No sabía que iba a leer esta novela. Al menos no ahora, no ayer.
Todo empieza con un dolor, una molestia persistente. Pretendía escribir sobre Arno Schmidt o continuar leyendo Larva de Julian Ríos. Pero me costaba concentrarme. Empecé la novela de Coetzee por mantenerme alejado del dolor, simplemente para hacerme una idea. Siempre me pasa lo mismo con Coetzee, me cuesta empezar sus novelas porque sé que me va a mostrar un aspecto del ser humano que no será nada gratificante. Eso es lo que somos. No. Eso es lo que olvidamos que somos, lo que nos narra Coetzee es ese aspecto de la vida que nosotros, pequeños burgueses acomodados, a pesar de la crisis, queremos olvidar, no queremos que nos recuerden.
Leo con una molestia física constante que me tiene inmovilizado.
Pero la historia de Michael K. es demoledora. Mi dolor no tiene importancia, es una anécdota minúscula e intransferible diluida en el océano de la miseria humana.
Leo subyugado, leo contra el dolor, a pesar del dolor.
Michael K. avanza con su carretilla en la que reposa su madre por un páramo en guerra. Michael K., se abandona a la inanición rodeado por una naturaleza estéril.
Michael K., sabe que no es nada. No quiere morir porque es consciente de su falta de importancia en el relato de la vida. No es nada. Vive porque ni siquiera es merecedor de la muerte. Porque nada importa, porque su vida no merece ser contada.
Mi dolor no importa.
Michael K., cultiva a escondidas calabazas oculto en un agujero camuflado bajo tierra.
Michael K., es apresado. Obedece, porque su rebelión no tendría importancia. Se deja morir porque su vida no tiene sentido, pero vive porque su muerte no tiene sentido.
Mi dolor no tiene sentido.
En la página 135 la narración cambia. Abandonamos a Michael K. desde la tercera persona y el narrador omnisciente, para enfrentarnos a un narrador en primera persona, un médico empeñado en salvar-comprender a Michael K. Por un extraño motivo esa voz se me vuelve insoportable.
La voz del doctor es nuestra propia voz. Es otra de las cosas que sabe hacer tan bien Coetzee. Cuando pensamos que estamos controlando sus narraciones consigue que se vuelvan contra nosotros, que seamos conscientes de nuestra postura y nuestros deseos como lectores. La morbosidad del acto de leer.
A esta sensación de incomodo se une el dolor. Ser consciente de mi posición como lector me hace constatar el dolor.
Voy a urgencias.
Horas después retomo la novela. Quedan pocas páginas para terminar.
Leo:
Somos miserables lectores.
Cuando escribo esto el dolor ha desaparecido.
Pero no la vergüenza de mi dolor.
El fragmento de la traducción de Concha Manella de Life & Times of Michael K., de J. M. Coetzee, para Mondadori
Todo empieza con un dolor, una molestia persistente. Pretendía escribir sobre Arno Schmidt o continuar leyendo Larva de Julian Ríos. Pero me costaba concentrarme. Empecé la novela de Coetzee por mantenerme alejado del dolor, simplemente para hacerme una idea. Siempre me pasa lo mismo con Coetzee, me cuesta empezar sus novelas porque sé que me va a mostrar un aspecto del ser humano que no será nada gratificante. Eso es lo que somos. No. Eso es lo que olvidamos que somos, lo que nos narra Coetzee es ese aspecto de la vida que nosotros, pequeños burgueses acomodados, a pesar de la crisis, queremos olvidar, no queremos que nos recuerden.
Leo con una molestia física constante que me tiene inmovilizado.
Pero la historia de Michael K. es demoledora. Mi dolor no tiene importancia, es una anécdota minúscula e intransferible diluida en el océano de la miseria humana.
Leo subyugado, leo contra el dolor, a pesar del dolor.
Michael K. avanza con su carretilla en la que reposa su madre por un páramo en guerra. Michael K., se abandona a la inanición rodeado por una naturaleza estéril.
Michael K., sabe que no es nada. No quiere morir porque es consciente de su falta de importancia en el relato de la vida. No es nada. Vive porque ni siquiera es merecedor de la muerte. Porque nada importa, porque su vida no merece ser contada.
