(La ene de Bienczyk lleva un acento que
soy incapaz de poner)
«A veces me preguntan si toda esta historia fue real. Sí, respondo, la historia es real, hubo una guerra, millones de personas perecieron, otras sobrevivieron»
Hace tiempo que
dejamos de preguntarnos si las historias que aparecen en las novelas
son reales o no. Las historias que aparecen en las novelas son reales
desde el momento en que son escritas. Así que nosotros (vosotros,
yo) no le preguntaremos nunca a Bienczyk si la historia de Tworki
es real, porque ya sabemos que sí lo es.
Y la historia
empieza con una carta de despedida. Una carta firmada por S.. Escrita
por Sonia:
“... Sonia recortó su nombre a una modesta inicial para alejar a la que ella era aquí [en Tworki], para sustraerla a escondidas, para poner de sí tan sólo un signo, mínimo, lo menos significativo posible”
La novela,
entonces, es un grito poético para recuperar a la Sonia de Tworki.
No a S. ni a la dolorosa partida que anuncia la carta, sino a la
auténtica Sonia que el protagonista conoce cuando entra a trabajar
en la administración del manicomio de Tworki, cercano a Varsovia,
durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Y en cierta
manera lo que Bienczyk quiere contarnos (desde 1993 refiriéndose a
un periodo que no le tocó vivir) es la insistencia del ser humano en
conservar y apegarse a toda la felicidad que sea posible a pesar de
que el mundo se esté derrumbando alrededor.
En cierta manera
Tworki es una historia de amor, aunque yo la llamaría una
historia de felicidad y asombro ante la belleza del mundo. Pero lo
más importante de esta novela es lo que no se cuenta, el trasfondo
de ocupación y guerra que subyace como una premonición funesta.
Esto sólo se puede conseguir desde la distancia del tiempo, narrando
desde nuestro presente, y focalizando la historia en un personaje
peculiar, Jurek, que suponemos no ha sido movilizado a causa de su
miopía, poeta empeñado en ripiar su nombre y atributos,
desempeñando su primer trabajo remunerado. Sobrevivir en tiempos de
guerra. Todo lo que no se nos dice es tan importante como lo que se
cuenta. La historia del padre encarcelado, por ejemplo. Debemos
adivinar muchas cosas, debemos, como lectores, hacer el esfuerzo de
contextualizar en su tiempo todo lo que se nos cuenta. Debemos,
además, intentar no caer en la trampa de confundirnos con los
cambios de persona que se suceden por la inmiscusión del
narrador-autor en la historia.
Debemos,
sencillamente, dejarnos llevar por la belleza trágica de una novela a la que hermanaría con Trenes rigurosamente vigilados.
Y disfrutar con una
novela contemporánea que recrea un tiempo pasado y las formas de
narrar propias a ese tiempo.
Los fragmentos de
la traducción de Maila Lema Quintana, para editorial Acantilado.
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