Ardis Hall—the Ardors and Arbors of Ardis—this is the leitmotiv rippling through Ada, an ample and delightful chronicle, whose principal part is staged in a dream-bright America—for are not our childhood memories comparable to Vineland-born caravelles, indolently encircled by the white birds of dreams? The protagonist, a scion of one of our most illustrious and opulent families, is Dr. Van Veen, son of Baron “Demon” Veen, that memorable Manhattan and Reno figure. The end of an extraordinary epoch coincides with Van’s no less extraordinary boyhood. Nothing in world literature, save maybe Count Tolstoy’s reminiscences, can vie in pure joyousness and Arcadian innocence with the “Ardis” part of the book. On the fabulous country estate of his art-collecting uncle, Daniel Veen, an ardent childhood romance develops in a series of fascinating scenes between Van and pretty Ada, a truly unusual gamine, daughter of Marina, Daniel’s stage-struck wife. That the relationship is not simply dangerous cousinage, but possesses an aspect prohibited by law, is hinted in the very first pages.
In spite of the many intricacies of plot and psychology, the story proceeds at a spanking pace. Before we can pause to take breath and quietly survey the new surroundings into which the writer’s magic carpet has, as it were, spilled us, another attractive girl, Lucette Veen, Marina’s younger daughter, has also been swept off her feet by Van, the irresistible rake. Her tragic destiny constitutes one of the highlights of this delightful book.
The rest of Van’s story turns frankly and colorfully upon his long love-affair with Ada. It is interrupted by her marriage to an Arizonian cattle-breeder whose fabulous ancestor discovered our country. After her husband’s death our lovers are reunited. They spend their old age traveling together and dwelling in the various villas, one lovelier than another, that Van has erected all over the Western Hemisphere.
Not the least adornment of the chronicle is the delicacy of pictorial detail: a latticed gallery; a painted ceiling; a pretty plaything stranded among the forget-me-nots of a brook; butterflies and butterfly orchids in the margin of the romance; a misty view descried from marble steps; a doe at gaze in the ancestral park; and much, much more.
Estas son las últimas frases de Ada o el Ardor, de Vladimir Nabokov. En palabras de su autor, la quinta parte, la última de la novela, “no debe ser considerada como un epílogo” ya que constituye la introducción de Ada o el Ardor, Crónica Familiar. Como se puede ver en el texto reproducido, los últimos párrafos son una sinopsis de la trama que ocupan el lugar de una posible conclusión sobre el texto. Tratándose de Nabokov no sería extraño que el párrafo final aportase nuevos datos, datos no revelados o errores del narrador, que nos harían considerar la novela desde una perspectiva distinta.Pero no es así: Ada termina como debería empezar, porque dentro de la bibliografía de Nabokov esta novela ocupa un lugar especial. Ya lo mencioné, para Nabokov Ada representa como para Cervantes el Persiles, su obra total y, misterios del paralelismo, alimentado por la coincidencia de una fecha, el 23 de abril omnipresente en Nabokov y en su narrativa, Ada es equiparable en cuestión de éxito a la obra injustamente olvidada de Cervantes. Si éste ideó un prototipo humano que trascendió lo literario, puede decirse lo mismo de Nabokov, luego, a pesar de las intenciones de ambos escritores, serán recordadas por esas obras y no por las que las precedieron. En ese sentido Ada o el Ardor es una obra fallida.
He copiado el texto en su original inglés porque es posible apreciar en él cierta musicalidad, o al menos cierto ritmo interno, que se pierde en la traducción al castellano. El ritmo es importante ya que según cuenta Van Veen en su obra “La textura del tiempo”:
“... la única cosa que permite entrever el sentido del tiempo es el ritmo. No los latidos recurrentes del Tiempo, sino el vacío que separa dos de esos latidos, el hueco gris entre las notas negras”
Pero ese ritmo de la prosa de Nabokov tiene también la finalidad de hacer patente la sutileza de la creación literaria.
Copio el último fragmento e la traducción de David Molinet para Anagrama:
“Un importante ornato de la crónica es la delicadeza del detalle pintoresco: una galería enrejada; un techo pintado; un bello juguete perdido entre los nomeolvides de un arroyo; mariposas y orquídeas en los márgenes de la novela; un velo lejano visto desde una escalinata de mármol; una corza heráldica que gira la cabeza hacia nosotros en el parque ancestral; y muchas cosas más.”
Tenemos en primer lugar la construcción de Ada como novela total, como la gran obra de Nabokov. Tenemos también el ritmo y el detalle característicos de la narrativa del escritor. Pero además Ada o al Ardor es la obra metaliteraria por excelencia. Intentando emular a Joyce, cuya novela Ulises consideraba Nabokov demasiado apegada a lo humano, Ada "pretende" ser un enigma literario que tuviese que tener ocupado a los críticos durante años. Las referencias personales volcadas en Ada consiguen que para entender plenamente la novela el lector tenga que ser Nabokov, al igual que para entender el Ulises, y no mencionamos el Finnegan’s Wake, uno debería estar en la cabeza de Joyce. En ese sentido Ada o el Ardor, es una novela hermética, colapsada de referencias veladas, con innumerables e intrincados juegos verbales, hasta el punto de saturar la narración haciendo que el lector se detenga y se pregunte si es necesaria tanta prolijidad.
