, para seguir avanzando, como el de las raíces cuadradas de números negativos. La adopción del número i como valor asignado a la raíz cuadrada de menos uno permite matemáticamente seguir avanzando. Que dicho número i deba su designación al término “imaginario” es más que apropiado en un contexto literario.
Haciendo una analogía entre matemáticas y narrativa se puede decir que en el siglo XX la literatura ha explorado el ámbito de i, del lo “imaginario”, pero no en el sentido de relativo al género fantástico, sino en el del mismo escollo insalvable. La narrativa del XX se topa con la expresión irresoluble de la comprensión del texto, la lleva al campo especulativo del juego, de la ambivalencia, del neologismo hasta el límite de lo inteligible. Topa con la barrera que el propio lenguaje impone y con la abrumadora realidad de que todo texto debe ser legible.
Entonces la narrativa introduce i.
Narrativa imaginaria como resultado de una raíz irresoluble.
¿Debemos entender a Pynchon así? ¿cómo un avance en el campo narrativo que reduce el escollo de seguir avanzando en el contexto lingüístico reduciéndolo a un formulismo, “i”, que nos permite seguir avanzando como si nada hubiese ocurrido?
Si eso fuese así deberíamos asumir que la narración contemporánea no debe contemplarse como una asimilación de la narrativa clásica sino la conversión de esta en narrativa vectorial.
Todo este largo preámbulo para definir la narrativa de Pynchon como narrativa vectorial.
Especulando sobre el tema quizás encontremos aplicaciones insospechadas. De momento apunto que la narrativa de Pynchon viene definida por un par coordenado y una dirección. Y que, eso es lo más grande, el autor se siente completamente libre para describir el contexto del par y que jamás intentará concluir lo que encontraremos en el extremo de la dirección a la que apunta la flecha.
Volvamos al principio. Admiración y decepción.
Admiración por esa total libertad y falta de prejuicios que motivan a Pynchon. Contraluz es una obra monumental que no está sujeta a las normas de lo establecido. En las 1300 páginas de la novela no parece haber un discurso estable, una teoría permanente, un hilo subyacente ni una coherencia temporal, más allá de la propia construcción de la narración. Con mis referentes entiendo Contraluz como un homenaje a las novelas de Jules Verne y a Ada o el ardor de Vladimir Nabokov, que, además, se nutre de elementos de western, ciencia-ficción, bildungsroman centroeuropeo y todo género y referencia que se le antoje, y acaba convirtiendo al dirigible y a la dinamita en símbolos del principio del siglo XX (precisamente cuando la narrativa clásica daba sus últimos coletazos). También la entiendo como una prolongación de Mason y Dixon, en cuanto a que el desarrollo de la historia de Contraluz se establece en los extremos ampliados de la línea (una recta “cae” en México y se “eleva” en Tunguska ) imaginaria que trazaron en el siglo XVIII para definir una frontera inexistente que luego resulto trascendente.
Como lectores de Pynchon estamos acostumbrados a saltar esa línea una y otra vez. Y como cronista de lo que significa la lectura de una novela de Pynchon estoy condenado al lugar común. Porque todo en Contraluz es referencia. Y es necesario el bagaje de Pynchon para ser capaz de asumir todas las referencias. Pero, al mismo tiempo, toda referencia es irrelevante para el conjunto de la narración.
Así podemos hablar de las aventuras de Los Chicos del Azar, jóvenes aventureros aéreos como muchos héroes de Verne, por los cuales parece no pasar el tiempo y que gozan de una característica especial dentro de la novela de Pynchon, ser personajes de una serie de novelas de principios del siglo XX. Con ellos nos adentraremos en el interior de la tierra a través de un hueco en el Polo, derribaremos el Campanile de Venecia, nos hundiremos en las arenas del desierto en busca de una ciudad enterrada y veremos el resplandor de la explosión de Tunguska. Por otra parte tenemos el western crepuscular protagonizado por los hermanos Ref, una historia de venganza contra el Poder que se ramifica en todas direcciones y que explora todos los géneros narrativos posibles. Historias de espías y contraespías y de organizaciones secretas sin ningún fin y misiones inútiles.
