16/4/19

La moral del comedor de pipas, de Pedro de Silva

Una distopía es una especie de relato fantástico en el que a través de la exageración se muestran los defectos sociales de nuestra época. No hablan tanto del futuro sino de lo que somos en el presente. De igual manera el género fantástico puede describir lo que realmente somos a través de conceptos alejados de la realidad. Todo funciona como metáfora.
La metáfora en esta novela de Pedro de Silva es la de una persona comiendo pipas en un banco, saboreando cada semilla y esparciendo las cáscaras a su alrededor. Lo que queda del comedor de pipas es, finalmente, su ausencia, ese vacío cercado por los restos en el lugar donde han estado sus piernas.
Lo que describe realmente es la lucha ancestral entre la individualidad y la sociedad. Y en el caso de esta novela es una lucha material, truculenta y salvaje, que rezuma vísceras y soledad, violencia e indefensión, sangre y sexo.

Lo que me viene a la cabeza, quizás por osmosis en la coincidencia temporal, es que la historia de De Silva sería un interesante punto de partida para un guión cinematográfico. Pero evitando, sin eludirla ni esconderla, que la violencia constituya el eje vertebral. Que aparezca como actos puntuales. Tan necesario como la sordidez de los actos que acontecen en la novela es la amoralidad ingenua del narrador, por lo que la película que imagino tendría un aire como las de Tarr o Lanthimos, que no en vano se han asociado con excelentes narradores como Kraznahorkai o Efthimis Filippou. Lo que quiero decir es que la película en la que pienso no sería Ash contra el ejercito maligno, una sangría de cuerpos desmembrados, sino una especie de espacio distópico en el que primaría la soledad del individuo y la forma de afrontar una batalla perdida de antemano. Es decir de qué manera puede el individuo vencer a la sociedad que nos arrastra y nos iguala y nos distorsiona y nos convierte en un rostro indistinguible entre la multitud de rostros.

Lo que tiene de bueno La moral del comedor de pipas es su narrador en primera persona. Posiblemente infidente aunque no por voluntad propia, posiblemente abocado a una tarea, la de narrar, que le sobrepasa, un narrador muy atado a lo mundano y básico, muy alejado de cualquier tipo de teoría, alguien en cierta manera “simple” a quien el mismo acto de escribir le supera. Receptor de ideas antes que pensador, hombre de acción antes que reflexivo. Constituye el hombre perfecto para esta narración que le supera y a la que sobrevive. El perfecto narrador para una historia que combina la descripción de las anormalidades-convencionalismos sociales con las herramientas de la narrativa de género.

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