27/1/22

NADIE LO PIDIÓ

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De alguna manera hace tiempo que delegué mi memoria a la nube informática. Ahora descubro en las redes, en este blog y en las notas de Goodreads, textos que escribí sobre novelas que no recuerdo haber leído. Justo antes de la pandemia dejé de escribir. La pandemia es un hito que nos ha transformado. Personalmente me ha desvinculado aún más del mundo, confirmando mis sospechas sobre la realidad y dejándome un paso más cerca del desamparo. Es como si hubiese estado fuera (de mí o de mis circunstancias) y que el retorno se hiciese lento y farragoso. Me cuesta escribir. Me cuestiono, mucho más que antes, su utilidad. Pero dejar de escribir también supone dejar desamparada a mi memoria. De qué manera voy a constatar que hay novelas que no recuerdo haber leído si no hay una anotación que me lo advierta. A este paso olvidaré también que durante 2019 escribí una novela que nadie quiere publicar, pero esa es otra historia.
Me estoy obligando a escribir.
Me obligo porque quiero recuperar mi memoria, pero todo está difuminado.
Vuelvo con insistencia a los clásicos y los releo como si fuesen novelas que jamás hubiese visitado.
Luego los vuelvo a olvidar.
Sin embargo en ocasiones tengo destellos del pasado como si algunos detalles se hubiesen aferrado a alguna sinapsis y fuesen indelebles. Por ejemplo recuerdo la indignación que me produjo cierta escena de Los Buddenbrock de Thomas Mann. No recuerdo casi nada más de la novela, si acaso lo abrumador que me parecía la descripción de los muebles de la mansión. Mi memoria es un puré espeso compuesto de retazos inconexos y que jamás deberían haberse cocinado juntos. Del fragmento recuerdo más que nada la indignación que me produjo: Los trabajadores se ponen en huelga y el director Buddenbrock tiene una reacción paternalista y abrumadoramente capitalista que los empleados acatan con sumisión. Más de veinticinco años después de su lectura, sin recordar los detalles del texto, pienso que tal vez Mann estuviese emulando a Tolstoi. Mi relación con la novela decimonónica es contradictoria. Al tiempo que entiendo que es muy clasista, es narrativa escrita desde las clases altas para las clases altas, me resulta muy atractiva. Nadie puede imaginar a un mujik leyendo Guerra y paz el año en que fue publicada. Por eso en las novelas de Tolstoi las clases bajas son prácticamente invisibles. En Guerra y paz se detiene en un mujik especilamente violento y vicioso que acompaña a la pandilla de Pierre, en el sumiso y tópico sirviente de los Rostov, y en algunos campesinos de la finca de los Bolkonski. El resto es burguesía con problemas burgueses relatados de manera burguesa. Es cierto que hay mucho más en Guerra y paz, mucho más. Pero, de ahí mi conflicto con la literatura del diecinueve, ignora, ningunea, invisibiliza a la mayor parte de la sociedad. Para que esas tramas se desarrollen es necesario que un inconmensurable ejercito silencioso de almas muertas las sustenten. Por eso pienso, ahora, en retrospectiva, descendiendo una escalera de más de un cuarto de siglo, que Mann no pretendía ser clasista, ni reaccionario. Mann es un escritor del siglo XX. Puede parecer un anacronismo, un escritor decimonónico fuera de época. En realidad es un sutil analista de épocas que no vivió. Y lo hace principalmente a través de textos, históricos o ficcionales, que le sirven para recrear mundos que no vivió.
Pero si los leyó los vivió.
Seguiré con Mann, aunque nadie lo pidió.

(Reflexión final: si no recuerdo lo que he leído quiere decir que estoy olvidando mi vida)

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