26/3/10

el afinador de habitaciones, de Celso Castro

A posteriori se puede pensar que es chocante cómo un enfermo de literatura, como lo es el narrador innominado de el afinador de habitaciones, pueda ser tan escrupuloso y maniático en su contacto con los libros. Tal vez sea que “el mal literario” es uno de los síntomas de una enfermedad general (y quizás de carácter grave) que afecta al narrador. Tal vez nuestro narrador sea un Holden Caulfield llevado hasta el extremo, pero las similitudes con El guardián entre el centeno se detienen ahí, en la edad del narrador, en su febril voz, en su indefensión, en su alcoholismo, en su pulsión sexual… además, si David Foster Wallace pudo reescribir la novela de Salinger en La broma infinita, no sé porque Castro no puede hacer lo mismo.
Pero el afinador de habitaciones es otra cosa. Porque a la dimensión, digamos, social del carácter de Caulfield, Castro añade elementos narrativos contemporáneos, entre ellos la infidencia y la propia literatura como tema.
A priori lo más chocante es la ausencia de mayúsculas en el texto. Es un hecho distintivo en las narraciones de Celso Castro (celso castro), como se puede comprobar en el relato la cuervo que antecede a el afinador de habitaciones en la edición de Libros del Silencio. Aunque puede parecer una característica más bien caprichosa, la cuestión es que sirve brutalmente a los objetivos de la narración trasmitiendo los sentimientos de ansiedad y rabia del protagonista-narrador, la febrilidad de la escritura y la disfuncionalidad del personaje. La novela se convierte en un caos compulsivo que fluye torrencialmente o, más bien, en la caída de una gigantesca avalancha que arrastra todo a su paso.
El problema es el coñac, o la gratitud, o los fantasmas…
No. El problema lo causan Niestche, Maiakovski, Daudet, Beckett…
No. El problema consiste en no poder vivir en un mundo estrictamente literario, en que vivimos en uno en el que la realidad debe ser ahogada en coñac.
No. El problema consiste en que las historias que inventamos son más perfectas que las reales. Si Beckett fue apuñalado debemos inventar una historia sobre ese hecho que se ajuste a nuestra visión del mundo. Si un príncipe ruso afina habitaciones debemos aceptarlo a pesar de su falta de plausibilidad. Es una historia coherente y convenientemente poética, es una historia que nos libra de la ansiedad, los fantasmas y el coñac.
Daudet hablaba con una alfombra.
No. El problema consiste en que las palabras no tienen voluntad, no quieren decir nada:


y fíjate, una de esas tardes estaba yo en un bar hojeando mi escombrera, o sea, mi cuaderno de bolsillo, ya puedes imaginarte por qué acabé llamándole -escombrera- y había escombrera uno, escombrera dos, escombrera tres, etc. y en estas escombreras escribía párrafos de obras que me gustaban o haikus o sentencias que se me ocurrían, por ejemplo:

a. verdad, ese estado transitorio del alma.
b. sólo un idiota puede deleitarse hablando de sí mismo.
c. uno siempre debe pensar que se equivoca, porque eso le obliga-incita a perseverar.
d. las palabras no tienen voluntad, no quieren decir nada.

y estoy hojeándola todo tranquilo, y me encuentro la siguiente frase o pensamiento -me distingo yo mismo de mí mismo y, en este proceso, se me hace evidente que lo que es distinto no es distinto- bien, la leo una vez y otra vez y otra vez, y me digo que debe de ser de goethe o de schiller o de algún alemán de esos que había estado leyendo. Y entonces, tras un largo trago de coñac, creo adivinar cierto tono entre perplejo y juguetón, como si viniese ensartada en sarcasmos y mordacidades, y... no, seguro que es de alguien más... de un espíritu burlón, de alguien como pessoa, sí, seguro que es de pessoa o de alguien por el estilo. y continúo, y unos traguitos más adelante, después de leer tantas veces lo mismo de lo mismo, intentando descubrir al autor de semejante... birria, llego a la conclusión de que un pensamiento tan reiterativo, y sin firmar, no puede ser más que mío.

el afinador de habitaciones, de celso castro, págs. 91-92

No. El problema consiste en que nuestro mundo nos enferma y la literatura nos salva. Y por lo general se contempla al revés. Somos enfermos de literatura, nadie enferma de realidad.

3 comentarios:

Rubén Martín Giráldez dijo...

El tono del fragmento que incluyes, me ha hecho buscar esto de Louis-René des Fôrets en 'La habitación de los niños':

"[...] pero entonces con qué fin pronuncia las declaraciones ajenas con su propia voz y las suyas con una voz ajena?" (p.72, ed. El cuenco de plata, 2005).

¿Va por aquí la cosa a lo largo de todo 'El afinador de habitaciones'?

Portnoy dijo...

no, creo que no... tiene más que ver con una visión solipsista de la realidad

Rubén Martín Giráldez dijo...

Lo vamos a buscar y a leer, en cualquier caso.

Muchas gracias.