24/2/11

El hombre sin atributos, de Robert Musil (II)

Automóviles salían disparados de calles largas y estrechas al espacio libre de luminosas plazas. Hileras de peatones, surcando zigzagueantes la multitud confusa, formaban esteras movedizas de nubes entretejidas. A veces se separaban algunas hebras, cuando caminantes más presurosos se abrían paso por entre otros a quienes no corría tanta prisa, se alejaban ensanchando curvas y volvían, tras breves serpenteos, a su curso normal. Centenares de sonidos se sucedían uno a otro, confundiéndose en un profundo ruido metálico del que destacaban diversos sones, unos agudos claros, otros roncos, que discordaban la armonía pero que la restablecían al desaparecer. De este ruido hubiera deducido cualquiera, después de largos años de ausencia, sin previa descripción y con los ojos cerrados, que se encontraba en la capital del Imperio, en la ciudad residencial de Viena.



Siempre me sorprende la aparición de un automóvil en una novela de principios del siglo XX. Entiendo que no debería, pero que pase levantando polvo por una carretera española en una novela de Galdós, , o leer sobre la prohibición promulgada por el Coronel Sartoris sobre la circulación de coches en Jefferson, por lo cual éstos se convierten en símbolos del cambio de época o, ahora, ver como El hombre sin atributos se inicia con la descripción del tráfico en Viena (¿?... ¿ La capital de Kakania? ¿B?) seguido por la descripción de un accidente de tráfico, me choca. No tanto por el anacronismo (que no es tal) sino por la convicción de que coches y literatura no casan bien.
El automóvil, como el cine, precisa del movimiento de las imágenes, la sucesión de ellas, el paso rápido y fugaz por la escena.
Totalmente subjetivo.
Manías mías.



Eso lo escribí nada más empezar a leer la novela de Musil. Me chocaba lo que considero una falta en los acuerdos tácitos literarios. Pero ahora, casi terminada la novela,con un último borrador por leer de lo que se cree que era el capítulo final, debo admitir que estaba equivocado. El hombre sin atributos se desarrolla principalmente en espacios cerrados, en las casas y salones de la sociedad kakaniense donde los protagonistas hablan de la condición humana y de la sociedad, desarrollando una narrativa del pensamiento que nada tiene que ver con los detalles circunstanciales del mundo. Los coches, el tráfico de la calle en este capítulo inicial, enmarcan el retorno de Ulrich, el protagonista, a su casa. Una imagen que nos sitúa en el lugar correcto para poder apreciar las intenciones de Musil. La fuga del mundo, la entrada al pensamiento.
Bienvenidos al mundo del hombre sin atributos.


Fragmentos de El hombre sin atributos, de Robert Musil, de la traducción de José M. Sáenz para Seix-Barral.

3 comentarios:

Cristal dijo...

No te gustará nada, entonces, Questa storia, de Alessandro Baricco (¿está mal mencionar a Baricco en un post sobre Musil?).

Arranca precisamente así, con autos. Y cine. Y aviones. El asombro por éstas invenciones a principios del XX, pero con un enfoque sensible que no podría ser más distinto del que ofrece, sobre estas mismas invenciones y esta misma época, Thomas Pynchon en Contraluz...

Juan dijo...

Que densa es; sin duda. Llevo dos semanas con el primer tomo, de sol a sol. Por momentos peca de verborrea y por momentos es lúcida y brillante. La intromisión en el pensamiento femenino, muy característico en Uniones y Tres mujeres, llega a ser tedioso; no me gusta para nada. Es Nietzscheana llegando casi a la confusión. Me asombra la solidez en los personajes. Pero qué puedo decir; será mejor callar y apurar la lectura aunque no den ganas.

Jean Sol Partre dijo...

También es gracioso cómo aparece el teléfono como novedad tecnológica en la obra de Proust