12/2/16

La novela luminosa, de Mario Levrero

En La ciudad, la primera novela de lo que después se dio en llamar la Trilogía involuntaria, Levrero nos presentaba a su narrador entrando en una gran casa largo tiempo desocupada, impregnada de una humedad insana. Para aliviar la humedad el narrador abre todas las ventanas e incluso deja la puerta abierta cuando sale a la calle a comprar algo para comer. Fuera llueve torrencialmente y el narrador se ve involuncrado en unos sucesos que le alejan de la casa.
Ha pasado más de un año desde que leí La ciudad y aún sigo obsesionado con esa casa con las puertas y ventanas abiertas.

En La novela luminosa el narrador relata un suceso igual de obsesivo. Observa como el cartero entra en su portal, sale, entra en otro de la acera de enfrente y no vuelve a salir. La “desaparición” del cartero se convierte en una fijación, aunque no desarrollada en LNL, del mismo rango que el de la casa abandonada con todo abierto, aunque en mi caso esa obsesión no llegue por presenciar un hecho, sino por leerlo. Es posible que no exista diferencia...

… o es posible que la diferencia sea la palabra.

Pasemos a un tema que se trata en LNL, la pornografía:

Las películas pornográficas están llenas de gente que se sube al coche y conduce durante kilómetros y kilómetros, de parejas que pierden un tiempo increíble para registrarse en los hoteles, de señores que pasan minutos y minutos en ascensor antes de subir a la habitación, de muchachas que saborean diferentes licores y juguetean con camisetas y encajes antes de confesarse mutuamente que prefieren Safo a Don Juan. Para decirlo pronto y bien, en las películas pornográficas, antes de ver un sano polvo es necesario tragarse un anuncio de la concejalía de transportes.

Las razones son obvias. Una película en la que Gilberto violara siempre a Gilberta, por delante, por detrás y de lado, no sería sostenible. Ni físicamente para los actores, ni económicamente para el productor. Y no lo sería psicológicamente para el espectador: para que la transgresión tenga éxito es necesario que se perfile sobre un fondo de normalidad. Representar la normalidad es una de las cosas más difíciles para cualquiera artista, mientras que representar la desviación, el delito, el estupro, la tortura, es facilísimo.
Por lo tanto, la película pornográfica debe representar la normalidad —esencial para que pueda adquirir interés la transgresión— tal y como cada espectador la concibe. Por lo tanto, si Gilberto debe tomar el autobús e ir de A a B, se verá a Gilberto que toma el autobús y al autobús y al autobús que va de A a B.

Umberto Eco, Segundo diario mínimo (1992)

También quiero anotar, antes de que se me olvide otra vez, y para cuando lea este diario, la necesidad de desarrollar el tema de la pornografía. Una vez escribí que la detestaba, y era verdad; ahora tengo cierta colección de fotos pornográficas, y para ser honesto debería explicarlo

(...)
También descubrí por qué la pornografía no me causa ya repulsión; lo descubrí por casualidad, cuando en un lugar encontré fotos pornográficas con leyendas, del tipo fotonovela, y descubrí que las palabras incorporadas a la imagen sí me provocaban rechazo y repulsión, y aun odio, y un profundo disgusto. Descubrí entonces que lo que da a las imágenes una significación perversa es nada menos que la palabra, mi herramienta de trabajo. Las imágenes en sí mismas, salvo excepciones (cuando la imagen representa una actitud realmente perversa, como por ejemplo el caso de posiciones corporales en que la mujer aparece completamente sometida a un hombre, o a varios), las imágenes en sí mismas, las imágenes de un acto sexual normal —y por normal entiendo distintas posiciones e incluso lo que llaman sexo oral— son más bien hermosas y no me generan ningún rechazo. Sí me resulta intolerable, por ejemplo, la visión de la esperma, especialmente cuando se utiliza en forma agresiva hacia la mujer, como por ejemplo salpicándole la cara. Pero la mayor parte de las imágenes me resultan completamente aceptables. Sin embargo, una sola palabra escrita puede transformar una imagen que me parece inocente o hermosa en una perversión infame.

Mario Levrero, La novela luminosa (en el diario, año 2000)

Un diario no es una novela (dice Levrero en su diario)
Digo “dice Levrero” en lugar de “dice el narrador de Levrero”. Seguramente es un error por mi parte, pero el juego es aceptar que el diario es obra del mismo Levrero.

