17/2/07

La defensa Luzhin, de Vladimir Nabokov

Encontré unas notas tomadas hace años sobre La defensa, o La defensa Luzhin, una novela de Vladimir Nabokov, escrita originalmente en ruso (la trascripción del título original sería Zaschita Luzhina) y publicada en Berlín en 1930. Las notas formaban parte de un debate en torno a la obra de Nabokov que (felizmente, lo digo ahora) desapareció en el océano digital.
Copio de la libreta y añado entre paréntesis frases que conecten las ideas.

Mientras el verano pasaba aburrido entre los “suspiros educativos” (pobre, pobre Dantés) de “la robusta institutriz francesa”, Luzhin
(vive inconsciente de la realidad que le envuelve)
Adulterio---remordimiento del padre--- derrota

Capítulos I al IV, El fin de la infancia:
Luzhin pierde su nombre (su verdadero nombre, uno de los mínimos leitmotiv de la novela, construida a base de esos pequeños detalles ínfimos) y adquiere el de su padre. La adolescencia de Luzhin es un combate contra su padre que le ha arrebatado el nombre y le quiere convertir en el personaje de los ridículos libros que escribe ¿Tony Luzhin?
Luzhin rechaza toda muestra de afecto y es capaz de actos de extrema crueldad: matar un escarabajo, destrozar la colección de hojas de su padre.
Su personalidad es tan anodina, o quizás, a causa de su ensimismamiento, que pasa completamente inadvertido a los demás. Después de las burlas iniciales en el colegio deja de interesar a sus compañeros. Algunos no son capaces de recordarle años después.

El descubrimiento del ajedrez supone para Luzhin “aquel día ineludible en que el mundo entero parece oscurecerse (...) y en la negrura una sola cosa permanece brillantemente iluminada...” y pone en sus manos un arma para derrotar a su padre.
Hasta el inicio del capítulo III hay muchas descripciones en las que la luz tiene especial importancia; después de el descubrimiento del ajedrez el mundo se sumerge en una oscuridad incomprensible para Luzhin. Luz y sombra. El mundo como un tablero de ajedrez.
Tras el adulterio de su padre, Luzhin le vence una y otra vez, consiguiendo encontrar el camino para desarrollar su venganza, relegando a su padre a ser, a partir de entonces Luzhin-padre, diferenciándole del autentico y genuino Luzhin, maestro de ajedrez.

(Luzhin maestro de ajedrez, Nabokov, maestro literario:

Pero los golpes de efecto de ajedrez que he colocado no se limitan a escenas aisladas: en realidad se suceden a lo largo de la estructura básica de esta atractiva novela. Así, por ejemplo, hacia el final del capítulo cuatro me permito hacer un movimiento inesperado en una esquina del tablero, dieciséis años desaparecen en el transcurso de un párrafo, y Luzhin, súbitamente promovido a una fecunda hombría y trasladado a un balneario alemán, aparece ante una mesa en un jardín y señala con su bastón una ventana del hotel que acaba de recordar (no el último cuadrado de vidrio en su vida) a la persona con quien conversa (una mujer, a juzgar por el bolso que hay sobre la mesa de metal), a la que no conoceremos hasta el capítulo sexto. El tema retrospectivo comenzado en el capítulo cuatro se disuelve entonces en la imagen del difunto padre de Luzhin, cuyo pasado se expone en el capítulo cinco mientras recuerda los inicios de la carrera como ajedrecista de su hijo, que idealiza en su mente hasta transformarla en un cuento sentimental destinado a los jóvenes. En el capítulo sexto volvemos al balneario y encontramos a Luzhin jugando aún con el bolso de mano y dirigiéndose a su borrosa interlocutora, que se va perfilando, le quita el bolso, menciona la muerte del padre de Luzhin y acaba convirtiéndose en una parte definida de la escena. Toda la secuencia de movimientos en estos tres capítulos fundamentales nos recuerda —o debería recordarnos— ciertos problemas de ajedrez cuya solución no consiste en hacer jaque mate en determinado número de jugadas, sino en el denominado «análisis retrospectivo», en el cual se requiere que el jugador demuestre mediante un estudio desde el principio de la posición esquemática que las negras no podían haber enrocado en su última jugada o que debían haber tomado al paso un peón blanco.
Vladimir Nabokov, del prólogo a la edición inglesa, 1963)



La evolución de la novela intenta plasmar la mentalidad ajedrecista de Luzhin adaptándola a su edad en cada momento. Así, las descripciones son minuciosas, exhaustivas y cada objeto que aparece ante la visión de los personajes es enumerado prolijamente sean o no trascendentes para la narración, y los que lo son, lo son a posteriori (el lector debe estar atento):

Se acomodó sobre una caja. Junto a ella había otra semejante, que estaba abierta y contenía libros. Una bicicleta de mujer, con la verde red de la rueda trasera destrozada, se hallaba boca abajo en un rincón, entre una tabla desnivelada apoyada contra la pared y un enorme baúl. Al cabo de unos minutos Luzhin ya se aburría, como cuando uno lleva la garganta envuelta en franelas y tiene prohibido salir de la habitación. Acarició los libros grises y polvorientos de la caja abierta, dejando negras huellas en las cubiertas. Junto a los libros había un volante de badminton con una pluma, una gran fotografía de una banda militar, un tablero de ajedrez resquebrajado y algunas otras cosas de muy poco interés.
Cap. I



En los primeros capítulos estas descripciones detalladas son un tanto desordenadas y anárquicas, como si correspondiesen a la mente infantil del personaje, que contempla los trebejos sin entender su función y su importancia en el juego. Luego, a partir de esa elipsis temporal que suponen los capítulos V y VI, la mente de Luzhin entiende el mundo como un tablero y así lo muestra Nabokov:

