29/6/05

Viaje a Italia, de J. W. Goethe

En Viaje a Italia, de J. W. Goethe, podemos distinguir dos partes bien diferenciadas. La segunda de ellas correspondería a su Segunda estancia en Roma, que se inicia en junio de 1787. Es, con bastante diferencia, la más literaria de las partes, la que tiende más al género de Memorias, en contraste con la primera que correspondería a un, y no es broma, diario de bitácora. El regreso a Roma parece obligado, aunque nunca están bastante claros los motivos que le impulsan a volver abandonando sus observaciones en Nápoles, como tampoco queda claro en principio los motivos de su abandono de Weimar. Estas cuestiones parece que están suficientemente habladas entre el autor y los receptores de su correspondencia, que constituyen el material más importante que conforma el Viaje a Italia. Un retorno obligado, decía, para iniciarse en el arte de la pintura como aprendiz de dibujante de forma que sus observaciones artísticas ahora conducen a poder apreciar no sólo el conjunto de la obra de arte sino los pormenores de su desarrollo. Curiosamente esta segunda parte no describe ninguna obra artística, a diferencia de la primera, plagada de ellas.
La primera parte de la obra es un tanto más pesada, llena de descripciones de paisajes y ciudades, con observaciones demasiado exhaustivas en torno a la geología, la flora, la agricultura. Este Goethe, a diferencia del de la segunda parte, está muchísimo más interesado en la Naturaleza que en lo mundano, incluso lo artístico queda relegado a un segundo plano. Y el volcán, el Vesubio en erupción supone para Goethe una atracción tan grande que cuesta comprender porque debe renunciar a su observación y estudio para retornar a Roma a desarrollar sus relaciones sociales y mundanas.



Los románticos inventaron el turismo. Goethe, Sterne, Stendhal, Byron, Shelley... aburridos, quizás partieron de sus países buscando el exotismo de las tierras cercanas de Europa primero, del cercano Oriente, después. Siempre en el turista hay un poso de superioridad frente al nativo que ejecuta diariamente la misma rutina laboral. Los turistas del siglo XVIII y XIX obsercvaban con atención, casi con pasmo, las actividades de los campesinos de Italia y Grecia, mientras los de sus respectivos países les eran totalmente invisibles. Tal vez el turismo consiste precisamente en eso, en recorrer muchos kilómetros para comprobar que en todas partes las relaciones de poder entre seres humanos son exactamente iguales, para comprobar con tus propios ojos, pero a un millón de millas, lo que se desarrolla delante de tus narices día a día. Quizás habría que tomar en cuenta esta consideración este verano, cuando visitemos lugares “exóticos” (lo eran en el XVIII, pero lo siguen siendo en la actualidad) rodeados de cientos de personas más que buscan esas particularidades que, a fin de cuenta, son comunes.
Y cuando estés harto de la masificación del turismo, por un momento piensa en Goethe:

y dedícale algún oscuro pensamiento.


Como ahora viajo solo, tengo bastante tiempo para evocar de nuevo las impresiones de meses anteriores, y lo hago gustosamente. De todas formas, veo a menudo interrumpidas mis observaciones, y aunque el viajero pueda considerar el viaje fluido como un río y su imaginación vea ininterrumpida la secuencia, lo cierto es que se advierte, con pesar, la imposibilidad de comunicarlo como verdaderamente se debería. El narrador no puede sino explicar las cosas una detrás de otra; no hay forma de introducir en la mente del oyente la idea de un todo.
(De Nápoles a Roma, junio de 1787)

1 comentario:

Anónimo dijo...

La web Viaje a Italia transcribe el Viaje a Italia de Goethe en formato blog.