Y los seguí: los vi caminar a paso ligero por Bucareli hasta Reforma y luego los vi cruzar Reforma sin esperar la luz verde, ambos con el pelo largo y arremolinado porque a esa hora por Reforma corre el viento nocturno que le sobra a la noche, la avenida Reforma se transforma en un tubo transparente, un pulmón de forma cuneiforme por donde pasan las exhalaciones imaginarias de la ciudad, y luego empezamos a caminar por la avenida Guerrero, ellos un poco más despacio que antes, yo un poco más deprimida que antes, la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo
Auxilio Lacouture.
Auxilio la costura, la cultura, Auxilio
la cotorra, la que no calla:
Pensaba encontrar nada más que una
ampliación de un capítulo de otra novela donde se prefiguraba otra
novela distinta en proceso de escritura.
Estaba muy equivocado.
Está será una historia de terror. Será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz.
Tal
vez el problema que tuve con Amuleto
era que es ELLA quien habla. Y si bien la narración de Bolaño me
parece impecable, el simbolismo que encierra una narradora en primera
persona que se autodenomina "la madre de la poesía
mexicana" me parecía en aquel momento una impostura insalvable.
Ahora he vuelto a la nouvelle y he
descubierto que estaba equivocado. Salvo quizás en lo de la
impostura, que me lo sigue pareciendo aunque ya no la creo
“insalvable”. Quizás sea una especie de lastre que se arrastra
durante toda la novela, la impostura de género, pero creo que Bolaño
no intentaba una aproximación femenina a un relato, sino una voz
desmedida y en los límites, quizás inspirada en la figura real de
Alcira Soust Scaffo (hay una excelente entrada en el blog mimalapalabra de Giovanni Rodríguez), una profesora uruguaya que vivió en el DF a
quien Bolaño conoció, que le permite al autor crear una especie de
guía, una Virgilio que nos acompañe por un mundo onírico-literario
relacionado con el mundo cultural de México en la década de los 70
del siglo XX.
Así Auxilio es la única persona que
resiste en el edificio de la Facultad de una Universidad tomada por
el ejército. Conoce a Arturo Belano y a los jóvenes poetas que
pululaban por los bares en las noches del DF. Pero también a León
Felipe, a Pedro Garfias, a Lilian Serpas y a su hijo Carlos Coffeen
Serpas, personajes reales que pudieron coincidir en esa época con
los personajes de la novela.
Pero Lacouture también conoce a
Remedios Varo.
Puesto que Varo murió mucho antes que
los hechos que se nos cuentan, el pasaje adquiere un tono onírico y
casi surrealista, como corresponde a la figura de la pintora que
hablaba a sus gatos en catalán.
Como en el cuadro El relojero,
Lacouture maneja el tiempo a su antojo. Viaja a través de los
distintos relojes a épocas pasadas y futuras desde su encierro en
los aseos de la Facultad. Pero ella no puede explicarnos como lo
hace, como si las piezas que controlan el tiempo de los relojes
cayesen de sus manos. Como si viviese dentro de un cuadro de Varo,
entre gatos helechos y personajes simbólicos surgidos de las brumas
de los sueños.
Y todo eso es Amuleto, un viaje
por los sueños de una ciudad poblada de poetas cuyos sueños se
superponen a la realidad.
Leemos la novela y con tanta poesía y
tanto sueño, olvidamos que Lacouture ha venido a contarnos la
historia de un crimen atroz.
Este es el crimen:
Yo estaba en la facultad aquel 18 de septiembre cuando el ejército violó la autonomía y entró en el campus a detener o a matar a todo el mundo. No. En la universidad no hubo muchos muertos. Fue en Tlatelolco… ¡ese nombre que quede en nuestra memoria para siempre! Pero yo estaba en la facultad cuando el ejército y los granaderos entraron y arrearon con toda la gente.
En la lucha contra la represión la
poesía se convierte en un arma. Un arma íntima, simbólica si se
quiere. El totalitarismo quiere acabar con los sueños, con las ideas
personales, con los sueños. La poesía es un arma inútil, pero en
ocasiones es la única que tenemos a mano.
Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
Y ese canto es nuestro amuleto.
Bolaño siempre te deja ese regusto
amargo ya que suele revestir lo épico con la banalidad de lo real,
pero siempre es un gran placer reencontrarse con él.
Voy a terminar con un poema. Tal vez
uno de los que sonaron por los altoparlantes de la Universidad, que
tal vez estaba en un disco que puso Alcira Soust Scaffo, para que se
oyese en todo el campus ocupado por el ejercito.
Tal vez.
Contadme un sueño
Ahora estoy de regreso, he llegado hace
poco,
soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere
decir:
Me durmieron con un cuento...
y me he despertado con un sueño.
Voy a contar mi sueño, narradores de
cuentos.
Voy a contar mi sueño.
Es un sueño sin lazos,
sin espejos,
sin anillos,
sin redes,
sin trampas y sin miedo.
Oíd:
Soñé... ¡sueño!
No soy un cuento.
Vengo de más lejos...
Soy y vengo del sueño.
Y digo que soñar es querer, querer,
querer...
Querer escaparse del espejo,
querer desenvolverse del ovillo,
querer descoyuntarse de la dulce
rosquilla de los cuentos,
querer desenvolverse... prolongarse.
Soñar es decir 4 veces,
o 44 veces,
o 4.444 veces, por ejemplo:
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero
verme en el tiempo
ni en la tierra
ni en el agua sujeto...
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
León Felipe
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