Y lo que parecía ser un riesgo inimaginable comenzó a desarrollarse con asombrosa velocidad. La víspera de su partida, Luzhin salió al minúsculo balcón de su habitación en su largo camisón y miró a la luna, que se estaba separando temblorosamente de un follaje negro, y mientras pensaba en el movimiento inesperado que constituiría su defensa contra Turati escuchó a través de aquellas reflexiones sobre ajedrez la voz que continuaba sonando en sus oídos, que penetraba en su ser en largas líneas y ocupaba todos los puntos principales. Era el eco de la conversación que acababa de tener con ella; se había vuelto a sentar sobre sus rodillas y le prometió que al cabo de dos o tres días regresaría a Berlín, y que lo haría sola si su madre decidía quedarse. Y tenerla sobre las rodillas no era nada comparado con la certidumbre de que ella le seguiría y no desaparecería, como algunos sueños que de pronto estallan y se dispersan porque los ha atravesado la manecilla reluciente del despertador. Con un hombro apretado contra el pecho de Luzhin, ella trató, con un dedo solícito, de levantarle un poco más los párpados, y la ligera presión que ejerció sobre el globo del ojo hizo que surgiera allí una extraña luz negra que saltó igual que su caballo negro, el cual se comería indudablemente al peón si Turati lo movía en la séptima jugada, como había ocurrido en la última partida que disputaron. El caballo, por supuesto, perecía, pero la pérdida se veía recompensada por un sutil ataque de las negras, y a partir de ese momento todas las posibilidades estaban de su parte. Era cierto que en el flanco de la reina había cierta debilidad, o tal vez no pudiera llamársele debilidad, sino una ligera duda de que todo pudiera ser una fantasía, fuegos de artificio, y que el corazón no lo soportaría, no resistiría, porque tal vez, después de todo, la voz que escuchaban sus oídos le estaba engañando y no se quedaría con él. Pero la luna emergió de las ramas negras y angulares, una luna redonda y llena, una vivaz confirmación de la victoria, y cuando Luzhin finalmente abandonó el balcón y volvió a su habitación, en el suelo se había formado un enorme cuadro de luz lunar, y en esa luz destacaba su propia sombra.
Cap VII

Toda descripción a partir de ese momento pasa por el tamiz inflexible de los escaques blancos y negros, toda situación en la que intervengan varios personajes implica el movimiento de una de las piezas-personajes en el escenario-tablero. El mundo, tal y como lo contempla Luzhin, es un inmenso juego que le consume.

Era una historia difícil de componer, por lo que resultó un placer aprovechar algunas imágenes y escenas para dar un sesgo funesto a la vida de Luzhin, así como describir un jardín, un viaje o una secuencia de hechos desagradables como si se tratase de un brillante juego de ajedrez y, especialmente en los capítulos finales, hacer uso de un ataque en toda regla para narrar el hundimiento mental de mi pobre personaje.
Vladimir Nabokov, del prólogo a la edición inglesa, 1963

Existe, sin embargo, un espacio intermedio, una zona de salvación para el personaje de Nabokov, un mundo interior donde Luzhin y su esposa pueden recrear una existencia feliz (no digo vivir felices)

Habían alquilado un apartamento decentemente amueblado, no demasiado caro, muy cerca de allí; estaba situado en un quinto piso, pero eso no importaba, había ascensor para el escaso aliento de Luzhin y, en todo caso, las escaleras no eran empinadas y había un asiento en cada descansillo, bajo una ventana con vidrios de colores. En el espacioso vestíbulo convencionalmente adornado con unos dibujos en silueta enmarcados en negro, la puerta de la izquierda daba al dormitorio, y la de la derecha, al estudio. Al fondo de ese vestíbulo se encontraba la puerta del salón; el comedor adjunto había sido ampliado a expensas del vestíbulo, que en ese punto se convertía casi en un pasillo, transformación que púdicamente quedaba disimulada por una cortina de felpa con anillas. A la izquierda del pasillo estaba el cuarto de baño, después el cuarto del servicio, y en el extremo, la cocina.
(...)
Si uno daba un ligero empujón a las puertas correderas, podía tener desde el estudio una visión completa: el parquet del salón y, más allá, el comedor, con el aparador reducido por la perspectiva.
Cap. XI



El apartamento, aseptico como una clínica, sirve de refugio tras su delirio en el torneo de ajedrez en el que Luzhin se obsesiona con la defensa perfecta, el tema de la novela.
¿Es el apartamento la Defensa perfecta? ¿el lugar donde no puede sentirse amenazado?:

El se dejaba querer, mimar y distraer, y con el alma enroscada como una bola aceptaba la vida afectuosa que le rodeaba por todas partes. El futuro se le aparecía vagamente como un largo y silencioso abrazo en una bendita penumbra, a través de la cual pasarían los diversos placeres de este mundo nuestro, entrando como un rayo de luz para desaparecer de nuevo, riendo y balanceándose en el camino.
Cap XI


Todos los textos están extraídos de la edición de Anagrama de La defensa y son traducción de Sergio Pitol

(continuará)

1 comentario:

Natalia Book dijo...

De tiempos atrás de estudiante también recuerdo un poema de Nabokov 'The Chess Knight', que de alguna forma anticipa el tema de 'La Defensa'. Seguro que ya lo conoces. También recuerdo haber leído que por entonces, a finales de los años 20, Nabokov escribió un artículo sobre el campeonato del mundo de ajedrez que se estaba desarrollando. Creo que la forma de escribir ese artículo (que yo no he leído) también deja ver cosas de lo que luego sería 'La defensa'.
Saludos