Todo el mundo compara esta novela con
una pieza de jazz. Quisiera explicar brevemente porque me parece una
tontería.
Hay tantos estilos de jazz que la
comparación además de absurda es poco clara. Además, desde tiempos
de Cortázar sabemos que es imposible trasladar a la escritura la
evanescente estructura jazzistica, cuyas improvisaciones en torno a
una melodía, salvo grabación mediante, desaparecen en el aire y en
el tiempo. Lo mejor del jazz es su inasibilidad.
[Anecdota: La contó una vez Juan
Claudio Cifuentes, Cifu, en su programa de jazz en Radio3. Una
admiradora de Coltrane (creo que fue él, la memoria flaquea) se le
acercó con una partitura para que se la firmase. Coltrane leyó
aquello y le devolvió la partitura sin firmar a la admiradora
diciendo que él jamás podría tocar aquella música. La mujer,
asombrada y asombrando al músico, le dijo que era la transcripción
escrita de lo que Coltrane había tocado en un concierto anterior]
De todas formas el jazz es la fusión
de los fundamentos musicales africanos con los elementos musicales
europeos, una música, blues, jazz, creada en la sociedad esclavista
estadounidense y desarrollado en el siglo XX en un ambiente de
discriminación racial.
El jazz, pues, no es una invención
“occidental” (entendiendo por tal a una sociedad “blanca”
europea-estadounidense, o a la que se impone por la fuerza a lo largo
de la historia sobre todo en los últimos siglos) pero de alguna
forma, de esa forma maligna que las mayorías dominantes tienden a
pervertir y a apropiarse todo elemento extraño que pueda ser útil,
el jazz ha sido aceptado dentro del canon cultural occidental. El
cine y la radio se encargaron de “blanquear” el jazz.
Lo que se podría llamar música
popular estadounidense, que al final ha sido la que se ha impuesto en
la mayor parte del mundo, desde el blues hasta el rock, es y ha sido,
un campo de batalla cultural entre lo occidental y lo africano que ha
adoptado distintas formas a lo largo del tiempo pero que se
fundamenta en la esclavitud.
Ahora la esclavitud adopta formas más
complejas revestida de falsa libertad, pero cuyo objetivo es el mismo
que en su origen, la explotación a través de trabajo mal pagado o
no pagado de los bienes industriales. Así, África se ha convertido
en una inmensa mina que dirigen empresas occidentales y cuyos
beneficios no recaen en las zonas de explotación.
De alguna manera de eso habla Tranvía
83.
El título hace mención a un bar en la
capital, Cuidad-País, de un país africano genérico e innominado,
en el que cada noche se reúnen todos los delincuentes, autóctonos y
occidentales, ilegales y pertenecientes a empresas, lugareños y
turistas, para beber, fornicar y hacer negocios. El caos, la
degeneración moral, la miseria y la ingenua esperanza en la
supervivencia son los motores que activan cada noche el Tranvía 83.
En ese ambiente se cuela un cándido escritor con firmes convicciones
literarias y morales que sirve de contrapunto al duelo
ficción-realidad en una obra que podíamos definir como
pantagruélica... o
boschiana-del-panel-derecho-del-jardín-de-las-delicias.
Una maravilla narrativa plagada de
imaginación y excesos. (Frase promocional)
Pero...
Siempre que leo una novela como esta me
quedo con una duda. Publicada en 2014 en Francia, escrita
originalmente en francés, ¿es un artefacto destinado a un lector
europeo?
Dentro de la misma novela, que me ha
parecido fascinante, hay pasajes que describen el desprecio que los
habitantes de la ciudad africana, una imaginaria sobreexplotación
minera, sienten por la literatura. Pero, en cierta manera, eso es
exportable a ciertos ambientes europeos-americanos, en los que la
posesión de un libro es motivo de desprecio y desconfianza.
La duda provoca cierto malestar, porque
no sé si la imagen africana que nos da, desmedida, caótica,
visceral, rabelesiana en suma, es la que el autor cree que los
lectores no-africanos quieren leer o es realmente la imagen,
distorsionada y lírica, alegórica y despiadada, de las sociedades
que la explotación industrial, colonial y postcolonial, han
contribuido a crear, o a mal crear, en el África ecuatorial.
La duda, que, por otra parte, también
me provocan escritores más próximos geográficamente, es saber si
Tranvía 83, una divertida y pervertida sátira sobre una sociedad
inestable, está escrita para complacer al lector... pero no a
cualquier lector, sino al lector “occidental”.
Pero, si es así, lo consigue.
A pesar de la duda recomiendo la novela
encarecidamente. Porque es interesante, porque remueve nuestras
conciencias, porque es musical y caótica, porque la publica una
editorial “pequeña” (Pepitas de calabaza, “una editorial
con menos proyección que un cinexín”) y porque la traduce mi
amigo Rubén Martín Giráldez.
1 comentario:
De acuerdo, es un tonteria comparar una novela con la musica, sea cual sea esta..Fiston, fiston... ¿no es lo que decia el bueno de Chiquito?
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