Hay un pasaje en La estrella de Ratner, en la que Don
DeLillo parece definir su narrativa. Es un pasaje que me temo será repetido y
copiado y enlazado muchas veces:
No hace falta poner por escrito las palabras. Tú ya sabes qué aspecto tendrá cada página, y con saber eso ya basta. En realidad no hay más que eso. Existe toda una clase de escritores que no quieren que sus libros se lean. Hasta cierto punto, eso explica su prosa enloquecida. Si formas parte de esa clase de escritores, expresar lo expresable no es la razón de que escribas. Hasta resulta vagamente embarazoso que te entiendan. Lo que quieres expresar es la violencia de tu deseo de que no te lean. Es la fricción del público lo que enloquece a los escritores. Esa gente va a leer lo que escribas. Y cuanto más entiendan ellos, más vas a enloquecer tú. No puedes permitir que sepan de qué estás escribiendo. En cuanto lo sepan, estás acabado. Si formas parte de esa clase, lo que tienes que hacer es o no publicar o asegurarte del todo de que tu obra deje a los lectores tirados por los márgenes. Esto no es solamente lo que permite que exista literatura, sino que también es indispensable para tu salud mental.
DeLillo tenía cuarenta años cuando se publicó La estrella de
Ratner, su cuarta novela. Todavía le faltaban diez años para alcanzar la
excelencia de Ruido de fondo. Ya sabía lo que era la violencia del deseo de no
ser leído. El personaje al que se refiere este fragmento, el peor maltratado de
todos los que aparecen en la novela (no por el autor, por el resto de los
personajes, particularmente por uno), una periodista, tiene desperdigados por
la habitación una gran cantidad de folios en blanco numerados que constituyen
una novela que no es necesario ser escrita. Ya sabe qué aspecto tendrá cada
página, y con saber eso ya basta. “En realidad no hay más que eso”.
Una vez escrita la
novela que no precisa ser escrita, cabe preguntarse qué es La estrella de
Ratner partiendo de la premisa (¿impuesta por el propio autor, por uno de sus
personajes?) de que no se puede permitir que el lector sepa de qué está
hablando el autor. Así podemos hablar de ciencia-ficción, de crítica social, de
comedia, de la influencia de Kafka, de psicología, de literatura, de algunas de
esas cosas o de todas ellas.
(Por cierto, habría que indagar en la influencia que esta
novela de Delillo tuvo sobre Los inconsolables de Kazuo Ishiguro)
(Por cierto, habría que indagar en la influencia que esta
novela de DeLillo tuvo sobre algunos aspectos de las películas de Lynch: “También
el encendedor de acero inoxidable. Tenía una llama inmensa. Cada vez que su
padre acercaba el pulgar a la ruedecilla traqueteante, Billy se apartaba. La
enorme llama azulada venía acompañada de una ráfaga de aire furioso, un efecto
que él no asociaba con cosas que se encendían sino con cosas que se apagaban,
con el último aliento de un cuerpo apenas formado, calor y luz sorbiendo un
momento supremo”)
La clave de la está de nuevo en el párrafo que encabeza este
texto: “No puedes permitir que sepan de qué estás escribiendo. En cuanto lo
sepan, estás acabado”. Lo que hace DeLillo es construir un texto denso, farragoso,
verborreico, a ratos plúmbeo, que parte de un mcguffin interestelar. Plaga el libro de discursos
confusos sobre temas vagamente científicos desacreditados en sí mismos por la
subjetividad con que son expuestos. Solo la punzante ironía del personaje
principal puede salvar al lector de caer en la trampa de DeLillo. Porque La
estrella de Ratner NO PUEDE GUSTAR al lector. Está escrita CONTRA el lector y
lo hace tratando unos temas ante los que el lector se siente un tanto
desprotegido. La misma presentación del enclave científico como un lugar
diseñado con una arquitectura irracional para los habitantes, pero “lógica” y “matemática”,
critica en cierta manera la idea mítica con que la sociedad contempla a la
ciencia. La ciencia es la nueva religión, parece decirnos DeLillo y, como la
religión, el concepto social de Ciencia, tiene pies de barro. Y la novela es como el edificio que alberga el Experimento de Campo Número Uno, es lógica, es matemática, es científica y es hostil a las personas.
Al final la única solución es excavar un agujero en la
tierra del desierto y enterrarnos todo lo profundamente que podamos.
De ahí, quizás, la recurrencia del desierto y de la
desaparición (y búsqueda) del individuo en él, un tema que aparece en varias
novelas de DeLillo.
Los textos de la traducción de Javier Calvo de Ratner’s Star
para Seix Barral.
2 comentarios:
Hago este comentario tras haber leído del tirón tus últimas tres entradas. No sé si es un comentario o es que me he desasosegado y lo escribo.
