He dejado pasar mucho tiempo desde que leí los textos, me resisto a llamarlos relatos, recogidos en Extinción. Veo que hay una única página marcada. Leo:
La paradoja de la fraudulencia consistía en que cuanto más tiempo y esfuerzo invertías en resultar impresionante o atractivo a los demás, menos impresionante o atractivo te sentías por dentro: eras un fraude. Y cuanto más fraude te sentías, más te esforzabas en transmitir una imagen impresionante o agradable de ti mismo para que los demás no descubrieran a la persona vacía y fraudulenta que realmente eras. Por lógica, lo normal sería pensar que en cuanto una persona supuestamente inteligente de diecinueve años fuera consciente de esta paradoja, dejaría de ser un fraude y se conformaría con ser él mismo (fuera lo que fuese) porque se daría cuenta de que ser un fraude era una regresión infinita y viciosa que al final solo conducía a estar asustado, solitario, alienado, etcétera. Pero esta era la otra paradoja, de orden superior, que ni siquiera tenía forma o nombre: yo no lo hacía, no podía hacerlo.
El neón de siempre, Extinción, David Foster Wallace, traducción de Javier Calvo para Mondadori.
Partimos del axioma de que lo que un autor escribe no tiene nada que ver con su vida real. Pero ahí está la paradoja de la fraudulencia.
No tengo tiempo para entrar en sutilezas. Si alguien lo está puede ir a presspectiva, dossieres, Literatura americana, David Foster Wallace, y leer "La paradoja del superyo en la narrativa breve", de Antonio J. Rodriguez.
He dejado pasar mucho tiempo desde que acabé de leer Extinción para ponerme a escribir esta nota. A veces es interesante poner distancia con los textos. Después de un mes y medio ¿qué queda de los textos de Wallace?: Un spiderman armado escalando un edificio, un tipo que hace esculturas de mierda, la cara del padre Karras , los trabajadores de la redacción de la revista Style en el World Trade Center a quienes “Les quedaban diez semanas de vida”…
Lo que ocurre con los textos de Wallace es que intenta captar todos los aspectos de las situaciones que describe, adoptando todos los puntos de vista, explorando todas las subtramas que generan sus historias. Cada texto de Wallace es una porción de Todo que habla de Todo y no concluye Nada.
Ser no-concluyente no es un defecto.
Pero la manera de narrar de Wallace exige un gran esfuerzo al lector, de modo que esa entrega agotadora a la que nos entregamos puede resultar decepcionante por la no obtención de resultados. Como ocurre con la inconclusión de La broma infinita.
Da la impresión de que Wallace experimenta con formas narrativas que acaba abandonando. Los textos conceptualmente están finalizados, pero dan la impresión de ser esbozos, retazos, fragmentos de una obra más extensa y que comprendiese todas las posibilidades narrativas de la realidad, todas las expresiones posibles de retratarla, desde el informe corporativo hasta la metaliteratura (o lo que sea). Como si David Foster Wallace supiera que no tiene tiempo para desarrollar sus obras en toda la extensión posible y después limitase voluntariamente su tiempo. La paradoja de la fraudulencia.
Todos esos textos cercenados, parciales, sucintos (aunque no en extensión) considerados impresionantes y atractivos le convertían a sus propios ojos en un autor cada vez menos impresionante y atractivo. Si nuestro axioma fuese falso, si la vida real tuviese algo que ver con lo narrado en El neón de siempre, resultaría que entre todos matamos a David Foster Wallace.
No. No es posible ahora hablar de los textos de David Foster Wallace sin aceptar que cada vez que entramos en sus relatos sentimos ese olor a bacon que nos abre el apetito antes de encontrar el cadáver con la cabeza en el microondas.
Por suerte Rodrigo Fresán escribió sobre Extinción antes del fin.
La paradoja de la fraudulencia consistía en que cuanto más tiempo y esfuerzo invertías en resultar impresionante o atractivo a los demás, menos impresionante o atractivo te sentías por dentro: eras un fraude. Y cuanto más fraude te sentías, más te esforzabas en transmitir una imagen impresionante o agradable de ti mismo para que los demás no descubrieran a la persona vacía y fraudulenta que realmente eras. Por lógica, lo normal sería pensar que en cuanto una persona supuestamente inteligente de diecinueve años fuera consciente de esta paradoja, dejaría de ser un fraude y se conformaría con ser él mismo (fuera lo que fuese) porque se daría cuenta de que ser un fraude era una regresión infinita y viciosa que al final solo conducía a estar asustado, solitario, alienado, etcétera. Pero esta era la otra paradoja, de orden superior, que ni siquiera tenía forma o nombre: yo no lo hacía, no podía hacerlo.