Y es en una de estas donde creo se revela el espíritu de la novela de Pynchon. Uno de los personajes es enviado por un servicio secreto a la zona de los Balcanes en armas a una misión inexistente cuyo desenlace a nadie importa. En este pasaje Pynchon desvela la verdad: Sólo importa el placer de narrar, no la consecuencia de la narración. (Algo, por otra parte, muy nabokoviano)
La verdad es que la novela, la idea de Contraluz me parece magnífica. Algunos de sus capítulos constituyen en sí mismos verdaderas obras maestras. Pero en conjunto es una obra irregular, con acusados altibajos, tal vez debido a la grandeza de algunos de sus pasajes.
Es una novela admirable y muy ambiciosa.
Se podría pensar que la decepción surge de esa irregularidad del conjunto.
Pero no.
La decepción es algo más personal. Surge de comprobar que tal vez todavía esté condicionado por el atavismo impuesto desde los aedos de lo que “debe ser” contar una historia. Tal vez todavía queremos oír al poeta narrando la historia que ya conocemos en la que el héroe regresa a casa. Y aunque sabemos que lo importante es el viaje, queremos, necesitamos que ese regreso sea también narrado. Queremos ver al héroe por fin tumbado en la cama que el mismo talló en el tronco de un olivo milenario. Y sabemos que eso no es importante. Pero lo necesitamos.
Y esto sirve de autorreflexión y de constatación de las contradicciones de la narración moderna.
13 comentarios:
No creo que sea la comparación adecuada. Los números complejos nacen de manera natural al intentar resolver ecuaciones polinómicas. En ese sentido no son una excentricidad o una invención arbitraria. Son una respuesta concreta a un problema preciso: x^2+4=0 debería tener necesariamente dos raíces: ¿cuáles son? Siendo justos, los números complejos no son mucho más irreales que los reales. Lo que pasa es que los reales tienen una representación lineal que hace tremendamente intuitiva (imaginable) su manipulación básica. Pero basta ahondar sólo un poco en la naturaleza de los reales y del continuo para empezar a dudar seriamente de su carácter real. Ejemplo 1: la cardinalidad de los reales no se deja atrapar por la jerarquía de alephs infinitos Cantor (su tamaño depende de una decisión explícita formal (y todavía en discusión) en la axiomatización en la teoría de conjuntos). Ejemplo 2: Aunque se supone que los reales representan medidas de magnitud, hay números reales, como e, que no se pueden dibujar. En ese sentido, e no es mucho más concreto que i. O ambos son "imaginarios" o ambos no lo son. En otras palabras, creo que la matemática nunca estuvo tan anclada en la realidad como usted parece sugerir. Las matemáticas que usted llama "clásicas" se empleaban para describir nuestro "entorno natural", pero las "no-clásicas" también. Lo que pasa es que en su desarrollo, siempre y desde siempre producen entidades que escapan de lo que intentan representar (como los irracionales, como los complejos, como los números de característica positiva, como los espacios de n-dimensiones...). La matemática usa "la realidad" como inspiración pero nunca se ha dejado limitar por ella.
(Por otro lado, y sospecho que esto conecta de alguna manera con lo que acabo de decir, no creo que esa toma de consciencia de la narrativa sea algo del siglo 20. No por nada estaba abrumadoramente presente en Cervantes. Para mí está en la base misma de la literatura. Es, de cierta manera, lo que diferencia a la literatura de la trama: la toma de decisión sobre qué se dice y cómo se dice siempre implica una toma de consciencia ya sea explícita o implícita del hecho de que se está narrando. Otra cosa, eso sí, es que durante muchos años cierto decoro conservador al respecto se impusiera.)
