12/11/13

Karnaval, de Juan Francisco Ferré

“¡El exceso, el exceso!”
Coronel Dwayne S. Kurtz


Dominique Strauss-Kahn fue director gerente del Fondo Monetario Internacional, tras la vacante dejada por Rodrigo Rato, desde el 1 de noviembre del 2007 hasta el 19 de mayo del 2011, día en que, tras ser detenido, se presentó la acusación formal contra él por asalto sexual e intento de violación en la persona de Diallo Nafissatou, camarera de un hotel donde se alojaba DSK…

“No, baby. No te preocupes, no vas a perder tu trabajo. Por favor, no te preocupes. ¿No sabes quién soy? ¿No sabes quién soy?”

Incluso al intentar escribir un resumen sobre el caso Strauss-Kahn, un acontecimiento real que llenó las páginas de los periódicos y horas de programación televisiva, hay que emplear ese tono eufemístico tratando los hechos desde el punto de vista de las declaraciones de los actantes y debemos emplear la presunción para aceptar cada uno de ellos. Hay una realidad que sabemos que subyace, la de un hombre poderoso ávido de sexo, que sale de la ducha desnudo y se topa con una camarera del hotel donde se hospeda y la acosa hasta el punto que la investigación judicial encuentra restos de semen en la ropa de la empleada. Luego, el escándalo del arresto, su confinamiento en un apartamento de lujo en New York, el acuerdo financiero al que llegó con su acusadora y las nuevas acusaciones que sobre él se vertieron a su vuelta a Francia. Pero todo eso es presunción… o eso nos obligan a aceptar.

Entiendo las dificultades a las que Juan Francisco Ferré se enfrentó al intentar abordar el caso. La presunción arruina la realidad. No podemos abordar la realidad de unos hechos porque existen unos límites legales que amparan la inocencia del criminal (aunque también deberíamos decir la “presunta inocencia”) También es cierto que la realidad en cuanto a descripción de los hechos no casa bien con la literatura.
En Karnaval, Ferré aborda la construcción mitológica del caso Strauss-Kahn, convirtiendo al principal personaje en un Dios (el Dios K) omnipotente e insaciable. Su Poder proviene de su dinero, su inagotable necesidad de emociones proviene de su envoltura humana. El exceso, entonces, se convierte en la principal característica de esta figura mitológica contemporánea. Y el exceso, también, es el artificio narrativo que emplea Ferré para describirnos ese karnaval del poder.
El carnaval, surgido de las remotas saturnales, es ese espacio de tiempo del calendario romano que sobra en el cómputo anual, un periodo en el que toda crítica al poder está permitida ya que se encuentra, de alguna manera, “fuera del tiempo”. A través de una impostada apariencia creada de falso oropel, de simulacro de lujo, de representación sardónica, se intentaba ridiculizar al mismo poder que luego los oprimía, sin que ello supusiera ninguna sanción punitiva.
En los tiempos de crisis en que vivimos, que nos ha transformado a la mayoría en ciudadanos de segunda, todo se ha convertido en un desproporcionado carnaval. Sólo tenemos la posibilidad de mostrar nuestra disconformidad tomando las calles y aunque pensamos que nuestra indignación llega a las alturas, en el Olimpo del Poder Económico, ocupados en su perpetuo karnaval desaforado, ni siquiera escuchan un tenue rumor.
No sigo, porque no es por ahí por donde quería ir.



Centrémonos en la novela.
Karnaval es una fábula alegórica sobre la impudicia del Poder. Partiendo de un hecho real, Ferré elucubra sobre la banalidad del Poder en su acepción de Mal. El Poder lo detentan hombres (y mujeres) sometidos como todos (y todas) a sus míseras ambiciones humanas. De alguna manera eso es lo que quiere explicar Ferré: la inmundicia de la humanidad que gracias al poder económico se traduce en una ambición sin límites que te permite sucumbir voluntariamente a cualquier extravagancia y perversión. Y también la insatisfacción y el hastío que provoca la posibilidad de ver realizados todos los depravados deseos.
Ahora llega el uróboro que amenaza a toda inmersión narrativa. La forma en que Ferré aborda su tesis es el exceso. No sólo resultan excesivos y variados la parafernalia de hechos que relata (que pertenecen más, como ya he dicho, al campo de lo mitológico que a lo estrictamente “real”) sino también la manera en que lo hace. De nuevo el sexo, como ocurría en Providence, es una de las formas de saturar al lector, pero el estilo narrativo, con esas largas frases cuyo origen hay que volver a rastrear, sin que lleguen a perder su sentido, son fundamentales para la creación de ese exceso. La descripción del exceso a través del exceso formal narrativo. Como experimento tengo que reconocer que funciona bien, pero una vez que hemos entendido el sentido de lo que nos quiere decir y cómo nos lo quiere demostrar, gran parte del texto, basado en la repetición de esquemas saturantes, me parece innecesario. Es decir, como la serpiente que se devora a sí misma, el exceso narrativo convierte a la narración en excesiva y la hace desmerecer.

Creo que una versión reducida de la novela hubiese estado mejor. Opiné lo mismo respecto a Providence. Pero es únicamente una opinión.

2 comentarios:

hbassuki dijo...

me parece lo mismo, llevo poco 150 paginas de la novela y a pesar de que por momentos me cautiva y emociona, me tardo en entrar en esa emoción cada capitulo, es como si en las primeras hojas de los capítulos estuviese obligado a leer y es al final cuando estoy a gusto. No se aun si me encanta la novela, pero bueno, habrá que terminarla.

Anónimo dijo...

Yo creo que a este hombre le gusta demasiado escucharse (escribirse) a sí mismo. Y tampoco tiene tanto que decir. Y lo paga el lector.