Leyendo el primer capítulo de La Contravida de Philip Roth encuentro cierta similitud con Elegía. O deberíamos decir, cronologicamente, que Elegía guarda cierta similitud con el primer capítulo de La Contravida.
La novela, narrada por Nathan Zuckerman, escrita por Roth a mediado de los años ochenta, se inicia con el entierro del hermano de Nathan, Henry, muerto en el quirófano tras una operación innecesaria pero que le permitiría superar la impotencia sexual que le provoca la medicación para una dolencia cardíaca. Nathan, a partir de las confesiones de su hermano que el resto de la familia desconoce debe elaborar una elegía para el funeral a petición de su cuñada. Pero lo que escribe es completamente inconveniente e innecesario. Por una vez, el autor de Carnowski antepone la conveniencia a la creación literaria. La vida se puede literaturizar pero no cuando el modelo está demasiado próximo a nosotros. Todo tiene un límite, decide Zuckerman.
Fuera completamente de la “realidad” podríamos decir que Zuckerman encarga a Roth una elegía para su hermano, un texto que tarda casi veinte años en elaborar y con el que consigue alejarse todo lo que se puede de un texto: Narrador omnisciente y personaje innominado. Elementos inhabituales en Roth. O, tal vez, siguiendo en nuestra “”realidad””, es Zuckerman quien finalmente escribió Elegía, cediendo la autoría a su alter-ego.
Porque hay cosas que no se pueden narrar, de las que debemos alejarnos convenientemente para poder abordarlas, y aún así, para hacerlo necesitamos los más curiosos subterfugios.
1 comentario:
Enorme, Portnoy. Enorme, una vez más, y clarísimo. (A veces tus posts sobre Roth me son como grietas de luz entre tantos libros que miro de cerca.)
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