Yo quería justificar la "invención" de i como recurso que soluciona un problema en principio insalvable y que conduce a "interpretar" todo número como vector. Perdóname pero el lenguaje me limita.
De todas formas ya sabía que discreparías.
El preámbulo iba en la dirección de extrapolar esa situación a la narrativa. La idea de una flecha que apunta en una dirección pero que no necesariamente llega hasta su final. No era tanto la forma en que se dicen las cosas y la toma de consciencia de esa decisión, sino la idea de la literatura contemporánea como heredera del clasicismo (antes de i) pero necesitada de nuevas formas "imaginarias" de construcción.
Ya sé, es un razonamiento completamente infundado. Pero me gusta.
tal vez no he conseguido explicarlo bien.
Un abrazo y gracias por tu comentario, Javier.
Como siempre que leo los artículos del blog saco partido. Enhorabuena, el sitio web se ha convertido para mí en una referencia. Podré estar o no de acuerdo con algunos planteamientos pero siempre es enriquecedor leer los artículos colgados. Felicidades nuevamente, seguid así y animo a la gente a que participe con sus comentarios en este tipo de sitios educativos porque la verdad es que son de un valor enorme en esta época de internet.
Ánimo y suerte con las publicaciones, os seguiré
Javier: precisamente en lo que difiero es en que estas "nuevas formas imaginarias de construcción" de las que usted habla sean realmente nuevas, de la misma manera como la introducción de i no era mucho más novedosa que la introducción de los números irracionales no constructibles en geometría, que ya era un lío filosófico para los griegos.
Tal vez el único sentido en el que esas formas son nuevas es en que recientemente, en parte como respuesta al clasicismo (supuestamente tan estricto), han tomado mucha fuerza mientras que anteriormente sólo ocurrían de manera esporádica. Pero insisto: creo que en el fondo siempre han estado por ahí y hacen parte de la naturaleza de lo literario.
Ah: aclaración histórica: realmente la introducción de i fue bastante previa a la representación de los números complejos como vectores bidimensionales con una operación de multiplicación compatible con la multiplicación en el eje real. La vectorización ocurrió sólo hasta mil ochocientos algo, pero i andaba por ahí siendo usado desde mil quinientos algo. Claro que la representación más utilizada y práctica de los complejos (a la hora de pensar en funciones, dinámica, geometría y demás) no es como puntos en ese espacio vectorial sino como puntos en una esfera.
Javier, gracias por la lluvia de links.
Me autoexcluyo de la analogía matemática y salto directamente a lo de "admiración y decepción" para coincidir al 100% con ese feeling final respecto del libro. Eso de que, para Pynchon, "sólo importa el placer de narrar, no la consecuencia de la narración" es tan cierto que, a veces, ni siquiera su probable lector entra en los cálculos de esas consecuencias desestimadas.
Por lo demás, el componente atávico de la narrativa, en mi humilde opinión, no puede extirparse. Nos subyuga, es cierto, pero a la vez nos hace conscientes del alto valor social que hay en la práctica de urdir historias. Es posible rebelarse ante esos atavismos, pero aun así siempre se termina señalándolos.
Menuda manera la vuestra de promocionar la lectura. Yo me leí "Mason y Dixon" hace tiempo y no me gustó. Le reconozco el mérito, pero nunca más. Diferente a "La broma infinita", pero parecido. Una cosa es el placer de narrar/escribir y otra que lo narrado/escrito con placer no produzca dolor en quien se lo va a tener que leer. Vamos, digo yo.
Riemann y Lobachevski también aparecen en la novela de Pynchon... o al menos creo que lo mencioné. La analogía la hago partiendo de que el propio Pynchon introduce conceptos matemáticos en la historia de Contraluz. Creo que aquí lo mencioné: Dudas y tu comentaste que creias que Contraluz no tiene nada de especial en el sentido geométrico-matemático con el que yo especulaba. La verdad es que me he empeñado en reseñar la novela con elementos matemáticos que quizás estén traidos por los pelos, pero encuentro posible la comparación... al menos en una forma que me parece convenientemente eficaz para la reseña. Pero como sabía que de alguna manera no estarías de acuerdo te incluí en la reseña. :-) De todas formas seguiré dándole vueltas al asunto. La mención a la esfera de Riemann lo hace más interesante desde un punto de vista especulativo.
