12/1/10

Providence, de Juan Francisco Ferré

Qué gran palabra. Fornicar.
Providence, de Alain Resnais


Enumerar todas las referencias existentes en Providence (la novela) sería una tarea redundante, ya que el espíritu de Providence (la novela) es la multireferencialidad como herramienta para captar el todo, entendido como contexto cultural globalizador (*) (o viceversa, la cultura global como Todo)
Quedémonos con Providence (la película de Resnais en la que un viejo escritor insomne y borracho desvirtúa la prosaica, aunque exitosa socialmente, realidad de sus hijos convirtiéndola en un delirio psicoanalítico) y con Providenz (la otra forma de denominar el videojuego total Providence, y que nos remite a Cronenberg y su eXistenZ, un videojuego con tantos niveles de realidad superpuestos que es imposible discernir en que plano se mueven sus protagonistas y que demuestra que cualquier realidad, incluso la que consideramos como espectadores-lectores “real”, es igual de falaz al mismo tiempo que intensamente vital) y con la providencia (divina o no, que requiere de una intervención superior ordenadora y soberana, Dios o el Autor, lo cual, junto al Blue Moon, la droga que distorsiona la realidad y que consume el protagonista de Providence (la novela), nos remite a P. K. Dick, padre, mentor y divinidad más influyente de toda la narrativa de finales del siglo XX)
Providence es una novela, la película de Resnais, un videojuego, la intervención demiurgica, la ciudad natal de H. P. Lovecraft y escenario de Providence (la novela)
Con estos precedentes e influencias Providence (la novela) se mueve en el territorio ambiguo de lo falsamente real, pero con la peculiaridad de que esa distorsión no conduce a una explicación concluyente. Lo verdaderamente atractivo de Providence (la novela) es que no hay discusión posible entre lo que es real y lo que no lo es (en el plano de los personajes de la novela, me refiero), no hay confusión entre planos de realidad, no hay inmersión de la (nuestra) realidad en otras distorsionadas ni cruces dimensionales. En Providence (la novela) todo lo que se narra es real (y no podía ser de otra manera). La forma en cada lector interprete, crea entender o concluya o justifique los hechos narrados es irrelevante para los propios hechos. Es decir la novela se alza como un edificio sólido que cada lector puede incendiar (erróneamente) como prefiera a base de conclusiones e interpretaciones. Y digo erróneamente porque la solidez de Providence (la novela) se basa en que todo tiene cabida en ella: la (relativa) realidad de un videojuego, el delirio psicotrópico, la metáfora socio-cultural, la digresión cinematográfica, la teoría conspiratoria, la metaficción sobre Lovecraft y su obra…
Providence (Rhode Island) es la ciudad en que nació Lovecraft. I am Providence, se lee en su tumba. Como novela Providence (la novela) es una ciudad en la que todo tiene cabida. Ferré puede decir que él es Providence (la novela) y al querer plasmar la complejidad de una novela como ciudad (¿o es al revés?) el resultado es desmesurado. Ferré parece comprenderlo, pero no renuncia a su construcción con ecos de D. F. Wallace de comprimir el todo narrativamente en una extensión limitada, así que se defiende dentro del propio texto, aunque sea hablando de otro, Zodiaco: “la única pega crítica que Álex le encuentra al conjunto es el exceso, la abundancia, la marcada tendencia a lo informe y lo desangelado del formato narrativo” pág. 415. Lo que vale para Zodiaco, se puede aplicar también a La broma infinita y, por supuesto, a Providence (la novela)
Ahora bien, este exceso narrativo tiene su contrapartida. Toda profusión puede llegar a ser abrumadora. Y eso ocurre en la parte central de la novela cuando la acumulación de escenas sexuales me llevó a desconectar completamente de la historia. Entiendo que lo que pretende el autor es el hastío por la desmesura de descripciones de escenas rituales de los preliminares de las películas pornográficas. Si bien es cierto que apenas se roza lo explícito y que la acumulación apunta hacia cierta irrealidad de esas situaciones, llegando en un momento concreto a consolidarse como ensoñaciones del protagonista, también es cierto que esa pretensión de describirnos un estado en el que lo fantasioso apenas se distingue de lo real se podía conseguir aligerando la narración de esa prolijidad a mi entender innecesaria y contraproducente para el ritmo interno.
La primera idea de esta reseña era empezar diciendo que Providence (la novela) trata sobre un hombre que folla. Follar, qué gran palabra. Pero como sea que los aciertos de la novela me parecen mayores que sus fallos, ese escollo de la parte central de la novela dedicada a la fornicación sin límite, sustituí la idea inicial por la cita a Resnais.
Creo que Providence (la novela) es una obra destacable, principalmente por su voluntad globalizadora, por su desplante al realismo casposo que continúa siendo una lacra de la narrativa española, por su capacidad de recrear lo que debería ser la Gran Novela Estadounidense y que, lamentablemente, los estadounidenses son incapaces de escribir constreñidos a su propio entorno social. Porque es una novela española y es lo menos parecido a una novela española, lo cual nos abre los ojos y plantea nuevos y posibles caminos narrativos.

A partir de aquí esta reseña rueda cuesta abajo.

