Hay que respetar lo arriesgado de las propuestas del cineasta catalán. Con solo tres largometrajes, Las horas del día (2003), La soledad (2007) y Tiro en la cabeza (2008) ha consolidado un estilo muy personal basado técnicamente en el plano fijo sostenido, la acción fuera de campo (lo que de una sensación de distancia entre el espectador y la acción, al mismo tiempo que sitúa la cámara como objeto de observación no de creación de la acción) y temáticamente en la exploración de la cotidianidad y la rutina.
Eso tiene su riesgo.
De las tres mi prefiero Las horas del día, por la brutal interpretación de Alex Brendemöhl y, sobre todo, porque introduce un momento de ruptura en el momento preciso en que el espectador está a punto de desconectar.
Me explico.
Creo que alguna vez he comentado el tema, sobre todo en lo que respecta a la narrativa literaria, de lo arriesgado que es la inmersión en la rutina y el aburrimiento y las consecuencias que pueden revertir sobre el propio texto despojándolo de interés y convirtiéndolo en rutinario y aburrido. Algo parecido sucede con las películas de Rosales: Al explorar la vida cotidiana de un psicópata, de una familia o de un etarra, al mostrarnos los hechos intrascendentes de sus días, lo acerca humanamente al espectador con el que comparte esa rutina. El problema es que no sé hasta que punto el espectador quiere ver reflejada en la pantalla algunos hechos que se repiten diariamente y que, por lo general, no conforman el material narrativo de literatura y cine.
En Tiro en la cabeza asistimos desde mucha más distancia que en las otras películas de Rosales (no hay más que el sonido ambiente que capta la cámara pero no se puede acceder a los diálogos que los personajes mantienen) a los acontecimientos. El acto de ruptura narrativa con la cotidianidad sucede prácticamente al final del metraje. Hasta ese momento no hay apenas nada más que un ejercicio de estilo prolongado hasta el aburrimiento del espectador.
Entiendo la propuesta de Rosales. Pero creo también que esa propuesta no debe prolongarse innecesariamente. Ochenta minutos de rutina son demasiados minutos. El espectador, a la media hora, ha comprendido perfectamente cuales son las intenciones del director, se siente ya bastante identificado con la rutina del personaje y siente que la espera del desenlace brutal (se sabe, ya que está basado en un atentado real) se demora demasiado. Es decir, nos encontramos ante una película experimental sometida a las leyes del mercado, una propuesta inusual obligada a tener un metraje estandar para su exhibición en salas.
En consecuencia Tiro en la cabeza aburre. La soledad aburre. Las horas del día aburre. Y lo hacen porque se ajustan a las intenciones del director pero, sin embargo, tienen un metraje excesivo.
Tengo sentimientos contradictorios respecto a las películas de Rosales. Por una parte sus propuestas me parecen muy interesantes, sus puestas en escena impecables y ajustadísimas, su técnica tal vez excesivamente evidente, pero de eso se trata, y por otra me cuesta muchísimo mantener el interés en lo que se cuenta. La distancia que Rosales impone con su cámara fija, que mantiene al espectador en un segundo plano tras la cámara, no ante la pantalla, y la reiteración excesiva de momentos muertos, intrascendentes narrativamente, hacen que el espectador no entre en la película, se convierta en espectador de lo que el director le impone ver el tiempo que crea conveniente. Y no es que Rosales no sepa mantener ese “tiempo lento” en cada uno de sus planos, el problema (si es que hay algún problema… quizás todo se deba a mi adocenamiento como espectador mainstream) es la suma de todos esos planos, la acumulación de tanto tiempo muerto, que se podría solventar resolviendo la película como mediometraje.
Eso tiene su riesgo.
De las tres mi prefiero Las horas del día, por la brutal interpretación de Alex Brendemöhl y, sobre todo, porque introduce un momento de ruptura en el momento preciso en que el espectador está a punto de desconectar.
Me explico.
Creo que alguna vez he comentado el tema, sobre todo en lo que respecta a la narrativa literaria, de lo arriesgado que es la inmersión en la rutina y el aburrimiento y las consecuencias que pueden revertir sobre el propio texto despojándolo de interés y convirtiéndolo en rutinario y aburrido. Algo parecido sucede con las películas de Rosales: Al explorar la vida cotidiana de un psicópata, de una familia o de un etarra, al mostrarnos los hechos intrascendentes de sus días, lo acerca humanamente al espectador con el que comparte esa rutina. El problema es que no sé hasta que punto el espectador quiere ver reflejada en la pantalla algunos hechos que se repiten diariamente y que, por lo general, no conforman el material narrativo de literatura y cine.