Mi dolor no importa.
Michael K., cultiva a escondidas calabazas oculto en un agujero camuflado bajo tierra.
Michael K., es apresado. Obedece, porque su rebelión no tendría importancia. Se deja morir porque su vida no tiene sentido, pero vive porque su muerte no tiene sentido.
Mi dolor no tiene sentido.
En la página 135 la narración cambia. Abandonamos a Michael K. desde la tercera persona y el narrador omnisciente, para enfrentarnos a un narrador en primera persona, un médico empeñado en salvar-comprender a Michael K. Por un extraño motivo esa voz se me vuelve insoportable.
La voz del doctor es nuestra propia voz. Es otra de las cosas que sabe hacer tan bien Coetzee. Cuando pensamos que estamos controlando sus narraciones consigue que se vuelvan contra nosotros, que seamos conscientes de nuestra postura y nuestros deseos como lectores. La morbosidad del acto de leer.
A esta sensación de incomodo se une el dolor. Ser consciente de mi posición como lector me hace constatar el dolor.
Voy a urgencias.
Horas después retomo la novela. Quedan pocas páginas para terminar.
Leo:
“Me he convertido en un objeto de caridad, pensó (Michael). A todas partes donde voy hay personas que quieren practicar conmigo sus diferentes formas de caridad. Han pasado tantos años y todavía parezco un huérfano. Me tratan como a los niños de Jakkasldrif (un campo de refugiados), a los que daban bien de comer porque eran todavía demasiado jóvenes para ser culpables de nada. De los niños solo esperaban que a cambio mascullaran las gracias. De mí quieren más, porque he estado más tiempo en el mundo. Quieren que les abra mi corazón y les cuente la historia de una vida pasada en jaulas. Quieren saber todo de las jaulas donde he vivido, como si fuera un periquito, un ratón blanco o un mono. Y si al menos en Huis Norenius (un orfanato) hubiera aprendido a contar historias en vez de a pelar patatas y sumar, si me hubieran hecho contar todos los días la historia de mi vida, vigilándome con una vara hasta recitarla sin vacilar, habría sabido como complacerles. Habría contado la historia de una vida pasada en prisiones donde, día tras día, año tras año, permanecía con la frente apoyada en la alambrada, mirando la lejanía, soñando con experiencias que nunca tendría y donde los centinelas me insultaban y me daban patadas en el culo y me obligaban a fregar el suelo. Una vez acabada mi historia, la gente habría movido la cabeza con lástima y rabia y me habría dado de comer y beber; las mujeres me habrían abierto sus camas y me habrían cuidado maternalmente en la oscuridad. Pero la verdad es que he sido un jardinero primero para el Ayuntamiento, después para mí mismo, y los jardineros se pasan la vida mirando el suelo”
Somos miserables lectores.
Cuando escribo esto el dolor ha desaparecido.
Pero no la vergüenza de mi dolor.
El fragmento de la traducción de Concha Manella de Life & Times of Michael K., de J. M. Coetzee, para Mondadori
3 comentarios:
A mí me entusiasmo esta novela, pero también saqué la conclusión (he dicho también) opuesta: mi dolor es el único...
Qué hermosa es esa novela, una de mis preferidas de Coetzee. Y bien que sirve para "leer contra el dolor" su cadencia, no así Larva, que me apasionó durante un tiempo, pero de la que entraba y salía, una novela (o lo que fuera ese apelmazamiento de palabras en la celulosa) inaprehensible. Cuando releí acá el fragmento sobre la caridad me acordé de aquello que dice Beckett en la voz de Molloy: "no conozco defensa alguna contra el gesto caritativo. Hay que inclinar la cabeza, tendiendo las manos confusas y temblorosas, y decir gracias,señora; gracias, buena señora". Y después la frase terrible: "El que no tiene nada, no tiene derecho a despreciar la mierda". Saludos, Portnoy.
Una obra maestra. Para mi, la mejor novela de Coetzee>: inteligente, profunda; no da respiro. Precursora además de La carrera, de Cormac McCarthy, una novela buena, pero que resulta aguada para la potencia de la prosa de Coetzee.
Carlos.
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