El exceso, verbal, metaliterario, es otra de las características de Ada o el ardor.
Hemos hablado de Cervantes y de Joyce. El otro día hablamos de Stanislaw Lem a propósito de Ada. En cierta ocasión comenté que El suelo bajo sus pies de Salman Rushdie no puede entenderse sin el referente de Ada. En el artículo de Roy Arthur Swanson se menciona Las sirenas de Titán, de Kurt Vonegut.
Pero todo esto son impresiones subjetivas. Hablar de las referencias de Ada es hablar de Tolstoi, de Henry James, de Dostoievski (evidentemente), de Borges y Beckett (entre quienes Nabokov se sentiría como un ladrón entre dos Cristos), de Joyce, de Elliot, de San Agustín, de Thomas Mann y, por supuesto, Vladimir Nabokov.
Se podría decir que como la definición del Tiempo de Veen, Ada se sitúa entre dos latidos, la narrativa que influye en la construcción de la novela, y aquella narrativa que la precede... pero, siendo deterministas, el futuro no existe.
Es absurdo intentar hablar de Ada o el Ardor. Tal vez se podrían intentar analizar sus partes, tan distintas en todos sus aspectos: Tan relevantes e imponentes literariamente unas, como intrascendentes e inanes otras. La novela de Nabokov es admirable para unos y pretenciosa para otros. Se puede odiar y se puede amar, es una novela capaz de provocar en el lector las emociones más dispares. Y también es capaz de sugerirnos las más insólitas relaciones literarias.
Es posible que más adelante volvamos sobre esta novela de Nabokov. Especialmente sobre la alegoría familiar y la visión arcádica de Ardis como Edén, del Tiempo, claro, y de la no reconocida influencia de Mann en La textura del Tiempo (pero también en la construcción narrativa del capítulo), de la muerte de Lucette, de los narradores de la novela...
(continuará)
Ada o el ardor y Solaris
Ada on line; Realidad
8 comentarios:
Nabokov el apátrida recrea una patria literaria que es "Ada...", que es Ardis. Por eso es pertinente Cervantes y el D. Quijote que hizo como que no quiso comprender. Pero puestos a comparar, mas que Joyce y Beckett, ¿por qué no traer a colación al Canetti de "Auto de Fé", mucho más irónico y redical. Sí, yo también soy subjetivo. Cuando leí "Ada..." me conmocionó, era una Summa de lo literario. Y no he vuelto a leerla, ni siquiera en inglés, por temor a una decepción. Tengo a Nabokov bajo sospecha.
Si te soy sincero no veo ninguna relación entre Ada y Auto de fe.
:-)
La relación con la mayoría de las novelas y autores mencionados es formal (al menos desde mi punto de vista... ergo, miento)
Y sí, Nabokov siempre debe estar bajo sospecha.
Un saludo, bipolar comentarista.
(Si no era bastante un solo Beatles...)
¿Por qué bajo sospecha? Vladimir Vladimirovich era un tipo divertidísimo.
Pues eso, bajo sospecha de no ser un literato "serio".
Dicen que en la entrevista con Pivot el "agua" con el que se refrescaba constantemente no era "agua"
Nabokov, el gran impostor... es curioso, pero siempre que hablo de él, se tiende a pensar que desprecio de alguna manera su impostura, cuando en realidad la admiro profundamente.
J. de tener que escoger ¿quién crees que sería Nabokov, Shade o Kimbote?
Los dos.
Un saludo.
Curioso ese punto de vista de las autoreferencias de Nabokov en Ada. Interesante, cuando menos; espero, eso sí, que no lo malinterprete nadie, lo llame intextextualidad y le ponga un lazo. Al menos, no uno de esos de "Premio Planeta. 52 millones de ejemplares vendidos".
Estupendo post, en un blog muy interesante. Con su permiso, me quedo por aquí un rato...
Como siempre, tu crítica es muy buena.
Saludos, L.
Gracias, Lili, aunque es una reseña incompleta... sigo trabajando en ella. Ya veremos que sale.
Las autoreferencias a sí mismo son abundantes en la novela: Ada traduce a John Shade, personaje creado por Nabokov; Las referencias a Lolita son recurrentes, casi un chiste... La edición inglesa de Ada se acompaña de unas anotaciones críticas de Vivian Darkbloom, personaje de Lolita y anagrama de Vladimir Nabokov.
Intertextualidad total, Javier... quédate todo el tiempo que quieras, estás en tu casa.
:-)
Gracias por vuestros comentarios.
Yo creo que Nabokov quería ser Kinbote pero era Shade, y escribiendo compensaba.
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