A raíz de la entrada De Lillo me he acordado de una anécdota (salvando las distancias) que me contaron y que tendría que ser cierta a propósito de Eugenio d'Ors. Le dictaba sus cosas a una secretaria. Al acabar le preguntaba si estaba claro y ella decía "perfectamente, maestro", entonces él replicaba "pues oscurezcámoslo un poco".
Siempre me ha hecho gracia.
Ahora me he preguntado por qué, quiero decir, para qué oscurecer, no mostrar, ocultar, adrede. ¿No es un poco aviesa esta intención? Pienso en Beckett y me pregunto si no es en ocasiones la confusión, la falta de sentido, o el sin sentido, al menos en su obra, un "simple" traslado realista de cierto estado de cosas. Quiero decir, si las cosas son confusas o desordenadas o no tienen sentido, resulta bastante honesto escribirlas de esa manera, en confusión y desorden, sin sentido. No sé hasta qué punto no queda, en ocasiones, otra opción. Pienso también en Kafka, un escritor que parece mostrar las cosas ocultándolas. Pero sin embargo no da la impresión de hacerlo adrede, sino más bien dibujándolas tal y como las ve (aquí recuerdo otra anécdota:en una exposición Redon era preguntado, o reconvenido: "esas flores no existen"; "Señora, yo las pinto tal y como las veo").
Supongo que lo que quiero decir es que hay diferencias de honestidad en cada obra, aunque la sinceridad de una expresión no pueda ser puesta en duda. El juego conceptual que se activa entonces sobre la interpretación de una obra confusa, oculta, sin sentido, etc, corre el riesgo de anular cualquier catarsis, es decir, de quedarse en una mera adivinanza, de reducir el posible mensaje -o desmensaje (¿amensaje?, ¿sin-mensaje?)- al acto de descifrar el código en el que fue producida.
Vale, no sé lo que quiero decir.
Supongo que quiero decir que si te sale algo sin sentido pues me parece bien. Pero si lo que se busca, por mucho criterio con que se busque, el sin sentido, esto es darle sentido, es como hacer trampa, ¿no?
Bah, no sé. Pero tu blog es de lo más estimulante.
Un saludo.
Javier.
De lo que comenta 'Me alitero' se me ocurren varias cuestiones. Acerca de la honestidad de cualquier propuesta en el arte, en particular de las más "crípticas".
A Kafka, pese a lo peculiar y ambiguo de su propuesta.. creo que nadie se atrevería a llamarle "mentiroso". De hecho me parece uno de los más sinceros escritores que ha habido.
El sinsentido en Beckett, por el contrario, creo que se corresponde a un trabajo más intelectual que de cosmovisión (como sí lo era, creo (creemos), la kafkiana). No por ello le llamo mentiroso. Es otra forma de hacer las cosas. Además, Beckett, en ocasiones, se ha alejado de la realidad (o de nuestra visión realista de las cosas) para definirla de un modo desgarrador y más realista (como Béla Tarr).
Como decía Benet para criticar a Dostoievski: "Un escritor que del alma humana no sabía nada, mas que exageraciones."
Yo creo que la ficción no es más que eso, una exageración de- nuestra visión ¿televisiva, decimonónica? de- la realidad. Al menos, la ficción que se precie...
'Inland Empire' tiene catarsis, y a la vez es adivinanza. Aunque esa característica quizás no sea pretendida por el director.
Sobre DeLillo, me ha recordado a Bernhard ese fragmento. Y en ocasiones (de hecho el (pos)modernismo muchas veces se basa en eso) que algo esté hecho contra el lector es lo que le da esa dimensión de "reto" que nos proporciona placer a otro nivel, fuera del estético, cosa que puede hacer que nos guste la lectura de algo "ilegible" (por el mero hecho de terminarla (cuando otros no pudieron) o por lo lúdico de intentar descifrarla).
La citada arriba última obra de Lynch recurre a muchos mecanismos (feísmo, incoherencia, incomprensibilidad..), pero la cosa es que me gusta. Por su atmósfera terrorífica, por el desafío intelectual que supone.. Y es curioso, porque a diferencia de Lost Highway y Mulholland Drive, Lynch rehúye del placer estético que entrañaban estas obras. En Inland Empire se desprende de esa belleza (recurriendo a esos primerísimos planos, a la calidad digital, a ubicaciones oscuras, lúgubres y tétricas...), aunque es verdad que hay una poética inherente en la película (la belleza de lo feo). Es un mundo extraño...
PD: Cómo se nota que no he leído "Ratner's Star"...
PD2: Creo que ni siquiera se corresponde al tema del blog, tan solo estoy divagando. Me gusta esto de tu forma de escribir, Javier, que dejas espacio (conscientemente o no) para el pensamiento de los lectores, pudiendo aportar cada uno múltiples discusiones acerca de tu texto.
Un saludo.
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