1/12/17

Tranvía 83, de Fiston Mwanza Mujila.

Todo el mundo compara esta novela con una pieza de jazz. Quisiera explicar brevemente porque me parece una tontería.
Hay tantos estilos de jazz que la comparación además de absurda es poco clara. Además, desde tiempos de Cortázar sabemos que es imposible trasladar a la escritura la evanescente estructura jazzistica, cuyas improvisaciones en torno a una melodía, salvo grabación mediante, desaparecen en el aire y en el tiempo. Lo mejor del jazz es su inasibilidad.

[Anecdota: La contó una vez Juan Claudio Cifuentes, Cifu, en su programa de jazz en Radio3. Una admiradora de Coltrane (creo que fue él, la memoria flaquea) se le acercó con una partitura para que se la firmase. Coltrane leyó aquello y le devolvió la partitura sin firmar a la admiradora diciendo que él jamás podría tocar aquella música. La mujer, asombrada y asombrando al músico, le dijo que era la transcripción escrita de lo que Coltrane había tocado en un concierto anterior]

De todas formas el jazz es la fusión de los fundamentos musicales africanos con los elementos musicales europeos, una música, blues, jazz, creada en la sociedad esclavista estadounidense y desarrollado en el siglo XX en un ambiente de discriminación racial.

El jazz, pues, no es una invención “occidental” (entendiendo por tal a una sociedad “blanca” europea-estadounidense, o a la que se impone por la fuerza a lo largo de la historia sobre todo en los últimos siglos) pero de alguna forma, de esa forma maligna que las mayorías dominantes tienden a pervertir y a apropiarse todo elemento extraño que pueda ser útil, el jazz ha sido aceptado dentro del canon cultural occidental. El cine y la radio se encargaron de “blanquear” el jazz.
Lo que se podría llamar música popular estadounidense, que al final ha sido la que se ha impuesto en la mayor parte del mundo, desde el blues hasta el rock, es y ha sido, un campo de batalla cultural entre lo occidental y lo africano que ha adoptado distintas formas a lo largo del tiempo pero que se fundamenta en la esclavitud.

Ahora la esclavitud adopta formas más complejas revestida de falsa libertad, pero cuyo objetivo es el mismo que en su origen, la explotación a través de trabajo mal pagado o no pagado de los bienes industriales. Así, África se ha convertido en una inmensa mina que dirigen empresas occidentales y cuyos beneficios no recaen en las zonas de explotación.

De alguna manera de eso habla Tranvía 83.

El título hace mención a un bar en la capital, Cuidad-País, de un país africano genérico e innominado, en el que cada noche se reúnen todos los delincuentes, autóctonos y occidentales, ilegales y pertenecientes a empresas, lugareños y turistas, para beber, fornicar y hacer negocios. El caos, la degeneración moral, la miseria y la ingenua esperanza en la supervivencia son los motores que activan cada noche el Tranvía 83. En ese ambiente se cuela un cándido escritor con firmes convicciones literarias y morales que sirve de contrapunto al duelo ficción-realidad en una obra que podíamos definir como pantagruélica... o boschiana-del-panel-derecho-del-jardín-de-las-delicias.

Una maravilla narrativa plagada de imaginación y excesos. (Frase promocional)

Pero...

Siempre que leo una novela como esta me quedo con una duda. Publicada en 2014 en Francia, escrita originalmente en francés, ¿es un artefacto destinado a un lector europeo?
Dentro de la misma novela, que me ha parecido fascinante, hay pasajes que describen el desprecio que los habitantes de la ciudad africana, una imaginaria sobreexplotación minera, sienten por la literatura. Pero, en cierta manera, eso es exportable a ciertos ambientes europeos-americanos, en los que la posesión de un libro es motivo de desprecio y desconfianza.
La duda provoca cierto malestar, porque no sé si la imagen africana que nos da, desmedida, caótica, visceral, rabelesiana en suma, es la que el autor cree que los lectores no-africanos quieren leer o es realmente la imagen, distorsionada y lírica, alegórica y despiadada, de las sociedades que la explotación industrial, colonial y postcolonial, han contribuido a crear, o a mal crear, en el África ecuatorial.

La duda, que, por otra parte, también me provocan escritores más próximos geográficamente, es saber si Tranvía 83, una divertida y pervertida sátira sobre una sociedad inestable, está escrita para complacer al lector... pero no a cualquier lector, sino al lector “occidental”.
Pero, si es así, lo consigue.

A pesar de la duda recomiendo la novela encarecidamente. Porque es interesante, porque remueve nuestras conciencias, porque es musical y caótica, porque la publica una editorial “pequeña” (Pepitas de calabaza, “una editorial con menos proyección que un cinexín”) y porque la traduce mi amigo Rubén Martín Giráldez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De acuerdo, es un tonteria comparar una novela con la musica, sea cual sea esta..Fiston, fiston... ¿no es lo que decia el bueno de Chiquito?