En Tiro en la cabeza asistimos desde mucha más distancia que en las otras películas de Rosales (no hay más que el sonido ambiente que capta la cámara pero no se puede acceder a los diálogos que los personajes mantienen) a los acontecimientos. El acto de ruptura narrativa con la cotidianidad sucede prácticamente al final del metraje. Hasta ese momento no hay apenas nada más que un ejercicio de estilo prolongado hasta el aburrimiento del espectador.
Entiendo la propuesta de Rosales. Pero creo también que esa propuesta no debe prolongarse innecesariamente. Ochenta minutos de rutina son demasiados minutos. El espectador, a la media hora, ha comprendido perfectamente cuales son las intenciones del director, se siente ya bastante identificado con la rutina del personaje y siente que la espera del desenlace brutal (se sabe, ya que está basado en un atentado real) se demora demasiado. Es decir, nos encontramos ante una película experimental sometida a las leyes del mercado, una propuesta inusual obligada a tener un metraje estandar para su exhibición en salas.
En consecuencia Tiro en la cabeza aburre. La soledad aburre. Las horas del día aburre. Y lo hacen porque se ajustan a las intenciones del director pero, sin embargo, tienen un metraje excesivo.
Tengo sentimientos contradictorios respecto a las películas de Rosales. Por una parte sus propuestas me parecen muy interesantes, sus puestas en escena impecables y ajustadísimas, su técnica tal vez excesivamente evidente, pero de eso se trata, y por otra me cuesta muchísimo mantener el interés en lo que se cuenta. La distancia que Rosales impone con su cámara fija, que mantiene al espectador en un segundo plano tras la cámara, no ante la pantalla, y la reiteración excesiva de momentos muertos, intrascendentes narrativamente, hacen que el espectador no entre en la película, se convierta en espectador de lo que el director le impone ver el tiempo que crea conveniente. Y no es que Rosales no sepa mantener ese “tiempo lento” en cada uno de sus planos, el problema (si es que hay algún problema… quizás todo se deba a mi adocenamiento como espectador mainstream) es la suma de todos esos planos, la acumulación de tanto tiempo muerto, que se podría solventar resolviendo la película como mediometraje.
16 comentarios:
No tengas sentimientos contradictorios. Este tío es un MEDIOCRE que se vale de la técnica para destacar y hacernos pensar, a ráfagas, que tiene talento. Pero no vale mucho. Lo digo objetivamente.
Pues no me vale tu opinión porque eres anónimo, subjetivo y despectivo
Estoy totalmente de acuerdo con lo que has dicho de las películas de Rosales. A mí me pasa lo mismo. Me gustan mucho algunas cosas, algunos detalles, pero también me aburren en general.
No sé si es por plegarse a los metrajes de las salas, como dices, o por simple falta de "decorum", de medida, de moderación. Para mí muchas veces el exceso de autoría es casi como una falta de respeto al espectador: forzándolo demasiado, casi agrediéndolo, por no apearse del burro de su estilo o de su visión.
Algo parecido me pasa también en literatura.
De Rosales a mí me gusta especialmente "La soledad", aunque estoy de acuerdo que es un tour de force para el ciudadano de a pie. Es probable que el noventa por ciento de los espectadores hayan deseado que el barbas se coma las tiras de celuloide de sus películas. Hasta que muera.
Lo curioso es que, aunque creo que a La soledad le sobraba por lo menos media hora de metraje, me pareció soberbia.
En el enlace, una charla muy interesante que dio en un ciclo de nuevos realizadores en mi facultad. Lástima que me lo perdiera en vivo.
http://nuevosaudiovisuales.wordpress.com/2009/04/20/jaime-rosales-en-nuevos-audiovisuales-260309/
Interesante post, Portnoy. ¿Qué pensarías si te digo que no me aburrí en absoluto en ninguna de ellas, es más, en "La soledad" se me pasó volando el tiempo?
Utilizas varias veces expresiones del estilo "no sé si el espectador quiere" y posiblemente no, el espectador no quiere muchas cosas, pero también creo que en ningún momento Rosales (como tantos otros, como Maddin, como Sokurov, como Davies, hasta como nuestro adorado Marker) tiene ningún interés en saber qué puede querer el espectador. Digamos entonces que la propuesta estética de Rosales apunta a zonas que no tienen mucho que ver con el disfrute personal, a la parte del "goce" del cerebro, sino a algo que permanece más escondido y que pretende revolver. A mí me revuelve, a muchos otros no, pero su objetivo, el de Rosales, está cumplido.
