20/5/15

Melancolía de la resistencia, de László Krasznahorkai, página 53

En vano había intentado adelantarse a los demás, pues mientras descifraba el horario, un auténtico bosque de gorros de piel, gorras con orejeras y grasientos sombreros campesinos fue llenando la plaza, y cuando reunió fuerzas suficientes para ponerse en marcha y se preguntó de súbito, aterrada, qué quería toda esa gente en el fondo, de pronto tuvo la sensación de ver a aquel al que había olvidado del todo, a aquel cuyo terrible recuerdo había sido borrado, como quien dice, por los viajeros del vagón de atrás, al hombre del abrigo de paño, allá a la izquierda, al otro lado, en medio del gentío; le pareció que miraba alrededor, como si buscara algo, y que luego se daba la vuelta y desaparecía de la vista. Todo ocurrió con tal celeridad, y el hombre se hallaba a tal distancia (aparte de que, en aquella tiniebla, ya no podía distinguir lo real de lo irreal), que no podía estar del todo segura de su identidad, pero la mera posibilidad la asustó tanto que se abrió paso entre la gente, que seguía allí sin hacer nada y que no auguraba nada bueno, y se dirigió casi corriendo hacia su casa por la avenida que conducía al centro de la ciudad. En cuanto al hombre, la señora Pflaum, de hecho, ni siquiera se sorprendió, puesto que, por muy absurdo que resultara (¿y no había sido todo su viaje un absurdo?), algo le sugirió ya en el tren, cuando lo encontró de nuevo y se frustraron sus esperanzas, que su historia con el personaje de la cara hirsuta—el escalofriante intento de violación—no había concluido en absoluto; y como ahora ya no sólo había de temer que los «bandidos» la atacaran «por la espalda», sino también que el hombre («si en efecto era él… y no una mera fantasía…») se plantara ante ella surgiendo de cualquier sitio, de cualquier portal, la señora Pflaum caminó como alguien incapaz de decidir si lo más conveniente era retroceder o echar a correr.

Melancolía de la resistencia, de László Krasznahorkai, página 53; Traducción de Adan Kovacsics para Acantilado.


2 comentarios:

Trayectos ciegos dijo...

Inquietante, Javier. También su escritura. Gracias. Compraré el libro.Un abrazo. Elisa

Portnoy dijo...

No te arrepentirás.
Un saludo