El neón de siempre, Extinción, David Foster Wallace, traducción de Javier Calvo para Mondadori.
Partimos del axioma de que lo que un autor escribe no tiene nada que ver con su vida real. Pero ahí está la paradoja de la fraudulencia.
No tengo tiempo para entrar en sutilezas. Si alguien lo está puede ir a presspectiva, dossieres, Literatura americana, David Foster Wallace, y leer "La paradoja del superyo en la narrativa breve", de Antonio J. Rodriguez.
He dejado pasar mucho tiempo desde que acabé de leer Extinción para ponerme a escribir esta nota. A veces es interesante poner distancia con los textos. Después de un mes y medio ¿qué queda de los textos de Wallace?: Un spiderman armado escalando un edificio, un tipo que hace esculturas de mierda, la cara del padre Karras , los trabajadores de la redacción de la revista Style en el World Trade Center a quienes “Les quedaban diez semanas de vida”…
Lo que ocurre con los textos de Wallace es que intenta captar todos los aspectos de las situaciones que describe, adoptando todos los puntos de vista, explorando todas las subtramas que generan sus historias. Cada texto de Wallace es una porción de Todo que habla de Todo y no concluye Nada.
Ser no-concluyente no es un defecto.
Pero la manera de narrar de Wallace exige un gran esfuerzo al lector, de modo que esa entrega agotadora a la que nos entregamos puede resultar decepcionante por la no obtención de resultados. Como ocurre con la inconclusión de La broma infinita.
Da la impresión de que Wallace experimenta con formas narrativas que acaba abandonando. Los textos conceptualmente están finalizados, pero dan la impresión de ser esbozos, retazos, fragmentos de una obra más extensa y que comprendiese todas las posibilidades narrativas de la realidad, todas las expresiones posibles de retratarla, desde el informe corporativo hasta la metaliteratura (o lo que sea). Como si David Foster Wallace supiera que no tiene tiempo para desarrollar sus obras en toda la extensión posible y después limitase voluntariamente su tiempo. La paradoja de la fraudulencia.
Todos esos textos cercenados, parciales, sucintos (aunque no en extensión) considerados impresionantes y atractivos le convertían a sus propios ojos en un autor cada vez menos impresionante y atractivo. Si nuestro axioma fuese falso, si la vida real tuviese algo que ver con lo narrado en El neón de siempre, resultaría que entre todos matamos a David Foster Wallace.
No. No es posible ahora hablar de los textos de David Foster Wallace sin aceptar que cada vez que entramos en sus relatos sentimos ese olor a bacon que nos abre el apetito antes de encontrar el cadáver con la cabeza en el microondas.
Por suerte Rodrigo Fresán escribió sobre Extinción antes del fin.
5 comentarios:
Interesante. Leo La Broma Infinita y el espacio entre los textos, el tiempo del que hablas es lo que hago leyéndola. A veces me detengo en un capítulo y vuelvo a él como si al abrir el libro continuara leyendo el siguiente capítulo, pero leo uno mismo durante mucho tiempo. No siento lo inacabado, percibo las múltiples sensaciones y percibo el dolor de Wallace, aunque sea estúpido y vacuo decirlo, dada la ignorancia que impera en mi respecto a él. Pero hay una comunicación de la desesperación, y un orden en ella, una metamorfosis también, la desesperación que es autónoma y caótica.
Intento reflexionar sobre su literatura pero me atrapa su dolor.
Tus reflexiones me alimentan, te las agradezco mucho.
UN saludo
Bueno, no sé si el suyo o el dolor.
O tal vez sea el olor a bacon...
Caray... madame Psicosis.
Gracias por tu comentario. El dolor de Wallace por no poder abarcar todo.
En fin...
Cual de los libros me recomiendan. como para engancharme . lo quiero leer. cual podria ser mi primer libro escrito por David..Ayuda¡¡¡¡
alf_gustavo@hotmail.com
Hola, Javier. En mi caso, gran parte del goce de estos cuentos es el placer de extenderme por todas las variantes que DFC impone a sus argumentos, intentar dar con claves totalizadoras. En "El alma no es una forja", me parece que el título funciona de manera exacta para una lectura rápida de todos los que se mueven en el relato. Igual en otros. No sé si este forzando las cosas, pero hay buen material en todo el libro para el goce quizá secundario de desandar lo leído.
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