27/2/15

El atlas de las nubes, de David Mitchell

Dice (dijo) David Mitchell sobre El atlas de las nubes: “Cada una de las secciones es como un ensayo de ficción sobre cómo funciona el poder, cómo una persona se sobrepone a otra, el poder entre tribus o entre individuos con un estado, o un estado con una compañía depredadora”… o al menos así la recoge la transcripción de la conversación telefónica que el periodista de El País (Pérez Ruiz de Elvira) sostuvo en 2013 con el escritor con motivo del ¡estreno de la versión cinematográfica de la novela!

No entiendo muy bien la frase de Mitchell. O lo que el periodista escribe que dijo Mitchell.

Tal vez sea más elocuente la cita que se repite en muchas reseñas: 

“¡Y cuando exhales el último suspiro, sólo entonces, te darás cuenta de que tu vida no ha sido más que una minúscula gota en un océano infinito!
Y sin embargo, ¿qué es un océano sino una multitud de gotas?”

O de cómo las actitudes individuales de enfrentamiento al poder derivan en un futuro… ¿mejor? Obviamente la conclusión de la novela es que no, no hay un futuro mejor en el devenir de la historia. Quizás un atisbo de esperanza gracias, precisamente, a esas actitudes individuales.

Esta sería una representación gráfica de la estructura de la novela:




En la misma entrevista Mitchell afirma: “Toda novela tiene un número. No es misticismo, es más arquitectónico. Quizá estético también. Es como la firma de tiempo en la música”.
Así que supongo que la idea arquitectónica que tenía Mitchell en mente cuando elaboró la estructura de El atlas de las nubes era esta:



(La imagen de aquí)

Es pues una impresión subjetiva la que quiero dar mostrando un inestable montón de libros. El arco de medio punto que nos legaron los romanos (“los romanos… ¡una mierda al lado de los etruscos!") es la estructura más estable y elegante posible para construir un arco: la entrada que separa dos realidades diferenciadas.
Lo que ocurre con los arcos es que su resistencia depende en gran medida de la calidad y solidez de los elementos empleados en su construcción.

Y aquí llega el problema a la hora de evaluar una novela como El atlas de las nubes.

La novela está compuesta por seis relatos, seis de ellos interrumpidos y continuados en forma piramidal. Al diario de Adam Swing le siguen las cartas de Frosbisher, a estas una novela negra centrada en la periodista Luisa Rey, a esta otra novela escrita por Cavendish, un editor en fuga, a la que sucede el interrogatorio a una androide en un futuro en el que los clones son mano de obra desechable, culminando la sucesión de historias en un futuro postapocalíptico dominado por la violencia tribal, y de ahí volvemos al relato de la androide, y descendiendo, al editor, a la periodista, a las cartas y al diario.
Lo cierto es que Mitchell demuestra dominar con solvencia múltiples géneros, adecuando su narración a las épocas a las que están circunscritas cada una de ellas. Y también es cierto que no se trata de una azarosa reunión de relatos. Dejando de lado que cada uno de ellos remita al anterior relato sobre el que se sostiene y que, de alguna manera, cada uno de los relatos, influya en las vidas de sus futuros lectores (los protagonistas de los relatos que les preceden), hay una temática común que ya he mencionado, el del enfrentamiento individual a las infinitas caras del poder.

Así tenemos una estructura envidiable, un más que digno dominio de géneros y una buena idea desarrollada.

Pero.

Copié esta cita de Gibbon, supongo de su Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, que recoge Mitchell en la novela:

Una nube de críticos, de antólogos, de comentaristas, oscureció la faz del saber y a la decadencia del genio no tardó en sumarse la corrupción del gusto

Mitchell cede la frase a su personaje, Cavendish, el editor, poco antes de que un escritor, que posteriormente se desvela como un delincuente que ha escrito sus memorias, defenestre al crítico que le ha hundido con su reseña.

La decadencia del genio y la corrupción del gusto.

No voy a decir que El atlas de las nubes sea una mala novela. Sí, quizás, que demuestra los síntomas del estado de nuestros gustos culturales en la actualidad.
El atlas de las nubes es lo que es. Una interesante novela. Emparejada, quizás circunstancialmente, con La casa de hojas. Un ejemplo de cómo el género fantástico se va infiltrando más y más, dejando de ser un subgénero menospreciado.

Pero… hay cierta endeblez en la estructura que nos presenta Mitchell. La cadena, el eslabón y bla, bla, bla. De las seis historias forman la novela, pocas de ellas sobrevivirían de forma individual. En algunos de ellos se recurre a tópicos habituales, lo que les convierte en reproducciones de lo más trillado de los géneros a los que Mitchell pretende rendir homenaje. Sí, nos divertimos, asistimos intrigados a las tramas, pero, finalmente, tenemos la sensación de haber leído con anterioridad todo lo narrado. Entiendo que esa es la intención de Mitchell, pero me hubiese gustado mayor ambición narrativa en la composición de los relatos. Que no fuesen remedos de los géneros a los que se refiere sino réplicas satíricas o qué-sé-yo…

Pues eso, que somos como los romanos.

Defenestradme.

(Los textos de la traducción de Ví­ctor V. Úbeda para Duomo Ediciones)
("A la mierda los romanos", según P. Tinto)

2 comentarios:

Paco Castillo dijo...

Supongo que el abuso del poderoso sobre el débil se inició en el minuto uno de la existencia humana, lo que te permite seguir caminando es la capacidad de abstraerte de ese " Gran hermano " que siempre te controla, no puedes liberarte de él, pero él tampoco se puede liberar de los demás. El consuelo es una sentencia; nadie es libre.

Portnoy dijo...

Tristemente es así, aunque unos son menos libres que otros.
Gracias por tu comentario.
Un saludo