Me alegro (y no me alegro) que coincidamos en la decepción. Y los links, la verdad, perderse esos gráficos que construyes es un delito.
Gracias a ti, lecturayescritura. Un placer.
¿Dolor, Quique, dolor? No hay para tanto. De hecho la decepción a la que apunto, que también podría aplicarse a DFW, se refiere a la inconclusión. Y eso argumentado como reflejo atávico de lo que consideramos la narración. Pero también apunto que algunos pasajes de Pynchon son muchísimo mejores que todo lo que podrán escribir durante años algunas comunidades de escritores. Esa es la diferencia, la decepción la provoca la misma grandeza narrativa de quienes nos las provoca.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios.
Detrás de cada libro de Pynchon (tan oscuro, tan complejo) late una idea muy simple: la indagación literaria. Su tema central siempre es la respuesta a un interrogante: ¿qué hay más allá? Y en "Contraluz", ¿dónde queda el futuro de la literatura cuando todas las historias han sido contadas?
Supongo que pocos coincidiréis conmigo después de tanto espato y tanta matemática, pero se pueden hallar lecturas literarias.
Así, en mi opinión, Pynchon camina por la misma cuerda que Vila-Matas y es por ello que Éste le demuestra tanta afinidad. Incluso me atreveré a decir (los valientes nos equivocamos más, sí, pero también nos equivocamos mejor) que el Doctor Pasavento se hace pasar nuevamente por Thomas Pynchon en la entrada de "Contraluz" del blog "Huracanes en papel".
Pero este pálpito me provoca un serio convlicto de intereses; la blasfemia debe ser castigada.
Aquí le impongo su penitencia. ¿Le parece a usted que los cuaterniones son los Finnegans y los vectoristas sus gemelos idiotas".
A mí me ha gustado el uso que haces de los complejos, Portnoy, entendiendo que se trata de una metáfora. Creo que es cierto que los complejos introducen un toque de irrealidad muy sugerente. No me parece mal lo que dice Javier Moreno (que sabe más del tema), pero creo que sí es cierto que ese aire irreal (en sentido estricto, no matemático) de los complejos los distingue de los reales, por muchas que puedan ser las rarezas de e. Hay que tener en cuenta que surgen de una operación “imposible”: hallar la raíz cuadrada de -1. De esa imposibilidad “metafísica” (y perdón por la falta de rigor: supongo que nos entendemos) surge esa nueva dimensión. De ahí a trazar un paralelismo con el dominio de lo imaginario (en sentido no matemático) hay un paso. Yo lo identificaría, si hablamos de gramática, con el –por así llamarlo- “dominio del subjuntivo” (que es el dominio de la literatura). El subjuntivo habla no de lo que existió, existe o existirá, sino de lo que podría existir, de lo que, en cierto modo, existe en el plano de la posibilidad, de la imaginación... en una nueva dimensión que está más allá de la realidad y de la que ésta es sólo un subconjunto. En ese sentido ofrece un valor metafórico añadido tan sugerente como el de los complejos. Que el recurrir a éste suponga faltar al rigor de la gramática o de las matemáticas es un hecho, pero no me negaréis que es un terreno muy fértil. Casi tanto como el que ofrece la física cuántica, con todas esas metáforas de las que abusan tanto (cuántica, etc.) También nos alejamos de la realidad física del fenómeno, pero reconozcamos que nos da alas, en plan “redbull” literario ;-)
Una consulta que no tiene mucho que ver con Contraluz pero si con Pynchon, estoy por empezar el arco iris o mason y dixon, la pregunta es... cuál primero?
Publicar un comentario