"Protect Me From What I Want" de Placebo es la banda Sonora de la última parte de la novela (“sonando de fondo, como una escalofriante llamada de socorro”):

Maybe we're victims of fate
Remember when we'd celebrate
We'd drink and get high until late
And now we're all alone


Ahora estamos solos y cogemos el último autobús a casa, enfermos de edad… la canción describe a Álex Franco, su declive, la constatación de que poco queda más que unos energúmenos con máscaras de presidentes de los EEUU, a no ser que ser rescatado por Darth Vader suponga un peldaño más en el descenso a la humillación, a la realidad que se empeña en abandonar el protagonista de Providence. Y en esa parte no relatada de la novela, la “vida real” del director de cine, reside uno de los hechos que me parece más perturbador, y quizás significativo, de la novela: La existencia de un hermano gemelo, Michel Franco, también cineasta, aunque dedicado al género publicitario. Este espejo deformador, esta duplicidad que se opone, me parece significativa, aunque apenas se trate de ella en la novela. La rivalidad entre los hermanos, comentada sucintamente y sin darle excesivo énfasis, aparece a lo largo de la novela como un trasfondo psicológico o, más bien, como un recuerdo de la irrealidad de lo narrado, como si Álex fuese un personaje de videojuego y Michel, su gemelo, quien manejase la consola, como una creación de una creación, indistinguibles e inseparables, pero al mismo tiempo opuestos, irreconciliables. PVD, Providenz, o cómo sea que se llame es un videojuego experimental de inmersión total en la virtualidad. A partir de ahí podemos especular lo que queramos. Pero todo juego lleva encerrado un objetivo, supone, en última instancia, una batalla.
Y de nuevo Placebo:

I will battle for the sun
And I won’t stop until I’m done
You are getting in the way
And I have nothing left to say

y el estibillo:

Dream brother, my killer, my lover
(Placebo, Battle For The Sun)


¿Dónde estamos?, ¿cómo es posible cuestionar la realidad sin mencionarla en ningún momento? No busques a Providence en Providence, porque Providence (la novela) es un espejo donde la realidad se distorsiona y es una alegoría sobre nuestro mundo actual y sobre nuestros deseos de evadirnos de él.


(*) (…) ¿podría alguien decirme, por favor, qué hay de tan nocivo en la globalización? Providence, pág. 585

Ellos lo hicieron mejor:

Providence, de Juan Francisco Ferré, en Teoría del caos

Ce qui gît sous le seuil, en Fric-Frac club

Providence, de Juan Francisco Ferré fue Finalista del Premio Herralde de Novela 2009. Resulta curioso que el ganador fuese un cineasta y el finalista lo hiciese con una novela que trata sobre un cineasta.

6 comentarios:

Kaplan dijo...

Por lo que dices, ese Michel huele a Las partículas elementales. Por otra parte, curiosa coincidencia con Amerika, de Lorenzo Luengo, ganadora del Ateneo Jovem.

Borja Criado dijo...

A mí me parece una novela llena de pirotecnia y muy poca sustancia. Lo de "Los detectives amaestrados" ya me pareció el colmo. Un juego literario muy curioso, pero que no pasa de eso, de una suma de clichés baratos detrás de otro sin contenido alguno. Un peñazo, vamos.

Por lo demás, creo que Anagrama en general está de capa caída respecto a los premios.

Lo que se dice de la novela americana en el blog "Teoría del caos" me gusta hasta que empieza a valorar esta novela. Honestamente no creo que nadie se acuerde de esto en un par de meses.

Tu página en cambio me parece muy buena.

Un saludo.

Anónimo dijo...

No he leído comentario más estúpido en mi vida. Aprenda a escribir una novela como esta y podrá hablar. Pirotecnia y contenidos, sustancia y juego literario, podrá sonar todo más viejo y caduco viniendo de alguien tan bisoño. Aprenda a pensar y a escribir antes de juzgar lo que ni siquiera es capaz de entender.

Falta de contenido en Providence, menuda sandez...

Jorge Muñoz dijo...

Anónimo, eso de decir "aprende a penasar y escribir antes de juzgar" suena muy feo y caduco. Es un clásico y pueril argumento de patio de colegio. Te lo digo sin ánimo de ofender.
Yo estoy, por el contrario, totalmente de acuerdo con Borja. Providence es una novela de una impostura intelectual tremenda, que se pierde en insustanciales escenas supuestamente referenciales. ¿De qué? Del tiempo libre de Ferré.

Buen blog, by the way.

Anónimo dijo...

Yo me la he leído, y no me ha gustado nada. No veo reflexiones, bueno, sí las veo, pero no me parecen hallazgos para desarrollarlos en 500 páginas, donde el personaje carece de interés, lo que le pasa más, y al acabar uno dice: por qué me la he leído, qué ha cambiado en mí después de hacerlo, por qué es lo peor que he leído en mucho tiempo. Para todas tengo respuesta.

Molina de Tirso dijo...

Pienso que, sobre todo, le pierde la falta de contención porque parte de un proyecto interesante que se pierde en un montón de palabrería. He pasado el suplicio de acabarla para, al menos, poder reseñarla en mi blog. Es posible que si se hubiera puesto la página 100 como límite se pudiera hablar de una buena novela. ¡Pero le sobran 400! :(