En 1932 Roussel envió a la imprenta una parte del texto de lo que habría de llegar a ser, después de su muerte, Comment j’ai écrit certains de mes livres. Estas páginas —se suponía— no debían ser publicadas en vida del autor. No esperaban su muerte; ésta, mejor dicho, estaba implícita en ellas, ligada sin duda con la instancia de la revelación que traían. Cuando el 30 de mayo de 1933 Roussel determina el ordenamiento de la obra, hacía ya mucho tiempo que había tomado sus medidas para no volver más a París. En el mes de junio se instala en Palermo, toma diariamente estupefacientes y vive en una gran euforia. Procura matarse o hacerse matar, como si esta vez hubiera adquirido “el gusto de la muerte, que hasta ahora sólo había temido”. La mañana en que debía abandonar su hotel para someterse a una cura de desintoxicación en Kreuzlingen lo encontraron muerto; a pesar de su debilidad, que era extrema, se había arrastrado con el colchón hasta la puerta de comunicación con el cuarto de Charlotte Dufresne. La puerta siempre había quedado abierta: esa vez estaba cerrada con llave. La muerte, el cerrojo y esa apertura cerrada formaron, en ese instante, y sin duda para siempre, un triángulo enigmático que nos libra y rehúsa al mismo tiempo la obra de Roussel.
Raymond Roussel, de Michel Foucault
Debería haber escrito una reseña sobre esta obra breve pero inclasificable de Sciascia. Algo así como un juego detectivesco en el que la clave sería, cómo no, “cherchez la femme”, teniendo en cuenta las discrepancias que hay entre los informes policiales que recopila y comenta Sciascia y el ensayo que escribió Foucault sobre Roussel. Quienes hayan leído el informe de Sciascia podrán comprobar cómo Foucault se desvió un tanto de los acontecimientos... ¿o todos lo hicieron?
De todas formas sería interesante también indagar sobre si la extraña disposición de los elementos en el interior de la habitación podrían tener un significado en una transcripción que tuviese en cuenta las peculiaridades de los textos de Roussel.
De momento lo dejamos así, con una entusiasta recomendación del texto de Sciascia.
Un par de enlaces a dos interesantes reseñas sobre la no-novela:
La de Miguel Ángel Muñoz en El síndrome Chejov
Y la de Rubén Martín G. en 330 ml
Lo cual me recuerda que en la revista digital 330 ml se acaba de publicar una reseña mía sobre Mi nombre es Legión, de Antonio Lobo Antunes (o un manifiesto anti-Saramago, no lo tengo claro)
1 comentario:
Grande, Raymond, grande.
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