La persona deprimida es un relato contenido en Entevistas
breves con hombres repulsivos y es, posiblemente, el relato más devastador y
más comprometido narrativamente (quizás incluso personalmente) de David Foster
Wallace.
La persona deprimida sufría una angustia emocional terrible e incesante, y la imposibilidad de compartir o manifestar esa angustia era en sí misma un componente de la angustia y un factor que contribuía a su horror especial”
(…) la persona deprimida se limitaba en cambio a describir circunstancias, tanto pasadas como presentes, que de alguna forma estuvieran relacionadas con esa angustia, con su etiología y sus causas (…)
De la traducción de Javier Calvo para Mondadori
No quiero detenerme en especular acerca de cuánto de
experiencia personal de Wallace revierte en la elaboración del relato. Y no
quiero (de hecho no debo) porque Wallace emplea un narrador omnisciente para
marcar una profunda distancia entre la persona deprimida, foco de la narración,
y el propio narrador, lo cual implica mucha más distancia entre la persona
deprimida focal y el lector (incluso más con el mismo autor)
No quiero pormenorizar en los tratamientos a los que se
sometió Wallace ni especular sobre si estos tienen su reflejo en lo que se
cuenta, en los hechos que el narrador omnisciente presenta como acaecidos a la
persona deprimida en el relato. No quiero hacerlo porque entiendo que en cierta
manera la confección del relato es una forma cáustica de exorcizar algunos hechos
que figuran en la biografía de Wallace, no solo presentándolos y mostrando los
efectos emocionales que producen en el individuo ciertos tratamientos invasivos
contra la depresión sino mostrando como acaban convirtiendo al sujeto ciertas terapias
en un ser patético e insoportable, obsesionado en la descripción de su desconexión
del mundo, al que sólo le unen un dolor y una desazón inenarrable.
Por eso digo que este relato de Wallace es el más
comprometido de toda su narrativa, no únicamente por el cariz personal que se
puede intuir soterrado en su confección (algo que, recordemos, como lectores
estamos obligados a olvidar o a no reconocer; el autor nunca debe ser
considerado como objeto de la narración) sino por la valiente, incluso
antinarrativa, forma de abordar el relato.
La persona deprimida trata uno de mis temas preferidos la
subjetividad del dolor y la imposibilidad de transmitirlo oralmente. La
narración se centra en una mujer incapaz de comunicar su angustia si no es a
través de ciertos acontecimientos de su vida. Lo característico de este
personaje es su “necesidad” de hablar continuamente de su angustia y de su
incapacidad de transmitirla y la vergüenza que ello (hablar continuamente) le
produce y la consciencia (un tanto egoísta y por tanto nuevamente vergonzosa)
de ser incapaz de dejar de hablar de sí misma, de su angustia, de su
incapacidad de transmitir esa sensación angustiosa y la vergüenza que debe
pasar mientras intenta comunicar lo incomunicable. Si bien todo ello en
principio puede despertar nuestro lado empático ante el sufrimiento ajeno,
según avanza el relato nuestra percepción cambia y empezamos a sentir un
creciente sentimiento de aversión hacia la persona deprimida (la del texto), lo
cual nos lleva a reorientar nuestra empatía corporativamente hacia los
sufrientes oyentes (la psiquiatra y el círculo de amigas) que aguantan los
reiterados y repetitivos mensajes de la persona deprimida.
