1.- Vida y época de Michael K., de J. M. Coetzee
Leyendo Los pobres, de William T. Vollmann, no podía dejar
de recordar esta descarnada novela de Coetzee. Creo que en los dos casos los
autores llegan a la misma conclusión, es inmoral, desde nuestra perspectiva tanto
de autores como de lectores, narrativizar la pobreza. Ya comenté como Vollmann
acaba enfocando el problema.
Coetzee, ya casi hacia el final de la novela, recurre a un
narrador que ha estado presente con anterioridad sin que fuésemos conscientes.
Es una muestra más del rechazo frontal al narrador omnisciente que está
presente en todas las novelas de Coetzee. Los hechos, según Coetzee, deben
siempre estar narrados por alguien. De ahí Elisabeth Costello, por ejemplo.
Pero en Vida y época de Michael K., la aparición del narrador desvirtúa un poco
el resto de la historia. Ya no es la desgraciada-resignada vida de renuncia de
una persona sin objetivos. Es nuestra mirada morbosa enfocada sobre el
miserable.
Quizás por eso no escribí nada sobre la novela. De alguna
manera Coetzee despertó mi sentimiento de culpa.
2.- La fortaleza de la soledad, de Jonathan Lethem
Todavía no entiendo porque no llegué a reseñar esta novela.
En algún momento de la lectura, mientras su tiempo interno transcurría en la
sucesión de grupos de pop-rock y descripción de (aquello que se dio en llamar)
tribus urbanas, sentía, a pesar de un océano de por medio y algunos años de
retraso, que La fortaleza de la soledad podía estar hablando de mí. Pero al
mismo tiempo que lo hacía de un modo imperfecto, no adecuado a las
circunstancias narrativas, quizás porque lo que yo quería no era tanto un
repaso musical a la historia sino un relato de superhéroes, es decir, aquello
que nunca fuimos.
La fortaleza de la soledad me pareció una excelente y
entretenida novela. Quizás lo que ocurre es que no me gusta hablar de mí mismo.
3.- El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq
Primero hablé mal de Houellebecq, por incluirse en la
narración, después pedí disculpas y finalmente acepté que El mapa y el
territorio es una puta obra maestra.
Sin embargo al intentar escribir la reseña solo aparecía una
palabra que bloqueaba el resto. HIPERREALISMO.
Porque por una parte está Jed Martin y sus retratos de
famosos, que inició su periplo artístico con una exposición de cuadros basados
en mapas de carreteras. Transforma el mapa, una representación funcional de la
realidad, en el verdadero territorio. Y por otra el propio Houellebecq, que
hace de sí mismo un retrato desmesurado y agónico al que sigue su propia
desaparición (un juego sin importancia) en la vida real.
El mapa y el territorio es una novela hiperrealista y, por
tanto, lo único que podemos hacer es admirarnos mientras la contemplamos
mientras nos debemos repetir, como un mantra, “es una ficción, es una ficción”
Hablar de El mapa y el territorio es redundante.
4.- Trece relatos y trece epitafios, de William T. Vollmann
Decepcionado. Aunque reconozco que se trata de un texto
interesante mi error consistió en leerla tras Los pobres y Europa Central.
De todas formas empiezo a preguntarme si no tengo un
problema con los novelistas estadounidenses cuando afrontan relatos. O será,
sencillamente, que tengo un problema con los relatos. No sé. Pero creo que los
dos batacazos más importantes que me he dado este año, por las expectativas
depositadas en ellos han sido En el corazón del corazón del país, de William
Gass y estos Trece relatos de Vollmann.
Aunque debo admitir que los relatos de Gass resurgen en mi
memoria, lo cual quiere decir que dejaron un importante poso que no supe
reconocer.
Es decir, que tengo un problema a la hora de apreciar los
libros de relatos.
5.- Nuestro amigo común, de Charles Dickens.
En este caso es muy sencillo. El placer de leer esta extensa,
divertida, trágica y tramposa novela, la última publicada en vida de Dickens y
realizada (incluso improvisada) por entregas, es tan intenso que sobra todo
tipo de comentarios.
Lean a
Dickens. Lean TODO Dickens.
Después podremos hablar de literatura.
6.- La ciudad y la ciudad, de China Miéville
Digamos en principio que esta es una novela negra. Pero las
peculiares condiciones en que se desarrolla hacen que se la califique de novela
de ciencia-ficción, incluso perteneciente al género fantástico.
Es una novela rotunda.
Creo que con el tiempo alguien se dará cuenta que la barrera
de los géneros está rota. Y no se tratará solo de aceptar que grandes
narradores utilicen recursos de géneros comúnmente relegados al campo de lo
“popular” (véase Nabokov, Pynchon, Rushdie, Fresán, Lethem, Chabon…) sino de
aceptar de una vez por todas que en ese deleznado campo (incluso segregado en
la mayoría de las librerías) existen autores que deberían estar reconocidos por
sus textos y no por los géneros a los que se les confina.
No hay duda que China Miéville es uno de ellos.
Una narrativa potente, la imposibilidad de clasificar sus
novelas, el poso social, incluso de rebelión social, siempre latente en sus
textos, la legibilidad (sí, legibilidad; no únicamente se deben apreciar los
textos por su dificultad) y el inevitable pesimismo que arrastran casi todos su
personajes.
Pero no es por eso por lo que no escribí la reseña de La
ciudad y la ciudad. Los que han leído la novela entenderán que sólo es posible
hablar de ella con el tácito acuerdo de saber que partes de la reseña
pertenecen a una parte y a la otra, leer y desleer convenientemente, pasar al
otro lado y saber lo que podemos ver y desver del resto de la reseña. Para eso
los lectores de la reseña deberían haber vivido una larga temporada en la
ciudad o en la ciudad.
Recomiendo todas las novelas que he leído de Miéville, no
necesariamente en este orden: El Rey Rata, La Estación de la Calle Perdido, La
Cicatriz, El consejo de hierro y La ciudad y la ciudad.
5 comentarios:
Hola Javier:
Creo que con esta interesante entrada me has dado algunas ideas para nuevas lecturas en 2013.
Pasa unas buenas fiestas.
David
Houllebec es un maestro, un próximo premio Nobel. China Mieville no sé, no he leido nada...He leido por ahi que es un facha de izquierdas, un nostalgico del comunismo...Ufff, me repatean los escritores que usan la literatura para venderte cualquier mierda ideologica...
A Houellebecq lo tengo releído(toda su obra) así que de lo que apuntas me voy a quedar con Lethem(si bien yo quisiera superhéroes también) y a seguir con Dickens para hablar de literatura. Pero bueno, que a Dickens lo he leído. No todo. Si encandiló a Nabokov...
¿Qué es narrativizar?
Yo también tuve que descubrirme ante "El mapa y el territorio" a pesar de que no había podido con Las partículas elementales (demasiado detalle banal, pensé, para tantísimas páginas)
Y gracias por descubrirme a algún autor, en especial a William Gaddis. Saludos
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