“¡El exceso, el exceso!”
Coronel Dwayne S. Kurtz
Dominique Strauss-Kahn fue director gerente del Fondo Monetario
Internacional, tras la vacante dejada por Rodrigo Rato, desde el 1 de noviembre
del 2007 hasta el 19 de mayo del 2011, día en que, tras ser detenido, se
presentó la acusación formal contra él por asalto sexual e intento de violación
en la persona de Diallo Nafissatou, camarera de un hotel donde se alojaba DSK…
“No, baby. No te preocupes, no vas a perder tu trabajo. Por
favor, no te preocupes. ¿No sabes quién soy? ¿No sabes quién soy?”
Incluso al intentar escribir un resumen sobre el caso Strauss-Kahn,
un acontecimiento real que llenó las páginas de los periódicos y horas de
programación televisiva, hay que emplear ese tono eufemístico tratando los
hechos desde el punto de vista de las declaraciones de los actantes y debemos
emplear la presunción para aceptar cada uno de ellos. Hay una realidad que
sabemos que subyace, la de un hombre poderoso ávido de sexo, que sale de la
ducha desnudo y se topa con una camarera del hotel donde se hospeda y la acosa
hasta el punto que la investigación judicial encuentra restos de semen en la
ropa de la empleada. Luego, el escándalo del arresto, su confinamiento en un
apartamento de lujo en New York, el acuerdo financiero al que llegó con su
acusadora y las nuevas acusaciones que sobre él se vertieron a su vuelta a Francia.
Pero todo eso es presunción… o eso nos obligan a aceptar.
Entiendo las dificultades a las que Juan Francisco Ferré se
enfrentó al intentar abordar el caso. La presunción arruina la realidad. No
podemos abordar la realidad de unos hechos porque existen unos límites legales
que amparan la inocencia del criminal (aunque también deberíamos decir la
“presunta inocencia”) También es cierto que la realidad en cuanto a descripción
de los hechos no casa bien con la literatura.
En Karnaval, Ferré aborda la construcción mitológica del
caso Strauss-Kahn, convirtiendo al principal personaje en un Dios (el Dios K)
omnipotente e insaciable. Su Poder proviene de su dinero, su inagotable
necesidad de emociones proviene de su envoltura humana. El exceso, entonces, se
convierte en la principal característica de esta figura mitológica
contemporánea. Y el exceso, también, es el artificio narrativo que emplea Ferré
para describirnos ese karnaval del poder.
El carnaval, surgido de las remotas saturnales, es ese
espacio de tiempo del calendario romano que sobra en el cómputo anual, un
periodo en el que toda crítica al poder está permitida ya que se encuentra, de
alguna manera, “fuera del tiempo”. A través de una impostada apariencia creada
de falso oropel, de simulacro de lujo, de representación sardónica, se
intentaba ridiculizar al mismo poder que luego los oprimía, sin que ello
supusiera ninguna sanción punitiva.
En los tiempos de crisis en que vivimos, que nos ha
transformado a la mayoría en ciudadanos de segunda, todo se ha convertido en un
desproporcionado carnaval. Sólo tenemos la posibilidad de mostrar nuestra
disconformidad tomando las calles y aunque pensamos que nuestra indignación
llega a las alturas, en el Olimpo del Poder Económico, ocupados en su perpetuo
karnaval desaforado, ni siquiera escuchan un tenue rumor.
No sigo, porque no es por ahí por donde quería ir.
Centrémonos en la novela.
Karnaval es una fábula alegórica sobre la impudicia del
Poder. Partiendo de un hecho real, Ferré elucubra sobre la banalidad del Poder
en su acepción de Mal. El Poder lo detentan hombres (y mujeres) sometidos como
todos (y todas) a sus míseras ambiciones humanas. De alguna manera eso es lo
que quiere explicar Ferré: la inmundicia de la humanidad que gracias al poder
económico se traduce en una ambición sin límites que te permite sucumbir
voluntariamente a cualquier extravagancia y perversión. Y también la
insatisfacción y el hastío que provoca la posibilidad de ver realizados todos
los depravados deseos.
Ahora llega el uróboro que amenaza a toda inmersión
narrativa. La forma en que Ferré aborda su tesis es el exceso. No sólo resultan
excesivos y variados la parafernalia de hechos que relata (que pertenecen más,
como ya he dicho, al campo de lo mitológico que a lo estrictamente “real”) sino
también la manera en que lo hace. De nuevo el sexo, como ocurría en Providence,
es una de las formas de saturar al lector,
pero el estilo narrativo, con esas largas frases cuyo origen hay que volver a
rastrear, sin que lleguen a perder su sentido, son fundamentales para la
creación de ese exceso. La descripción del exceso a través del exceso formal
narrativo. Como experimento tengo que reconocer que funciona bien, pero una vez
que hemos entendido el sentido de lo que nos quiere decir y cómo nos lo quiere
demostrar, gran parte del texto, basado en la repetición de esquemas
saturantes, me parece innecesario. Es decir, como la serpiente que se devora a
sí misma, el exceso narrativo convierte a la narración en excesiva y la hace
desmerecer.
Creo que una versión reducida de la novela hubiese estado
mejor. Opiné lo mismo respecto a Providence. Pero es únicamente una opinión.
2 comentarios:
me parece lo mismo, llevo poco 150 paginas de la novela y a pesar de que por momentos me cautiva y emociona, me tardo en entrar en esa emoción cada capitulo, es como si en las primeras hojas de los capítulos estuviese obligado a leer y es al final cuando estoy a gusto. No se aun si me encanta la novela, pero bueno, habrá que terminarla.
Yo creo que a este hombre le gusta demasiado escucharse (escribirse) a sí mismo. Y tampoco tiene tanto que decir. Y lo paga el lector.
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