Si escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, como dicen que dijo Adorno, esta novela de Faludy es un premeditado acto de barbarie contra la misma frase del filósofo alemán.
(Tal vez incluso contra toda la cultura alemana impuesta en Hungría antes de la Segunda Guerra Mundial)
(Para Adorno “Beckett ha reaccionado de la única forma honesta a la situación del campo de concentración”, y veía en Fin de partida, la única posible respuesta artística a Auschwitz.)
(Auschwitz, la bomba atómica, la división de Europa, las purgas stalinistas... una época que es una fractura histórica que, obviamente afectó a la narrativa... ¿para bien? Quizás desvió la atención, a causa de la necesidad de saber, a aquellas narraciones que contaban las historias de la guerra, la posguerra, la represión soviética... imponiendo, quizás, como corriente principal, dejando de lado la calidad o el interés, el simple acto de narrar)
(Excepciones, y ya volvemos a Faludy a través de un compatriota, destacable sería Kerstesz, quien tras su demoledor testimonio del absurdo de un campo de concentración en Sin destino, compone posteriores narraciones desde perspectivas más experimentales)
“Oyendo los discursos de Hitler y de Stalin por la radio, pensaba en cuán más rápidamente hubiera colapsado el Imperio Romano si las locuras de Nerón o de Caracalla hubieran sido difundidas por ese medio en la sala de lectura de la Biblioteca de Alejandría o en la plaza del mercado de Antioquía.”
Faludy. En 1938 abandonó Hungría. Tenía 28 años y era considerado una celebridad como poeta. Quizás esto nos resulte muy extraño a nosotros, que constituimos una sociedad culturalmente anticultural. Faludy, según nos relata el traductor Alfonso Martínez Galilea en una nota, también era una excepción, como excepcional fue que su libre traducción de los poemas de Villon se convirtiesen en un bestseller en Hungría, de forma que es el libro de poemas más reeditado de la historia magiar.
(Tenía que usar magiar... me quedo con las ganas de emplear Samizdat)
(Villon, Baladas del ahorcado, escritas mientras esperaba su ejecución; Faludy, dicen que hacía memorizar a sus compañeros de cautiverio en un campo de trabajo soviético en Hungría fragmentos de sus poemas)
Días felices en el infierno se centra en su exilio tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, su paso por Francia, Marruecos y Estados Unidos, y su retorno a Hungría, donde se ensayaba un impostado sistema democrático bajo el control de la Unión Soviética que terminó en una purga política que conllevó su internamiento en un campo de trabajo.
“Al mismo tiempo, sentíamos que nosotros mismos estábamos en una situación bastante ridícula. Hasta el día de nuestra detención, el noventa y cinco por ciento de nosotros nunca habíamos sido considerados enemigos del régimen. Los arrestados de los primeros días nos despreciaban porque cada uno de ellos, por supuesto solo desde que había sido detenido, consideraba la colaboración con el régimen un absoluto descrédito. Habíamos acabado por ser ridículos para nosotros mismos, porque habíamos tolerado, e incluso apoyado, al régimen mientras construía las trampas en las que al final acabaríamos atrapados.”
Pero, según nos revela Martinez, cada uno de los fragmentos está relacionado con su obra poética, tanto como para revelarnos las influencias de su vida en su obra como para mostrarnos el proceso de composición de sus poemas.
(poemas que desconocemos)
(escritos marcando letras en números atrasados del archivo de un periódico, letras que debían ser ordenadas en sentido inverso)
Por consiguiente, todo el texto de Faludy está impregnado de poesía, al mismo tiempo que es un ejemplo de elegancia y concreción narrativa.
Poesía (y cultura) que constituyen un arma de supervivencia para afrontar las más inhumanas condiciones impuestas por otros seres humanos.
(¿Podemos llamarlos así? Sí. Nuestra inhumanidad nos define como especie)
“Al mismo tiempo, se ha alcanzado también la etapa final del comunismo en lo que a sus efectos psicológicos se refiere. Hay signos de que ahí fuera también, pero aquí se ha llegado a la perfección. Ellos han obtenido el poder absoluto sobre nuestro cuerpo por la violencia, la astucia, las amenazas y una poderosa red de espionaje, y pueden hacer con nosotros lo que les venga en gana. Pero al mismo tiempo nos han obligado a pensar. El efecto moral es parecido al del ácido nítrico cuando separa el oro de la ganga. Los bribones se vuelven más bribones, pero el oro de la decencia permanece inmutable, incluso adquiere más brillo. Pero si cedes, aunque solo sea un poco...”
Sin buscar el patetismo ni el victimismo, Faludy muestra una parte de su vida determinada por la persecución, primero de los fascistas, luego de los comunistas. Parece querer demostrar dos tesis, la primera la importancia de la alegría de vivir, la segunda pondría a la cultura como instrumento de supervivencia. Faludy sabe que es presuntuoso afirmar que intentar mantener cierto nivel de actividad intelectual a pesar de estar doblegado físicamente determina la capacidad de supervivencia de los presos del campo de trabajo. Pero admite que forzar al intelecto a imponerse a las penurias, en su caso particular, le ayudó a sobrellevar el cautiverio. Sea como sea, lo que resulta bello en el relato de Faludy, es que la rebeldía contra ese poder absoluto que otros ejercen con violencia no puede radicar más que en el interior de nosotros mismos. Voluntad y cultura.
Quizás la tesis sea algo ingenua, pero tal y como lo expone Faludy resulta conmovedora y convincente.
Una experiencia de vida. Una gran novela.
Fragmentos de Días felices en el infierno, de György Faludy, traducción de Alfonso Martínez Galilea para Pepitas de calabaza y Fulgencio Pimentel
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