Yo creo que en el cine, como en cualquier arte, caben muchos estilos, en este caso narrativos, y hay que estar abierto a nuevas formas de abordar una película. De hecho,a lo largo del siglo XX hemos asistido a disintas rupturas en el terreno cinematográfico, y a cada cual nos gustan más unas que otras. El problema de algunos cineastas es que pretenden tener al espectador en la butaca para no contar, durante mucho tiempo, demasiado tiempo, absolutamente nada. No se trata de ser más o menos experimenal. Guy Madin o Sharunas Bartas (por poner ejemplos de cineastas exageradamente experimentales) no usan casi diálogos y sus historias siempre tienen un hilo narrativo, comunican, dicen algo y aportan un punto de vista. Me refiero a que un director puede usar un estilo personalísimo, pero no hay que olvidar que estamos viendo una película, no una paja mental de un señor. Que sea original, que me sorprenda, que me haga interesarme por lo que cuenta, que me entretenga... ¿Es mucho pedir que el arte esté al servicio de una historia que narrar? Para algunos parece que sí, lamentablemente.
No he visto "Tiro en la cabeza", después de "La Soledad" el único sentimiento que a priori me despierta es el de pereza. Saludos.
Hay películas, e incluso novelas, que producen un mayor placer al recordarlas que mientras se aprecian, quizá porque el director se ve necesitado de ciertos recursos ineludibles para llevar sus tesis o sus principios estéticos hasta el final.
En estas películas uno puede empiezar admirando enormemente lo que tiene delante, dar un bajón, y subir clamorosamente al final, digamos que el climax es al final, o casi al final y como consecuencia inmediata del anticlimax, sin el anticlimax sería imposible. Otras acaban en el anticlimax directamente, es algo más radical pero a veces puede funcioanr precisamente por la sorpresa de que no haya sorpresa.
Hay una película de Chantal Akerman que me pareció que llevaba todo lo que propone Rosales al límite, se titulaba Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles y al ser tan excesiva y durar tres horas y media, pasaba como espectador por todos los estados de ánimo, y justo llegó el final, y después el paso del tiempo, y en mi memoria está como una magnifica película que me impresionó mucho y considero magistral, aunque no se si la volvería a ver... De todos modos la recomiendo.
El problema de Rosales es que ha creado a priori la justificación teórica de su estilo y a partir de ahí, ni moverse un ápice. Todo lo contrario de experimentar, me parece. Él ya tiene muy claro lo que es el Cine de Verdad y no piensa moverse ni un milímetro de su falsilla. Y creo que, cuanto más la usa, menos sentido y contenido tiene. Algo especialmente claro en "Tiro en la cabeza".
Reconozco, además, que el personaje me disgusta. Por ser quien es, por las relaciones personales que mantiene y por la pose que despliega en sus apariciones públicas. Pero mientras que en Las horas del día le reconocía le mérito, ahora me parece un cineasta estancado que vive de su propio ombligo.
En realidad lo que más me interesa es saber si Rosales alarga el metraje de sus películas por exigencias de producción y distribución o cumplen sus objetivos. Lo de la duración de las películas para su exhibición me parece en ocasiones un lastre del que los directores no pueden librarse. Otra cosa sería que las películas de Rosales durasen tres horas y media. Entonces sí se podría decir que el director va contra el espectador (que es algo bastante habitual en el "cine de festivales")
De las tres La soledad me parece que es la que el ritmo está mejor adaptado a la historia y, sí, es posible que se haga menos pesada... quizás también porque la acción se duplica y permite que el espectador escoja su punto de vista, cosa que no ocurre con Tiro en la cabeza.
Un saludo y muchas gracias por vuestros comentarios.
Para mí el problema que pueda tener Tiro en la cabeza proviene de un planteamiento excesivamente cerebral. Rosales encuentra una forma teórica (considero que los postulados de los que parten sus tres films son distintos) y luego incorpora (con la ayuda de Rufas) un argumento, por mínimo que sea. Sin embargo, en el caso de Tiro en la cabeza, la forma es demasiado rígida y la película sólo levanta el vuelo en los momentos en los que ésta "respira" y se aleja del rigor. Estoy pensando, por ejemplo, en ese plano en teleobjetivo que sigue al coche en su fuga.
En cualquier caso, La soledad me parece una película a la que no le sobra ni un minuto. Tampoco me parece que el cine de festivales vaya "contra el espectador", yo disfruto, salto de la silla y hago palmas con películas dilatadas como las de Raya Martin, James Benning o Wang Bing. Supongo que depende de cada uno.
