Un intento de biografía de William T.
Vollmann hasta llegar a El atlas:
Nace en 1959 en California. Su infancia
transcurre entre California, New Hampshire, New York y el área de la
bahía de San Francisco.
“La culpa es un elemento de mi
personalidad. Es verdad que fui culpable de la muerte de mi hermana
de seis años que mis padres dejaron a mi cuidado cuando yo tenía
nueve. Murió ahogada.” (La cuestión es que jamás mencionaría
un acontecimiento trágico al hablar de un escritor, pero él lo
menciona en las entrevistas, aunque supongo que no con muchas ganas,
e intenta exorcizar el suceso en uno de los relatos de El atlas)
Licenciado suma cum laude en Literatura
comparada en la Universidad de Cornell.
Trabaja de secretario en una compañía
de seguros. Con el dinero que gana, en 1982, viaja a Afganistán a
combatir junto a los muyahidín. Enferma.
Vuelve a EEUU y entra a trabajar de
programador informático sin tener ninguna idea sobre el tema.
Durante un año escribe su primera novela escondido fuera del horario
en el edificio de la empresa, alimentándose de los productos de las
máquinas expendedoras y escondiéndose de los empleados de la
limpieza. (Una historia convenientemente narrativa, si se me permite
la apostilla)
El éxito de la novela, You Bright
and Risen Angels, le permite colaborar con numerosos medios, y de
una forma que no acabo de entender, le permite viajar (¿como
corresponsal de prensa, a título personal?) de nuevo a Afghanistan y
luego a Bosnia, Yemen, Somalia, Congo, Kosovo... no sé ni el orden
de sus viajes, ni la lista de países. Recuerdo una foto suya
enfundado en un traje antirradiación en la central nuclear de
Fukishima.
De alguna manera su biografía está en
sus libros.
Rising Up and Rising Down, de
3300 páginas, es una recopilación de historias a lo largo del mundo
con el telón de fondo de la violencia.
El atlas es un conjunto de historias
breves que se desarrollan por distintos lugares del planeta. De
Afganistán a Zagreb.
Entrevista en El Periódico
En 1994 durante la guerra en Bosnia fuimos atacados por un francotirador que mató a dos amigos míos con los que compartía coche. Yo me salvé porque estaba en el asiento trasero. Inmediatamente después, otro de mis amigos, que sobrevivió, me trajo una naranja. Mientras me la comía pensé: ¿quiero llorar? ¿tengo miedo de morir? No, me siento agradecido por todas las experiencias que he tenido, por esta naranja. Mostrarme agradecido ante la vida es mi religión. Creo que es absurdo pensar que quienes tienen dioses distintos a los tuyos deben morir.
Cuentan en Newsweek que en una ocasión
rescató a una niña tailandesa de un burdel rural. La instaló en
una escuela de Bangkok, donde ella al parecer fue feliz. Pero para
eso tuvo que pagar al padre de la niña, convirtiéndose
paradójicamente en propietario de un ser humano.
“La culpa es un elemento de mi
personalidad”
De la misma
entrevista:
La empatía es un aspecto clave en mi trabajo. Una vez en Yemen entrevisté a terroristas de Al Quaeda, deseosos de masacrar a todos los estadounidenses. Después de una larga conversación me dijeron que los querían matar a todos, menos a mí. Les pregunté que a cuántos norteamericanos conocían y me confesaron que solo a mí. Creo que esa es la cuestión central, ponerme en la piel del otro.
Nos hemos
adelantado.
El atlas se publica
en 1996. El libro es todo lo que Vollmann es y ha escrito hasta ese
momento. En esta recopilación palindrómica de relatos se pueden
encontrar todas las obsesiones y preocupaciones del autor, todas sus
culpas, todos las personas que le maravillan por su entereza ante el
desarraigo, todos los muertos y todos los supervivientes, todos los
desastres de la guerra y toda la inmensidad de la naturaleza. Los
desastres, la pobreza, el desamparo, la guerra y el olvido. Pero
siempre, siempre, con un gran amor por los seres humanos.
Siguiendo la
sugerencia del autor he leído el libro ateniéndome a la numeración.
El primer relato, el último, el segundo, el penúltimo y así. De
esta manera se puede leer como el ascenso a una montaña desde dos
laderas simultáneas. No un ascenso y un descenso, como sería de
seguir el orden de la páginas. Dos ascensos complementarios que se
encuentran en el centro del texto, el relato que da nombre al libro,
la cumbre, El atlas.
Y ahí, en la cima,
Yasunari Kawabata.
El tren salió casi en silencio de su oropel de oscuridad, metal, hormigón y cristal reluciente. Dejó a otro tren atrás. Luego enfiló hacia el cielo, que permanecía luminoso, despejado y alborotado de gaviotas desde las cinco de la mañana. El atlas se abrió en cuanto entró en aquel amanecer de pájaros.
Vollmann, El
atlas, traducción de J.L. Amores para Pálido Fuego.
Al final del largo túnel, en la frontera, estaba el país de la nieve. Las profundidades de la noche se volvían blancas. El tren se detuvo en la señal.
Kawabata, Historias
de la palma de la mano, traducción de Amalia Sato para Emecé.
Trenes que salen de
un túnel para inundarse de luz o de oscuridad, de amanecer de
pájaros o de noches de nieve. Trenes que son como relatos y nos
introducen en países nuevos, oscuros o luminosos según el azar que
marca nuestro dedo posándose en un lugar del atlas.
Vollmann homenajea
y contradice al maestro japonés.
Historias de la
palma de la mano son, en principio, relatos (muy) breves.
Vollmann toma esa idea: de la misma manera que Kawabata redujo su
novela País de nieve al relato (de la palma de la mano) del
mismo título, él intenta compendiar en El atlas, sus
anteriores novelas y reportajes periodísticos. Pero, y esto es una
opinión personal motivada por mi desafección por Kawabata, prefiero
lo que hace Vollmann. Los personajes de Kawabata son fríos,
incomprensibles quizás debido a la barrera cultural entre la nuestra
y la tan peculiar japonesa. Tienen comportamientos que podríamos
calificar de reprochables, pero también los tienen algunos
personajes de Vollmann. Pero hay en el estadounidense ese destello de
amor que en Kawabata es un desangelado trazo con tinta sobre el
papel; hermoso, sí, pero con las emociones tan contenidas en los
profundos pliegues del kimono que resultan casi imposible descifrar.
No hay rastros de empatía en la obra de Kawabata. Esa tan importante
en Vollmann, incluso cuando nos muestra lo peor de nuestra sociedad.
Pues eso es El
atlas: (casi) todo Vollmann condensado.
1 comentario:
Pues ahí ando, dándole vueltas desde hace semanas, aún con la herida abierta que me dejó “La familia real”, hurgando en ella, regodeándome en ese dolor. Le doy vueltas, estre “El atlas” y “Europa Central”. Maldito Vollmann, qué bueno y qué excesivo es.
Publicar un comentario