Una distopía es una especie de relato
fantástico en el que a través de la exageración se muestran los
defectos sociales de nuestra época. No hablan tanto del futuro sino
de lo que somos en el presente. De igual manera el género fantástico
puede describir lo que realmente somos a través de conceptos
alejados de la realidad. Todo funciona como metáfora.
La metáfora en esta novela de Pedro de
Silva es la de una persona comiendo pipas en un banco, saboreando
cada semilla y esparciendo las cáscaras a su alrededor. Lo que queda
del comedor de pipas es, finalmente, su ausencia, ese vacío cercado
por los restos en el lugar donde han estado sus piernas.
Lo que describe realmente es la lucha
ancestral entre la individualidad y la sociedad. Y en el caso de esta
novela es una lucha material, truculenta y salvaje, que rezuma
vísceras y soledad, violencia e indefensión, sangre y sexo.
Lo que me viene a la cabeza, quizás
por osmosis en la coincidencia temporal, es que la historia de De
Silva sería un interesante punto de partida para un guión
cinematográfico. Pero evitando, sin eludirla ni esconderla, que la
violencia constituya el eje vertebral. Que aparezca como actos
puntuales. Tan necesario como la sordidez de los actos que acontecen
en la novela es la amoralidad ingenua del narrador, por lo que la
película que imagino tendría un aire como las de Tarr o Lanthimos,
que no en vano se han asociado con excelentes narradores como
Kraznahorkai o Efthimis Filippou. Lo que quiero decir es que la
película en la que pienso no sería Ash contra el ejercito
maligno, una sangría de cuerpos desmembrados, sino una especie
de espacio distópico en el que primaría la soledad del individuo y
la forma de afrontar una batalla perdida de antemano. Es decir de qué
manera puede el individuo vencer a la sociedad que nos arrastra y nos
iguala y nos distorsiona y nos convierte en un rostro indistinguible
entre la multitud de rostros.
Lo que tiene de bueno La moral del
comedor de pipas es su narrador en primera persona. Posiblemente
infidente aunque no por voluntad propia, posiblemente abocado a una
tarea, la de narrar, que le sobrepasa, un narrador muy atado a lo
mundano y básico, muy alejado de cualquier tipo de teoría, alguien
en cierta manera “simple” a quien el mismo acto de escribir le
supera. Receptor de ideas antes que pensador, hombre de acción antes
que reflexivo. Constituye el hombre perfecto para esta narración que
le supera y a la que sobrevive. El perfecto narrador para una
historia que combina la descripción de las
anormalidades-convencionalismos sociales con las herramientas de la
narrativa de género.
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