Cada película merece su propio tiempo interior y alargar es un error muy grande. Mediometrajes: podría ser la solución. Saludos.
A mi me parece que en Tiro a la cebza ha cogido una idea, como dicen por ahí, muy cerebral, que podía haber dado para un cortometraje interesante, y se le ha metido en la cabeza que tenia que hacer un seteraharálargometraje.
Por otra parte tengo que reconocer que ami el tema este de mostranos que una persona que carece totalmente de ética y de respeto por la vida de los demás también hace una vida normal, me toca mucho la moral.
Por que si algo desprecio de la gentuza de ETA es precisamente eso, que mientras se comparan con otros pueblos del mundo qye realmente sufren ellos hacen vidas normalísimas: se van de potes por los bares, comen el marmitako de la amatxu, y después, de 9 a 5 , me pongo la capucha y asesino.
Siento haberme salido del tema meramente cinematográfico, pero estas ideas me vinieron a la cabeza con esta película y creo que, en esta caso, es lícito compartirlas con los demás.
Estoy de acuerdo con tu análisis: la obra de Rosales estudia el aburrimiento y las convulsiones vitales que lo trastocan, pero se vale de un desarrollo argumental y fílmico aburrido. Creo que La soledad supera esos problemas en parte por las buenas interpretaciones y el juego muy interesante que da la pantalla partida, jugando con la mirada morbosa y atractiva del espectador (que quiere atrapar lo que ocurre en plano pero le cuesta hacerlo, y nos enganchamos al acto de la mirada). No he visto aún Tiro en la cabeza, pero Las horas del día, a la que me acerqué con muchas expectativas por su argumento, me pareció tan solemnemente cotidiana y rutinaria que desconecté antes del primer crimen. A estas alturas, la mayoría ya sabemos que las personas que matan son normales, cotidianas, vulgares, pero para mostrar eso no es preciso enseñarnos a esos seres con esos mismos adjetivos, puesto que al final cada vida, por aburrida que sea, contiene dentro piedras preciosas que el artista tiene que buscar.
Con todo, creo que Rosales es un autor muy joven, elegante con la cámara -no sé por qué siempre se alude a su radicalidad y no a esa elegancia, esa distancia suave y bien establecida al conformar el plano y la puesta en escena- y habría que respetar su carrera y no aligerarnos -algo muy propio en los comentarios de los blogs, me temo- a su precipitada destrucción. Un autor que busca, que quiere hacer cosas nuevas, que pretende profundizar con nuevas miradas, merece nuestra atención y ser pacientes, tanto como con el visionado de sus películas, con lo que su trayectoria puede dar de sí.
Abrazos.
Coincido con Gabriela en que el ritmo interior es importante. En ocasiones películas lentas consiguen atraparte por otras cuestiones, independientemente de su metraje. Me da que a Rosales le sobran minutos en ocasiones...
Ah, Luis, yo no digo que todo el cine de festivales (triste denominación para designar la ambición de los distribuidores)vaya contra el espectador. Sí hay películas que lo hacen, en ocasiones poniendo a prueba la paciencia del espectador y en otras, Haneke, rompiendo los esquemas previsibles del cine comercial para denunciar la pasividad del espectador, pero eso es otra cuestión.
esa era la idea, Javi... no en lo tocante a lo moral, sino a la extensión.
Miguel Ángel en Las horas del día Rosales juega con la paciencia del espectador... tienes razón cuesta llegar a ese punto de inflexión (yo estuve a punto de abandonar también antes del primer crimen) en el que el personaje se transforma. Los mismos actos y hechos de la primera parte del film en la que juzgas al personaje como un ser mediocre y aburrido, te llevan ahora a considerarle un auténtico hijo de puta. Esa transformación del personaje, que a fin de cuentas es una visión subjetiva del espectador, es la que hace interesante la película y permite al espectador implicarse en la narración, algo que no ocurre, deliberadamente en Tiro en la cabeza.
Un saludo y muchas gracias por vuestros comentarios.
Todo Rosales me parece sublime. La soledad es cercana y clínica a la vez, algo raro en un realismo (vale, uno calculador, pero verosímil) de clase media.
Tiro en la cabeza también, me quedo con la escena que implica conocidos espacios comerciales y nuestro protagonista. Entiendo ese defecto en las horas del día....
Acabo de ver Tiro en la Cabeza.
Sinceramente, debería haber sido un cortometraje. Como ejercicio es loable, pero queda en nada debido a la duración, que diluye el planteamiento. Narrativamente es un grave error. Queda en nada. 3/10.
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