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28/1/19

La entreplanta, de Nicholson Baker

Un oficinista sale de su despacho en la entreplanta, a la que solo se tiene acceso por las escaleras mecánicas, de un edificio, a la hora del descanso y compra una galleta, un pequeño brick de leche y cordones para los zapatos. Luego, se sienta en un banco al sol a leer las Meditaciones de Marco Aurelio y vuelve a la oficina.
Y ya está.
Narrado en primera persona desde el futuro, es decir con el recurso “aquella mañana salí...”, la novela es un compendio del pensamiento humano, pero no en un aspecto transcendental sino más bien en el cotidiano. Baker eleva la trivialidad a obra de arte en un continuo juego de digresiones mentales ampliadas en prolijas notas al pie de página, (no hace falta decir que D. F. Wallace tenía muy presente la novela de Baker a la hora de dar forma a La broma infinita), con un lenguaje muy elaborado y una estructura que desmiente el azaroso devenir de los procesos mentales.
Es, sencillamente, una pequeña maravilla de la narrativa contemporánea estadounidense.

Aquí, como ejemplo, la justificación a las notas a pie de página en una nota al pie de página, por supuesto:


A Boswell, al igual que a Lecky (para retomar el asunto de esta nota al pie), y a Gibbon antes que él, le encantaban las notas al pie. Ellos sabían que la cara externa de la verdad no es lisa, ni brota ni va reuniéndose de párrafo en párrafo bien formados, sino que trae incrustada una rugosa corteza protectora de citas, de comillas, de cursivas e idiomas extranjeros, todo un variorum en forma de costra repleta de "íbid." y de "cfr." y de "véase" que conforman la armadura del puro fluir de un argumento mientras este viva por un instante en la mente de uno. Eran conocedores del placer anticipatorio de percibir con visión periférica, conforme pasaban la página, el cieno gris de un ejemplo y de una salvedad adicionales esperándoles en letra diminuta al pie. (Eran conscientes, de un modo más general, de la utilidad de la letra diminuta para realzar el regocijo de leer obras de oscura erudición: la densidad tipográfica te fuerza a encorvarte igual que Robert Hooke o que Henry Gray sobre los tejemanejes y los intríngulis de la verdad). Les gustaba decidir conforme leían si se molestarían o no en consultar cierta nota al pie, y si la leerían en contexto, o la leerían antes que el texto del cual colgaban, como aperitivo. Los músculos del ojo, ellos lo sabían, buscan itinerarios verticales; el recto lateral y el medial se aturden al oscilar de acá para allá con las zetas que nos enseñan en el colegio: la nota al pie funciona como un conmutador, proporcionando esa satisfacción del coleccionista de trenes en miniatura de capturar la marcha del pensamiento con un "I" volado y de reconducirlo, a veces largo y tendido, por apeaderos abandonados, por túneles sumergidos y llenos de goteras. La digresión –un movimiento que se aleja del gradus, o la intensificación, del argumento– es a veces el único modo de ser exhaustivo, y las notas al pie son la única forma de digresión gráfica sancionada por generaciones de tipógrafos. Y no obstante la Hoja de estilo de la Modern Languaje Association que tenía en la facultad desaconsejaba las notas al pie “tipo ensayo”. ¿Estaban majaras?¿Adonde va a ir a para la erudición? (En ediciones posteriores han eliminado esta mácula)
[…]
Pero las grandes, eruditas o anecdóticas, notas al pie de Lecky, Gibbon o Boswell, escritas por el propio autor del libro para complementar, e incluso corregir, a lo largo de varias ediciones posteriores, eso que dicen en el texto primario, reafirman que el afán de verdad no posee límites exteriores claros: no termina con el libro; la reformulación el desacuerdo con uno mismo, el envolvente océano de las autoridades referenciadas, todo ello continúa. Las notas al pie son esas superficies de mejor adherencia que permiten que los párrafos tentaculares se aferren a la realidad más amplia de la biblioteca.


El fragmento de la traducción de Ce Santiago para La Navaja Suiza Editores.