Lo que creo que convierte en extraordinario a este relato es
la forma en que a través del tamiz de la voz del narrador omnisciente vamos
conociendo todo aquello que rodea a la angustia de la persona deprimida. El
propósito de esa voz interpuesta nos lleva a enfocar el relato de forma que
contemplemos tanto el desamparo, manifestado como aislamiento pero también como
resentimiento y autocompasión, que siente la persona deprimida, como lo
insoportable y patético que resulta su discurso monotemático. Pero al mismo
tiempo la exhaustiva voz del narrador es igual de patética, igual de
repetitiva, igual de monotemática y desesperante que la de la persona
deprimida. Como si no fuera suficiente para demostrar la imposibilidad de
narrar una situación de angustia y depresión prescindir de la primera persona,
sino que asignando la tarea a un narrador en apariencia extradiegético, también
estamos condenados a fracasar. Que, de cualquier manera que lo enfoquemos, la
descripción de un estado depresivo, o si se quiere extensible a cualquier tipo
de dolor, físico o emocional, es un acto egoísta y subjetivo que no logra transmitir
la sensación que se quiere, que en apariencia es una narración que sólo parece
interesar a la persona que padece el trastorno, por lo que el oyente-lector
queda en el margen, abrumado por la prolijidad continuada del discurso sobre el
dolor, sobre sus causas y sobre la auto-obsesión vergonzante (sea quien sea el
que se ocupe de transmitir esas sensaciones)
Este es un juego muy arriesgado. Wallace propone el relato
de una persona obsesiva a través de un narrador que sin ser obsesivo se recrea
en describir minuciosamente la obsesión del personaje, así como por las causas
y por los efectos y los mínimos detalles que envuelven toda la situación, un
narrador que sabe que tanto para los oyentes del personaje de La persona deprimida (que pertenecen también al relato) como para los lectores de relato
que nos está contando, él, el narrador, y el personaje pertenecen a un ámbito
ajeno al lector. Porque la conclusión a la que quiere llevarnos Wallace, el
punto egoísta al que nos conduce, después de agotar nuestra paciencia y nuestra empatía, es que lo que (se) cuenta en
La persona deprimida NO NOS INTERESA. Y eso lo sabe el personaje (y de ahí su
vergüenza) y lo sabe el narrador (y por eso incide en el patetismo de todo el
relato) Pero aunque el discurso de La persona deprimida es posible que no nos
interese, o que nos agote de aburrimiento, el caso es que la forma en la que
Wallace plantea el problema de la narración del dolor sí es interesante.
Dostoievski en Memorias del subsuelo hacía que el dolor inexpresable de su
narrador en primera persona se enfocase hacia la rabia. Wallace da un paso más
y convierte el problema de la descripción del dolor en un problema de
estructura narrativa, presentando una serie de capas narrativas cada una de las
cuales (personaje, narrador, notas a pie…) confirman esa imposibilidad, al
tiempo que reflexiona sobre las consecuencias emocionales (y sociales)
derivadas de intentar narrar el dolor. Porque no se trata solo de explicar lo
que se siente (y aquí ya involucro personalmente a Wallace) sino de la
frustración derivada de intentarlo y las
penosas consecuencias que conlleva.
La persona deprimida es un relato devastador.
Y es pertinente involucrar a Wallace en la explicación del
texto (no en su lectura) porque entiendo que hay muchas cosas tremendamente
íntimas de su vida expuestas en el relato. Y no sólo en este relato. Porque, repito, La
persona deprimida es un texto demoledor, pero lo es mucho más si comparamos el
tono ácido, autocrítico, obsesivo y pesimista del relato, con el entusiasmo
juvenil, desenfadado, lúdico, irónico e inteligente de su primera novela, La
escoba del sistema.
Uno lee ambos textos, la novela y el relato, y no puede
dejar de preguntarse sobre lo que le ocurrió a David Foster Wallace para que su
narrativa se transformarse de manera tan drástica.
6 comentarios:
‘The depressed person’ es, sin duda, uno de los relatos más duros de DFW para leer a posteriori, conociendo toda la historia. En teoría, el relato está basado (se mofa de) la autora de ‘Prozac Nation’ Elizabeth Wurtzel, aunque es imposible no leer no demasiado oculta la historia del propio Foster Wallace.
Personalmente, creo que aún más duro es ‘Good Old Neon’, incluído en ‘Oblivion: Stories’; esa historia puede leerse, sin demasiado problema, como una nota de suicidio, y es algo durísimo de ver.
"La persona deprimida" será todo eso, pero este pedazo de post es brutal.
Dionisio tan exagerado como siempre. Ayer en la presentación en FNAC de la escoba del sistema Javier Calvo mencionó esos dos relatos, La persona deprimida y El neón de siempre.
Este post es fantástico. Debo leer más de Foster Wallace, apenas comienzo a adentrarme en su obra (entrevistas, la broma infinita, hablemos de langostas y el principio de El Rey Pálido).
Sólo decir que por circunsatancias personales, este relato es tremendamente importante para mí, y creo que puede tener un efecto totalmente contrario al tono devastador, frío y desangelado con que narra la imposibilidad de narrar el dolor. De hecho lo considero una patada en el culo del egocentrismo depresivo.
Al leer La persona deprimida, así como otros textos de Foster Wallace, pensé en cómo hubiera pergeñado el genio una suerte de Don Quijote que en vez de estar obsesionado con los libros de caballería, lo estuviera con los libros de autoayuda. Pienso mucho en ese supuesto personaje, y a veces lo he visto en algunas películas paródicas.
¡Muy bueno el blog!
Extraordinario post, estoy de acuerdo con Dionisio. A mí me llama la atención del relato la imposibilidad, o la dificultad extrema, para poner los sentimientos en palabras.
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