Aquella noche, mientras Liz Norton dormía, Pelletier recordó una tarde ya lejana en la que Espinoza y él vieron una película de terror en una habitación de un hotel alemán.
La película era japonesa y en una de las primeras escenas aparecían dos adolescentes. Una de ellas contaba una historia.
La historia trataba de un niño que estaba pasando sus vacaciones en Kobe y que quería salir a la calle a jugar con sus amigos, justo a la hora en que daban por la tele su programa favorito.
Así que el niño ponía una cinta de vídeo y lo dejaba listo para grabar el programa y luego salía a la calle. El problema entonces consistía en que el niño era de Tokio y en Tokio su programa se emitía en el canal 34, mientras que en Kobe el canal 34 estaba vacío, es decir era un canal en donde no se veía nada, sólo niebla televisiva.
Y cuando el niño, al volver de la calle, se sentaba delante del televisor y ponía el vídeo, en vez de su programa favorito veía a una mujer con la cara blanca que le decía que iba a morir.
Y nada más.
Y entonces llamaban por teléfono y el niño contestaba y oía la voz de la misma mujer que le preguntaba si acaso creía que aquello era una broma. Una semana después encontraban el cuerpo del niño en el jardín, muerto.
Y todo esto se lo contaba la primera adolescente a la segunda adolescente y a cada palabra que pronunciaba parecía morirse de la risa. La segunda adolescente estaba notablemente asustada.
Pero la primera adolescente, la que contaba la historia, daba la impresión de que de un momento a otro iba a empezar a revolcarse en el suelo de risa.
Y entonces, recordaba Pelletier, Espinoza dijo que la primera adolescente era una psicópata de pacotilla y que la segunda adolescente era una gilipollas, y que aquella película hubiera podido ser buena si la segunda adolescente, en vez de hacer pucheritos y morritos y poner cara de angustia vital, le hubiera dicho a la primera que se callase. Y no de una forma suave y educada, sino más bien del tipo: «Cállate, hija de puta, ¿de qué te ríes?, ¿te pone caliente contar la historia de un niño muerto?, ¿te estás corriendo al contar la historia de un niño muerto, mamona de vergas imaginarias»?
La película era japonesa y en una de las primeras escenas aparecían dos adolescentes. Una de ellas contaba una historia.
La historia trataba de un niño que estaba pasando sus vacaciones en Kobe y que quería salir a la calle a jugar con sus amigos, justo a la hora en que daban por la tele su programa favorito.
Así que el niño ponía una cinta de vídeo y lo dejaba listo para grabar el programa y luego salía a la calle. El problema entonces consistía en que el niño era de Tokio y en Tokio su programa se emitía en el canal 34, mientras que en Kobe el canal 34 estaba vacío, es decir era un canal en donde no se veía nada, sólo niebla televisiva.
Y cuando el niño, al volver de la calle, se sentaba delante del televisor y ponía el vídeo, en vez de su programa favorito veía a una mujer con la cara blanca que le decía que iba a morir.
Y nada más.
Y entonces llamaban por teléfono y el niño contestaba y oía la voz de la misma mujer que le preguntaba si acaso creía que aquello era una broma. Una semana después encontraban el cuerpo del niño en el jardín, muerto.
Y todo esto se lo contaba la primera adolescente a la segunda adolescente y a cada palabra que pronunciaba parecía morirse de la risa. La segunda adolescente estaba notablemente asustada.
Pero la primera adolescente, la que contaba la historia, daba la impresión de que de un momento a otro iba a empezar a revolcarse en el suelo de risa.
Y entonces, recordaba Pelletier, Espinoza dijo que la primera adolescente era una psicópata de pacotilla y que la segunda adolescente era una gilipollas, y que aquella película hubiera podido ser buena si la segunda adolescente, en vez de hacer pucheritos y morritos y poner cara de angustia vital, le hubiera dicho a la primera que se callase. Y no de una forma suave y educada, sino más bien del tipo: «Cállate, hija de puta, ¿de qué te ríes?, ¿te pone caliente contar la historia de un niño muerto?, ¿te estás corriendo al contar la historia de un niño muerto, mamona de vergas imaginarias»?
2666, La parte de los críticos
8 comentarios:
En esta pregunta se halla una de las claves de lo que mueve a 2666: "Cállate, hija de puta, ¿de qué te ríes?, ¿te pone caliente contar la historia de un niño muerto?, ¿te estás corriendo al contar la historia de un niño muerto...?"
Se trata de algo que tiene que ver con el epígrafe del libro: "Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento".
Ah, saludos, Portnoy
¿Cuáles claves?
Ah, saludos, Portnoy.
Saludos Javier.
Yo también quisiera saber cuales son esas claves... no vaya a ser que al final se reduzca todo a la frase final de Vampiros de John Carpenter o, como decía Nabokov de forma mucho más conveniente y educada, todo se reduce al "placer de contarlo"
Gracias por los comentarios.
Quizá no haya "claves", no nos pongamos tremendos; sólo quería apuntar a la relación entre esa pregunta y el epígrafe.
Saludos a los 2...
Hola Portnoy, gusto mucho de tu Blog; solo quería apuntar que quizás la "clave" sea la muerte como una constante en toda la obra, de solo recodar los innumerables asesinatos en Santa Teresa narrados tan magistralmente en la cuarta parte se me pone la piel de gallina. Saludos.
Menudo tipejo éste bolaño...
pues yo creo que todo tiene un sentido que trasciende al autor y su obra...
hay que ver...
http://librerohumanoide.blogspot.com/2008/07/estrella-distante.html
Si la segunda adolescente le soltase esa frase a la primera no estaríamos en el Japón de "Ringu" sino en el Medellín de "La virgen de los sicarios". La primera adolescente como buena psicópata de pacotilla le pegaría un tiro a su interlocutora robándole víctimas a la pobre Sadako, que recordaría melancólica el terror que creaba en Japón ante la indiferencia que sufre en Medellín, donde el miedo es algo mucho más real.
Saludos!!
Sí, Humanoide, y es el sentido que nosotros queramos darle.
Al primer anónimo (ya podrías dejar alguna firma que te identificase, ¿no?), tal vez y es una suposición muy arriesgada, la frase, o la relación entre ésta y el epígrafe, nos indique cómo debe narrarse La parte de los crímenes, cómo debemos afrontarla los lectores.
Y, claro, la muerte, segundo anónimo...
Cuando la realidad te asalta, Kraven, nada en una pantalla puede asustarte... salvo la realidad, claro.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios.
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