Esta es, más o menos, la historia: A un pueblo, que es una
ruina tanto física como moral, llega de noche un enorme carromato que lleva en
su interior el cadáver disecado de una ballena como parte del supuesto espectáculo
de un circo. Instalado en una plaza céntrica, el circo congrega a una multitud silenciosa
de hombres, llegados no sé sabe de dónde y del propio pueblo, que esperan la
aparición del Príncipe, la otra atracción del espectáculo, que incita con sus
palabras a una revolución caótica y destructiva.
Una sinopsis no puede dar una idea de cómo se desarrollará la
historia dependiendo quién nos la cuente. Y nada puede ser más diferente que la
forma de narrar de Krasznahorkai (literaria, digresiva, irónica) y Tarr
(cinematográfica, silenciosa, perturbadora). Sin embargo ambos logran
trasmitirnos lo mismo, la idea desoladora de que no existe un orden divino que
regule la existencia. La prueba de ello es el desorden violento que se produce
tras la revuelta de “los hombres del circo”, pero eso, a pesar de ser la parte
importante del relato de Tarr y Krasznahorkai, no deja de ser anecdótico,
resulta ser la consecuencia del relato, la demostración de la tesis. La
verdadera idea tanto de la película como de la novela se desarrolla en dos
escenas, una en la taberna, donde János Valuska, que según avanza la historia
vislumbramos como el verdadero foco narrativo, representa junto a los
alcoholizados clientes el movimiento de los planetas alrededor del Sol,
intentando que entiendan la grandeza y el orden que rige todo aquello que está
por encima de lo humano, y la digresión-discurso de György Eszter sobre las Armonías
de Werckmeister, una serie de sistemas de afinación creados por Andreas Werckmeister
y que viene a demostrar que la belleza (musical, en este caso) está sujeta a
una primigenia arbitrariedad. Tanto Valuska como Eszter entenderán, a su manera, como una monstruosidad la ballena disecada, pero serán los únicos, también cada
uno a su manera, que a través de la ballena, percibirán el carácter prosaico de
la existencia.
Personalmente me siento condicionado por haber llegado a la
historia primero a través de Krasznahorkai, lo cual me ha privado de la
sorpresa que supone cada film de Tarr. Mientras estoy viendo la película,
anticipo los discursos y las acciones de los personajes y es en aquellas
escenas puramente cinematográficas a las que nos tiene acostumbrados Tarr donde
caigo admirado (la caminata de Janos, el tráveling lateral con el que avanzamos
junto a Eszter y Valuska por la calle ventosa, la marcha implacable de la
multitud…) Conocer la historia supone un escollo a la hora de admirar
plenamente una obra como la de Tarr, y eso a pesar de que la historia no es tan
importante a la hora de valorar la “belleza” artística. Pero, de alguna manera,
percibía que estaba perdiendo algo en el visionado de la película, o que, todo
aquello que te sugiere las películas de Tarr, estaba condicionado a la lectura
de Krasznahorkai. Y es que Melancolía de la resistencia ha sido una experiencia
literaria que ha desbordado toda expectativa.
No sé, habrá que idear una forma de ver a Tarr y de leer a Krasznahorkai
sin que sus innegables genios interfieran. Complicado.
2 comentarios:
En mi caso, llegué a la novela habiendo pasado primero por la película. No sé si mejora la cosa, pero la gran diferencia, la gran novedad (visto en esa dirección) es la madre de Valuska y todo lo que la rodea. Resulta incluso intrigante...
Tengo un amigo al que le había encantado el film, le pasé la novela y le pareció tan fabulosa que, dijo, la peli perdió brillo. Yo vi y leí con bastante distancia, y embolsé por separado. Por lo demás, me gustó particularmente en tu escrito: "A través de la ballena... el carácter prosaico de la existencia". Sí. Y a nosotros nos llega esa sensación, desde la ballena y pasando por ellos.
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