Recordemos “lo que da a las imágenes una significación perversa es nada menos que la palabra, mi herramienta de trabajo” y este diario, este intento de captar durante un año una serie de hechos que a consideración de Levrero son “luminosos”. Y es el rechazo a esa perversión inherente a toda narración de la realidad es la que constituye la lucha entre la novela luminosa y la novela oscura, ninguna de las cuales quedan reflejadas (o sí, pero no explícitamente) en LNL:

Hay cosas que no se pueden narrar. Todo este libro es el testimonio de un gran fracaso. El sistema de crear un entorno para cada hecho luminoso que quería narrar, me llevó por caminos más bien oscuros y aun tenebrosos”

No solo hay cosas que no se pueden narrar sino que al hacerlo las convertimos en objetos pornográficos.
Y hay otra cosa de la que quería tratar al traer los textos de Eco y Levrero, y es la transformación del género (¿?) a través de los años. Ahora, a diferencia de lo que nos contaba Eco en 1992, en la actualidad prima la inmediatez del acto sexual. Internet ha roto la narración clásica pornográfica convirtiéndola en transgresión sin normalidad, es decir, en simulacro de transgresión (ya que la transgresión solo se entiende como ruptura de la normalidad) al conseguir eliminar todo preámbulo (el coche, el ascensor, el espejo, la tubería rota...)
En estas condiciones (que saco arbitrariamente de la manga) se puede decir que La novela luminosa es una narración pornográfica siguiendo las normas clásicas del siglo pasado que elude la transgresión centrándose en los prolegómenos de la normalidad, del hastío, de la pérdida de tiempo. Lo que consigue Levrero de esta manera es mezclar la cotidianidad y la imposibilidad de narrar.

Amigo lector: no se te ocurra entretejer tu vida con tu literatura. O mejor sí; padecerás lo tuyo, pero darás algo de ti mismo, que es en definitiva lo único que importa.

¿Constituye en definitiva LNL, un diario sobre achaques y adicciones, sobre alteraciones del sueño y obsesiones, sobre la decrepitud, el tiempo y la pulsión narrativa, una novela? ¿Es literatura?

Lo importante de la literatura no radica en sus significaciones, pero eso no quiere decir que las significaciones no existan y que no tengan su importancia.

Lo siento, literatura, tú que también tienes algo de prostituta honesta y piadosa; también a ti te he abandonado, ensimismándome así, evocándome a tus costillas. También a ti te voy perdiendo, pero era necesario. Espero que comprendas: estoy tratando de armar mi propio rompecabezas, estoy llamando con un grito que debe atravesar túneles de quince, dieciocho, veinte años de largo, llamando a mis pedazos dispersos, a los cadáveres de mí mismo que yacen insepultos, fantasmas grotescos sin reposo, imágenes que nunca tuvieron un espejo para reflejarse, vidrios rotos, molidos, deshechos por las ruedas de mil carros que pasaron y pasaron por el camino de una sola dirección, de un sentido único.


Por supuesto que es Literatura.

Mi relación con la literatura es lo que puedo, apenas, permitirme; lo que, en realidad, los demás me han —hasta cierto punto— permitido. Para decirlo con palabras más duras y más exactas, escribir es más barato y menos peligroso, o más cómodo para mí. Soy perezoso y cobarde, además de pobre; debo, pues, resignarme a escribir, y, todavía, dar gracias por ello.

La cuestión es dilucidar a qué hechos “luminosos” se refiere exactamente Levrero. Él insiste en que se trata de textos escritos en la década de los 80 que debe recuperar como condición a la beca recibida. Sin embargo sospechamos como lectores que se trata de una especie de cortina de humo para desviar la atención de la verdadera luminosidad, deslumbrante por otra parte, que oculta el texto. El preludio a los textos “luminosos”, lleno de penuria, pesimismo, desidia y obsesiones compulsivas, es tan o más luminoso (y por lo menos más extenso), que esos relatos.

Levrero convierte lo que un escritor hace cuando pierde el tiempo en lugar de escribir en contundente Literatura.

Claro, que si le hacemos caso, también es simple casualidad:

De inmediato me di cuenta de que será igualmente una novela, quiera o no quiera, porque una novela, actualmente, es casi cualquier cosa que se ponga entre tapa y contratapa.

Lo que yo digo es que casi cualquier cosa encuadernada puede ser una novela pero NO cualquier cosa encuadernada puede ser Literatura.
La novela luminosa ES Literatura.


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